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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/08/2025 04:31
La Iglesia de San Nicolás de Bari en Corrientes y Carlos Pellegrini, en una fotografía de alrededores de 1930. Demolida, en su lugar se emplazó el obelisco (Archivo General de la Nación) De haber existido el Whatsapp, seguro que Juan Manuel Beruti le hubiese mandado una foto a Manuel Belgrano de la bandera ondeando en San Nicolás de Bari, esa iglesia que le daba nombre al barrio. La incógnita hubiera sido saber qué tan rápido el hombre abriría el mensaje, porque justo esa tarde, terminaba de movilizar a todo un pueblo, y era el último en abandonar Jujuy, en su “marcha retrógrada”, que alguien años después llamó “Éxodo Jujeño”. Juan Manuel Beruti era un porteño de 35 años cuando el 23 de agosto de 1812 se animó, cuando gobernaba el Primer Triunvirato, a mostrar la bandera que Manuel Belgrano había creado y que el secretario de ese cuerpo, Bernardino Rivadavia, le había aconsejado ocultar, esconder, destruir. Aprovechó la ceremonia de acción de gracias a la pobre Santísima Trinidad, a la que le endilgaron su influencia para terminar con una supuesta conspiración de los españoles que terminó en un baño de sangre, con 33 ejecutados, 23 presos, 11 desterrados, algunos multados y otros que fueron dejados en libertad. Fue el famoso motín de Alzaga, el héroe de la reconquista. El 27 de febrero de 1812, en las barrancas del Paraná, en la villa del Rosario, Manuel Belgrano creó la bandera La iglesia donde Beruti colgó las banderas ya no existe. Fue levantada a comienzos del 1700 en el porteñísimo cruce de Corrientes y Pellegrini. Se hizo con una generosa donación del vasco Domingo de Acassuso, a quien le fue mucho mejor como comerciante que como militar. Fue el que cuando se hizo de una posición cumplió su promesa de levantar un oratorio consagrado a San Isidro Labrador, punta de lanza del pueblo del mismo nombre, y años después contribuyó con su capital para erigir una iglesia en homenaje a San Nicolás de Bari, que reemplazó la humilde capilla donde los que vivían en los arrabales iban a rezar. Acassuso no pudo ver terminada su obra. Inspeccionándola, cayó de un andamio y falleció en 1727. Allí fue enterrado el presbítero Manuel Alberti, quien murió de un ataque al corazón el 31 de enero de 1811 luego de una fuerte discusión con el Deán Funes, y también fueron bautizados Mariano Moreno, Manuel Dorrego y Bartolomé Mitre, entre otros. El domingo 23 de agosto de 1812 se realizó, entonces, lo que Beruti describió en sus jugosas Memorias Curiosas, “una solemne función de acción de gracias dedicada a la Santísima Trinidad, patrona titular de esta ciudad, con su Divina Majestad manifiesto todo el día…” El acto corrió por cuenta del vecindario del Cuartel 12, donde Beruti era el alcalde de barrio, y él se ocupó de recolectar los fondos. Describe que en las cuatro perillas de la torre de la iglesia colgaba una bandera de seda celeste y blanca, y otra enseña lo hacía de la ventana del coro, y todo el frente iluminado. Abundaron, además, “ruedas de fuego, cohetes voladores, bombas artificiales, cohetes de mano y masas”. A Belgrano, jefe del Ejército del Norte, estaba amenazado por las fuerzas españolas al mando de Pío Tristán. Decidió dejarle tierra arrasada Sobre un tablado adornado con tapices de damasco y faroles de cristal armado en el frente del templo, una orquesta ponía música a las canciones interpretadas por cuatro niños, ataviados para la ocasión. Adentro, la ceremonia, fue encabezada por el cura dominico Diego de Zavaleta, quien había pronunciado la oración inaugural el 25 de mayo de 1810; dio el sermón fray Mariano Piedrabuena, quien había estado junto a Belgrano cuando creó la bandera en Rosario en febrero de ese año. Del gobierno estuvieron Juan Martín de Pueyrredón, el gobernador intendente Azcuénaga, los dos alcaldes del Cabildo y el comandante de las tropas auxiliares de Chile, junto a su oficialidad. Al finalizar, en la calle volaron los papelitos de colores con las frases “Viva la patria y su independencia” y “Viva la América del Sur”. Se agasajaron a los presentes con chocolate, bizcochos y licores. Toda la festichola costó 600 pesos. A muchos kilómetros al norte, bien en la frontera, lo menos que hacía Belgrano era organizar festejos. A sus 42 años, el gobierno le había dado una misión casi imposible: reorganizar el ejército, levantar la moral de la tropa y de reojo controlar a ciertos sectores de la oligarquía norteña que junto con miembros de la iglesia, mantenían contactos con el enemigo español. El Exodo Jujeño fue una operación ideada y planeada por Belgrano, que posibilitó que su ejército triunfase en Salta y Tucumán Arrastraba problemas de salud: sufría de reuma, tenía una fístula en un ojo y padecía problemas digestivos, que en las vísperas de la batalla de Salta, le haría vomitar sangre. Se indigestaba con facilidad y en el norte contrajo paludismo. En noviembre del año anterior ofreció desprenderse de la mitad de su sueldo, armó a la caballería, creó una compañía de Guías, un hospital y un tribunal militar. La artillería era muy limitada y suplió la falta de bayonetas con lanzas. Los realistas, al mando de José Manuel Goyeneche, habían tomado Cochabamba y desplegaron sus fuerzas hacia La Quiaca. Según le ordenó el virrey Abascal debía avanzar hacia Salta con 2.000 hombres, dejar 1.000 en Suipacha y con destacamentos de 500 soldados realizar incursiones en Tucumán. Ante esta amenaza del ejército español, y su inminente incursión sobre la quebrada de Humahuaca, Belgrano dispuso evacuar las poblaciones de Salta y Jujuy, llevándolas hacia el sur, junto con el ganado, alimentos, cosechas y todo lo que pudiera ser de utilidad al enemigo. Cuando Belgrano llegó a Tucumán, decidió desobedecer al gobierno y quedarse para dar batalla a los españoles El jefe realista era el peruano Pío Tristán, con el que había sido compañero de estudios en Salamanca. Delgado, de 1,50 metros de estatura, de trato cordial, ingenioso y muy avaro, siempre mantuvo una relación respetuosa, aunque no eran amigos. Cuando se hizo cargo del Ejército del Norte, Belgrano le escribió con la intención de llegar a un acuerdo pacífico, pero fue inútil. Entonces, puso en marcha su plan que todo el mundo conoció el 29 de julio de 1812 con un bando que habrá hecho estremecer a más de uno. “Desde que puse un pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, en que se halla interesado el Excelentísimo Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, os he hablado con verdad. Siguiendo con ella os manifiesto que las armas de Abascal, al mando de Goyeneche, se acercan a Suipacha. Y lo peor es que son llamados por los desnaturalizados que viven entre nosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud. Llegó, pues, la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres, trayéndonos las armas de chispa, blanca y municiones que tengáis o podáis adquirir, y dando parte a la justicia de los que las tuvieron y permanecieren indiferentes a vista del riesgo que os amenaza de perder no sólo vuestros derechos, sino las propiedades que tenéis”. A los hacendados los conminó a trasladarse junto con su ganado, caballos, ovejas y mulas; a los labradores a llevarse el producto de sus cosechas y a los comerciantes a embalar todos sus bienes. A todo quien desobedeciera esa orden sería considerado traidor a la patria y fusilado. También sería pasado por las armas si encontrase a alguien que no se hubiese plegado a esa retirada y serían pasibles de la misma pena el que se manifestara contrario a las ideas patriotas o que intentase sembrar el desaliento y el desánimo. Nadie podía quedar detrás. “Sabed que se acabaron las consideraciones de cualquier especie que sean, y que nada será bastante para que deje de cumplir cuanto dejo dispuesto”, termina el bando. Lo que no pudo ser llevado se prendió fuego. Los españoles no debían hallar con qué alimentarse, con qué abrigarse ni donde cobijarse. Desde los primeros días agosto, los pobladores comenzaron la marcha hacia el sur, tomando varias rutas. A las cinco de la tarde del 23 de agosto de 1812 se retiró el ejército. Belgrano fue el último en dejar la ciudad al filo de la medianoche y alcanzaría al grueso de su fuerza a las tres de la mañana. Volvería como triunfador en marzo del año siguiente. A unas leguas de Jujuy, cerca de Cobos, hubo varias explosiones, y temieron que fueran cañones españoles. Pero lo que había ocurrido había sido el estallido de una carreta de municiones. En 1936, para celebrar los 400 años de la primera fundación de Buenos Aires, se levantó el Obelisco (Archivo General de la Nación) Durante la marcha, alentaba al que se retrasaba y reprendía al que infundía desánimo. Nunca lo vieron descansar. Temía que los españoles se adelantasen por la Quebrada del Toro y le cortasen el paso. Siempre decía que el enemigo sabía tanto o más que él de su propio ejército y no terminaba de confiar en sus propios espías. Fueron cinco extenuantes días de marcha, por un camino cercano a la actual traza de la ruta nacional 34. Cubrieron 250 kilómetros hasta llegar a Tucumán. Si bien la orden de Buenos Aires era continuar hasta Córdoba para salvar al ejército, fueron los propios tucumanos y salteños los que le pidieron permanecer para defenderlos de la invasión española. Le prometieron colaborar con hombres y caballos. El creador de la bandera vio una luz de esperanza cuando la retaguardia de su ejército, al mando de Díaz Vélez, derrotó a una avanzada enemiga en las orillas del río Las Piedras el 3 de septiembre, tomó prisionero a uno de sus jefes y eso levantó la moral de las tropas. El 14 de septiembre le hizo saber a Rivadavia que esperaría al enemigo allí. Luego de felicitarlo por haber sido padre recientemente, agregó que “sé que el enemigo se acerca, pero me da tiempo de reponerme y, mediante Dios, lograr alguna ventaja sobre ellos. Retirarme más y perecer son lo mismo, además de poner a la Patria en mayor apuro”. No estaba errado. Las victorias de Tucumán el 25 de septiembre de 1812 y de Salta el 20 de febrero de 1812 fueron de importancia para mantener el control del norte. Por esas acciones el gobierno lo premiaría con cuarenta mil pesos, equivalentes a unos 80 kilos de oro, una verdadera fortuna, que destinó a la creación de cuatro escuelas. Una en Tarija, que se inauguraría en 1974; otra en Tucumán, que abrió en 1998; una tercera en Jujuy que comenzó a funcionar en 2004 y la que había pensado para Santiago del Estero no se sabe qué pasó. El 16 de agosto de 1931 monseñor Figueroa celebró la última misa en San Nicolás de Bari, antes de ser demolida para dar paso a la avenida 9 de Julio. En 1935 se inauguró el nuevo templo en la avenida Santa Fe al 1300. Donde estaba la iglesia, se erigió al año siguiente el obelisco, el que, en una de sus caras, recuerda que un 23 de agosto de 1812 en ese lugar todo había sido fiesta y alegría, se había vivado a la patria y a esa independencia que aún estaba en pañales.
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