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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 18/08/2025 06:47
Un archipiélago estratégico en un mundo cambiante El 17 de agosto de 1945, Sukarno y Mohammad Hatta proclamaron la independencia de Indonesia; aquel gesto puso en marcha la construcción —a veces de manera virtuosa, a veces con errores— de la nación más poblada del sudeste asiático. Ochenta años después, celebrar la independencia no es solo rememorar una fecha: es preguntarse qué tipo de país ha emergido y qué proyecto colectivo exige el redefinir la promesa que animó aquel día: unidad en la diversidad, justicia social y soberanía, pilares fundamentales de su creación. Ese balance entre memoria y mirada hacia el futuro es el ejercicio que corresponde a quienes transitamos la academia y quienes gobiernan paises en desarrollo como Indonesia o Argentina. En este contexto, la vigencia de Pancasila —los cinco principios que articulan la identidad y la visión de Indonesia: creencia en un Dios, humanidad justa y civilizada, unidad de Indonesia, democracia guiada por la deliberación y el consenso, y justicia social para todos— debe entenderse mucho más allá de un acto conmemorativo o un símbolo protocolar. Perduran como guía fundamental para la construcción del Estado, un marco que ha permitido integrar una nación diversa de miles de islas, etnias y religiones. El libro coordinado por el reconocido embajador Darmansjah Djumala nos recuerda que Pancasila no es solo un conjunto de ideales, sino una fuente de inspiración que debe traducirse en acciones concretas para fortalecer la cohesión y la justicia social. Sin embargo, su verdadero potencial reside en su capacidad de traducirse en prácticas concretas que fortalezcan la cohesión social sin anular las diferencias. Requiere, por tanto, políticas que protejan y celebren la pluralidad religiosa y cultural, instituciones que faciliten un diálogo abierto y respetuoso frente a las tensiones identitarias, y un compromiso efectivo con la justicia distributiva que garantice oportunidades para todos. En mundo infocrático, reivindicar Pancasila en el presente implica una lucha diaria por hacer realidad ese ideal: que sus principios sirvan para tejer puentes en lugar de muros, para que la diversidad sea vista no como un riesgo, sino como la fuente misma de la fortaleza nacional. Solo así podrá convertirse en una brújula que guíe una práctica pública inclusiva, que fomente el diálogo, el respeto mutuo y la igualdad real, sin sacrificar la libertad de disenso ni la riqueza de su pluralidad. Logros y cuentas pendientes En ocho décadas el país ha pasado de ser una colonia fragmentada a una economía regional relevante y a una democracia electoral consolidada —aunque imperfecta—. El crecimiento económico sostenido durante gran parte del siglo XXI ha permitido reducir la pobreza extrema, ampliar la clase media y mejorar infraestructuras. Hoy le ha permitido instalarse como la 16ta economía del mundo. La descentralización, impulsada tras la caída de Suharto, acercó el Estado a muchas comunidades y abrió espacio para liderazgos locales diversos. Culturalmente, la vibrante escena artística y la fuerza del idioma indonesio (bahasa Indonesia) han contribuido a forjar una identidad nacional más inclusiva. Aunque la proclamación formal de independencia representó un hito determinante en la historia de Indonesia, las huellas de un pasado colonizador y las desigualdades estructurales continúan marcando el pulso de la nación. La riqueza del crecimiento económico todavía no ha logrado traducirse en una distribución equitativa de oportunidades, dejando en evidencia las fracturas que aún dividen a muchas regiones y sectores sociales. Los avances en la consolidación institucional son palpables, pero la persistencia de percepciones y prácticas de desconfianza revela que la construcción de un Estado verdaderamente inclusivo y efectivo requiere tiempo, paciencia y una voluntad política sostenida que vaya más allá de las promesas inmediatas. La presión por explotar los recursos naturales, pese a sus beneficios inmediatos, evidencian una tensión latente: la apuesta por un crecimiento que a menudo sacrifica la sostenibilidad y la preservación ambiental, poniendo en jaque el equilibrio entre el presente y las futuras generaciones. No obstante, Indonesia es también una potencia minera cuyas vastas reservas de carbón, níquel, cobre y tierras raras han alimentado crecimiento, atraído inversión y posicionado al país como actor clave en las cadenas globales de suministro, planteando a la vez la necesidad urgente de reconciliar esa ventaja estratégica con responsabilidades ambientales y sociales. Democracia en transición La vida política indonesia muestra rasgos de madurez: ciclos electorales sostenidos, un ámbito mediático con márgenes de autonomía y una sociedad civil que reclama y produce debate público. Esa vitalidad, sin embargo, coexiste con fragilidades menos visibles que merecen atención: no es incompatible la pluralidad formal con la presencia de dinámicas que concentran influencia y captan adhesiones mediante apelaciones identitarias o religiosas. Siendo Indonesia el país con la mayor población musulmana del mundo, el islam atraviesa de manera inevitable la conformación democrática: muchas organizaciones islámicas —desde corrientes moderadas y pluralistas hasta grupos más conservadores— han contribuido tanto al tejido social como a la definición de agendas públicas. Instituciones como Nahdlatul Ulama y Muhammadiyah, por ejemplo, han sido factores de cohesión y defensa de la convivencia plural, mientras que la instrumentalización política de símbolos religiosos puede tensionar ese equilibrio. La tarea, por tanto, no es solo celebrar las rutinas democráticas sino afinar sus contenciones: fortalecer la independencia judicial, dotar de autonomía y capacidad técnica a los organismos de control, y proteger un ecosistema mediático verdaderamente plural. Al mismo tiempo, conviene abrir y sostener espacios deliberativos donde la ciudadanía —incluidas las variadas expresiones religiosas— pueda interlocutar sin que la identidad se convierta en muro excluyente. Solo desde ese entramado de garantías e intercambios cotidianos la participación y el compromiso cívico podrán transformarse en una democracia realmente resistente y representativa. Una politica exterior con identidad propia Un archipiélago estratégico en un mundo cambiante. En el plano internacional, Indonesia ha sabido proyectar una voz relevante en asuntos regionales y globales: desde el liderazgo en ASEAN hasta una diplomacia activa en cambio climático y desarrollo. Su posición geográfica y su peso demográfico la colocan en el centro de las disputas comerciales y estratégicas del Indo-Pacífico. La forma en que gestione sus relaciones con potencias como China, Estados Unidos y actores regionales será determinante para su autonomía y su capacidad para atraer inversión sin poner en riesgo su soberanía ni su cohesión interna. La reciente adhesión de Indonesia como miembro pleno de los BRICS marca un giro deliberado en su posición internacional y refuerza la concepción de una diplomacia independiente y activa: una línea que combina autonomía estratégica con búsqueda de aliados y mecanismos alternativos para el desarrollo. En ese marco, Yakarta busca traducir su voz regional en influencia material —acceso a financiamiento para infraestructura, plataformas para la cooperación tecnológica y términos de intercambio más favorables— al tiempo que promueve una agenda plurilateral sobre gobernanza económica, cambio climático y seguridad marítima. Ser parte de los BRICS le permite a Indonesia diversificar asociaciones fuera de los ejes tradicionales y ejercer liderazgo en la articulación Sur–Sur, pero también exige una diplomacia hábil que equilibre relaciones con potencias como China y Estados Unidos sin sacrificar soberanía ni coherencia interna. Este nuevo protagonismo exterior tiene un horizonte pragmático: convertir oportunidades geoeconómicas en proyectos inclusivos que reflejen Pancasila —unidad, justicia y bienestar común— y, al mismo tiempo, preservar la capacidad de mediación que históricamente ha caracterizado a Indonesia. No obstante, la eficacia de ese liderazgo dependerá de la capacidad del gobierno para sincronizar política exterior ambiciosa con reformas domésticas —transparencia, gobernanza y protección de derechos— que eviten que la mayor visibilidad internacional quede vacía de impactos sociales reales. Generación joven: motor de cambio El futuro de Indonesia descansa en sus jóvenes. Con una población en la que gran parte es joven, la educación, la formación técnica y el acceso a empleos dignos son prioridades. Ese capital humano, además, es un potencial regulador de la vida pública: redes sociales, activismo y emprendimiento han mostrado la capacidad de la juventud para exigir rendición de cuentas y proponer soluciones innovadoras. Según UNCTAD, la población de Indonesia entre 16 y 30 años ascendía a 64,16 millones, lo que representaba el 23,18% del total —una masa crítica capaz de inclinar el rumbo del país. Pero ese peso demográfico trae consigo también una exigencia ética y política: Pancasila no es solo un legado retórico, sino un desafío generacional para traducir sus principios (creencia en un Dios; humanidad justa y civilizada; unidad; democracia por deliberación; y justicia social) en prácticas cotidianas. Aprovechar esa energía requiere políticas públicas que inviertan en educación de calidad, salud y movilidad social, y espacios democráticos donde la juventud pueda reinterpretar y aplicar Pancasila de forma creativa y vinculante, equilib rando la innovación con la responsabilidad comunitaria. Nuevos liderazgo El presidente Prabowo Subianto introduce una nueva fase en el viaje independentista de Indonesia. Hijo del reconocido economista Sumitro Djojohadikusumo —figura influyente en debates técnicos sobre desarrollo y modernización económica—, Prabowo combina una biografía marcada por la formación militar y la experiencia política con una ambición clara por situar a Indonesia como actor estratégico en el Indo-Pacífico y por acelerar la transformación económica interna. Su administración ha enfatizado la estabilidad, la atracción de inversión y grandes proyectos de infraestructura; al mismo tiempo, su pasado y el estilo de gobierno asociado a figuras militares plantean interrogantes. La contribución de su legado familiar en pensamiento económico puede ofrecer herramientas para una política industrial más audaz, pero la consolidación de esos proyectos exigirá transparencia, rendición de cuentas y la garantía de que el crecimiento no se traduzca en exclusión ni en erosión de libertades fundamentales. Este aniversario obliga, en definitiva, a una doble tarea: exigir a los gobernantes —incluido el presidente Prabowo— que traduzcan ambición en políticas inclusivas y respetuosas de derechos, y reclamar a la ciudadanía la tenacidad de la vigilancia democrática. Prabowo trae al poder una mezcla de autoridad militar, ambición política y un legado familiar de pensamiento económico que podría impulsar industrialización y empleo si se acompaña de transparencia, controles efectivos y participación amplia. Pero sin fortalecer las instituciones y sin arraigar Pancasila en prácticas públicas concretas, cualquier avance económico corre el riesgo de ser fragmentario y efímero. El papel del gobierno y del presidente Prabowo Subianto será decisivo en este tramo histórico: su capacidad para conjugar visión estratégica, herencia técnica y compromiso con la transparencia marcará si Indonesia avanza hacia una independencia plena —entendida como autodeterminación material, institucional y cultural— o si queda anclada en ganancias fragmentarias. La otra palanca del cambio está clara en las universidades y en las nuevas generaciones: invertir en educación crítica y en canales de participación dará sostén a una democracia capaz de resistir los retrocesos y de impulsar una prosperidad más compartida Impresiones en primera persona Este año tuve la fortuna de recorrer varios de los espacios donde se imagina y se disputa el futuro de Indonesia: desde los claustros vibrantes de la Universitas Brawijaya en Malang hasta los pasillos académicos de la Universidad de Indonesia y la Universidad Moestopo en Yakarta, y más tarde las galerías solemnes del Parlamento. En las aulas y cafeterías encontré una intuición común —una curiosidad crítica y una energía emprendedora— que contradice la visión simple de una nación atrapada solo en viejas fracturas; los estudiantes debatían políticas públicas, sostenibilidad y empleo con una mezcla de pragmatismo y audacia moral que me recordó que la transformación real suele germinar lejos de los reflectores. Frente al edificio legislativo, la formalidad del ritual parlamentario contrastó con la vitalidad de los campus: allí, la arquitectura del poder se muestra deliberada y contenida; en las universidades, el poder se siente en proceso, inacabado, sujeto a la pregunta constante. Esa tensión —entre la promesa institucional y la energía social que la impulsa— fue la lección más nítida de mi viaje: la independencia no se conserva únicamente en decretos y celebraciones oficiales, sino en la capacidad de las nuevas generaciones para reimaginarla y exigir que sus instituciones respondan a esa imaginación. Celebrar 80 años de independencia es, por tanto, una obligación ética y política: convocar a la memoria histórica sin renunciar al examen crítico del presente. Reivindicar Pancasila como brújula práctica, acompañar con reformas institucionales y sociales, y conectar el proyecto de nación con la creatividad y la demanda de justicia de la juventud son condiciones para que la promesa de 1945 se cumpla en la vida cotidiana. Si la independencia se mide por la dignidad material y civil de la población, entonces el verdadero homenaje será convertir la celebración en motor de reformas profundas, inclusivas y sostenibles. Solo así Indonesia podrá mirar hacia los próximos ochenta años con la certidumbre de que su libertad no fue un instante histórico, sino un proceso profundo.
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