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  • Las pruebas, los tropiezos y el salto a la fama de Raúl Lavié: “Me dejé llevar por lo que me trazaba el destino”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 16/08/2025 02:41

    Raúl Lavié se prepara para realizar un nuevo show en el teatroBroadway en el marco de su cumpleaños número 88 El arte de cumplir 88 años no parece tan lejano cuando se pronuncia el nombre de Raúl Lavié. El Negro, leyenda viva de la música argentino, celebrará un nuevo aniversario de vida, de los que cuenta 74 de una carrera impecable. Lo hará a su manera: con un espectáculo vibrante y colmado de gratitud, frente a una platea que siempre le devuelve el aplauso generoso y el cariño fiel. Imágenes inéditas, anécdotas que ningún escenario volverá a escuchar y esos clásicos que ya no pertenecen al tiempo, serán el hilo de un show que promete emoción, viajes y memoria el próximo viernes 29 de agosto a las 21 en el Teatro Broadway. Allí, frente a las luces, recorrerá sus pasos: desde aquellos días en el mítico Club del Clan —símbolo de la juventud argentina en los sesenta—, hasta el suceso soñado de Broadway, sin dejar de lado las giras mundiales junto a Astor Piazzolla, los protagónicos de El hombre de la Mancha y Drácula, y el suceso internacional de Tango Argentino. “Nunca soñé llegar a esta etapa de mi vida, cumplir 88 años y seguir con mis sueños intactos como si nunca hubieran pasado, y lleno de proyectos confiando en Dios que me siga concediendo su bendición. Mi mayor deseo es ver en la platea a verdaderos amigos, el público, esos que hicieron que hoy siga sobre un escenario. A cada uno de ellos está dirigido este espectáculo que relata una vocación artística que me ayudó a ser una persona de bien”, reveló en charla exclsusiva con Teleshow. Nacido en Santa Fe en 1937, Raúl Alberto Peralta es mucho más que un cantor, es testigo y protagonista de la historia del espectáculo argentino. ¿Quién, después de debutar en la orquesta de Héctor Varela, logra conquistar la televisión con Ritmo y Juventud y el Club del Clan? ¿Cuántos pueden enorgullecerse de haber puesto voz y cuerpo en 17 películas de culto y más de 30 musicales en la legendaria Avenida Corrientes? A su foja de servicios se suman viajes compartidos con Piazzolla y Juan Carlos Copes, y dos incursiones en Broadway con nominaciones al Premio Tony, que dan cuenta de una carrera sin pausas. “A mí me dicen el Tom Jones argentino, pero él es más joven que yo. Espero que por lo menos me devuelvan la atención y le digan a Tom Jones que es el Raúl Lavié inglés. Así está parjeo, ¿no?”, lanzó, entre ironía y orgullo. “A mí me dicen el Tom Jones argentino, pero él es más joven que yo. Espero que por lo menos le digan a Tom Jones que es el Raúl Lavié inglés", afirmó Galardones y homenajes no faltan: Premio ACE de Oro (2005), Premios Konex de Platino (1995 y 2005), múltiples Estrella de Mar y la distinción de Ciudadano Ilustre de Rosario y Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Son el eco institucional de una ovación silenciosa: la del público. ¿Hay un secreto para reinventarse tantas veces? Lo explica el propio Lavié : “No me siento una persona de la edad que cumple, porque tengo una vida muy distinta a la gente de mi edad o incluso menores. Cuando empiezan a hablar conmigo no me siento relacionado con ellos porque me hablan de cosas que ellos ya no pueden manejar y yo tengo un espíritu joven y me gusta más. Además tengo un grupo de músicos muy jóvenes y con ellos la paso muy bien porque como que hablamos el mismo idioma”. El cantor no disfraza la conciencia del paso del tiempo, pero multiplica el entusiasmo. “No es que me engañe, porque yo soy consciente de mis limitaciones. Es simplemente disfrutar la vida sin entrar en esa cosa de decir ‘ya no puedo, ya soy viejo’”. El espejo, dice, son figuras y surge el receurdo de China Zorrilla, quien, incluso agotada, renacía al pisar el escenario. La experiencia del tiempo también pesa. “Trato de influir sobre ellos en la forma de tomar la vida a una determinada edad y no escuchar la subestimación de los más jóvenes o los maltratos. Eso no le hace nada bien a una persona de determinada edad; ya si está sola, viene y va bajando la guardia”. Ser mayor —aclara— no es sinónimo de resignación. Tampoco de poner el piloto autmático. “Por supuesto que mantenerse activo no se maneja solo, también hay que ayudarlo. Por ejemplo, tengo una profesora de canto que consulto, siempre estoy haciendo ejercicios vocales de respiración. Tengo, por suerte, también un sillón masajeador muy completo...”. Considerado una de las estrellas más importantes del espectáculo en el país,tiene unaamplia trayectoria no sólo en la música, sino también en cine, televisión y teatro En la voz y la actitud de Raúl Lavié se adivina una certeza: “Mi mayor deseo es ver en la platea a verdaderos amigos, el público, esos que hicieron que hoy siga sobre un escenario”. La historia de un artista se resume no en las luces de los premios sino en esa comunión: la de cada función, cada aplauso, cada recuerdo compartido de un arista forjado al ritmo de lo imprevisible. El niño que solo quería dibujar El silencio de una finca humilde en Suchales fue el primer escenario de un niño que, por esas ironías del destino, nunca soñó con los aplausos. Raúl, el hombre que más tarde cantaría en los escenarios más exigentes, alguna vez se negó rotundamente a la música. “Yo no pensaba ser cantante ni dedicarme a la música para nada. Fue una cosa que surgió”, reveló con esa serenidad de quien hizo las paces con su propia historia. El arte no era un anhelo, solo una posibilidad remota, casi ajena a sus días de infancia. ¿Qué ocurre cuando el destino se empeña en trazar su propio guion? Lavíe aún se lo pregunta, al evocar a ese niño que rehusaba la hora de música en la escuela. “No me interesaba, me aburría”, admite. Los maestros, tercos, buscaban una rendija por la cual acercarlo al mundo creativo. El pequeño Raúl, en cambio, prefería la tiza y el pizarrón, la libertad del dibujo. Lo apartaban de la clase, le asignaban el pizarrón del patio central y desde ahí creaba universos de tiza en medio de festejos escolares o tributos al Día de la Madre. Mientras pasaba la hora, él encontraba un refugio en cada trazo, escapándole, sin saberlo, a la vocación que le aguardaba años después. El arraigo, para él, no tuvo la forma de la madre que arropa cada noche. “Al mes y medio de nacer, en Álvarez, departamento de Rosario, mi madre tuvo que llevarme con mis abuelos a Sunchales para que me criaran mientras ella trabajaba”. La ausencia nunca fue total, pero sí distinta. Lavié lo explica con crudeza: para ese niño, “era una señora que le decía mamá, pero qué sé yo qué pensaría”. La brújula fue otra: “Mi faro eran mis dos abuelos. Ellos eran mis padres, sobre todo un tío mío también, que era de Sunchales”. En esa casa, la infancia transcurría entre afectos y ausencias, hilvanando responsabilidades antes de tiempo. En sus épocas de estudios primarios, se aburría con el canto, no estaba entre sus satisfacciones, por lo que la veta artística se trasladó al dibujo “Tuve que asumir mi propio destino”, dijo para sus adentros, y lo afirmó como quien se sabe solo en mitad de la travesía adolescente. A los 14 o 15, la orfandad parcial rehizo su entorno: la muerte de su abuelo y la vida rodeada de tías sin mucho horizonte. No había un rumbo claro, salvo el de “tratar de hacer las cosas bien”. ¿Por qué un chico debe aprender tan pronto a batallar con la soledad? Él eligió caminar ese sendero, sosteniéndose en los principios aprendidos de sus mayores. La pobreza no fue un sombra temible, sino rutina digna y alegre. “Yo vivía en un lugar casi precario, con otra familia, no llegaba a ser un conventillo, pero había cuatro o cinco familias, entonces había que compartir la cocina, el baño”. En esa convivencia forzosa, la felicidad latía en lo simple y la esperanza se tejía como consigna. A los 12 años, la obligación reemplazó a la infancia: abandonó el colegio primario para trabajar y ayudar a sus abuelos. El primer empleo, cadete en una farmacia de barrio, lo llevó a recorrer calles en bicicleta, repartiendo encargos. ¿Cuántos adultos, absortos en la rutina, le habrán devuelto una sonrisa sin saber que aquel niño construiría su propio lugar en la historia? En medio de la faena cotidiana, la avidez de conocimiento encendió otra llama: “Yo terminaba al mediodía, cuando cerraba la farmacia, a la una por ahí yo iba al que había sido mi colegio... y estudiaba a través de las enciclopedias”. Lavié se aferró a El tesoro de la juventud para devorar páginas de historia y geografía. Más tarde, el hábito viró hacia la literatura mayor: revistas, autores extranjeros, clásicos latinoamericanos, nombres argentinos. “Me fui relacionando mucho y fui mejorando mi léxico, mi llegada de nuevas palabras”, relató. ¿Por qué buscarse en los libros si la vida cotidiana era demanda suficiente? Él mismo lo responde: “Yo solo me hice. No fue que tenía alguien que me dijo ‘andá a estudiar’ o lo que sea. No, yo solo me propuse”. Las privaciones materiales fueron, quizá, el motor de otra rebeldía: la de querer pertenecer, la de distinguirse con la ropa, la de buscar una voz propia aunque el bolsillo pesara. “Siempre quise mejorar mi parte social, mi forma de vivir sin sentirme menos porque no tenía recursos”, aseguró. El hambre de integración se nutrió de cultura y curiosidad; así comprendió, muy pronto, que el verdadero viaje era hacia adentro. “Mi vida comenzó a relacionarme desde los 14 años con gente importante, con gente inteligente, con gente culta y mi intención era poder mantener una buena conversación”. De esa infancia sin privilegios, sin sueños de escenarios ni de micrófonos, surgió un hombre capaz de mirar atrás y ver, en su propio espejo, un aprendizaje forjado en la soledad, la obstinación y la esperanza. Tras dejar la escuela primaria para poder trabajar y ayudar económicamente a sus abuelos, encontró en los libros su forma de instruirse Las tardes transcurrían en esa calma especial que conoce quien cuenta con media jornada de trabajo y las horas libres de la adolescencia. El joven veía pasar los minutos sentado en la puerta de su casa, en un barrio donde la rutina se repetía sin sobresaltos, hasta que irrumpió la figura de un muchacho recién llegado de Pergamino. Aquel joven traía un sueño tan grande como la ciudad que había dejado atrás: quería ser cantante como Gardel, se peinaba como Gardel y repetía en voz baja los tangos de Gardel. “Y él llegó y no tenía amigos. Y entonces me empezó a hablar y me contaba de sus sueños y me cantaba y yo lo escuchaba por obligación”, relata Raúl sobre aquellas primeras conversaciones. No había razones para la expectativa, sólo un deber casi forzado: prestar oídos a un desconocido con nostalgia de ídolo, dejarse envolver por historias que no le pertenecían. Pero un día, la rutina se quebró. El muchacho de Pergamino se volvió hacia quien todavía no era Lavié, y con una mezcla de esperanza y nerviosismo le dijo: “Acompáñame, que quiero dar una prueba de canto”. El escenario: una casa cualquiera, cercana al hogar de ambos, donde vivía el profesor Serafino. Al llegar, otros jóvenes esperaban ansiosos su turno. La atmósfera estaba cargada de expectativas, al margen de si la voz podría abrir alguna puerta. Uno tras otro pasaron, hasta que le tocó al amigo. Dio su prueba. Nadie distinguió nada fuera de lo común, hasta que el profesor posó la mirada sobre Raúl. “¿Qué vas a cantar, pibe?“. El adolescente se negó, argumentando lo de tantas veces en este tipo de historias: ”A mí no me interesa, lo acompañé a él". El profesor lo miró fijo y con la seriedad que acostumbraba soltó la frase que le cambió la vida. “Vos tenés muy linda voz, tenés que aprender canto’”. Esas palabras, secas y directas, marcaron un cambio rotundo. El joven rechazó la invitación, pero el profesor insistió con una autoridad inapelable: “¿Dónde vivís?”. El temor paralizó a Raúl, quien alcanzó a balbucear una dirección: “España 1581”. ¿Quién podía imaginar que esa respuesta definiría todo un destino? Tres días después, un golpe sonó en la puerta de su casa. Era Serafino, el hombre serio. Habló con la abuela de Raúl: la madre, ocupada durante la semana, no estaba disponible para atenderlo. “Él dijo que me obliguen a tomar clases, pero mi abuela respondió que no teníamos plata”. El hombre jugó su última carta: “Yo no le pedí plata. Oblíguelo a que venga, llévelo usted mismo y lárguemelo ahí”. La abuela acató la inusitada orden y llevó a Raúl a lo de Serafino. Tenía 14 años y un destino que no había elegido se apoderó de él. Entró casi a la fuerza al mundo de la música, pero la resistencia se transformó en pasión. Así lo cuenta: “Empecé a estudiar de prepo y me empezó a gustar, porque integré un coro con todos los chicos de mi edad y después pasé a ser el cantante de la Orquesta Juvenil del Conservatorio”. El simple acompañamiento por compromiso desembocó en una vocación inevitable. ¿Quién podía prever que aquel joven de tardes libres y poca ambición convertiría el azar en carrera? A los 15 años, la vida le tenía preparada otra sorpresa: lo contrataron en la orquesta de Álvarez. “Al principio iba los fines de semana y hacía una actuación en pueblitos pequeños y cantaba de todo, desde pasodobles hasta valses, milongas, tangos, boleros, baladas, todo”, recuerda, con esa mezcla de nostalgia y simpleza de quien fue forjando su destino en caminos polvorientos, lejos de los grandes teatros. Allí, en los confines de la provincia, un chico probaba fortuna frente a públicos humildes, soñando sin saberlo con algo más. El giro llegó cuando un cuarteto conocido lo invitó a sumarse, y los bailes de carnaval se convirtieron en su nueva escuela. Más tarde, una orquesta profesional lo convocó, impulsándolo a debutar en la radio LT 8 de Rosario. “Ahí me pasa una cosa que es increíble. Al director artístico no le gustaba como cantaba y pidió que me sacaran de la orquesta. Y no me produjo ningún bajón ni cosas por el estilo. Pensé que tendría que trabajar”, relata con naturalidad. ¿Queda huella en el corazón o en el orgullo, cuando a uno le cierran la puerta? Raúl no dio muestras de resentimiento. No bajó la mirada, ni se detuvo a lamentarse. Tenía motivos más grandes: ya por entonces estaba de novio con Lidia, la joven que sería su primera esposa. A sus dieciséis años, el destino tomaría otra curva. La familia de Lidia viajaba a Buenos Aires y le pedían que él los acompañara. Para ese momento, ya “ganaba un dinerito importante”. Ese ingreso no solo apuntalaba su autonomía, sino que permitía mejorar la vida de su abuela, que había quedado viuda. Raúl Laviése prepara para celebrar sus 88 años de edad y sus 74 de profesión En una decisión que parece menor y sería clave, se tomó una semana de vacaciones y viajó a Buenos Aires. ¿Destino o simple causalidad? Enrique García Páez, un cantante rosarino, se cruzó en su camino. “Me pregunta sobre cómo iba y dije que ya me echaron. Y se asombró y me dijo que iba a hablar con Víctor Buchino, el Director de la orquesta de Estable de Radio El Mundo”, narra, como si ese encuentro hubiera estado escrito en algún libro invisible. Al día siguiente, Buchino y Antonio Carrizo, el director artístico de la emisora, lo esperaban para una prueba. Corría el año 1955. Las cosas sucedieron a un ritmo vertiginoso: lo llevaron ante el director general de la emisora y colocaron un contrato sobre la mesa. “Me dice ‘¿Cuánto querés ganar, pibe?’ Y yo me puse a mirar para todos lados. Ahí Antonio dice que lo arreglamos después nosotros. Y firmé el contrato”. Un rechazo en Rosario se transformó, dos semanas más tarde y 300 kilómetros despúes, en un contrato en Buenos Aires, vivida con la inconsciencia propia de la edad. “Yo no le daba ni cinco de bolilla. Me dejé llevar por lo que me trazaba el destino”. La música se había vuelto más que una aventura: era el camino, la red y el refugio. Un detalle puede sellar una suerte: “Cuando firmo este contrato, me dice Antonio que habían contratado a un cantante llamado Dick Haymes, que tenía una voz profunda, tenía una voz bárbara y buscaban alguien que tuviera esa voz”. ¿No es asombroso cómo una desilusión puede empujar hacia una oportunidad única? “Te das cuenta lo que son a veces las circunstancias que se producen. ¿Cómo no voy a creer?”, se pregunta, como quien intenta descifrar el azar. Y como si casi 70 años después, todavía se sorprende con la jugada del destino. Caminando entre pueblos, corazones y orquestas, negándose a ceder ante el desaliento, Raúl Lavié –voz profunda, historia intacta– supo construir su leyenda. Esa fórmula que abreva del talento, el esfuerzo y la suerte, una combinación que de tan sencilla en su apariencia solo los elegidos pueden alcanzar.

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