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  • La política internacional frente a la gran pregunta de Immanuel Kant

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 14/08/2025 06:44

    El mundo podría virar hacia una nueva era de bloques geotecnológicos (Imagen ilustrativa Infobae) Entre sus tantas reflexiones, el filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) nos dejó un planteo tan simple como trascendental: ¿se halla la humanidad en una situación de progreso, se encuentra estacionada o está involucionando? Se trata de una pregunta que atraviesa los siglos y que se nos presenta hoy tan o más pertinente que cuando el pensador alemán la formuló, hacia fines del siglo XVIII. Pues hoy, promediando la tercera década del siglo XXI, cuando la robotización, la conectividad y la IA implican un salto que acerca a la humanidad a escenarios que por vez primera la dejan frente a un nebuloso horizonte poshumano, predomina con inusitado vigor en las relaciones internacionales, acaso el contexto más oportuno para considerar el interrogante kantiano, el denominado modelo de poder multipolar, es decir, el modelo de competencia y búsqueda de ganancias de poder entre los múltiples polos. En principio, si bien no era un filósofo optimista, acaso influenciado por la paz relativa de casi todo el siglo XVIII que propició importantes avances científicos, económicos, etc., Kant creía en las capacidades del ser humano para lograr evolucionar a través de la razón. Fue por ello que consideró que se podía llegar a alcanzar la “paz perpetua” por medio de una federación de Estados que se rigiera por la ley internacional y la moralidad. En este sentido, su respuesta frente a su propio interrogante era que, efectivamente, había posibilidades de progreso. Durante los siglos siguientes nunca llegó a alcanzarse ese modelo de paz anhelada, y la humanidad continuó transitando bajo el impacto de las dos grandes regularidades de la historia: la guerra y el progreso técnico. Este último fue tan importante hacia finales del siglo XIX que, salvo algunas pocas voces de advertencia sobre posibles tormentas interestatales, se pensaba que el avance tecnológico superaría las adversidades y afirmaría la cooperación internacional. Además, si bien hacía tiempo que el sistema internacional posnapoleónico, basado en el equilibrio de poder, se había desvanecido, en algunos países e imperios de entonces se respiraba seguridad. En su magnífica autobiografía, El mundo de ayer, el escritor austríaco Stefan Sweig describió como nadie esa sensación: “Cuando trato de encontrar para la época que antecedió a la Primera Guerra Mundial y en la que he sido educado una fórmula que la resuma, me precio de haberla encontrado maravillosamente cuando digo: era la edad de oro de la seguridad”. Regresando a nuestro tiempo, casi en ningún sitio del globo se siente esa sensación de seguridad, aún en ese territorio posestatal que es la Unión Europea, acaso la configuración política que más se acerca a la federación de Estados imaginada por Kant. Hoy las confrontaciones y disrupciones intraestatales e interestatales abundan y las nuevas temáticas, desde las enfermedades biogénicas hasta las crisis climáticas, plantean muchas preguntas y pocas e insuficientes respuestas. Por ello, intentar responder hoy el interrogante del filósofo de Königsberg (hoy Kaliningrado) es tan pertinente como desafiante, y si bien la carga del avance tecnológico podría inclinarnos más que nunca a responder que el ser humano está en movimiento ascendente, las situaciones de conflictos y tensiones que tienen lugar en el mundo nos retendrían en el nivel estacionario. Con el propósito de contar con situaciones que nos permitan expandir las dudas ante el planteo de Kant, consideremos las siguientes realidades. En primer lugar, hace tiempo que dejó de haber razones para reflexionar escenarios o “imágenes” optimistas. A diferencia de los años que siguieron al final de la Guerra Fría, cuando entre las múltiples conjeturas sobre el rumbo del mundo había varias promisorias -por caso, la de los “Estados-comerciales-virtuales” o la de “aldea global”-, hoy las hipótesis son sombrías, predomina la perplejidad o bien la reluctancia ante “los nuevos Leviatanes” que se erigen como alternativas del liberalismo tradicional, según la reciente obra del británico John Gray. Asimismo, tampoco contamos con un sistema filosófico anclado en la razón que habilite cierta perspectiva relativamente favorable en relación con algunas realidades, por caso, de orden sociopolítica. Esto no deja de ser una gran paradoja si consideramos que hacia principios del siglo XX el positivismo consideraba que el conocimiento científico solucionaría las dificultades sociales y políticas. Hoy, con el sorprendente avance científico-tecnológico, ningún sistema de ideas fundadas en la defensa y promoción de la razón quiere correr riesgos de prometer un futuro que podría terminar en nuevas y posiblemente desconocidas pesadillas. Por otra parte, ya en cuestiones más específicas de política internacional, la anarquía que existe en las relaciones entre los Estados, es decir, la falta de una autoridad o jerarquía mundial que “homologue” dichas relaciones a las situaciones que existen hacia dentro de los Estados, no solo continúa siendo un categórico entorno, sino que situaciones como la globalización, los movimientos sociales, los nuevos tópicos e incluso las amenazas no provenientes (en principio) de la acción humana, no consiguieron que la anarquía internacional cediera. De manera que, frente a las posiciones teóricas que aseguraban que continuar hablando de anarquía internacional en el siglo XXI respondía casi a una cuestión patológica y eternizante del sentido trágico en la política internacional, los hechos -como por ejemplo la competencia creciente entre poderes mayores, las guerras, el bajo nivel del modelo institucional, la abierta defensa y promoción del interés nacional primero, la falta de orden, la pugna por recursos, las intenciones dudosas, etc.- nos dicen que no hay (suficientes) razones como para considerar escenarios próximos de “anarquía internacional atenuada”. La falta de una autoridad internacional y mundial nos conduce a una de sus resultantes: la guerra, una de las regularidades protohistóricas en la historia de la humanidad. En este sentido, la última guerra será siempre la próxima guerra; es decir, no existe posibilidad alguna de renunciamiento a la guerra. En los términos de un autorizado polemólogo francés, querer prohibir o reglamentar la guerra mediante medidas jurídicas “parece cosa tan vana como castigar, por medio de una ley, el hecho de contraer la peste o la fiebre tifoidea. El pacto Briand-Kellog, por ejemplo, podría calificarse de pacto de renuncia a las enfermedades”. Consideremos, a modo de casos de escala, que en las tres grandes placas geopolíticas o áreas selectivas del mundo, Europa del este-Oriente Medio-Índico Pacífico, ocurren guerras y tensiones pasibles de escalamiento. Además, en todas están involucrados potencias mayores o de clase mundial poseedoras de armas de exterminio masivo. Esto nos lleva a otra cuestión: la falta de orden internacional y la declinación del multilateralismo, es decir, una ausencia y una insuficiencia que mantienen alejada la única posibilidad de contar con instrumentos que proporcionen estabilidad y seguridad internacionales. El establecimiento de un orden internacional y el funcionamiento del multilateralismo comprenden aquello que se denomina “paz”, en rigor, una situación o aspiración abstracta. En relación con el “no orden internacional” existente, es pertinente decir que los “actores estratégicos de orden mundial”, o sea, aquellos con capacidades para poder traccionar y configurar un orden, se encuentran enfrentados militarmente de modo indirecto (Rusia-Occidente), de modo directo (India con Pakistán) o bien en estado de tensión variable o de “no guerra” (China-Estados Unidos). Pero, además, es posible que las viejas pautas para lograr un orden, por caso, el equilibrio de poder, ya no sean suficientes, pues, por primera vez, geopolítica, estratégica y culturalmente el mundo se ha completado y, por tanto, las concepciones de orden internacional son diferentes a las que han existido hasta recientemente. En este sentido, ¿podrán conciliarse las ideas de orden internacional de China con las de Occidente o las de Rusia con las de China, dos actores casi aliados? En cuanto al derecho internacional, su erosión comenzó bastante antes de la invasión rusa a Ucrania en 2022 y de la llegada de Trump al poder en Estados Unidos en 2017. Si bien se trata de dos casos de flagrante ataque a los grandes principios del derecho internacional público (uno por infringir aquello que la Carta de la ONU prohíbe, otro por realizar amenazas directas a la soberanía de países y quebrantar el comercio internacional, el único sucedáneo de orden internacional cuando no existe orden internacional), la declinación del derecho y el multilateralismo tuvo lugar a lo largo de lo que llevamos del siglo, y sus mayores momentos tuvieron que ver con el retiro (principalmente por parte de Estados Unidos y Rusia) de pactos vitales en materia de sistemas defensivos de armas, sistemas estratégicos, pactos sobre medio ambiente, suspensión del único tratado sobreviviente sobre armas estratégicas, etc. En otros términos, ambos poderes mayores peligrosamente se han alejado de la “cultura estratégica”, una suerte de “bien público internacional” en clave realista que supone que los poderosos saben cuándo es necesario pactar para evitar riesgosos desajustes desequilibrantes, particularmente en el segmento de las armas atómicas. Considerando el estado actual de las relaciones internacionales, la experta Linda Kinstler ha escrito recientemente en The Guardian que el estado de recesión del derecho internacional no desaparecerá, pero sus instituciones probablemente continuarán perdiendo credibilidad y sus fallos tendrán menos peso. Finalmente, el avance tecnológico mantiene las aguas divididas en relación con si el mismo se convertirá en un nuevo activo o bien público internacional, o bien, considerando que se trata de una fuente de poder inigualable, implicará una fuente de disrupción en la lógica de competencia, el rasgo predominante en las relaciones entre los Estados. Si prevalece la lógica de la competencia, posiblemente la tecnología mantenga un margen de cooperación internacional; pero la parte más sensible del conocimiento y el poder tecnológico se mantendría bajo reservas con el propósito de ser utilizado para aumentar el poder nacional y la autosuficiencia. La predominancia de la lógica de poder podría llevar al mundo hacia una nueva era de bloques que no serían ni geoestratégicos como en tiempos de la Guerra Fría, ni geoeconómicos como en tiempos de globalización, sino geotecnológicos en una era hasta hora incierta. En breve, resultaría aventurado a la luz de las realidades considerar que hay una evolución en materia de relaciones internacionales. Pero sería muy pesimista decir que hay una involución, sobre todo si consideramos que siempre la experiencia proporciona datos que hoy más que nunca es necesario observarlos de cara a un apremiante principio de orden internacional. Por ejemplo, por citar uno, recientemente se cumplió medio siglo de la Conferencia de Helsinki, un momento estratégico de la Guerra Fría en el que se establecieron principios para la cooperación y la seguridad en Europa que fueron respetados, aún por parte de la parte ideológica o revolucionaria, la entonces Unión Soviética. Considerando el planteo de Kant, existe una situación de estancamiento con algo de esperanza. Pero en las relaciones internacionales, la esperanza con base en las creencias construidas desde anhelos o ensoñaciones jamás será una alternativa frente a la prudencia con base en certidumbres sustentadas en la experiencia.

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