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Parana » Ahora
Fecha: 13/08/2025 14:11
* En el archivo que cada mañana abro para escribir, guardo un epígrafe de Virginia Woolf que dice “no se puede encontrar paz evitando la vida”. Supongo que cuando anclé la frase lo hice como una justificación. Hoy me detengo a leerlo como un caracol: con antenas y lentitud, con el arrastre de cosas que se pegan a la baba de los días, con la mordida implacable para deshacer los pequeños grumos. Las batallas cotidianas que asumo como asuntos trascendentales y que deshago con lenguaje porque no tengo otras armas más que las palabras. A Virginia le preocupaba la guerra, la posición de la mujer en la sociedad, la mirada de los intelectuales sobre los asuntos de la época, la literatura inglesa, la amistad y lo que sus amigos pensaban de ella, el poder de las palabras, entre otras inquietudes que alternaba en ensayos y literatura, todos magníficos. Me gusta leerla porque aunque haya pasado un siglo de su nacimiento, es actual en su enunciación, es honesta en sus planteos y transparente cuando muestra sus preocupaciones y sus distracciones. Pienso, sin nada de originalidad, sin nada que conmueva a nadie, en que cuando rompe los esquemas narrativos de la época, cuando escribe con eso que llamamos monólogo interior o fluir de la conciencia, cuando crea personajes que no hacen tanto como lo mucho que piensan; nos coloca en nuestros cuerpos con otras mentes pero aún así similares en el flujo invisible de hilvanes que se desvanecen. Porque asumo que es la época del sobrepensar y de actuar poco. Leer a Virginia me irradia de sensibilidad, me exige una actividad en la pasividad. No es juego de palabras, es perseguir hormigas y escribir su trazo. Hace poco, con lo relativo que es el tiempo fugaz de los temas en redes sociales, se le preguntaba a los varones por el tiempo que le destinaban a pensar en el Imperio Romano y la broma ponía el tema como un centro neurálgico de la preocupación masculina. Tenía que ver con la asignación simbólica de poder, con la masculinidad exhibida a través de acciones grandes. Mientras las mujeres pensaban en cosas reales que le afectarían a su vida, los varones anclaban sus horas de meditación en el remoto tiempo de disputas que vio solo en películas de Troya, Alejandro Magno o Gladiador. Más allá de lo divertido que eran los videos de Tik Tok con el asombro de las parejas ante las respuestas de sus novios, el uso de la pregunta ¿cuál es tu Imperio Romano? se volvió recurrente en mi intimidad para reírnos de los temas que a menudo nos absorben. Y entre mujeres lxs hijxs lideran la terna, la casa, las demandas domésticas y después el trabajo. En este siglo, compartimos con las mujeres anteriores las preocupaciones a las que Virginia atacaba como temas que debían ser no exclusivos de lo femenino, no era que guerreaba como luchadora arrancando cabezas de cuajo, atacaba con palabras, enhebrando ideas que justificaban su preocupación. La mujer que veía Virginia era una mujer subyugada por no tener dinero, por estar excluída del sistema educativo, por quedar relegada a una ambición que no le era propia: la de mantener la casa en armonía. Vuelvo al epígrafe que secretamente me atormenta: no se puede encontrar paz evitando la vida. Y la vida de la mujer que es madre y escribe, que tiene su dinero pero que a su vez trabaja sin remuneración atendiendo cuestiones domésticas, es la de incurrir en este tema como si fuera su Imperio Romano, con el afán de desarmar las tretas y las hazañas, en silencio, en la mesa donde después sirve los platos con comida que compra y prepara para la familia. *
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