Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Gargolitas

    » Diario Cordoba

    Fecha: 12/08/2025 06:35

    Al igual que el archi recitado poema del Admiróse un portugués, los cordobeses con la Mezquita-Catedral somos como los niños de Francia. Esa fervorosa aprehensión surge en nuestros incipientes balbuceos con nuestro entorno, y en las dovelas que pintarrajeábamos en los murales de cartulina del colegio. Es la ecuménica invocación del cordobés y su emblema se traslada desde las bolsas de patatas fritas hasta la alta joyería. Su ascendente alcanza a toda la grey de esta patria chica, desde los acólitos del manoseado senequismo, hasta los cínicos que se apuntan al sibilino silogismo de Jean Cocteau que, ante el dilema de priorizar una obra maestra en el incendio de un museo, priorizan salvar el fuego. Desde luego, ello no los hace cómplices ni sospechosos del amago de tragedia del pasado viernes, esa que puso el corazón en un puño no solo a todos los habitantes de esta ciudad, pues hemos sido cabecera de telediarios y portada de primeros rotativos, un ápice de la dimensión universal de nuestro primer monumento; el jalón de otra mala noticia, como es el carácter poblacionalmente menguante de esta provincia, y que sin la vis atractiva de la Mezquita acentuaría más este preocupante dato. Quizá los cínicos abanderen la variable del espoleo; de que los daños del incendio no han sido sustanciosos y que el morbo consustancial al ser humano aumentará las visitas a la Mezquita, al margen de los diversos canales de rentabilizar la atención mediática. Pero soy técnico de prevención de riesgos laborales, y desde esa vocación rechazo ese posicionamiento abrumadoramente resultadista que alienta la rasgadura de la camisa en las consecuencias, sin las cuales siempre se mirarán con desdén las causas. Si el foco de ignición hubiera sido un simple amago apenas hubiese tenido relevancia, pero ese riesgo hubiese seguido paseando por el bosque de columnas con festones rojiblancos. La prevención está ahí, en la diligencia de los bomberos que se han convertido en salvadores de un excelso patrimonio de la humanidad. Ellos mismos han reconocido que el incendio de Notre Dame les ayudó a actualizar unos protocolos, y a efectuar unos simulacros decisivos para la eficiencia de la intervención, ejercicios que hasta algunos altos cuadros de mi entorno profesional denuestan. Pero si el alivio es humano, y respetando la derivada hacia la milagrería que puede refugiarse en el corazón de algunos creyentes, toca priorizar la racionalidad de la investigación. Desde luego, el alivio por la segmentación del siniestro no es divino, sino humano, sabedores laicos y seglares de que su alcance inclinará la balanza de las responsabilidades. No son buenos indicios utilizar una de las capillas laterales como almacenamiento ni apuntarse, palabras del cabildo, al mangas verdes de implementar ahora un sistema de rociamiento como el de Nuestra Señora de París. Tampoco faltan los que se abonan al aspaviento; a la rentabilidad de que una buena catarsis es proporcional a la magnitud del desastre y que la vía parisina habría desatado las costuras de la titularidad de este templo, del que recalcamos es un bien de la humanidad. Prefiero el daño acotado a todas esas vindicaciones que hubiesen tenido más contundencia si el fuego hubiese alcanzado la capilla del Sagrario. Frente al chauvinismo de las gárgolas de París, en este caso mejor haberse quedado en gargolitas.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por