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  • El huésped de las Pelayas

    » Diario Cordoba

    Fecha: 11/08/2025 04:44

    Una de las cosas de las que suelo disfrutar los veranos durante mis vacaciones en Asturias es la de ejercer de cicerone a muchos de mis amigos cordobeses que se desplazan al Principado buscando disfrutar de sus numerosos atractivos, pero sobre todo de temperaturas más benignas. Me vale también para actualizar sensaciones y reconfortarme comprobando que mi memoria aún es capaz de adentrarse en la Historia con cierta solvencia. Por ejemplo compartir con ellos las visitas obligadas a Santa Maria del Naranco, a Covadonga o a la catedral de Oviedo, hacer alguna ruta senderista... y por supuesto compartir mesa y mantel, actividad obligada como la de echar una sidras en cualquier chigre. Aunque con los cordobeses acostumbro a incluir un añadido especial paseando por Oviedo. Tras salir de la catedral y orientarles un poco, al hilo del muro adyacente, por los complejos inicios de la monarquía astur, suelo reclamar su atención sobre uno de sus edificios colindantes. Concretamente el monasterio de San Pelayo y sus titulares las benedictinas monjas pelayas. Un cenobio que acumula más de mil años de aconteceres históricos y cuyos orígenes se pierden entre las brumas y leyendas propias de los reinos del Norte. Aunque para los cordobeses lo interesante puede ser acceder a la iglesia monástica del complejo y contemplar el bello sepulcro, con forma de arca, que se alberga bajo el altar, sostenido por cuatro tortugas, una en cada esquina, y flanqueado por un conjunto de ángeles músicos y cantores. Llegado a este punto lo más frecuente es que mis interlocutores me pregunten por qué deben prestarle atención. Casi siempre se quedan un tanto desconcertados, aunque basta una pequeña observación sobre cómo la ortografía y la pronunciación han transformado en Pelayo el nombre de Pelagio -el niño gallego, sobrino del obispo de Tuy, que como rehén padeció cautividad y martirio en Córdoba al negarse a los deshonestos requerimientos del entonces todavía emir Abderramán III-, para que rápidamente se declaren más o menos conocedores de la historia ( o al menos de cómo se cuenta) de quien da nombre al seminario cordobés amén de a otras varias instituciones eclesiales y es patrón de más de cuarenta localidades españolas. Nada que ver con Don Pelayo. De hecho una de las mejores anécdotas que guardo practicando un poco malvadamente esta ciceronía es la de quien aventurando posibles vínculos con el caudillo astur me preguntó -también con cierto humor- si las tales pelayas no serian unas monjas guerreras. Normalmente el monasterio no es objeto de visitas turísticas, aunque funciona en él una hospedería. Así que la mejor manera de acceder al templo es aprovechar las horas de culto. El relato dice que Pelagio fue desmembrado, decapitado y sus restos lanzados al Guadalquivir, del que luego fueron recuperados. Fueron Sancho I y Teresa Ansúrez quienes intercedieron para trasladarlos primero a León y luego, a finales del siglo X, a Oviedo. Y a un monasterio repleto de historia, que sigue conservando un importante fondo documental. Que albergó reinas, princesas y mujeres de alta alcurnia (algunas de ellas partícipes de enmarañadas intrigas). Y que junto a épocas de esplendor, en las que recibió toda clase de recursos y donaciones, también estuvo, en otras, a punto de desaparecer. Pero allí sigue San Pelayo / Pelagio/ Paio. Eso sí con un pequeño toque astur-galaico. Entre los ángeles músicos que lo guardan uno se permite la licencia de tocar una gaita.

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