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» El litoral Corrientes
Fecha: 10/08/2025 03:29
Por Enrique Eduardo Galiana Moglia Ediciones Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas” “Homenaje a la memoria urbana” Octava parte n Una pareja de correntinos llegó proveniente de Buenos Aires hasta esta ciudad de Vera. Arribaron con un hijo nacido, otro en camino; las cosas se habían puesto feas allá en 1947, por cosas de la política. Fueron recibidos por toda la parentela de ella y de él. Por un tiempo, pararon en lo de las hermanas de Ángel, ella conoció recién a sus cuñadas Manuela y Antonia y sus concuñados Evaristo y Colá, no hubo problemas. Quien ha vivido en estrecheces se adapta a cualquier espacio o lu-gar. Una tía de Damiana les avisó que había una casita en venta por calle Brasil al 1485, el vendedor era su marido, así que prestos fueron a hablar con él, no hubo inconvenientes. La venta se realizó de inmediato mediante la gestión de un crédito en el Banco Popular de Corrientes, benemérita institución que ayudó a tanta gente. En noviembre de 1947 se trasladaron con las pocas cosas que tenían, una cama, un ropero, alguna vajilla que las cuñadas les obsequiaron. Ya daba para tirar... La casa era una pieza habitación de ladrillo asentada en barro en un terreno pelado, faltaba alambrado perimetral, una letrina de pozo con dos troncos, pero fundamentalmente tenían un caño de agua. A uno o dos metros, una cocina pequeña poseía una hornalla de ladrillos, un soporte de hierro para las cazuelas. El fuego se hacía abajo en unos huecos hechos a propósito, en ella se introducía la leña, el carbón vegetal o de piedra. Ángel plantó árboles, Damiana plantas ornamentales, enredaderas, frutales. Todo lo que le daban o traían la muchacha hacía crecer, tenía manos para las plantas, no cualquiera posee ese don. A los quince días de llegar nació su segundo hijo varón, aumentaba la familia. Lentamente con el correr de los años pudieron levantar otra pieza, continuación de la primera. Hacía falta porque ya eran cinco, tres varones iluminaban la vida de estos expedicionarios de la vida. El baño lo construyó un señor al que llamaban Tuti Frutti, hacía de todo, desde el pozo ciego –había una ausencia total de cloacas en la zona, incluso hasta mucho tiempo después– con piso de cemento alisado con una goma de cámara de auto, una ducha a la que había que conectar una manguera de esas de goma negra.- Esto de por sí constituía un gran avance y desaparecía la latona durante las épocas cálidas. Lo que realmente le preocupaba a Damiana era que sus hijos hablaban de un señor que conversaba con ellos, medio en guaraní, algo de castellano enrevesado, en el fondo de la casa, lugar donde sólo había un tacuaral que separaba su terreno de la propiedad de los vecinos. En su afán por descubrir la existencia del extraño personaje, habló con todos los colindantes: doña Valentina, Margarita, Pancho… Nada, ninguno vio nada, sólo que sus tres hijos se sentaban debajo de un árbol pata de buey, hablaban entrecortado pero lo hacían aunque no había nadie. Al regresar, Damiana los interrogaba de qué hablaban, los niños ingenuamente repetían historias de luchas, duelos, más otros cantares. Describían al señor como un hombre moreno, de barba, bigotes, pantalón raro decían, como si tuviera un poncho entre las piernas, ni lerdo ni perezoso Ángel les mostró dibujos de gauchos con chiripá, los tres al unísono dijeron “Sí, así es”. Munido de su 38 antiguo, durante algunas siestas, el padre se sentaba a la espera de la visión o imaginación de sus hijos. Nada, los relatos continuaban. Como era habitual en ese entonces, el carbonero recorría esas barriadas perimetrales, vendiendo su producto en bolsas de arpillera, generalmente el carbón venía del Chaco por medio de la pasajera, las balsas. En pleno invierno, un atardecer pasó el carbonero. Ángel compró una bolsa grande del carbón vegetal; se consumía más por el hecho de calentar el agua, para todo, desde cocinar hasta bañarse, las heladas dejaban blancos los pastos y plantas. El carbonero colocó la bolsa en el hueco debajo de las hornallas y se marchó. Una extraña luminosidad apareció en el fondo cerca del tacuaral, el progenitor machete en una mano, revólver en el otro gritó: “¿Quién anda ahí?” enfocando con su linterna la nada. Oscuridad. Volvió a repetir la pregunta, cla ramente escuchó la respuesta: “Que vengan tus hijos les tengo algo que decir” (dijo en un lenguaje entre guaraní y castellano). El azorado padre respondió: “Dime a mí”. “Tiene que ser a los niños, es la regla de mi mundo”. Es de suponer que el miedo nacía despacio en la valentía del requirente, en voz clara, precisa, contundente expresó: “Damiana traé a los chicos a mi lado, venís vos con ellos con la escopeta, hay un emboscado que quiere hablar con los niños”. Estudiaba el lugar, la oscuridad era total, la linterna hacía esfuerzos para romper la negritud de la noche de invierno. El revólver martillado apuntaba hacia la nada, la escopeta miraba hacia el piso como es normal en quien sabe utilizar un arma, los dos caños estaban prestos a disparar. Aparecieron los tres chiquillos. Súbitamente entre el tacuaral y otros follajes surgió una luz celeste que lentamente corporizó la figura que los niños describían. Lostres gritaron: “Don Patricio mbaé pá” (cómo estás). El espectro respondió: “Porante jhandé” (muy bien). Los adultos además de la baja temperatura percibieron otro frío, el miedo, espanto o lo que fuere, porque nunca habían estado frente a un aparecido. Patricio entrecortadamente les dijo: “Yo estoy hace mucho tiempo en este lugar no quiero asustar a los cunumís (chicos). A los grandes les digo, omanó (morir) hace tiempo kó, Yamandú (Dios) me autoriza a ayudar a los cunumís”. La figura flotaba separada del suelo por escasos centímetros, un viento rodeaba el celeste centelleante del fantasma, indicaba con un dedo un lugar en fondo del terreno. Los padres entendieron, los chicos contentos de ver a su amigo del fondo. “Te aviso chamigo (mi amigo) que en la bolsa de carbón hay una víbora, peligrosa “tené” (debes tener) cuidado, debe estar saliendo, métele machete con el plano, vos cuñataí por si acaso alejá a los cunumís del lugar, apuntá con la escopeta si sale y dale con los dos balazos”. Terminó de hablar, la celeste luminosidad se fue esparciendo en la nada pero antes saludó a los niños con la mano. Ángel encendió la luz de la cocinita, miró la bolsa observando que algo se movía. Dejó el revólver sobre la mesa pequeña, con una mano sostenía el machete con la otra un hierro de construcción. Damiana montada la escopeta apuntaba hacia la bolsa movediza, se hacían señas, el bicho era grande. Con el hierro a la izquierda el hombre movía la bolsa para que apareciera entre los hilos de cáñamo que la cerraban la cabeza del ofidio. Faltaba luz, los focos de entonces eran de poca potencia, justo cuando la terrible cabeza de la yarará apareció, una luz celeste –la del espíritu–, iluminó el lugar oscuro, el planazo dio en la cabeza del animal pero no lo mató, la seña hacia la mujer permitió que ésta justo cuando se elevaba de nuevo el ofidio recibió dos balazos de calibre doce. Destrozaron la cabeza de la víbora, además de romper algunos platos, dejarlos algo sordos y llamando la atención del vecindario. Los niños en la calle observaron con asombro que los vecinos venían a su casa a preguntar qué pasaba, así era el barrio. Ángel salió con una víbora grande con la cabeza destrozada, advirtió a los presentes sobre las bolsas de carbón.Uno de ellos le pidió el bicho para cuerearlo, le fue obse-quiado. Al día siguiente procedieron a limpiar el estropicio dentro de la cocina, con cuidado porque el veneno podía haberse esparcido. Desde ese entonces hasta ya grandecitos el espíritu de la calle Brasil convivió en paz en el lugar. Una excavación posterior a casi un metro y medio de profundidad dio con una pequeña construcción que resultó ser una tumba, nadie sabe ni supo quién ocupaba el lugar. Sin embargo hizo muchas otras advertencias, todas atinadas, correctas, como: “Chaque chamigo que el perro del vecino tal tiene rabia”, “Cuidado con tal hombre que anda rondando tu casa para robar” o lo que fuera; eran otros tiempos en que las almas que pasean por estos lugares ayudaban a los vivos. Hoy la que también aparece cuidando sus plantas es Damiana, encontró un alma caritativa entre los vivos que se llama Nelly y ambas se entienden.
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