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  • Luis Benítez o “el dios escondido en el objeto que ya no responde”

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 10/08/2025 03:25

    El asaltante nos trae voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acerca, además de poemas, su visión de la poesía. Poética Lo que me llevó a escribir creo que fue un impulso que tenemos todos: el afán de expresar nuestras difusas sensaciones, de ponerlas en el papel para verlas frente a nosotros dotadas de alguna forma, examinarlas y creer que, así, comprenderemos algo de eso que somos; una idea errónea, sin duda, ya que las palabras transforman las sensaciones… en palabras. En otra cosa que aquello que en realidad son y que nunca comprenderemos cabalmente. Además, si es que uno va progresando un poco, llega el momento en que se da cuenta de que aquello que escribe le pertenece menos una vez que está escrito; se ha vuelto algo objetivo, externo, algo que puede compartir con los demás –cree uno- cuando en realidad los demás lo leerán desde sus propias ópticas, que difieren de la nuestra, desde luego y es bueno que así sea. Además, conspira contra esta idea primitiva de la “expresión del yo” el hecho de que descubrimos que lo escrito tiene sus propias reglas y su propio mundo, insertado en una tradición de 6.000 años de antigüedad. Eso es mucho tiempo y marca a lo escrito, lo quiera uno o no. Para la poesía lo importante no es el hombre que la escribe; a ella sólo le importa ella misma. Lo que nos suceda a nosotros sirve apenas —y en el mejor de los casos— como disparador del texto. Tanto de la poesía argentina como del resto de la poesía latinoamericana, mi poesía intenta absorber el mayor número de influencias; no sólo de esos segmentos, sino también de los propios de la poesía occidental en general, y devolver en obra una adecuada digestión de esos principios y esas prácticas poéticas, con una voz que le sea propia. Hace unos años —en un recital de poesía que di en la Córdoba americana— un asistente a la reunión me regaló una interesante definición de lo que hago: me dijo que mi poesía es “cosmopolita”, y las implicancias del término me resultaron esclarecedoras. No busco una voz local, sino una voz coral, donde lo local también esté implicado, desde luego, pero sin restarle importancia ni brindársela en exceso. Es la imagen poética de occidente lo que me interesa burilar en mis versos, no una pertenencia exclusiva, una nacionalidad limitante. En la globalización, resulta fascinante intentar abarcar las diferentes tonalidades, buscar una poesía que pueda ser referencial para hombres bien distintos, lectores de orígenes diferentes, de tradiciones diversas; que algo o mucho del original escrito en castellano llegue a quien me lee en su lengua natal, al incursionar en las traducciones que se realizan de mis poemarios a idiomas extranjeros. No creo que, en la posmodernidad, el poeta deba circunscribirse a un solo ámbito; creo que en nuestro tiempo el poeta será internacional o no será. Luis Benítez MUESTRARIO MÍNIMO Uno siempre se enamora de janis joplin uno siempre se enamora de janis joplin vive buscándola y encontrándola antes de que ella cumpla los 27 cualquiera sea la edad que tenga de verdad sea cierto o mentira y siempre hay pedacitos de ella algo de llora nena está allí del otro lado de la mesa o murmurando para sí sentada al borde de la cama janis te contempla y te preguntas a quién estará buscando janis y si dará con él algún día uno siempre se enamora de janis joplin porque siempre le estuvo destinado como si con eso alcanzara habida cuenta de todas por las que ella y vos han pasado por cómo ven ambos el mundo descomponerse furiosamente detrás de las ventanas como si eso solo fuera suficiente porque la tierra gira siempre en dirección a ustedes una y otra vez aunque posiblemente nunca jamás se encuentren uno se enamora siempre de janis joplin Etiqueta y ceremonial del olvido lo primero que se olvida es la voz. como una serie de grabaciones que van gastando sus cintas y que esa misteriosa entidad borra definitivamente un día por protegernos de nuestros propios gritos o sin otra intención que obedecer ciegamente a un protocolo cuya necesidad ella misma desconoce. luego se desvanecen unos tras otros los momentos de alegría o desdicha y también los que al vivirlos juntos parecían un instante más de todo lo nebuloso y cotidiano después lo invalorable. intentar aferrarlos es aferrar el aire el mar la arena el tiempo que huye entre los dedos sin prisa seguro de sí mismo. cuanto es para uno imperdonable para él resulta su rutina. después el mismo nombre aparece y desaparece como un niño que juega riendo entre la arboleda de la mente a estar y no estar cuando llamado. las normas de etiqueta del olvido le indican que el rostro sea lo último en irse y él lo obliga a retirarse en silencio a paso quedo advirtiéndole que cierre con cuidado esa puerta. que ya no debe volver al salón donde quedamos de pie sobre el vacío. La maldad de lo inanimado El dios escondido en el objeto ya no responde. No se ilumina la pantalla no se encienden las luces de la casa. Todo nos devuelve a la cueva la miseria del ánimo cuando era el ocaso. Es la intemperie del mundo y el terror a lo desconocido -aquel, el más sabido, de todos el más temido- que retornan sonriendo. Nunca se han ido: sólo esperaban el desperfecto la impericia y que ningún ingeniero (el chamán de las cosas) hubiese a nuestro lado: no funciona el teléfono. Volvemos una y otra vez a intentarlo sabiendo que es inútil y un rito desolado. Somos el que reza ante lo inanimado pidiéndole perdón por haberlo despertado. Lo que para estar, no está Poesía no eres tú, no lo es nadie. Lo que el verso atrapa de lo inefable apenas sombra es, asomo, rasguño, aire. No está aquí, sin duda, ni lo estará cuando estos trazos envejezcan, porque el tiempo no agrega, sólo quita lo que el presente creyó que era inmutable. No se puede decir poesía porque es lo impronunciable: su lengua balbucea, a veces, en la sospecha de una frase que, al volver, buscándola, resulta inencontrable. Última frontera, confín de un mundo que no conoce las palabras, pero que gusta de montarse en ellas y pasar al nuestro por hacer fulgurar, sólo un instante, su relámpago en la mano, mientras su rayo lo descarga lejos y de aquel trueno, en el papel, burlón, apenas su silencio queda.

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