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  • Enfrentó tormentas, escapó de piratas y cruzó el Atlántico a vela: la vida de la francesa que desafió todo por amor a la Argentina

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 10/08/2025 02:43

    Enfrentó tormentas, escapó de piratas y cruzó el Atlántico a vela: la vida de la francesa que desafió todo por amor a la Argentina. Aurélie Ondine Menninger es francesa, nacida en Estrasburgo, y una enamorada de Buenos Aires. La hipnotizó el tango, la cultura bohemia y su barrio preferido, San Telmo. Vino por primera vez en 2012, sin pasaje de retorno, y se quedó siete años. En 2020 estuvo varada en su país natal, en plena pandemia de coronavirus, y decidió que sino podía volver por aire, lo haría por mar. Cruzó el Océano Atlántico en una travesía sin igual, y regresó a su amado Buenos Aires. En diálogo con Infobae, cuenta su apasionante historia. A bordo de “Kiryad”, un pequeño velero de 14 metros, Aurelia atravesó el Atlántico junto a otros dos tripulantes. “Es muy loco porque zarpamos el Día de Reyes y mis compañeros se llaman Noel y Melkior”, cuenta entre risas sobre la odisea que inspiró su libro, “La sangre de las aves”. “Soy de la región de Alsacia, y frente a la catedral de Estrasburgo vi a unas parejas bailando tango, y me enganché, por el baile, por la poesía de las letras, que ya las entendía porque había estudiado castellano en el colegio”, relata Aurelia. Tenía 23 años en aquel entonces, y tomó clases hasta los 27, hasta que sintió la necesidad de conocer la Argentina. “Dije: ‘Tengo que ir a la cuna del tango, la vida es demasiado corta, y me vine’”, revela. La entrevista completa de Aurélie Ondine Menninger en Infobae. —Viniste a bailar tango. —Sí, a dedicarme al baile y a aprender más de mi pasión. —¿Y pudiste? ¿Fue fácil dedicarte al baile? —Llevó tiempo. Me puse a tomar clases con grandes maestros acá. Y después de unos años bailé en Caminito, después en la Plaza Dorrego, y sigo bailando. —A la gorra, que la gente pasa, ¿y colaboran? —Depende, hay turistas que sí y otros que no. Dos veces nos llevamos la sorpresa de que dejaron un billete de 100 dólares. Lo lindo el contacto con la gente, la calle es el público más libre, porque no tiene que quedarse, si no les gusta se pueden ir. Pasan cosas muy lindas, nenas que te dejan caramelos porque se emocionaron con el tango, y a mí eso me llega mucho. —Llegó un momento que el baile se convirtió en trabajo, ¿y se sigue disfrutando igual? —Sí, se disfruta. Amo trabajar bailando porque es como un regalo. Entregas tu tango a gente que a veces conoce el tango, y a veces no. Se cruzan historias de vida también, y eso alimenta mi amor por el tango, y los tangos que escribo también. —¿Cuál es tu tango preferido? —Escucho mucho ‘Vuelvo al Sur’, que es una letra con la que me identifico, porque vuelvo al Sur como vuelvo a mi primer amor. —¿Cómo fue tu llegada a Argentina en 2012? —Fueron inicios muy humildes. Viví en una pensión en Once, de una sola pieza con otras tres chicas, para poder pagar mis clases de tango. No es que venía con ahorros, solo venía con mis ganas de bailar, con mi poesía, y con mi audacia me atreví a venir. —Una valiente. —Sí, una valiente loca. Aurélie cruzó el Atlántico en un velero para volver a Buenos Aires en plena pandemia. —¿En Francia qué estabas haciendo antes de venir? —Escribía para un diario críticas artísticas y completaba posando para artistas. También tenía una vida bohemia, hacía modelo vivo, daba clases de tango, talleres de poesía, y trabajaba como animadora cultural, animadora para niños, títeres, cuentista para niños, eventos, cosas así. —Te quedaste hasta el 2019, ¿y por qué decidiste volver a Francia? —Para ver a mi familia, ya era mucho tiempo y los extrañaba mucho. Solo había ido una vez en siete años, que me quedé un mes. Y mi familia no es de viajar mucho, así que no era una opción que ellos vengan. —¿Se enojaron cuando viniste a Argentina? —No, más bien se asustaron. Tenían una visión de que era peligroso, que qué iba a hacer acá. Y mi madre preocupada, como todas las madres. —¿Y qué hiciste cuando volviste a Francia? —El primer día que llegué ya di dos clases de tango. Me duché, me preparé el mate y fui a dar esas dos clases de tango. Quería transmitir todo lo que aprendí, y ver a mi familia. Tuvimos una Navidad muy bonita y después justo empezó el aislamiento, así que todos encerrados. —Empezó la pandemia justo cuando volviste. —Sí, Francia tuvo un confinamiento muy estricto. Se podía salir apenas una hora por día. Yo soñando con volver y pensando en cruzar el Atlántico cuando no se podía ni ir al kiosco de la esquina. —Vos querías volver a Buenos Aires. —Quería volver, pero no había vuelos, y de cabeza dura empecé a pensar en alguna manera de llegar por mar. —¿Y por qué querías volver? —Siento que San Telmo es como vivir en una París que no existe más. Me siento como una francesa de otro siglo, que acá soy feliz. —¿Había algún amor acá también que habías dejado? —Me enamoré, sí, pero después me separé. No dejé un amor en el momento preciso que volví a Francia. Yo quería volver a la danza, al arte, a mi vida en Buenos Aires. En el recorrido junto a sus compañeros de tripulación enfrentaron tormentas y piratas. —Pleno confinamiento y empezaste a pensar en el mar. ¿Cómo fue eso? —Me cancelaron mi vuelo de regreso y yo tenía una sed de libertad que crecía. Supe de un grupo de capitanes que buscaba tripulantes. Y yo no soy de un lugar de Francia cercano al mar, pero me recibió un amigo en Britania, mucho más cerca del mar. Me conecté ahí con marineros, hice mi primera navegación, y por más que no manejaba toda la parte técnica de la navegación, comprobé que yo tenía el aguante. Aprendí sobre los nudos, cambiar las velas, estar al timón, manejar el mal de mar, el marearse, y ahí empecé a publicar que estaba buscando un velero para cruzar el Atlántico. —¿Hay una página en la que se publican este tipo de búsquedas? —Sí, se llama La bourse aux équipiers en francés, que sería 'La bolsa de los tripulantes’, donde se van conectando capitanes y tripulantes. —¿Y qué pasó cuando publicaste que querías cruzar el Atlántico? —Estuve esperando mucho tiempo, hasta que recibí un mensaje y finalmente conseguí. Son capitanes que necesitan tripulantes, es como un intercambio y te avisan cuando te necesitan. Zarpamos del puerto La Rochelle el 3 de noviembre de 2021. El capitán, otro tripulante más y yo. —¿Y el destino cuál era? —Había muchas escalas, y cada navegación llevó entre cinco días y una semana. Pasé por Portugal, Madeira y Canarias. Y ahí me bajé de este primer velero. —¿Te tocó pasar por tormentas en el mar? —El primer día fue un bautismo tremendo porque el Golfo de Gascón sacude muchísimo. Hay olas cruzadas, y te mareás locamente. Hubo momentos de película de plena tormenta, atados con el chaleco de marineros, el salvavidas, y el capitán gritando, con relámpagos, viento, lluvia. —¿No tenías miedo? —No tenés tiempo de tener miedo, tenés que actuar. Después revisas lo que te pasó, pero en el momento tenés que obedecer y hacer. —Yo me muero de miedo. ¿Y en Canarias te subiste a otro velero? —Sí, me subí a otro rumbo a Guatemala. Fueron cuatro veleros distintos toda la travesía. El tramo más intenso fue desde Cabo Verde hasta Martinica, que son 22 días en mar abierto sin escalas. —¿Y ahí cómo fue? —Fue único. Me tocó un capitán que parecía un viejo pirata, un señor de 72 años que tenía muchos problemas de salud. Con él navegamos de Canarias a Cabo Verde y como no se sentía bien se le ocurrió algo muy loco: dejarnos su velero para que crucemos el Atlántico sin él. —¿Ustedes estaban preparados para eso? —Éramos dos tripulantes de 24 y 25 años, y yo con 38. Uno de los tripulantes era ingeniero naval, tenía una formación técnica. Fue nuestro capitán improvisado, y fuimos muy valientes los tres, muy solidarios, siempre muy atentos a cada detalle. El primer día se rompió el piloto automático, eso hizo que deban turnarse para estar las 24hs al timón. —¿Cómo se organizaron? —El primer día el piloto automático dejó de funcionar y tuvimos que estar al timón 24 horas. Fue muy intenso. Nunca pudimos comer los tres juntos, siempre había uno que estaba al timón. —¿Tenían radio por si tenían algún problema para pedir ayuda? —Teníamos una radio, pero la verdad que no la manejábamos muy bien. Esa travesía es muy agotadora en tiempos, pero no es la más difícil. Los marineros dicen que es como una carretera, porque te lleva el propio viento. —Ayuda el viento. —Sí. Lo que más nos deprimió en medio del Atlántico fue que durante dos días no tuvimos viento y empezamos a pensar qué hacemos en el medio de la nada, si tendremos suficiente agua dulce y provisiones. —Dependes 100% del viento para llegar. —Sí, totalmente. —¿Este era un velero más grande o más chico que el anterior? —Más chiquito, de 11 metros. —¿Hay mucha gente que hace esta travesía? —Sí, sé que impresiona a la gente que no navega, pero para los marineros es algo muy común. —Llegaron a Martinica, ¿y ahí descansaron un tiempo? —Me bajé en Martinica de este segundo velero y me fui a Guadalupe porque ahí tenía un amigo, y conocí una asociación de tango, donde di clases durante 3 meses. No podía volver a navegar hasta que pase la temporada ciclónica. Después sí volví al mar con destino a Cartagena, Colombia, y fue muy emocionante llegar al continente. Al fin de vuelta en América. —¿Y esa navegación cuánto duró? —De Guadalupe hasta Cartagena fueron dos semanas. —¿Cuando vos sos tripulante en estos barcos tenés que pagar algo por ser parte? —No, nada, porque es un intercambio. Lo que sí que compartimos son algunas cosas que se necesiten, como los gastos en los puertos, un poquito de nafta para el motor, que lo usas únicamente cuando llegas al puerto. —¿Qué pasa si te enfermás en el océano? —Siempre nos llevamos algunas medicinas básicas. No me pasó por suerte, pero lo estuve pensando, porque tenés que estar al timón sí o sí, tenés que seguir, superarlo de alguna forma. —¿Cuál fue tu momento de mayor miedo? —Los primeros días saliendo de Cabo Verde cuando vimos que el piloto automático dejó de funcionar, que estuvimos tratando de volver a contraviento. Recién habíamos salido y quisimos volver. El motor a full, era peligroso porque se escuchaban las velas luchando contra el viento. Se podían desgarrar, y al final decidimos avanzar y estar 24 horas al timón. Durante su travesía escribió un libro de poemas. —También tuviste un encuentro cercano con piratas. —Sí, de Cartagena hasta Guatemala, en el medio del camino, en la inmensidad del mar, vimos a 30 metros un velero con treinta tipos, y no había dudas que era un ataque. Tuvimos la suerte de tener un capitán que manejaba re bien su velero e hizo una maniobra y nos escapamos. Yo ya había agarrado cuchillos, lo que pudiéramos para defendernos. —¿Qué buscan los piratas en un velero de tres personas? —Robar. —¿Pero qué les podían robar? —Lo que sea, a veces es robar y otras veces cuando ven una mujer en un velero, hay violaciones. Son pescadores que llevan mucho tiempo en el mar y son hombres. Como no hay nadie, no hay policía, se atreven a todo. Se quieren aprovechar de que no hay vigilancia. Son ladrones de mar, casi siempre armados. —Pero lograron escapar, y cuando llegaste a Guatemala dijiste: ‘Basta, ya está’, ¿o te subiste a otro barco? —Llegué a Guatemala el 29 de julio de 2022, después de seis meses de viaje en el mar. Ahí me bajé y no navegué más. Me quedé un poco en Guatemala y me fui a México, pero como mochilera. Vendí mi chaleco de marinera, mi salvavidas. Me dolió un poco el corazón. Aurélie Ondine Menninger con Tatiana Schapiro en Infobae (Maximiliano Luna) —¿El capitán original del barco viajó después a buscar su velero? —Fue terrible. Llegamos y llamamos al capitán, pero no contestaba. Llamé al hospital y me dijeron que estaba en reanimación. Dos días después falleció, o sea que nos quedamos en Martinica con el velero de un capitán que había fallecido. —Pobre hombre, menos mal que no navegó con ustedes. —Él tenía humor negro y decía: ‘Chicos, me encantaría navegar con ustedes, pero no quiero alimentar a los peces’. —¿Qué se hace en una situación así en medio del océano? —Lo hablamos, qué hubiéramos hecho si nos hubiese pasado, porque no sabríamos qué hacer, si conservarlo en el barco para su familia, pero el olor, los pájaros, son pensamientos muy horribles. —¿Y el velero alguien lo mandó a buscar? —Tenía dos hermanas en Francia y finalmente lo pudieron recuperar. —Y vos empezaste a bajar de mochilera para volver a Buenos Aires. —Sí, para volver a mi querido San Telmo. No me parece casualidad que San Pedro Telmo es el patrón de los marineros. Está representado con un velero, seguramente por la proximidad con el puerto. Yo soy de Alsacia, una región complicada que pasó a ser alemana, francesa, alemana de vuelta, después francesa otra vez. Mi abuela es catalana, pero mi bisabuela española. Tuvieron que pasar una frontera durante la Guerra Civil española para escapar del franquismo. Y para mí el tango es el baile y la música de los sin país. La música de los nómadas. —¿El plan ahora es quedarte acá? —El plan es presentar el libro en varios espacios, más que nada en San Telmo. Y luego volver a zarpar, esta vez desde Panamá y cruzar el Pacífico. Y escribir nuevos poemas. Y siempre volver, porque a Buenos Aires siempre se vuelve.

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