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» Clarin
Fecha: 09/08/2025 06:33
La niebla vuelve a la madrugada más densa, el aire brota desde las aguas negras donde no riela la luna. El Riachuelo se interna en el conurbano sur. Por esas tangentes se incubó el facismo argentino cuando Manuel Fresco a mediados de los ‘30 gobernaba la provincia de Buenos Aires. En su despacho irradiaba un retrato de Mussolini. Se perfilaba el futuro de sangre que el Duce dibujaba allá y que aquí veneraban sus émulos autoritarios. Las fábricas se sembraban en Avellaneda y más allá. Confluye el Riachuelo con el río Matanza y se entreveran los flujos contaminados. Y se capilarizan arroyos y los ríos se alimentan de contaminación y de inhóspitas vidas a su vera: El Río de la Plata bordea un tramo, el río Reconquista y el Río Luján y se encaminan las aguas serpenteando ese mundo feroz y a la vez vital: el conurbano, donde la política es un cauce de dineros negros, transas diversas y excepciones que buscan con esfuerzo conjurar eras de corrupción e impunidad. Los crímenes abundan. El narcotráfico se ha propagado. Perforó las villas que hace décadas eran pobres pero no intoxicadas. Todo viene de lejos, de fundadores y matreros. Fue en lo que hoy es el Gran Buenos Aires, en el llamado Palomar de Caseros, donde Justo José de Urquiza venció a Juan Manuel de Rosas. Fue en derredor de un enorme palomar que había construido en la chacra de Diego Casero. (Quizás Cassero, hay polémica al respecto). Producía frutales y criaba palomas, un manjar de la época. Rosas cayó ante Urquiza y su ejército ungido de alianzas con brasileños y orientales. Horas después el Restaurador partía a su exilio en Gran Bretaña. En Ciudad Jardín en las Lomas del Palomar se levanta un ombú. La leyenda afirma que estaba allí cuando relampaguearon aquellos sables. En todo caso estaba cuando aquello era pampa y pólvora, antes de que existiera el conurbano. Un mitológico vegetal guardián de la historia. Un tótem. No era aún el conurbano. Pero en sus orígenes fue el campo de batalla del país confrontando consigo mismo. Federales o unitarios. Urquiza versus Rosas, y mucho más tarde el fascismo conservador conurbano, y luego el peronismo que convocó a tantos miles de irredentos a Plaza de Mayo, pero que también los aglutinó en una corporación política vertical y arraigada en esos abigarrados círculos concéntricos en derredor de la capital. Los círculos dantescos en un sentido y febrilmente productivos desde el peronismo hasta los años ‘90 cuando el proletariado industrial se fue desmembrando entre fábricas quebradas y la marginalidad que crecía y el perverso organigrama de los punteros produjo tantos millones de rehenes subsidiados. Todo cambió. Atravesamos un tiempo pos-industrial. Pero es a la vez pre industrial. Porque hay vastas zonas sin ninguna fábrica y sin rastros de digitalización del siglo XXI. Los obreros de antaño se desdibujan. Y la política también cambia. ¿Cambia? No todo es barro y sordidez . También hay poesía, pero de barro y sordidez. Escribió Jorge Luis Lopez Aguilar: “Son los mismos rostros de los pobres / que habrá siempre / apretándose entre ellos, como perros con frío / escupiendo un futuro que no los estremece / revolviendo basura, y esperando / esos rostros chupados por la angustia y la rabia / le están cantando al día de mañana”. Es poesía desde la periferia y el sufrimiento y esa línea: “apretándose entre ellos como perros con frío…” Vivía en El Palomar un muchacho con capacidades especiales. Este cronista lo conoció. “El Tiki”, así le decían. Contaban que lo usaban traficantes “menores” del narcomenudeo para llevar droga a las villas. Inocente, el Tiki estaba a merced de cualquier malvado. Una vez lo molieron a golpes. Agónico, no vivió mucho más tiempo. Encarna a las víctimas de todos los males. La demagogia y el oportunismo y la avaricia y la voluntad de poder. Se aprovechan de los vulnerables. Los usan. Buscan sus votos. Los abusan. Y otros justifican el malandrinaje. Construyen una épica del crimen. Todos los fantasmas deambulan por las calles periféricas y feroces. Bailotean en la historia los degolladores de la Mazorca y los bravos patizambos de Justo José de Urquiza. Bulle el pasado, desde Eva Perón hasta Cristina Fernández que vive, pero fantasmática envuelta en su tobillera. Desde su Tolosa natal controló la vida del país durante tantísimo tiempo y quiere seguir manejando lo que ya se le fue de las manos. Y ahora ese barro, esos esfuerzos de tantos, de millones de inmigrantes. Ese crisol efervescente de tensiones. Ahora como siempre emerge la recóndita clave de todas las claves. Porque es en la periferia y no solo en el centro donde brotan las verdades. Ese anillo feroz revela a la Argentina más profunda. Apocalíptica. O utópicamente luminosa. Los ríos contaminados son testigos líquidos de la tragedia conurbana. Los trenes atestados; el Sarmiento, el San Martín, el Urquiza, el Roca, el Mitre. Nombres liberales que contradicen territorios ajenos a esos senderos ideológicos más bien poco celebrados en esas estribaciones brillantes de ferocidad, de fuerza, de sangre. La sangre no miente. Y en cada crimen que allí se perpetra el conurbano talla letales heridas de la piel argentina tatuada de tanta tragedia.
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