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CABA » Plazademayo
Fecha: 08/08/2025 04:03
La resolución de un misterio que permaneció latente durante más de cuatro décadas sacude hoy a la sociedad argentina: los restos óseos hallados en mayo pasado durante una obra en el barrio de Coghlan, en una propiedad contigua a la que alquiló el músico Gustavo Cerati entre 2001 y 2003, pertenecen a Diego, un adolescente de 16 años desaparecido en 1984. El caso, que permanecía archivado como una desaparición sin resolver, fue finalmente esclarecido gracias a una muestra de ADN que confirmó la identidad del joven. Por respeto a su familia, su apellido no fue revelado públicamente. Un hallazgo accidental que abrió viejas heridas Los restos fueron descubiertos de forma fortuita cuando unos obreros que trabajaban en una reforma derribaron un muro entre dos propiedades ubicadas en avenida Congreso, en el barrio bonaerense de Coghlan. En una fosa de 1,20 metros de largo por 60 centímetros de profundidad, los trabajadores encontraron alrededor de 150 fragmentos óseos junto con objetos personales que se convirtieron en pistas clave: un reloj Casio C90 con calculadora, un corbatín, un llavero, una ficha de casino, y un amuleto japonés de cinco yenes usado como colgante. Según las pericias realizadas por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), la víctima presentaba una lesión punzocortante en la cuarta costilla derecha, posiblemente producida por una puñalada. También se hallaron marcas en rodillas y codos compatibles con intentos de descuartizamiento con una herramienta como un serrucho. La edad estimada de los restos coincidía con un varón entre 14 y 19 años, lo que motivó a un sobrino de los padres de Diego —quien recordaba el caso— a contactar a las autoridades. Una prueba de ADN realizada a la madre del joven permitió confirmar finalmente su identidad. Un desaparecido ignorado por el sistema Diego fue visto por última vez el 26 de julio de 1984, luego de regresar del colegio, almorzar en su casa y salir hacia la casa de un amigo. Se despidió de su madre cerca de las 14:00 y fue visto horas más tarde en la esquina de Naón y Monroe, en el barrio de Belgrano. Esa noche, al notar su ausencia, los padres acudieron desesperados a la comisaría 39 para denunciar la desaparición. Pero la respuesta de los oficiales fue indignante y tristemente común en la época: «Se fue con una mina, ya va a volver». La denuncia no fue tomada en serio y el caso no fue investigado debidamente. El adolescente era estudiante de la Escuela Nacional de Educación Técnica N.º 36 y jugaba al fútbol en el Club Atlético Excursionistas, donde entrenaba diariamente. El día que desapareció vestía su uniforme escolar: jean azul, campera azul y botas marrones. Su padre, Juan, fallecido años más tarde en un accidente, nunca dejó de buscarlo. Creía que su hijo había sido secuestrado por una secta, una hipótesis que nunca fue explorada por las autoridades. Una historia que interpela al presente La investigación, hoy en manos del fiscal Martín López Perrando, avanza pese a que el delito de homicidio habría prescripto. Aun así, se prevé llamar a declarar a quienes habitaron la casa en 1984, en un intento de reconstruir los últimos momentos de Diego y esclarecer un crimen silenciado por el paso del tiempo y la inacción estatal. La conmoción que ha generado este caso no solo tiene que ver con la crudeza del hallazgo, sino también con lo que representa: una muestra del desamparo institucional frente a las desapariciones de adolescentes en democracia y el largo camino que aún resta para que la verdad y la justicia alcancen a todas las víctimas.
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