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  • Los últimos días de Cortázar

    Parana » AIM Digital

    Fecha: 03/08/2025 05:28

    En el invierno de 1984 Julio Cortázar se estaba muriendo en su departamento del faubourg Saint Martin des Prés, en París. Lo mataba una enfermedad que se empezaba a estigmatizar como "peste rosa", el sida, que le contagiaron con sangre contaminada en transfusiones para paliar una leucemia que no tenía. Dos años antes había muerto a los 36 años su esposa, la escritora estadounidense Carol Dunlop, posiblemente también de sida, contagiada por su marido de una enfermedad que ellos ignoraban entonces, como todos. La muerte de Carol lo sumió en una crisis depresiva de la que ya no salió. Varios amigos argentinos de visita discutían entre ellos cuál se lo llevaría a su casa para cuidarlo mejor. Con las fuerzas que le quedaban, Cortázar pidió a la mujer que lo cuidaba que los despidiera. Ella era Aurora Bernárdez, su primera esposa, de la que se había divorciado en 1967 tras 14 años juntos, pero volvió con él después de morir Carol. Una vez solos, quiso que Aurora pusiera en el tocadiscos el adagio del concierto para clarinete Köchel 622. Escuchó la límpida expresión en música de tristeza y paz de Mozart, suave y serena, antes de ser llevado al hospital Saint Lazare, donde murió 10 días después, el 12 de febrero. Está enterrado junto a Carol en el cementerio de Montparnasse. Un crítico de arte dijo del adagio que no era música que pudiera inspirar el asiento trasero de una limusina, tomando una figura de trompetistas negros de jazz. Algo,el instinto, una sensibilidad urgida, le hicieron buscar en el divino Wolfgang la armonía para abordar el misterio supremo. En 2014 Aurora, nacida en Buenos Aires, murió a los 94 años en el mismo departamento donde cuidó a Cortázar hasta el final. Como ya no podía caminar, le habían hecho una silla de ruedas que podía izarla hasta el cuarto piso. En ese departamento, según Cortázar, ella había sido la única lectora de su gran novela, Rayuela. Cuando él la terminó y le pidió un juicio crítico -ella era escritora y traductora- respondió poniéndose a llorar. Para él fue suficiente. De la Redacción de AIM Los últimos días de Cortázar

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