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Parana » Ahora
Fecha: 17/07/2025 18:49
Sé agradecida, querida, decía la madre y aprendé a pedir bien, con por favor y gracias, las cosas vienen mejor así, las palabras abren puertas. Y para la niña las palabras eran palitos de su altura que se movían como mayordomos y hacían reverencias. Las letras se unían y sus eslabones brillaban resplandecientes. Hormigas con ruido. Las palabras tenían llaves, poderes, varitas mágicas y con ser pronunciadas creaban: yo te designo, yo los convierto, yo los declaro. Una boca y una sucesión de sonidos que significaban cosas que al unirse cambian la vida. En una escuela hicieron el experimento de poner dos plantas en el mismo paredón al final del pasillo, los estudiantes (todxs niñxs) debían decirle palabras lindas a una de las macetas y a la otra gritarle insultos. Al cabo de un tiempo, la planta bullyneada se marchitó y murió. Pienso en las enfermeras cuando sostienen los brazos de los pacientes dormidos a ver mamita, a ver papito, vamos a pasarte este suero y vas a estar fantástico, acá este movimiento y estarás mejor, con la comida salís volando, te dejo hecho un rey con esta sábana limpita. Cuando no podemos cuidar a nuestros familiares porque están envejeciendo y precisan ayuda, pensamos en cuidadoras, casi siempre mujeres que hacen compañía y que hablen, que además de acercar una taza, de estar atentas a la medicación, cuenten cosas a nuestros ancianxs que los hagan despegarse del dolor de piernas, que los aleje del duelo, que los sostenga en la vida. La buena palabra es vital, es una infusión que llega de otra boca. Para que los chicos duerman mejor, les traemos un cuento a la cama, un libro sí pero también a veces hablamos en otro tono bajo las sábanas que se convierten en carpas o en velas de un barco. Una buena historia nos invita a soñar. En la literatura, durante mucho tiempo, se distinguió entre los temas universales que eran la mayoría escrita por varones que publicaban grandes historias de héroes que lograban vencer a enemigos a través de armas y valentía, quedaban en otro escalón, resignadas a una categoría menor las historias domésticas. Las palabras de las mujeres eran murmullos, plática de cocina, como decía Tamara Kamenszain, una herencia con potencia de lava volcánica. Narraciones que no buscan convencer, ni ser estridentes, que no pretenden el podio, poemas, versos sueltos que agregan preguntas y suspenden el tiempo. Una herencia que viene a nuestra escucha, a nuestra lengua cuando necesitamos protección y un aliento íntimo seamos hombres o mujeres, mayores o menores. Palabras buenas para la vida que cree en los sueños.
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