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  • Perdió un embarazo por un puñetazo y fue a la horca por matar a su agresor: la tragedia de la última mujer ejecutada en Gran Bretaña

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 13/07/2025 04:46

    En 1955, Ruth Ellis fue condenada a muerte por matar de seis balazos a su amante David Blakely (Grosby) -Cuando disparó el revólver a quemarropa contra el cuerpo de David Blakely, ¿qué pretendía hacer? – preguntó la fiscal Christmas Humphreys. -Es obvio que cuando le disparé pretendía matarlo – respondió la mujer rubia cuando fue interrogada en el estrado. Esa pregunta – la única que le hizo la fiscal – y esa respuesta bastaron para que Ruth Ellis, de 28 años, gerenta de un club nocturno de Londres, fuera condenada a la pena de muerte y pasara a la historia como la última mujer ejecutada en la horca en el Reino Unido. Todo fue rápido: la noche del 10 de abril de 1955, Ellis descargó las seis balas de su revólver contra el cuerpo de su amante; el 20 de junio compareció ante el tribunal y fue juzgada y condenada en apenas un solo día; y el 13 de julio el verdugo Albert Pierrepoint la colgó con la soga al cuello en la prisión de Holloway. Esa velocidad de vértigo y los tiempos que corrían impidieron que el caso fuera revisado en profundidad por una insólita decisión del ministerio del Interior, que no se tuviera en cuenta la historia de maltratos que desembocó en el crimen y que se le negara un indulto – o al menos la conmutación de la pena - basado en los atenuantes. A todo eso hay que agregar la contribución de la prensa sensacionalista, que pintó a Ruth Ellis como una “femme fatale” fría y despiadada y construyó así en la opinión pública un consenso de aceptación para su muerte. “Seis disparos de revólver alteraron la calma del domingo de Pascua en Hampstead, mientras una bella rubia platinada permanecía con la espalda contra la pared”, comenzaba, por ejemplo, la crónica del crimen que publicó el Daily Mail al día siguiente de los sucesos. Y el día del juicio la describió así: “vistiendo un traje de tweed en blanco con ribetes de terciopelo negro, sentada en medio de la abarrotada sala, calmada e inexpresiva”. Ese tipo de crónicas, escritas bastardeando los recursos de la novela negra, indignaron a Raymond Chandler – el gran maestro del género, que por entonces vivía en el Reino Unido – que envió una encendida carta de lectores al Evening Standard donde condenaba la manipulación del caso y acusaba a la justicia de aplicar “el salvajismo medieval de la ley”. No fue el único que denunció el accionar de parte de la prensa y de la justicia. El día anterior a la ejecución, la columnista del Daily Mirror que firmaba con el seudónimo Cassandra condenó abiertamente el fallo y con él a la aplicación de la pena de muerte: “Lo único que da estatura y dignidad a la humanidad y nos eleva por encima de las bestias le habrá sido negado (a Ruth Ellis): la piedad y la esperanza de la redención final”, escribió. Nada impidió que Ellis fuera ejecutada, pero luego de su muerte hubo quienes no dieron por cerrado el asunto. Uno de ellos fue Duncan Webb, un periodista de la revista People, que trató de limpiar el nombre de Ellis una vez muerta y encontró evidencias que no habían sido consideradas por la policía. En uno de sus artículos, publicado al año siguiente, llegó a la conclusión que “Ruth Ellis no habría sido ahorcada… si no hubiera sido por un trágico error de juicio del ministro del Interior”. Se refería a Gwilym Lloyd George, el político que ordenó a Scotland Yard que no profundizara en la investigación del caso. Recién entonces, la verdadera historia de esa “mujer rubia fría y despiadada” empezó a conocerse. La prensa sensacionalista, que pintó a Ruth Ellis como una “femme fatale” fría y despiadada y construyó así en la opinión pública un consenso de aceptación para su muerte (AP) Abusada de niña Ruth Ellis nació como Ruth Neilson en Rhyl, una ciudad de Gales, el 9 de octubre de 1926. Era la quinta de seis hijos. Su madre, Bertha, era una refugiada belga, mientras que su padre, Arthur Hornby – que después cambió su apellido a Neilson -, era un violonchelista de Manchester. Es que la familia se mudaba con frecuencia y cambiaba de apellido cuando los vecinos o en las escuelas a las que concurrían las hijas mujeres del matrimonio, se enteraban de los abusos sexuales a los que Arthur las sometía. Empezó violando a la mayor, Muriel, a la que dejó embarazada a los 14 años. Para ocultar el hecho, la hicieron pasar como hijo de Bertha y hermano de quienes en realidad eran sus tíos. Esa complicación no le puso freno a Arthur, que comenzó a abusar de Ruth cuando la chica tenía apenas 11 años. En 1940, Arthur se mudó a Londres para trabajar en una fábrica de ascensores y Ruth, que por entonces tenía 14 años y seguía viviendo en Reading, se hizo amiga de Edna, la novia de su hermano mayor, Julian, que acababa de ser dado de baja del ejército. Los tres se mudaron a Londres, donde tuvieron la mala idea de ir a vivir con Arthur, que comenzó a acostarse con Edna en ausencia de Julian y también volvió a abusar de Ruth. Por las noches, Edna y Ruth iban a los bares, plagados de soldados que trataban de divertirse en los escasos respiros que les dejaban los avatares de la Segunda Guerra Mundial. Ruth conoció a un soldado canadiense casado, Clare Andrea McCallum, que volvió a su país dejándola embarazada. Cuando nació el bebé, al que llamó Andy, tuvo que salir a trabajar como obrera para poder darle de comer. La guerra terminó, pero el dinero seguía sin alcanzar. El único recurso que encontró Ruth para acrecentar sus pobres ingresos fue utilizar su cuerpo. Empezó como modelo de desnudos con un representante, Morris Conley, famoso por chantajear a sus empleadas para que se acostaran con él, y luego trabajó como anfitriona en un club nocturno de Hampstead; para 1950, trabajaba como acompañante. Este período de su vida estuvo marcado por varias relaciones infelices, muchas veces con clientes. Se casó con uno de ellos, George Johnston Ellis, un dentista divorciado de 41 años, que además era alcohólico y violento. George estaba convencido de que Ruth lo engañaba y por eso, cuando nació su hija Georgina en 1951, se negó a reconocerla. Se separaron poco después. El ascenso y los golpes Con dos hijos a cuestas, Ruth se quedó nuevamente sola, pero no estaba dispuesta a dejarse vencer. Comenzó a trabajar en el Little Club, un lugar de moda de Knightsbridge, donde en lugar de conformarse con ser alternadora, utilizó su belleza, su simpatía y buena conversación para ascender hasta ser nombrada gerenta del local. Corría 1953 y acababa de cumplir 27 años. El ascenso no solo le proporcionó mejores ingresos, sino también cierto estatus y amigos famosos, como David Blakely, el hombre al que finalmente mataría. Educado en escuelas privadas en Shrewsbury y luego en Sandhurst, era alcohólico y se ganaba la vida como piloto de carreras de autos. Aunque Blakely, de 25 años, estaba comprometido con otra mujer e incluso estaba planeando el casamiento, se mudó a vivir con Ruth. Quizás para equilibrar que su amante tenía relación con otra mujer, ella también inició una relación paralela con Desmond Cussen, un expiloto de la RAF que trabajaba como contador. La situación no funcionó: Blakely lo tomó como un engaño y comenzó a golpearla. Además, le exigía dinero para cigarrillos, comida y bebidas. Desde entonces la espiral de violencia no se detuvo y culminó enero de 1955, cuando Ruth abortó un embarazo después de que Blakely le pegara un tremendo puñetazo en el vientre. El asesinato La noche del 10 de abril de 1955, Ruth Ellis salió de su casa y tomó un taxi. En la cartera llevaba un revólver. Según contó muchos años después su hijo Andy, probablemente se lo haya dado Desmond Cussen. En su relato, Andy aseguró haber escuchado esta conversación entre su madre y Cussen: -Si tuviera una pistola le dispararía –le oyó decir a Ruth. -Yo tengo una, pero está vieja y oxidada –les respondió el hombre. -¿Podés dármela? Cullen negó siempre haber mantenido ese diálogo con Ruth y aseguró hasta su muerte que nunca tuvo un arma en su casa. Fuera o no propiedad de Cullen, Ruth llevaba un revólver con seis balas cuando se bajó del taxi frente al The Magdala, un pub de Hampstead, donde sabía que Blakely estaba reunido con algunos amigos. Apoyada contra una pared, esperó que saliera. El reloj marcaba las 21.30, cuando Blakely y su amigo Clive Gunnell, Ruth sacó un revólver de cartera, y le disparó cinco veces: las tres últimas en la espalda mientras yacía en el suelo. El sexto disparo rebotó en el asfalto y le arrancó el pulgar a Gladys Yule, una mujer que pasaba por el lugar. Según el análisis forense, Blakely sufrió quemaduras de pólvora en la piel por la proximidad del arma. Cuando terminó de disparar, Ruth se quedó inmóvil unos instantes, observando el cadáver de Blakely, se dio vuelta y le preguntó a Gunnell, que había observado paralizado toda la escena: -¿Llamarás a la policía, Clive? Ruth fue arrestada sin ofrecer resistencia por un policía que estaba fuera de servicio y corrió hacia el pub cuando escuchó los tiros. Los agentes que la llevaron a la comisaría de Hampstead dijeron que se mostraba fría y tranquila. En el primer interrogatorio, confesó el crimen sin mostrar emoción. Ruth fue arrestada y no ofreció resistencia (AP) El juicio y la condena Al día siguiente, 11 de abril, compareció por primera vez ante un tribunal de primera instancia, que ordenó mantenerla en prisión preventiva. Los psiquiatras que la examinaron no encontraron ningún indicio de que sufriera una enfermedad mental. El 20 de junio de 1955, se sentó en el banquillo de los acusados del Juzgado Número Uno de Old Bailey, Londres, presidido por el juez Cecil Havers. Vestía traje negro y blusa de seda blanca, con el cabello rubio recién decolorado y peinado. Su abogado defensor, Aubrey Melford Stevenson, le había pedido que no se arreglara el pelo ni se vistiera elegante para parecerle menos llamativa al jurado, pero Ruth no aceptó. Si ese aspecto de “femme fatale”, fría y carente de sentimiento, como la describieron en las crónicas publicadas al día siguiente, le jugó en contra, lo decisivo fue su respuesta a la única pregunta que le hizo la fiscal sobre sus intenciones al empuñar el arma: “Es obvio que cuando le disparé pretendía matarlo”, dijo sin mostrar emoción. El jurado demoró apenas veinte minutos en declararla culpable. Desde el tribunal la llevaron a la prisión de Holloway, donde debía ser ejecutada en la horca en la fecha que fijara el juez. Allí pudo recibir a sus abogados y a algunos familiares. Les pidió que no apelaran la decisión ni tampoco intentaran obtener un indulto. Sin embargo, uno de los letrados le escribió una carta de siete páginas al ministro del Interior, Gwilym Lloyd George, pidiendo que la indultara. El ministro se negó: “¡No podemos permitir que la gente dispare armas de fuego en la calle! Mientras fui ministro del Interior, estuve decidido a garantizar que la gente pudiera usar las calles sin miedo a una bala”, explicó tiempo después, cuando ya había dejado el cargo. Poco antes de la fecha fijada para la ejecución, Ellis les contó a sus abogados que el arma que había utilizado era de Cussen, pero les exigió que no lo hicieran público. También escribió una carta a los padres de Blakely, donde les decía: “Siempre he amado a su hijo y moriré todavía amándolo”. Para entonces, el ministerio del Interior había recibido una petición de clemencia firmada por cerca de 50.000 personas, pero Lloyd George volvió a negarse a indultarla. Ruth Ellis murió en la horca de la prisión de Holloway a las 9.01 del 13 de julio de 1955. En ningún momento perdió la calma, ni siquiera cuando la ejecución se demoró por una llamada de un hombre que se presentó como el secretario de Lloyd George y dijo que el ministro había suspendido la pena. La directora de la cárcel, Charity Taylor, tardó seis minutos en llamar al Ministerio del Interior para confirmar que se trataba de un engaño. Como era habitual en las ejecuciones británicas, el cadáver de Ellis fue a parar a una tumba sin nombre dentro de los muros de la prisión, hasta que a principios de la década de 1970 los restos de las mujeres ejecutadas en Holloway fueron exhumados. Hoy descansan en el cementerio de la iglesia de Santa María en Amersham, Buckinghamshire, bajo una lápida donde se lee: “Ruth Hornby 1926–1955”. Además de tratarse de la última ejecución de una mujer realizada en Gran Bretaña, la muerte de Ruth Ellis marcó un antes y un después en la lucha por la derogación de la pena de muerte en el Reino Unido, que fue abolida finalmente en 1965.

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