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  • Una mirada desde la alcantarilla. Quiebres

    Parana » Ahora

    Fecha: 08/07/2025 03:58

    * ¿Cómo laten los latidos?, preguntó mi hija menor. * Penitencia, por mi culpa, por el cielo y el infierno. Un puño golpeaba y hacía música entre esternón, escápula, húmero, clavículas, costillas. Había adrenalina en el miedo, el castigo era vital para movernos, creíamos que si saltábamos la viga podríamos romper los huesos. Una ilusión: sostener en las rodillas los ojos perpetuos de la madre. Todo lo hacíamos para ser un puñado de fuego irradiando calor y chispas. Todo para que no nos dejen apagar. Cuando Gilda se fracturó la pierna cayó en el recital mientras el Indio Solari cantaba Juguetes perdidos, volvió con muletas a la escuela, cambiábamos de banco para que pudiera apoyar sus bastones en las paredes. Cimientos por fuera de su cuerpo. Un esqueleto había quedado en el campo de batalla y la exhibición del riesgo atraía como moscas. Su yeso y nuestras firmas, las dedicatorias, dibujos de penes diminutos. Mucha risa, muchísima, cosquillas con agujas de tejer. Arañábamos los huecos nuevos. Inaugurábamos cuevas. Una mejor amiga nos comparte siempre el cuerpo. Mamá no me dejó ir al show aunque abaniqué mis piernas para generar un tornado en su cara. Días de furia contenida: ajusté los nudillos a las falanges. Teníamos corbatas en los uniformes de la escuela. Bajábamos el nudo al escote, curvas y el despiste (otra ilusión). Subíamos las polleras (la ingenua venganza). Cuando Gilda volvió como un pájaro me iluminó la cara el brillo de sus astillas. Eso quería, un yeso apretando las venas contra el latido. La desesperación del miocardio como un león mascando viento en la cima de la montaña. Las manos de la madre con su pecho de tambor. Nuestra primera música en los huesos separados de los huesos.

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