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  • La Argentina más allá de septiembre

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 29/06/2025 06:33

    El tiempo apremia. La falta de definiciones y el paso de los días generan cada vez más tensión y presión no solo de cara al inminente vencimiento de los plazos para la presentación de alianzas y el cierre de listas de cara a la elección bonaerense del próximo 7 de septiembre, sino sobre un sistema político aletargado y sumido en una prolongada agonía que aún no logra iniciar un necesario proceso de reconfiguración. La incertidumbre y los interrogantes que rodean al inédito proceso electoral bonaerense -tanto por el inusual desdoblamiento como por su asombrosa centralidad- se amplifican y resuenan en el ámbito nacional. Es que a esta altura nadie duda de que tras las complejas negociaciones en curso, tanto en el espacio del oficialismo como en la oposición, se están discutiendo cuestiones que trascienden lo que tiene que ver con la arquitectura electoral o las candidaturas para una elección local, más allá de que se trate del principal distrito electoral del país. Lo que está en juego va mucho más allá del plano estrictamente electoral y de los límites geográficos de la siempre gravitante provincia de Buenos Aires, y tendrá implicancias que potencialmente podrían condicionar no solo el proceso de reconfiguración política que no termina de fraguarse sino también la gobernabilidad y sostenibilidad del proyecto libertario. Ello explica por qué, por estas horas, lo que podría ocurrir ante el vencimiento del plazo legal para inscribir los frente y alianzas electorales (9 de julio) y presentar las listas y candidaturas (19 de julio), resulta -al menos por ahora- mucho más relevante que el resultado de la propia elección anticipada que convocó el gobernador Kicillof para el 7 de septiembre. Tanto en las diversas terminales de un peronismo que aún no tiene asegurada su unidad, como en las de un oficialismo libertario que lidia con pujas internas al mismo tiempo que busca la rendición final e incondicional del PRO, se discuten cuestiones no solo atinentes a la conformación o no de las alianzas, el formato jurídico y la denominación de las mismas, las candidaturas en las diversas secciones, o el rol de los intendentes y caciques territoriales de los diversos espacios y tribus. Tras esas definiciones lógicamente relevantes de cara a cualquier proceso electoral, subyacen otras cuestiones más profundas en términos de impacto sobre el sistema político y el horizonte del gobierno en el mediano plazo. Hablamos, a grandes rasgos, de la definición de los contornos, la dimensión, naturaleza y nitidez de los espacios de oficialismo y oposición. Un cuestión que no solo tiene que ver con las posibilidades reales de que exista una reconfiguración del sistema político sobre nuevas bases o que en su lugar haya una suerte de reacomodamiento sobre las ruinas del viejo y caduco ordenamiento, sino sobre las posibilidades del oficialismo de construir gobernabilidad ya no solo de acá a diciembre -cuando se integren los nuevos legisladores nacionales- sino, sobre todo, de cara al segundo tramo de un mandato que habrá de enfrentarse a serios desafíos para buscar consolidar un rumbo que encontrará múltiples y variados obstáculos. Por ahora, el oficialismo transita estos días de importantes definiciones con una estrategia bifronte. Por un lado, sin resignar la estrategia polarizadora, parece buscar recuperar algo que en algún momento ensayó, y que hoy aparece casi como una necesidad ante la centralidad que Cristina Kirchner consiguió tras el fallo de la Corte: subir al ring al gobernador Kicillof y construirlo como “el” adversario. Por otro lado, consumar el viejo sueño mileista de fagocitarse al PRO como precondición para aspirar a hegemonizar el espectro que va del centro-derecha a la extrema derecha. Como evidencia de lo primero basta con contemplar el flamígero, destemplado y violento discurso del presidente en el “Congreso Libertario” celebrado en La Plata, que apuntó sin contemplaciones a la figura de Kicillof y la situación de la provincia de Buenos Aires. Un discurso alejado de toda improvisación: no solo el Presidente busca generar más tensión en la interna peronista, adjudicándole una centralidad al gobernador que a todas luces fricciona la estrategia basada en la consigna “Cristina Libre” que dispuso la mesa del peronismo bonaerense, sino que apunta al corazón de un conurbano que le fue esquivo en las generales y las PASO de las ya lejanas presidenciales de 2023. Con respecto a la alianza con el PRO, lo cierto es que más allá de los esfuerzos de Ritondo por “camuflar” unas negociaciones que en realidad son una definición de los términos y condiciones para lo que parece una inexorable rendición incondicional, y las ya inocultables ambiciones personales de Santilli y Montenegro (los tres protagonistas del triángulo negociador), las heridas y pases de factura serán inevitables. No solo porque no hay dudas que la campaña estará teñida de violeta, o porque ni siquiera buscará contener a los 14 intendentes amarillos que se verán forzados -y probablemente con malos modales- a resignar las lapiceras en sus propios distritos, sino por lo que pueda suceder con un sector del partido amarillo referenciado en Macri, más allá del temperamento que asuma el ex mandatario ante lo que muchos considerarán un vulgar atropello, no exento de evidentes muestras de resentimiento con algunos referentes territoriales, como podría ser el caso de la intendenta de Vicente López. Lo cierto es que el Presidente avanza, en ambos frentes de esa estrategia, sin contemplaciones ante la constatación de que las encuestas y estudios de opinión pública lo muestran casi imbatible en el corto plazo. Sin embargo, la embestida libertaria no pareciera contemplar que aún con una contundente victoria en octubre, las cosas podrían complicarse para el gobierno nacional que está muy confiado en la “foto” pero que parece soslayar la “película” completa, o al menos, los eventuales escenarios de mediano y largo plazo. La férrea decisión de mantener a como dé lugar un tipo de cambio bajo con el objeto de forzar la tendencia a la baja de la tasa de inflación, entendida no solo como principal activo electoral sino también como pretendida garantía para la percepción ciudadana de una relativa estabilidad, ya comienza a mostrar sus limitaciones. Y si bien el Gobierno se aferra a la imagen que devuelve el espejo de la macroeconomía (aún con el alerta reciente de las cuentas externas que dan cuenta de un déficit de más de 5 mil millones de dólares que comienza a friccionar el acuerdo con el FMI), se multiplican los sectores y áreas donde o la reactivación no llega o los indicadores muestran tendencias negativas: consumo, costo de vida, competitividad, empleo, recaudación, distribución nación-provincias, por citar solo algunos de los temas en los que el gobierno finge demencia o directamente procrastina. Todos temas que, por cierto, no parecen depender del resultado de octubre, mucho menos del de septiembre en territorio bonaerense. Y que más allá de lo que parece perfilarse como una muy probable victoria legislativa no disipará en absoluto la profunda incertidumbre reinante, que es parte del “riesgo político” argentino que evalúan los inversores de largo plazo que aún son renuentes a apostar al país más allá de que elogien públicamente algunas de las políticas que encarna Milei. Un riesgo que tiene que ver no solo con los interrogantes respecto a la capacidad del oficialismo para mantener apoyo social al tiempo que robustecer su proyecto político a través de un mayor músculo en el Congreso para avanzar en las reformas estructurales comprometidas (y acordadas con el FMI), sino con la posibilidad latente de que el péndulo político argentino vuelva a oscilar en un sentido diferente. Aquí es donde la profecía cristinista de un modelo destinado al fracaso resuena en muchos actores que comienzan a interesarse tanto en la suerte del oficialismo como en la reconfiguración de los liderazgos de la oposición.

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