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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 21/06/2025 02:45
La participación de Eugenia de Chikoff en un sketch con Fernando Peña “Yo qué sabía”, exclama aún asombrado Lalo Mir y alargando la “a” final cuando se refiere a la transformación inesperada de Fernando Peña en un fenómeno radiofónico y cultural sin precedentes. En el aniversario de la muerte de Peña, Mir revivirá, en diálogo con Teleshow, aquel primer encuentro arriba de un avión en el que, sin sospecharlo, descubrió al talento inusual del artista uruguayo. La anécdota, tan sencilla como potente, marca el punto de partida de un vínculo que redefiniría el humor y la actuación en la radio argentina. “Lo más increíble que tenía era la capacidad para lo que llamaba la esquizofrenia... la facilidad de dividir su cabeza como en partículas”, señala Mir, admirado aún por la técnica y el misterio de aquel artista, capaz de dialogar como si de en su interior convivieran cinco personajes distintos, con una naturalidad que desafiaba cualquier explicación lógica. —¿Cómo fue ese descubrimiento? —Yo viajaba bastante en esa época. Viajaba Chile, viajaba a Estados Unidos y usaba American Airlines porque juntaba millas. Entonces la mayoría de la tripulación de American eran argentinos, chilenos, y había una azafata que hablaba por el parlante, una cubana: ‘Les habla Milagros López, su tripulante de abordo’. Y decía cosas que las azafatas no dicen, como, por ejemplo, ‘tenga cuidado con los objetos arriba de su cabeza que se le pueden caer’. O sea, decía cosas que no se correspondían. Era medio gracioso, como fuera del asunto. —¿Cuándo te diste cuenta que detrás de esa voz había un misterio? —Le pregunté yo a otra azafata: ‘¿Cuál es la cubana?’ Y me decía: ‘No, la señora que está adelante’, y medio se reía. Y dije: ‘Acá hay gato encerrado’. Y un día, saliendo de Ezeiza, me paré. Aún no habían sacado la señal de los cinturones y estaba hablando. Crucé la cortina de la primera y lo veo al chabón que yo veía pasar, pelo cortito, un metro ochenta y monedas… Digo: ‘Ah, mirá vos’. Me río, voy, me siento. Y al rato él viene, se sienta al lado mío y me dice: ‘No lo digas por la radio porque me echan’. Fernando Peña en su personaje de la cubana Milagritos —¿Cómo siguió la historia de llevar a “Milagros López” a la radio? —Empezó, y tenía algunos problemas con los horarios. Entonces, dije: ‘Lo mejor va a ser grabar. Vos me grabás un cassette con los speech y yo lo paso a sonido de parlante de avión’. Y así empezó ‘Milagros López’ en el último año de Tutti Frutti en Radio del Plata, en 1994. Y después ya cuando arranqué en el año 1995 en Rock and Pop, seguía saliendo grabado por teléfono. Él nunca vino a la mesa. Siempre fue remoto. —¿Él era consciente de ese potencial? —Creo que él sabía. Porque él cuenta que siempre de joven, o de chico, jugó con los personajes y con las voces. Lo desarrolló cuando tuvo un micrófono adelante y cuatro horas de radio. —Es un don el que tenía, de lo innato, porque él no estudió actuación ni nada parecido... —Sí, claro, como tantos artistas, ¿no? Que no tienen escuela y descollan en su arte, sea cual sea. Él vino con esto, la enorme facilidad que tenía, esta cualidad de dividir su cabeza como en partículas. —Cada personaje implicaba algo distinto, no solo una voz. —Cada voz correspondía a una persona, que tenía toda la construcción psicológica y física del personaje. Cuando uno lo veía y pasaba de Milagros a Sabino, o al Pibe, cambiaba físicamente. Era muy loco verlo trabajar y hacer eso. Lalo Mir el gran descubridor de Fernando Peña —Vos decís que había algo sobrenatural en lo que hacía. ¿Cómo lo viviste vos como testigo? —Después me fui dando cuenta de todo lo que era y que estaba chiflado (se ríe), de que tenía una capacidad sobrenatural para esto, para poder llevar adelante ese diálogo, esa conversación entre cuatro o cinco personajes al mismo tiempo. —¿Podés compararlo con otros grandes del humor o de la radio? —Eso no lo hizo ni Niní Marshall. Niní se escribía ella y hacía uno o dos personajes en uno de sus sketches. Lo de Fernando era escrito apenas, o esbozado en un cuaderno, y después librado a su propio azar. Iban entrando los personajes sin solución de continuidad, y no se pisaba nunca. Solo tenía en general un rebotero, que en una época fue Diego Ripoll, en otra época Diego Scott, alguien que le permitía respirar para cambiar, en el medio de una palabra, de un personaje al otro. La otra sensación que tengo es que no conozco, ni siquiera en otros lugares, de este tipo de personajes o de artistas. No hubo, no hay ni habrá, creo, otro Peña; tal vez alguna cosa similar o parecida en el tiempo, pero fue como algo fuera de serie. Peña hizo pública su condición de VIH en 2001 y falleció en 2009 tras un diagnóstico de cáncer de hígado El legado y la ausencia: Los últimos encuentros, la singularidad de Peña —¿Te acordás de los últimos tiempos en que lo viste? —Nos veíamos cada tanto. No mucho, pero nos veíamos. Después presentó un libro, yo fui a la presentación. Más que nada era en eventos, cumpleaños, cosas así. Después ya había agarrado su camino y a veces salía y hacía Rafael Oreste Porelorti y a Milagros López en Animal de radio, o también salía por teléfono. La perspectiva de Lalo Mir sobre la radio surge como una manifestación de su vínculo con el sonido, la palabra y la intuición más que con el análisis minucioso del perfil de sus interlocutores. “Lo mío es oreja, lo mío es un parlante”, comenta Mir, subrayando que lo que lo mueve es una reacción casi instintiva ante la potencia de una voz, un tono, una forma de estar en el mundo. “No indago mucho. Creo que hay algo en general que me impacta sobre esa persona, pero lo que a mí me seduce y de alguna manera me ha llevado a cruzarme con tanta gente en el camino, como el caso de Fernando Peña, es algo que me sale a mí, entiendo que eso sale por un parlante y está bueno. El legado de Fernando Peña incluye una galería de personajes emblemáticos y una visión irreverente sobre la vida y la muerte La muerte de Peña, tan singular como su vida La decisión de Fernando Peña de dejar el tratamiento contra el VIH en 2004 marcó un punto de inflexión en su vida y en la percepción pública sobre su salud. El actor y conductor, conocido por su irreverencia y honestidad, comunicó entonces que prefería priorizar su calidad de vida por encima de los efectos adversos de la medicación. Esta determinación, sumada a su posterior diagnóstico de cáncer de hígado, derivó en su fallecimiento el 17 de junio de 2009, a los 46 años, en el Instituto Fleming de Belgrano. El último adiós a Fernando Peña fue una celebración alegre, cumpliendo su deseo de desdramatizar la muerte Fernando Peña había hecho pública su condición de portador en el 2001, durante una emisión de su programa radial “El parquímetro”. Nacido el 31 de enero de 1963 en Montevideo, Uruguay, Fernando Peña era hijo del periodista deportivo José Pepe Peña y de la actriz María José Malena Mendizabal. Su nacimiento estuvo rodeado de circunstancias poco convencionales: sus padres lo concibieron en París durante su luna de miel, pero la relación terminó abruptamente tras una infidelidad. Peña creció en el barrio de Carrasco junto a su madre, mientras su padre, que viajaba frecuentemente a Argentina por trabajo, lo visitaba los viernes. En 1970, la familia se trasladó a Buenos Aires, donde el futuro artista inició sus estudios en el Saint Andrew’s School. Antes de alcanzar la fama, Peña trabajó como maestro de inglés y profesor de equitación. Más tarde, se desempeñó como auxiliar de vuelo en American Airlines. Fernando Peña creó una galería de personajes que se volvieron emblemáticos en la radio y el teatro argentinos. Entre ellos se destacan Martín Revoira Lynch, Roberto Flores, La Mega, Palito, Mario Modesto Savino, Delia Dora de Fernández, Dick Alfredo y Rafael Oreste Porelorti. Estas “criaturas”, como él las llamaba, interactuaban entre sí y a menudo interrumpían el curso de sus programas, generando situaciones imprevisibles. La vida de Peña estuvo marcada por su honestidad, su relación con el arte y su influencia en la cultura argentina Fue el periodista Hugo Guerrero Marthineitz quien lo animó a revelar que él era el creador de todos esos personajes, lo que le permitió llevarlos al teatro en obras como “Esquizopeña” y “Mugre”. Cuando necesitaba alejarse del bullicio, solía refugiarse en hoteles de lujo. Además de su labor en los medios, publicó tres libros: “Gente como uno”, “Gracias por volar conmigo” y “A que no te animás a leer esto”. También dedicaba tiempo a sus perros y hablaba abiertamente sobre sus adicciones. Guardaba las cenizas de su madre, fallecida en 1997, en una urna que consultaba a diario, y buscaba en la terapia respuestas sobre el amor y el desamor. Lalo Mir recuerda el impacto de Fernando Peña en la radio argentina y su talento único para crear personajes Hasta la semana anterior a su muerte, Fernando Peña continuó conduciendo su programa en Metro 95.1 desde su casa. Un mes antes, había protagonizado la obra “Diálogo de una prostituta con su cliente”, que dedicaba cada noche a su madre y a su abuela, Gloria Bayardo, actriz que trabajó junto a Mirtha Legrand y le transmitió el amor por la poesía de autores como Federico García Lorca y Juan Ramón Jiménez. “Sin arte, yo hubiera sido un puto triste”, solía decir tras cada función. Cuando recibió el diagnóstico de cáncer terminal, Peña decidió que su “legado” sería desdramatizar la muerte. Quiso que su despedida fuera una celebración, sin lágrimas y con risas. Así, sus restos fueron velados en la Legislatura Porteña, en un ambiente festivo con música electrónica, lentejuelas y una botella de whisky junto al ataúd. “Quiero que mi despedida sea alegre”, había expresado, y su entorno cumplió ese deseo.
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