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  • Descifraba el mundo maya mientras espiaba para Estados Unidos: la vida del arqueólogo que inspiró el personaje de Indiana Jones

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 07/06/2025 06:52

    Sylvanus Morley nació en Pensilvania, Estados Unidos, y era hijo de una familia de ingenieros y matemáticos En las fotos que sobrevivieron al tiempo, se lo ve con sombrero de ala ancha, mirada decidida y una libreta en la mano. No le teme al polvo ni al calor. Tiene la piel curtida por el sol de las selvas centroamericanas y los ojos entrenados para leer lo que otros no ven: jeroglíficos, patrones, secretos. En la ficción, estaría escapando de una tumba maldita o saltando sobre un tren en movimiento. Pero Sylvanus Griswold Morley fue mucho más que un personaje de película. Fue el arqueólogo que, a principios del siglo XX, se internó en lo más profundo del mundo maya, decodificó su escritura y combinó —como muy pocos— ciencia, riesgo y aventura. Nació el 7 de junio de 1883 en Chester, Pensilvania, en una familia de ingenieros y matemáticos. De joven, se fascinó con las civilizaciones antiguas. Estudió en la Universidad de Pensilvania y luego en Harvard, donde se especializó en arqueología mesoamericana. Pero su historia no sería la de un académico encerrado entre libros. Morley tenía algo que lo alejaba del estereotipo del científico clásico: un deseo incontenible de salir al campo, explorar, desenterrar, descifrar. En 1910 viajó por primera vez a Yucatán. Tenía 27 años y el firme propósito de estudiar las ciudades mayas olvidadas en la selva. Se enamoró de esa cultura compleja, matemática, astronómica, esculpida en piedra. En una época en que la mayoría de los arqueólogos aún subestimaban la escritura maya, él sostuvo que sus glifos eran una lengua compleja y decodificable. Fue uno de los primeros en creer que detrás de esas formas había un sistema coherente, histórico y narrativo. Durante décadas, Morley recorrió ruinas en México, Belice, Honduras y Guatemala. Su proyecto más ambicioso fue la exploración de Chichén Itzá, que dirigió durante los años 20 y 30 con el patrocinio del Carnegie Institution de Washington. Allí lideró excavaciones meticulosas, reconstruyó templos, documentó esculturas y ayudó a comprender el rol central que esa ciudad jugó en el mundo maya posclásico. Para Morley, la arqueología no era sólo ciencia: era también una misión espiritual, una manera de conectar con las civilizaciones del pasado. Sus descripciones de los templos y relieves estaban impregnadas de emoción, y sus diarios —que llenó durante años— revelan una sensibilidad que trasciende el dato técnico. George Lucas y Steven Spielberg explicaron que tomaron como inspiración para crear Indiana Jones a figuras reales como Hiram Bingham, Roy Chapman Andrews y el propio Morley El espía entre ruinas Lo que pocos sabían en su época —y que se reveló mucho después— es que, mientras descifraba códices y restauraba pirámides, Morley también espiaba para el gobierno de Estados Unidos. Durante la Primera Guerra Mundial, fue reclutado por la Oficina de Inteligencia Naval (ONI). Su misión: recorrer América Central y reportar sobre la presencia alemana en la región. Las autoridades temían que potencias europeas usaran puertos centroamericanos para atacar o espiar a Estados Unidos, y Morley —por su conocimiento de la zona, sus contactos y su identidad encubierta como arqueólogo— era ideal para el trabajo. Entre 1917 y 1919 visitó más de 35 ciudades oficialmente como investigador. Pero en cada puerto también recopilaba información confidencial. Según los documentos desclasificados, Morley redactó más de 10.000 páginas de reportes de inteligencia, evaluando posibles bases submarinas alemanas, movimientos sospechosos de barcos y redes de comunicación. Fue parte de una red de espías culturales, integrada también por otros científicos enviados al terreno bajo el pretexto de misiones académicas. Lo irónico —y cinematográfico— es que, según los informes, no encontró ninguna prueba concreta de conspiración germana. Pero su labor consolidó una forma nueva de espionaje: el disfraz del científico con mochila y brújula. Sylvanus Morley en una reunión con un grupo de excavadores del Chichén Itzá La arqueología como pasión y resistencia A lo largo de su carrera, Morley documentó más de 30 ciudades mayas. Publicó estudios fundamentales sobre la cronología de los glifos y propuso —con aciertos y errores— teorías sobre la historia política del mundo maya. Su obra más ambiciosa fue el monumental The Inscriptions of Peten, una recopilación en cinco tomos de inscripciones jeroglíficas de más de 20 sitios, publicada entre 1937 y 1946. Aunque más tarde sus hipótesis serían corregidas por investigadores como Tatiana Proskouriakoff o Yuri Knórosov, su labor pionera fue crucial. Entre sus logros más notables, figuran la restauración del Juego de Pelota en Chichén Itzá, uno de los mayores de Mesoamérica, y la documentación de más de 500 glifos. Su trabajo sentó las bases para el posterior desciframiento completo de la escritura maya, que tardaría aún varias décadas en concretarse. Sylvanus Morley posa entre Addie Worth Bagley Daniels, a su derecha, y Josephus Daniels, a su izquierda Indiana Jones: ficción inspirada en carne y hueso La primera película de Indiana Jones se estrenó en 1981, más de 30 años después de la muerte de Morley. Sin embargo, quienes conocían la historia de los exploradores estadounidenses del siglo XX no tardaron en notar las similitudes. George Lucas y Steven Spielberg, en sus entrevistas, citaron como inspiración tanto a los seriales de aventuras de los años 30 como a figuras reales como Hiram Bingham, Roy Chapman Andrews y el propio Morley. En el documental The Real Indiana Jones, producido por History Channel, se lo menciona explícitamente como uno de los modelos principales del personaje. Su sombrero Fedora, su actitud de “hombre solo contra el mundo”, su rol como espía encubierto, su fascinación por las culturas antiguas y su habilidad para cautivar audiencias encarnaba el espíritu de Indiana Jones. Una escena de Los cazadores del arca perdida (1981) muestra al personaje esquivando trampas mortales en un templo antiguo para recuperar un ídolo de oro. Si bien eso es Hollywood en su máxima expresión, la realidad no fue tan distinta: en los diarios de Morley se relatan travesías a pie de varios días por selvas infestadas de insectos y jaguares, cargando equipo fotográfico, mapas, lápices y yeso para moldes de estelas. Morley recorrió ruinas en México, Belice, Honduras y Guatemala. Su proyecto más ambicioso fue la exploración de Chichén Itzá En otra escena, Indiana da clases de arqueología ante una clase llena de estudiantes embelesados. Morley también fue un profesor carismático, que seducía con su entusiasmo. Su estilo narrativo, lleno de imágenes y pasión, se alejaba del lenguaje frío de sus contemporáneos. Y más allá de las coincidencias superficiales, hay una filosofía compartida: la idea de que el conocimiento no está sólo en los libros, sino también en el terreno, en la experiencia, en el riesgo. Aunque Morley trabajó en una época profundamente patriarcal, su obra fue luego retomada y ampliada por mujeres brillantes como Tatiana Proskouriakoff, una arquitecta y epigrafista rusa-estadounidense que logró demostrar que los glifos mayas contaban historias reales, y no eran meros registros calendáricos como Morley pensaba. También se sumó luego Linda Schele, otra epigrafista fundamental, quien en los años 80 ayudó a reconstruir la historia dinástica de Palenque, una de las ciudades más importantes y majestuosas de la civilización maya, ubicada en el actual estado de Chiapas, al sur de México, cerca de la selva tropical que bordea Guatemala. Ambas reconocieron el valor pionero del trabajo de Morley, incluso cuando sus conclusiones resultaron incompletas. Sin él, no habría habido base. El primer equipo del Proyecto Chichén Itzá en una imagen tomada el 21 de mayo de 1924. De izquierda a derecha: Kilmartin, ingeniero; Monroe Amsden, arqueólogo asistente y pagador; Morris, arqueólogo a cargo de las excavaciones, y su esposa; más Morley Entre el mito y la historia Morley murió el 2 de septiembre de 1948, a los 65 años, en Santa Fe, Nuevo México. Aunque algunos biógrafos aseguran erróneamente que falleció el mismo día que nació —el 7 de junio—, la coincidencia quedó en el imaginario como si el personaje no pudiera escapar a su propio mito. Y quizás no pueda. En su último año de vida, Morley fue homenajeado por la comunidad académica mesoamericana como un pionero, un visionario. Pero también fue objeto de debates: algunos lo acusaron de romantizar demasiado a los mayas, de buscar más la épica que la objetividad. Lo cierto es que su estilo fue el que atrajo la atención del mundo sobre una civilización que, hasta entonces, estaba cubierta por una capa espesa de prejuicio, colonialismo y olvido. Hoy, más de 140 años después de su nacimiento, el legado de Sylvanus Morley persiste. Las inscripciones que copió, los templos que excavó, los mapas que trazó siguen siendo parte del corpus central de la arqueología mesoamericana. En las universidades de Estados Unidos, México, Guatemala y Europa, su nombre aparece en los programas de estudio y en los agradecimientos de tesis. Pero también sigue vivo, aunque transfigurado, cada vez que Harrison Ford se calza el sombrero, corre por un túnel oscuro y pronuncia, con voz grave: “La arqueología no se trata de la verdad. Se trata de los hechos”. Es difícil decir si Morley estaría de acuerdo. Lo cierto es que él buscó ambas cosas: los hechos tallados en piedra y la verdad que vibra detrás de ellos. La aventura real y el sentido profundo.

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