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  • El argentino que navegó once días para visitar la isla más remota del mundo: “Es un viaje para los que no saben a dónde más ir”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 23/05/2025 04:30

    José Álvarez Torres es porteño, tiene 24 años y pagó USD 8.500 por un crucero de expedición que llevó desde Ushuaia hasta Tristán de Acuña, la isla más remota del mundo En el universo de los viajeros no convencionales, Tristán de Acuña es un mito. Esta isla volcánica, habitada por apenas unas 250 personas, forma parte de un archipiélago británico en el Atlántico Sur y ostenta el título oficial de “la isla habitada más remota del mundo”. No tiene aeropuerto ni conexión aérea directa. Solo unos pocos barcos al año logran fondear en sus costas, y aún así, desembarcar no siempre es posible. Las condiciones climáticas y del mar determinan todo. José Álvarez Torres, un porteño de 24 años que produce contenido sobre lugares inusuales para sus redes sociales, decidió sumar esta experiencia junto a su amigo español Rama, con quien comparte los mismos intereses y proyectos audiovisuales. Para llegar a Tristán de Acuña, José navegó durante 11 días. La isla está situada en el Atlántico Sur, a 3.300 kilómetros de Sudamérica y 2.816 de Sudáfrica (Fotos: IG @josealvareztorress) Hace un mes, ambos abordaron en la ciudad Ushuaia, provincia de Tierra del Fuego, un crucero de bandera holandesa operado por una empresa que normalmente realiza rutas hacia la Antártida. Pero una vez al año, al finalizar la temporada en el sur, el barco inicia una ruta hacia Europa con destino final en la isla de Santa Elena. La compañía es clara en su sitio web: avisa que durante la llamada “Odisea del Atlántico” hacen una parada obligada en las islas Georgias del Sur para cargar suministros y que luego existe un 40% de probabilidades de no poder desembarcar en Tristán de Acuña. “Cuando abordamos en Ushuaia éramos 102 pasajeros y yo era el único argentino. La mayoría eran viajeros que habían visitado todos los países del mundo y estaban en búsqueda de una nueva aventura. Este tipo de viaje no es para cualquiera. Es para los que ya no saben a dónde más ir”, admitió José, quien aclaró que la embarcación no era un crucero tradicional, sino uno de expedición. José posa en el cartel de bienvenida de la isla. Desembarcó del crucero en un gomón y solo pudo permanecer 8 horas allí por las condiciones climáticas “No había ningún tipo de entretenimiento a bordo. Nada de casinos, espectáculos ni piscinas. Solo una cafetería, un comedor, algunos sillones y un solo objetivo: visitar Tristán de Acuña”, remarcó. Durante los 11 días de navegación hacia la isla, el clima fue hostil. “Salimos de Ushuaia con tormenta, fue duro. Se caían platos, se volcaba comida. Mucha gente se mareó”, recordó José. Cada noche, a pedido de los ansiosos pasajeros, el jefe de expedición hacía un resumen de la jornada y anticipaba el pronóstico de la siguiente. “Cuando mencionaba Tristán de Acuña, siempre decía: ‘si podemos desembarcar’. Ese ‘si’ nos ponía nerviosos a todos”, reveló. Como ejemplo, el hombre les contó que la expedición de 2023 no pudo amarrar por una fuerte tormenta. José muestra el camarote que compartió con su amigo español, en el crucero de expedición que lo llevó hasta la isla Más allá de la incertidumbre, la suerte estuvo de su lado y José pudo desembarcar en un gomón, ya que el mar amaneció en calma frente al pequeño puerto de la isla principal llamada Edimburgo de Los Siete Mares. “El agua era como una pileta. Pudimos bajar y nos dijeron que teníamos tiempo hasta las 17. Solo ocho horas”, señaló. Era el tiempo máximo de estadía y ellos había tenido la posibilidad de disfrutarlo. “A veces pasa que los pasajeros pueden desembarcar, pero el clima cambia y te avisan que en tres o cuatro horas hay que partir”, ejemplificó. Edimburgo de Los Siete Mares es la isla principal del archipiélago que alberga al único pueblo habitable. Tiene calles sin nombres, una escuela, una oficina de correos, una iglesia, un hospital mínimo, una fábrica de pescado y un bar. “En media hora lo recorrés caminando y ya no hay nada para ver”, admitió José sobre esta isla volcánica, cuya playa es de arena negra y consiste en uno de los pocos lugares de esparcimiento para sus pobladores. En pleno Atlántico Sur, a 3.300 kilómetros de Sudamérica y 2.816 de Sudáfrica, se localiza Edimburgo de Los Siete Mares; la mayor de las tres islas que componen este archipiélago volcánico y la única que cuenta con habitantes. Mientras que en Nightingale solo viven pingüinos y focas, en la Isla Inaccesible su propio nombre ya da muestras de su nivel de ocupación. Durante su estadía, José recorrió Edimburgo de Los Siete Mares; la mayor de las tres islas que componen este archipiélago volcánico y la única que cuenta con habitantes El joven argentino señaló que sus pobladores reciben ayuda económica del Reino Unido, y cada dos meses un barco trae suministros desde el continente. “Nos contaron que el agua y la electricidad son gratuitas. La leche, que producen ellos, es más barata que en Buenos Aires. El resto de los productos son importados, y los conservan en un enorme congelador frente al supermercado”, remarcó. “Las familias se dedican a la pesca de langosta, al cultivo de papas o la ganadería. Tienen su vaca y crían perros, muchos perros. Nos cruzamos un montón en la isla”, contó. A pesar de que en la isla “cada uno hace su recorrido libre”, a horas determinadas se armaron pequeñas excursiones para visitar lugares específicos. Entre caminata y caminata, también tuvo tiempo para tomarse una cerveza en el bar del pueblo y pasar por la oficina de correos, donde muchos turistas aprovecharon para enviar postales con el raro sello de la isla más aislada del mundo. Mapa del único pueblo de la isla: las calles no tienen nombre José también contó que otro de los momentos más memorables fue la subida a un mirador debido a que la isla está dominada por un macizo que recuerda permanentemente su naturaleza geológica. “Caminamos por uno de los senderos habilitados hasta alcanzar un punto elevado desde donde se observa el pueblo entero". Desde allí, pudo observar la hilera de casas bajas con techos a dos aguas, los corrales con vacas y los perros que recorrían las calles. También pudo ver el mar calmo que, por esa única vez, permitió que 102 personas descendieran y pisaran una de las tierras más inaccesibles del planeta. “Lástima que no nos dejaron subir hasta la cima, para tener una vista más panorámica, por cuestiones de seguridad”, contó. ¿El motivo? “Cualquier incidente obliga a evacuar al herido en barco hasta Sudáfrica o Santa Elena, lo cual puede varios demorar días en barco. El hospital es muy básico y solo brinda atención primaria”, añadió. Llegar a Tristán de Acuña no solo es complejo por la distancia. El acceso también está regulado. “Mi amigo se había anotado en una lista de espera hace tres años para llegar en un barco pesquero desde Sudáfrica, pero nunca consiguió lugar. Primero están los locales, después médicos, científicos y policías. Los turistas casi no tienen prioridad”, contó. Vista panorámica desde el mirador más alto de la isla En cuanto al entretenimiento, la oferta es limitada. “Nos dijeron que el mayor problema de la isla es el alcoholismo. El bar está siempre lleno, no hay mucho más que hacer. Hasta hace poco ni siquiera tenían buen internet. Recién ahora, con Starlink, tienen Netflix y YouTube”, precisó José. La demografía es otro rasgo singular. “Conocimos a dos chicos de 18 y 20 años que nos dijeron que eran los únicos de esa edad en toda la isla. El resto era gente mayor o niños. Nos dijeron que había solo cinco chicas solteras en todo el pueblo. Pero todos, absolutamente todos, nos dijeron que no se quieren ir de la isla”, se sorprendió. Tristán de Acuña está ubicada en pleno Atlántico Sur, a 3.300 kilómetros de Sudamérica y 2.816 de Sudáfrica El viaje, de casi un mes, costó unos 8.500 dólares por persona. José no lo considera caro en relación a la experiencia: “Pagás por algo único. No hay otro lugar así”. Después de las ocho horas en tierra, el barco continuó hacia el norte. José y Rama desembarcaron en Santa Elena, la isla donde estuvo preso Napoleón Bonaparte, y otra de las más remotas pero con aeropuerto. Desde allí tomaron un vuelo a Sudáfrica (solo hay uno por semana) y luego siguieron camino por tierra hacia Lesoto y Suazilandia antes de regresar a Buenos Aires. “Fue una experiencia inigualable”, afirmó José. “Sabíamos desde el día uno que desembarcar era una posibilidad, no una certeza. Haberlo logrado, con buen clima y sin contratiempos, fue un regalo. No hay un lugar más remoto que ese. Y haber estado ahí, aunque sea ocho horas, ya es haber llegado”. concluyó.

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