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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 21/05/2025 02:32
Tóth László cuando fue alejado de La Piedad, la obra maestra de Miguel Ángel, en la Basílica de San Pedro (Grosby) El 21 de mayo de 1972, a las 11:30, un domingo de Pentecostés- día en que los cristianos celebran el nacimiento de la iglesia y la misión evangelizadora de los apóstoles-, ingresó a la Basílica de San Pedro, en silencio como otros fieles, un joven de pelo largo y barba rubia crecida, formalmente vestido: traje azul, camisa colorada debajo del saco, rematada con un moño. Era un domingo como cualquier otro, hasta que el joven saltó por la balaustrada de la escultura más bella de la Basílica, La Piedad, tallada por Miguel Ángel Buonarroti entre 1498 y 1499, y al grito de “Cristo ha risorto. Io sono il Cristo” (Cristo ha resucitado. Yo soy Cristo) sacó un martillo de geólogo de su saco y comenzó a golpear repetidas veces a la Virgen y a Jesucristo ante la mirada atónita de cientos de visitantes. El diario L’Unità publicaba: “La Piedad de Miguel Ángel está quizás irremediablemente destrozada”. El artículo daba cuenta de la gravedad de los daños, en manos de “un loco”, de una de las obras más destacadas del Renacimiento italiano y una de las más famosas del mundo. Todo, en cuestión de segundos. “Ha destrozado la expresión del rostro de la Virgen, que sostiene en sus brazos a Cristo muerto, y solo queda un recuerdo de la nariz. Un ojo y el velo están muy dañados. El brazo izquierdo y la mano están destrozados”, precisó. Como detalla la publicación, la Virgen María fue la que recibió la mayor parte de los martillazos: en total fueron 12 golpes. El hombre, identificado como Tóth László, de 33 años —la misma edad que tenía Jesús en el momento de su crucifixión—, de origen húngaro y residente en Australia, fue rodeado inmediatamente por muchos turistas, entre ellos el escultor estadounidense Bob Cassilly, quien golpeó a Tóth varias veces antes de apartarlo de la estatua. Finalmente, el agresor fue retenido por los gendarmes pontificios y llevado. En el piso, quedaron desparramados 100 pedacitos de mármol de Carrara. Retrato del húngaro Tóth László quien decía que era Jesucristo (Grosby) Cuando el Papa Pablo VI fue informado a primera hora de la tarde, inspeccionó la escultura mutilada y declaró que el ataque comportaba “graves daños morales”. El pontífice se preguntó la razón de “este gesto contra un patrimonio que pertenece a toda la humanidad”, y permaneció al menos un cuarto de hora orando junto a ella. Luego, bendijo a la multitud compungida que se había reunido en torno a La Piedad, y tras ser cubierta por una tela, hizo colocar un ramo de rosas como ofrenda. Tóth László nunca fue denunciado por este delito. El 29 de enero del año siguiente, un tribunal de Roma lo declaró persona socialmente peligrosa y se ordenó su ingreso a un hospital psiquiátrico, donde permaneció dos años, hasta ser deportado a Australia, donde no fue detenido y los psiquiatras consideraron que no era peligroso. Nunca se volvió a tener noticias de él. El martillo que estaba en su poder, se debía a que el hombre era geólogo, se supo tiempo después. El hombre nacido en Pilisvörösvár se había mudado a Sídney, Australia, pero nunca le validaron su título, por lo que se ganó la vida como operario en diferentes fábricas. A Roma había llegado un 22 de julio de 1971. Primero se alojó en el Albergue Juvenil del Foro Itálico, y más tarde, en el barrio Gianicolense, en una habitación de monjas españolas. Durante esa etapa nadie advirtió nada extraño en su actitud. Según el suizo Dario Libero Gamboni, historiador de arte, en su libro La destrucción del arte: Iconoclasia y vandalismo desde la Revolución Francesa el geólogo le había enviado varias cartas al Papa Pablo VI solicitando una reunión en Castel Gandolfo. Que nunca le fue concedida, ni obtuvo respuesta. Para Tóth se volvió inadmisible la idea de que la Iglesia solo aceptara un Cristo Muerto. Además de la correspondencia, en esa época el hombre se habría presentado en la Basílica de San Pedro, haciendo este pedido de ver al Papa a viva voz y afirmando que era Jesucristo. Según el portal italiano Finestre sull’arte el hombre se había ensañado con la figura de la Virgen María porque probablemente vería en ella el símbolo de la iglesia. Cuenta además, que durante los interrogatorios, Tóth László continuó hablando como si él fuera Cristo y que él eligió personalmente a Miguel Ángel para esculpir La piedad, que había guiado sus manos y que él, al ser la inspiración de la obra, podía disponer de ella a su antojo. Detenido, declaró que su deseo era destruir todos los simulacros de Cristo, porque él era el Cristo reencarnado. Según la misma publicación, el geólogo envió también una carta a los periódicos, en la que argumentaba lo que había motivado su acto: “Ahora que todos piensan que estoy loco, ha llegado mi hora y diré quién soy. Soy el que conoce la verdad, soy Cristo (...) Yo no digo que soy Cristo, lo dice Dios, y esta es su palabra: ‘Hijo mío, Cristo, debes destruir y construir y enseñar porque yo soy tú’. Que yo soy Cristo no es ningún secreto; si nadie lo ha sabido hasta ahora, que lo sepa ahora. La estatua de La Piedad es obra de Dios, yo la hice y yo puedo destruirla. Yo cumplí la misión de Cristo en la tierra, luego elegí a un joven puro y gentil para hacer una estatua. Así que soy yo quien ha creado esta estatua bella, única y divina. El nombre de Miguel Ángel Buonarroti es profético porque es el del Arcángel Miguel, el jefe de todos los ángeles”. Consultado por L’Unità, Giacomo Manzú, un destacado escultor de la época, opinó sobre el ataque a la invaluable obra de Buonarroti. “Es la mayor desgracia contra la civilización y contra la cultura (...) Nunca hubiera pensado que la locura o el desvarío pudieran desfigurar, si no destruir por completo, una de las obras maestras más significativas del hombre. Una restauración me parece una tarea casi imposible”. La Virgen quedó amputada del brazo izquierdo, también su nariz y un ojo quedó gravemente herido (Grosby) La misión que parecía imposible fue cumplida por las manos de expertos y recurrieron a los archivos para dar inesperadamente con una réplica exacta que habían enviado a Perú, cerca del límite con Bolivia, años antes. De acuerdo a información de la BBC, una tarde de 1972, llegó una comitiva del Papa Pablo VI a la pequeña ciudad de Lampa, en el altiplano peruano, muy cerca del lago Titicaca, a casi 4000 metros sobre el nivel del mar. Allí se encontraba una réplica exacta de la escultura de Miguel Ángel. En una capilla remota, en el Templo de Santiago Apóstol, sobre una bóveda con los restos de los primeros pobladores del lugar, se encontraba esta escultura, que a diferencia de la del Vaticano, es completamente negra. “La réplica que tenemos llegó del Vaticano y es como una gota de agua en relación a otra”, dijo Oscar Frisancho, presidente del Patronato de la Ciudad de Lampa, a BBC Mundo. Y agregó: “Tomarle las medidas era necesario para restaurar la original”. Arquitectos italianos llegaron al altiplano y tomaron las medidas necesarias para restaurar la pieza original. Allí se encontraron con dos copias, en materiales más sencillos que la renacentista. La que había llegado de Roma era la de yeso, pero como era muy pesada y no podían elevarla, en Lima, hicieron la copia de la copia, según relató al mismo medio el párroco de Lampa, Gabriel Castañeda. Con autorización del Papa lograron hacer esta versión más liviana de aluminio, con la condición de destruir la de yeso, algo que nadie cumplió. La réplica de La Piedad, en yeso, que se encuentra en el Museo de la Municipalidad de Lampa, en Puno, que salvó a la original en el Vaticano Esa misma obra que debía haber sido destruida en su momento, y que hoy se encuentra en el Museo de la Municipalidad Provincial de Lampa, fue medida para salvar a la original. Lo que resulta increíble es que se hayan hecho estas copias. Fue el senador peruano Enrique Torres quien convenció al Papa Juan XXIII en 1960 de enviar la réplica a su Lampa natal, a pesar de que este era reacio a hacerlas. La restauración que tuvo lugar dentro de la misma Basílica de San Pedro, que duró 10 meses, fue exitosa a pesar del mal pronóstico inicial. Oculta tras una mampara, estuvo dirigida por el historiador del arte brasileño Deoclecio Redig de Campos, que fue director general de los Museos Vaticanos desde 1971, y llevada adelante por Vittorio Federici, Ulderico Grispigni, Giuseppe Morresi y Francesco Dati, restauradores expertos de los laboratorios vaticanos. El ataque de László Tóth, quien murió en 2012, generó un fuerte debate sobre la seguridad de las obras de arte. Desde esa fecha la obra de Miguel Ángel está protegida por un grueso cristal antibalas. Ya no se puede apreciar como entonces; sin embargo, herida de muerte volvió a renacer tal cual la concibió el genio que le dio vida. Hoy, los lampeños —orgullosos de sus dos vírgenes y sabiendo que pocos conocen su existencia— sienten, con el Papa peruano León XIV y las miradas del mundo puestas en su tierra, que están más cerca que nunca del Vaticano y del cielo, aunque a esa altura parezca posible llegar con las manos.
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