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  • Historia asombrosa de las frutas: un libro aborda sus vínculos con las emociones, la cultura, la política y la economía

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 16/05/2025 02:31

    Federico Kukso estuvo diez años trabajando en la idea de este libro. Federico Kukso nació en Buenos Aires en 1979 y es periodista científico. Se especializó en Historia de la Ciencia en Harvard y fue becario del Programa Knight de Periodismo Científico del MIT. Kukso escribe para medios de la Argentina y de otros países y es autor de los libros Dinosaurios de América del Sur, Dinosaurios del fin del mundo, Todo lo que necesitas saber sobre ciencia, El baño no fue siempre así y Odorama, historia cultural del olor. Su último libro es Frutologías, historia política y cultural de las frutas y fue publicado por Taurus. Dividido en tres secciones, “Frutos del deseo”, “Frutos de la discordia” y “Frutos de la pasión”, este nuevo libro de Kukso continúa la senda del fascinante Odorama en cuanto al estilo del ensayo, con grandes citas de expertos y también literarias. Información rigurosa, investigación científica, mitologías. Historias desconocidas y anécdotas curiosas sobre el mundo de las frutas. Sociedad, política, cultura y economía del mundo y de todos los tiempos, con y sin carozo, con y sin semillas. — Hace poco en una entrevista Tamara Tenembaum me decía que uno puede leer un ensayo sobre cualquier cosa, que lo importante es cómo está escrito. No hay otra explicación en mi caso para engancharme con la lectura de un ensayo sobre las frutas. Y si me preguntó por qué, es porque me voy a encontrar con un montón de información que tiene que ver con ciencia, con política, con historia, con literatura, con artes visuales. ¿Cuánto tiempo estuviste con esto? — Es una pregunta interesante eso de cuánto tiempo uno está con un proyecto. Porque no es que uno dice: “bueno, a partir de ahora voy a trabajar un proyecto”. Esto es algo que yo vengo de alguna manera trabajando hace diez años sin saber que iba a decantar en un libro. O sea, a mí siempre me interesaron las frutas, no solamente como alimento sino también su dimensión sensorial, simbólica, política. Y cada vez que como periodista iba a algún lugar del mundo, me pasaba de ir a Brasil de vacaciones y encontrar esa diversidad frutal y volvía y empezaba a llorar porque uno tiene tan poca fruta, ¿no? — O como el Caribe. — Exactamente. Podría decir que este libro no es una continuación sino justamente una especie de fruto de Odorama, mi libro anterior, que lo que yo buscaba ahí – suena muy grandilocuente– era pensar lo que no se piensa. Y en este libro me pasó lo mismo, en el sentido de un mecanismo que heredo de autores como Carlo Ginzburg y su concepto de microhistoria. Lo hice con los olores, con una dimensión que no se la tiene en cuenta y me pasó lo mismo con las frutas porque es hacerte preguntas como: esta banana, esta manzana, esta naranja que estoy comiendo: ¿de dónde vino? ¿qué otras dimensiones tiene? o ¿cómo llegó a mí y qué lugar protagónico ha tenido o no en la historia? Y eso me parece que fue la pregunta guía que me condujo a las historias más asombrosas. Es lo que a mí me gusta; de repente partir desde el grado cero, no digo de la lectura pero sí de la curiosidad de un objeto, y terminar muy asombrado y disfrutándolo. — Estuviste entonces diez años viendo frutas por todos lados. Porque las frutas aparecen en todos lados. Aparece en el sello de los Beatles. Aparece en la manzana de Steve Jobs. Aparece en la manzana que se cae de Newton. — Y así podés seguir y seguir. Es como que, de repente, te das cuenta de que abrís puertas y las frutas están en todas partes. O sea, no solamente es el alimento en la verdulería. Están en el centro de conflictos políticos. Están en los bolsillos de casi 2.000 millones de personas que tienen un celular con una manzana mordida como un logo. Están en las canciones. Están en el lenguaje mismo, ¿no? Están en los cuadros. Es la presencia masiva de un objeto que uno lo piensa como mero alimento, delicioso y nutritivo. Me dije: acá hay algo para contar, acá hay historias. Y eso es lo que me parecía que faltaba, que no había encontrado en otros libros. A mí me parece que un libro nace no cuando uno lo escribe sino cuando llega a las librerías y empieza a ser leído y conversado. Me pasó con Odorama. “Frutologías. Historia política y cultural de las frutas” (Taurus) de Federico Kukso — Ahí hay como una completitud. — Sí. Para mí ahí el libro pasa de ser un conjunto de átomos a ser una entidad cultural que incentiva conversaciones. Y con este libro busco de alguna manera hacer lo mismo, incentivar no solamente qué lugar ha tenido una fruta en tu historia o cómo una fruta es un artefacto histórico y cultural que también condensa tradiciones y que están desapareciendo. Buscaba incentivar estas conversaciones que van más allá de “qué rica sandía estoy comiendo”. — Al leer tu libro, lo que empieza a pasar es que necesariamente empezás a recordar o a pensar tu propio vínculo con esos frutos. Entonces, todo el tiempo me aparecían anécdotas personales y eso también es algo que se suma a tu escritura. — Y sobre todo cuando hablan de aquella relación con una fruta que ya no existe. No sé, el higo que comía, que ya no lo encuentro más, en la quinta de mi abuela y que me trepaba a la higuera a buscarlo y lo esperaba a lo largo del año, porque también había una relación temporal. — Que se perdió. — Que se perdió. Sabía de dónde venía. Sabía que en un momento no había, que estaba verde. Entonces, me parece que también hay un montón de tradiciones que se rompen cuando uno se separa de la naturaleza. — Es emocional. Eso es lo que trato de decir cuando te hablo de los recuerdos. Porque el vínculo es absolutamente emocional. — Y yo creo que cada persona, como yo decía en Odorama, cada persona tiene relación con un aroma que te conecta con un universo emocional, lo mismo pasa con las frutas. Y eso me parece increíble que, como digo en una parte del libro, los historiadores no se hayan percatado de la presencia de la fruta a lo largo del relato. Cómo se construye el relato de la historiografía, de la historia. Y no se le ha prestado tanta atención a estos cultivos maravillosos. "Adán y Eva" (1909) de Suzanne Valadon, donde ella es Eva y André Utter es Adán. ¿Fue una manzana o un higo el fruto del pecado? — Recién decías que se pierde y se pierde no porque haya dejado de existir sino que lo que dejó de existir es de pronto el sabor que tenía lo que nosotros comíamos. Esa frescura. Tiene que ver con los tiempos, con la industrialización. Vos decís que hace más o menos 60 años se empezó a perder eso. Lo que hace es que se afecte la biodiversidad de manera muy notable. — Y ese es un tema muy interesante porque uno cuando piensa en emergencia climática, crisis del cambio climático y demás, uno suele pensar en el oso polar o en el oso panda. En animales. Tenemos una mirada muy zoocéntrica. Y existe un concepto muy interesante en botánica que se habla de “ceguera de plantas”. Como que no le prestamos atención no solamente al rol que han tenido los cultivos, que han sido parte de la construcción de la civilización, sino que no pensamos que se están perdiendo. Y no solamente por grandes incendios o extinciones masivas sino también por el propio capricho del consumidor que, cuando uno va a un supermercado y exige frutillas en marzo, uno también está haciendo que ese sabor desaparezca porque eso lleva toda la maquinaria de la industria a cultivar manzanas, por ejemplo, y cosecharlas y mantenerlas en cámaras frigoríficas durante todo el año. Entonces, la manzana que vos comés tiene detrás un año de conservación, muy linda por fuera pero por dentro... Por eso hablo también de alimentos fantasmas. Como una pera. La pera, que es la gran reina de las frutas en Argentina, es hermosa por fuera pero cuando uno la muerde, por lo general, es una piedra. Entonces, me parece que también estamos yendo a un mundo de una extinción de sabores y de muchas variedades que se van perdiendo y que van quedando, como decís, en el recuerdo. Esa ciruela verde que yo comía cuando era chico no existe más. — ¿Sabés qué extraño con locura? Los damascos, era mi fruta favorita. Hoy son carísimos y no tienen gusto a nada. — Bueno, y eso es algo que va a seguir pasando con muchas frutas porque es interesante cómo nos hemos separado de la naturaleza, ya no sabemos de dónde vienen los alimentos que comemos. — Es súper interesante lo que aparece ahí porque también hay como la guerra del origen, que es dónde nació cada uno de los frutos porque, de pronto, fue señalado por escrito por primera vez en un lugar pero no era original de ahí sino que había a través de las semillas y de los animales. — Siempre se habla de que los orígenes de la fruta son muy oscuros porque es muy difícil decir “acá nació”. Si bien por todo el trabajo de paleobotánicos se sabe cuáles son los más antiguos, siempre cada país quiere tener lo suyo. Pero lo interesante también es que, si lo analizas bien, las frutas son grandes refugiadas. Son refugiados, son inmigrantes en el sentido de que han viajado durante toda su historia y en un momento se asientan en un lugar a tal punto que se pierde esa historia pasada y cada cultura piensa que el fruto es de ahí Cuando en realidad tiene una historia anterior por la que fue trasladado por expulsiones, por viajes, por conquistas… — Por robo. — Por robo. Absolutamente. — Hay una fruta puntualmente en este caso, te detenés en eso. — El kiwi es muy interesante, en especial el kiwi me toca a mí personalmente, no sé si vos recordás cuando llegó a la Argentina, yo estaba en séptimo grado. El kiwi fue adoptado como símbolo nacional de Nueva Zelanda pero es originario de China. — Sí, sí, me acuerdo cuando apareció el kiwi. — Y vino un compañero con una fruta, algo marrón que parecía un testículo. Y uno se preguntaba: ¿cómo se come? No sabía cómo comerlo. Pasó con todas las frutas a lo largo de la historia, las frutas siempre han sido las embajadoras de lo exótico, hasta que en un momento se vuelven cotidianas. Y no sabía cómo comerla. Y si uno analiza los relatos de las Crónicas de Indias, están muy marcados por cuando Colón volvía y se preguntaban ¿cómo se come esto?, y el miedo que tenían. Con el kiwi es muy interesante porque fue adoptado como símbolo nacional de Nueva Zelanda, de hecho uno piensa, pensaba, ahora se cultiva en Mar del Plata, en la Provincia de Buenos Aires, pero en verdad el kiwi es originariamente de China y la historia cuenta que a comienzos del siglo XX, fines del XIX, una maestra neozelandesa va a China y se vuelve con unas semillas de una fruta interesante y empieza a criar en Nueva Zelanda. Le cambian el nombre, era la fruta del mono, tiene un nombre en chino, y se convierte por esas magias del marketing en una de las grandes exportaciones del país. Entonces, se pierde esa conexión porque también la fruta está asociada siempre a regiones, a países. — Te detenés también bastante en la idea del capricho de los ricos con los frutos que, de pronto, se apasionaban con alguno de esos frutos que habían conocido ya por regalo, por conquista o por lo que fuera, y decidían directamente tenerlos en sus invernaderos. — Sí. Fijate que ahí era la gran lucha contra la naturaleza. No sé, uno lo ve en Francia ¿no? Los reyes en Versalles. Esos jardines donde se cultivaban todo tipo de cítricos. Ya había pasado en Holanda con los tulipanes en invernaderos. Pero hay un cuadro del siglo XVII que a mí me fascina que es un rey inglés, Carlos II, que si no tenés idea de la historia del ananá, vos lo ves que le están ofreciendo un ananá y te preguntás qué tiene que ver. Por qué es importante esto. Y, analizándolo, el ananá es originario de América, de Brasil, un fruto que había sido domesticado durante generaciones por los pueblos originarios de Brasil, y se pudría en el trayecto a Inglaterra y a Europa. Aquel que lograba cultivarlo era el que el rey decía yo tengo el dominio sobre la naturaleza. Entonces empezó a haber una gran guerra, como si fuese, no sé, una lucha para llegar a la luna; en vez de una carrera espacial, una carrera frutal para ver quién cultivaba el primer ananá en Europa. Y lo lograron en Inglaterra. Y ese cuadro es como que alguien se sacase una foto con una Ferrari o un Lamborghini diciendo “yo tengo plata para invertir”. Y esto se ve en las grandes monarquías donde las frutas no eran para ser comidas, eran para exhibir el poder. El ananá es originario de Brasil y se pudría en el camino a Europa. En Reino Unido lo cultivaron en invernaderos reales. (Imagen Ilustrativa Infobae) — También en Japón, según contás. — Bueno, en Japón en la actualidad las frutas son carísimas porque no tienen mucha superficie donde cultivarlas, entonces hay melones de 200 dólares. O las sandías cuadradas, que uno había escuchado. Pero lo interesante de esas pinturas, esos bodegones donde se ven esas mesas con grandes frutas, como de abundancia, no eran para comer, era para mostrar la plata que uno tenía. — El exhibicionismo. — El exhibicionismo no sólo del poder económico sino del poder sobre la naturaleza. Y esa dimensión cultural simbólica es muy interesante porque uno lo piensa solamente como un objeto de consumo, ¿no? ¿Manzana o higo? — Entre las cosas que contás y que tienen que ver con la historia, con los mitos y con las leyendas, aparece también lo de la manzana de Adán y Eva que, tal vez, no era una manzana. ¿Era un higo? — Y esa es la gran discusión, que no está cerrada porque en los textos bíblicos no se dice en ningún momento “manzana”. Es interesante, pobre manzana, una de las frutas más polisémicas, porque tiene una gran cantidad de simbolismos. Pero lo que se cuenta es que es un gran error de traducción que ocurre alrededor del siglo III, siglo IV, cuando el papa le pide a un erudito que traduzca del hebreo al latín y, en ese momento, hubo una confusión porque a todas las frutas se las llamaba en latín malum ¿no? Malum pérsica era otra fruta. Cada fruta era malum. Y ese malum se lo confundió con mal y ese error de la traducción, como ya lo decía Umberto Eco, “traductor, traidor”. Eso impulsó el camino de la manzana, que luego fue reproducida por todo tipo de pintores como el fruto del pecado. Pero unos dicen que fue un higo, si uno analiza la botánica de Oriente Medio y, supuestamente, cómo se cubrían, las hojas con las que lo hacían. Pero, más allá de eso, de los mitos, de cómo se construyen estas narraciones, es todo el devenir de la pobre manzana, que originariamente es de Kazajistán y que ahora es un símbolo también de tentación máxima como tentación tecnológica, ¿no? — Y, sí. — Pero uno piensa en la Gran Manzana, la manzana de Newton, no sé, la manzana de Adán. Entonces, es increíble cómo un alimento tan presente, que uno no piensa en esas dimensiones, ha tenido tanta riqueza. — Me gusta esa búsqueda que hacés de textos que hablen de las frutas, de imágenes que hablan de las frutas. Aparece Carlos Fuentes con El naranjo; aparece bastante Pedro Mairal, se ve que a Mairal le gustan mucho las frutas porque en sus poemas aparecen mucho. Me gusta que también se lee la cita de “Durazno sangrando”. Y algo que me interesa y que me parece muy atractivo porque es un modo de enganchar también al lector es que arrancás cada uno de los capítulos con una historia. Lo hiciste también en Odorama. — Sí. El gran problema que yo siento en mi trabajo diario es la lucha permanente contra Wikipedia, esa información seca, despersonalizada. Incluso ahora, con la inteligencia artificial generativa, que tiene sus propio estilo. El periodista, el escritor o el ensayista le tiene que dar un plus, algo que no esté ahí y me parece que ése es el trabajo de narración. Yo siempre fui muy fanático de los cuentos cortos, ya sea de Edgar Allan Poe, de Borges, de Asimov. De cuentos asombrosos, ¿no? Esa idea de la antología de literatura fantástica. De cuentos muy breves que te pueden construir un universo propio. Es algo que muchas veces llamo la gramática del asombro. Cómo en un texto muy breve, como hacía Borges, te construye un universo con sus propias fuerzas intrínsecas. Y lo que yo intento en cada capítulo es que mis libros y mis textos sean lo menos Wikipedia posible. Intento atraer al lector con una historia porque me parece que la historia es algo que nos atraviesa como somos seres narrativos, y a mí siempre me gusta empezar con una historia que te asombre, que te atrape. Esas clases de periodismo que te dicen que ya desde la cabeza del texto vos tenés que agarrar de la solapa al lector y decirle “mira acá”. Es eso. En China, el durazno se asociaba con la inmortalidad. (Imagen Ilustrativa Infobae) — Otra cosa que pasa con la frutas y vos abordás en tu libro es el vínculo con lo amoroso o con lo apasionado o con lo sexual. Y contás la historia de cuando eliminaron el emoji del durazno y hubo una revolución ciudadana. — Hace un par de años Apple decidió cambiar la forma del emoji del durazno para hacerlo con forma menos… — Menos sexual, sí. — Y hubo una gran revuelta. La gente se quejaba. Y tuvieron que dar vuelta la decisión. Es interesante cómo las frutas, o incluso también la berenjena u otro tipo de verduras, terminaron, no importa el idioma que vos hables, los emojis de esas frutas o verduras se convirtieron en una especie de esperanto por cómo se sexualizaron. Pero ya venían con una carga sexual. — Es que en las diferentes lenguas son frutos comunes. Son objetos comunes de las culturas. — Absolutamente. Y también se habla mucho que aquellas culturas con mayor diversidad frutal tienen mayores expresiones lingüísticas relacionadas con las frutas. Uno piensa en la papaya, que también tiene esa relación muy sexual. Pero, no sé, pensaba en las cerezas como el gran símbolo de la discoteca Pachá. La tentación o la expresión en inglés pop the cherry, como de perder la virginidad. Entonces es interesante cómo una fruta tan pequeña y tan deliciosa como la cereza, es más que solo dulce. Yo quería ir más allá de rico, lindo o feo o de lo exótico. — Otro de los ejes fuertes de tu libro tienen que ver con la relación de las frutas con la política y la economía. Y con cosas que fueron pasando a lo largo del tiempo y que se van quedando y que tienen que ver, por ejemplo, en Estados Unidos, con el racismo. La identificación de la sandía con los negros en Estados Unidos y con la supuesta holgazanería de los negros. — Sí, fijate que cuando yo pensé el libro tampoco era solo una historia cultural de la fruta. Me parece que yo insistí mucho que tuviese, que se mencionase la historia política. Ahora, si bien cada fruta tiene una dimensión política, la sandía quizás es la que más lo muestra. Desde la Argentina y Latinoamérica, uno piensa en la sandía en el verano. En el mito de no mezclar con vino, por ejemplo. Cuando yo era chico la comprábamos en la ruta cuando íbamos a una quinta, no íbamos a la verdulería. Pero lo interesante es que en cada región del mundo la sandía, que es originaria de África, tiene una dimensión y ha generado una gran cantidad de conflictos. La sandía, en especial si uno piensa al menos en Estados Unidos, fue el primer medio de subsistencia de los esclavos recién liberados. Era el primer trabajo en el sentido de cultivar la tierra. — Conocían la labor porque antes la hacían para los amos. — Sí, como el algodón o el azúcar. Pero, al mismo tiempo, muchos sureños empezaron a ridiculizar a los afroamericanos con esta expresión del negro comiendo la sandía como la figura del vago, del que no hacía nada. Uno lo ve mucho, por ejemplo, en La cabaña del tío Tom. Y hace un par de años a partir de un episodio en el que había habido un intruso en la Casa Blanca durante el gobierno de Barack Obama, en un diario hubo un chiste, una caricatura en la que se veía en el baño a Obama lavándose los dientes con un cepillo de dientes y, desde la bañera, alguien que sale diciéndole: ¿no probó con un sabor de watermelon (sandía, en inglés)? Y lo loco es que esa caricatura, que si uno no conoce el trasfondo no entiende bien qué pasaba, causó un revuelo en el sentido de la asociación de la sandía con los afrodescendientes. Entonces ahí también está el tema de cómo se la ha utilizado para burlarse, para hablar de un grupo de la población. Y hay otras partes del mundo donde también han tenido un rol importante. No sé, en Ucrania también, en Kherson, que sigue siendo atacada, pero las sandías de Kherson son muy conocidas en esa región del mundo y cuando fue liberada luego de la invasión rusa, los soldados ucranianos fueron recibidos con sandías. Hay muchos videos en internet. Y otra parte del mundo donde también tienen un rol importante es en Medio Oriente, donde ha sido utilizada la sandía como emblema visual… La imagen de la sandía, depende el modo en que se utilice, puede resultar ofensiva para la comunidad afroamericana en Estados Unidos, Kukso cuenta en su libro por qué. (Imagen Ilustrativa Infobae) — En reemplazo de la bandera palestina. — Exactamente. Yo antes de saber todo esto me preguntaba por qué hay tantas sandías en las manifestaciones o emojis de sandías. Y después uno va entendiendo cómo la gente se apropia de esas imágenes para expresar una idea o una identidad. Y eso también es interesante, cómo las frutas ingresan en la parte de lo propio, de lo nuestro, de la construcción del nosotros. — Y volvemos a lo emocional. Pero algo más que aparece mucho en tu libro es el descubrimiento de cuestiones que tienen que ver con genética de las frutas y con lo que llamás “avaricia corporativa”. Historias que de pronto uno conoce, o ha escuchado, pero leyéndolas a todas juntas una se pregunta cómo puede ser algo así. Cómo hay empresas que se adueñan de frutos, por ejemplo de reservas indígenas que los han usado toda la vida y se los llevan y los patentan. O esta otra historia, que yo desconocía, del fruto que se llamaba aguaymanto o uchuva, el fruto del Perú, y que ahora se llama Pichu Berry porque buscaron hacerlo entrar con más fuerza al mercado. Muy interesante cómo aparece la economía ahí. — Sí, ese es un tema muy interesante que está en discusión en las últimas décadas, el de a quién pertenecen las frutas. Porque, por ejemplo, estaba pensando, haciendo una analogía con el Partenón, uno va al Museo Británico y ve esos restos y a quién le pertenecen. Pero uno nunca piensa a quién le pertenece la fruta que está comiendo, en el sentido de que las frutas han sido domesticadas durante miles de años. Las frutas, como las conocemos en la actualidad, no están en la naturaleza. O sea, tenían más semillas, eran más ácidas. Entonces es interesante pensar que, durante generaciones, personas que no conocemos, de quienes nunca conoceremos sus nombres, fueron alterándolas. Fueron de alguna manera haciendo que sean más dulces. Son parte de una tradición, de un conocimiento. Entonces, por eso a mí me gusta pensar en las frutas como obras de arte. Que en vez de ser hechas por una persona, en un momento de la historia en particular, han sido hechas por un pueblo a lo largo de miles de años. Entonces, cuando una empresa de Estados Unidos o Europa va a Brasil y va a buscar ya sea el guaraná o el açai (asaí) y se lo lleva y se lleva los componentes y hacen un shampoo, ganan millones de dólares y luego no le dan nada a la gente del lugar de donde se llevaron esa materia prima. — A esas comunidades. — Exactamente. Ahí está la discusión de lo que se llama biopiratería. Y ha ocurrido muchas veces. Con la stevia en Paraguay. En Brasil con, como te decía, el guaraná, que se usa en las bebidas energéticas que son tan populares. Hay un montón de legislación sobre protección del patrimonio natural de cada nación, porque no solamente es la manzanita sino el conocimiento, los años detrás de desarrollar esa manzanita o el asaí. Entonces, me parece que también ahí el concepto de biopiratería está cada vez más presente en las discusiones, en los tratados, pero uno no lo pensaba así. El asaí de Brasil, uno de los ejemplos de "avaricia corporativa" de los que habla Kukso en su libro. (Imagen: Ecolectia.com) — ¿Te referís a que nunca pensábamos en quién descubrió determinada fruta? — Quién lo descubrió pero sobre todo en esa idea del explorador muy Darwin, muy Wallace, que se metían. Incluso Humboldt, que tiene una historia fascinante. Se metían en las selvas y descubrían la cura de la calvicie, no sé, iban a buscar algo. Esa cosa del hombre cis, blanco, de la ciencia. Esa mirada de la ciencia imperial también está presente. Como que era suyo lo que encontraban para el bien del imperio. Y eso ocurrió a lo largo de la historia. Estados Unidos mandó a China una gran cantidad de exploradores en busca de alimentos porque originalmente Estados Unidos no tenía una gran riqueza de alimentos. O también pasó con el Imperio Británico, con el té. Vos sabés que China muchos años tuvo el monopolio del té y hubo espías alimenticios que mandaron a China y robaron y obviamente le sacaron el emporio del té. Pero son esas historias pequeñas detrás de los alimentos lo que me fascinó porque te das cuenta de cómo el discurso de la nutrición, que no tiene más de 150 años, me refiero a pensar los alimentos en tanto vitaminas, carbohidratos, proteínas, se instaló de tal manera que barrió toda esa dimensión simbólica, política, económica y cultural de las futuras. No pensás en esa dimensión, como el durazno, que en China se pensaba que era el alimento que te daba inmortalidad. Está incluso en las bodas. O uno piensa, no sé, en la mitología nórdica, que se pensaba que las manzanas doradas, ya sean manzanas, naranjas o membrillos, era el alimento de los dioses que hacía que fueran jóvenes. Esa dimensión religiosa, mitológica, fue extirpada. No existe más. Ahora, ¿en qué pensamos? En vitaminas. En proteínas. Y me parece que es lindo recuperar toda esa dimensión cultural. — ¿Cuál es tu fruta favorita? — El higo. No solamente porque lo he asociado con mi familia sino porque no consigo un buen higo y sobre todo eso que te decía antes, de subirme al árbol y agarrar el higo y saber de dónde viene y disfrutarlo. Y, sobre todo, del pasado, de la memoria. Pero el higo, el higo es fascinante. Por diferentes razones industriales y de prácticas de consumo, las frutas ya no tienen el sabor de décadas atrás. Kukso dice que el higo es su fruta favorita. Sin respeto por la ciencia — No puedo dejar de preguntarte cómo estás viviendo lo que está pasando con la ciencia no solo en la Argentina, porque también lo estamos viendo en Estados Unidos y cómo de pronto emergió una nueva orientación en relación a montones de cuestiones que parecían saldadas, digamos. Cómo si no fuera evidente que los países tienen que producir ciencia. — Vivimos en lo que se conoce acá como cientificidio. Pero me parece que vamos a empezar a advertir eso no ahora. Quizás no el año que viene sino dentro de 10, 20, 30 años. Porque en la historia pasa eso, ¿no? Cuando se destruye algo, las olas expansivas se ven mucho después. Y no solamente lo vemos ahora, con los casos de sarampión. Pero la destrucción de la ciencia y más que de la ciencia de la autoridad de la ciencia. "Odorama" es el libro anterior de Federico Kukso. (Crédito: Santiago Saferstein) — Está bien eso que señalás. — Porque no es solamente “destruyo leyes y expulso científicos”. Y no solamente en países como Argentina, sino sobre todo en Estados Unidos, donde luego de la Segunda Guerra Mundial hubo un consenso bipartidista de que había que apoyar la ciencia y eso se rompió. Fijate cómo en 60 días (N. de la R., la entrevista se hizo hace algunas semanas) se han destruido casi 60 años de historia. Y eso se va a ver en el futuro no solamente por la emergencia climática actual y no importa que vos lo creas o no: ocurre. Pero sobre todo con vacunas. Sobre todo con próximas pandemias, porque va a haber pandemias. Existe ahora lo que se llama panzootia, hay un virus que es el de la gripe aviar que quizás en Estados Unidos está llamando la atención porque ha aumentado el precio de los huevos. Pero están muriendo muchos animales por un virus que todavía no ha saltado del todo al ser humano, si bien ha habido un par de muertes. Pero va a haber una pandemia. El tema es cómo va a estar preparado el mundo. — Cómo se va a enfrentar eso. — Cómo va a ser eso, sobre todo cuando se ha perdido todo tipo de respeto a las autoridades científicas. Y hay un tema que me parece interesante más allá de lo que ocurre en Estados Unidos. Hay un científico argentino que se llama Marcelino Cereijido, que vive en México hace muchos años, que dijo algo muy interesante respecto a la ciencia y la Argentina. Dijo algo así como que la Argentina no tiene una cultura científica pero sí tiene una cultura odontológica. ¿A qué me refiero? Cuando vos tenés un dolor de muelas, vos vas a un odontólogo. Pero cuando hay un problema, la sociedad argentina, los políticos argentinos, no recurren a los científicos. Y esto se ve, por ejemplo, en casos como la inundación en Bahía Blanca Federico Kukso es un periodista científico, autor de varios libros muy documentados. (Foto: Alejandra López) — Sí, claro. — Donde está demostrado que había un montón de papers que hablaban de inundaciones. Entonces, eso es lo que también me parece que es importante, más allá del apoyo a la ciencia, el apoyo a una cultura científica. Hay un problema de pandemia, de abastecimiento, lo que sea, tengo que recurrir a los científicos. — A los que saben. — Sí. Y eso no ocurre.

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