14/05/2025 07:03
14/05/2025 07:02
14/05/2025 07:00
14/05/2025 07:00
14/05/2025 06:58
14/05/2025 06:58
14/05/2025 06:58
14/05/2025 06:57
14/05/2025 06:57
14/05/2025 06:56
Parana » AIM Digital
Fecha: 14/05/2025 04:16
El petróleo ya no es lo que era. Todavía es el rey, pero su influencia tiende a decrecer. Un estudio de la Reserva Federal de Nueva York revela que el proceso de sustitución por otras energías está en marcha Durante décadas, en particular desde los dos choques petroleros de 1973 y 1979 que pusieron a los países consumidores contra las cuerdas, la idea de que algún día el petróleo se acabaría fue un lugar común. No sólo eso, sino que la predicción se completaba con un negro augurio: la oferta de crudo iba a ser insuficiente y los precios, irremediablemente, tenderían a subir en vertical. Una visión, por así decirlo, malthusiana de la historia. No ha ocurrido eso. Aunque es verdad que en determinados momentos la volatilidad de los precios ha sido extrema —140 dólares el barril promedio de la Opep inmediatamente antes de la crisis financiera de 2008 y apenas 12 dólares en 2020, después de la llegada del covid— ni una ni otra predicción se ha materializado. Por el contrario, lo que sobra hoy en el mercado es petróleo, lo que explica sus bajos precios actuales (alrededor de 60 dólares el tipo Brent). En términos reales, sin inflación, los precios son hoy más bajos que en 2019, antes del covid. Los precios, incluso, podrían ser menores si no fuera porque el cártel que conforma la Opep junto a sus aliados no estuviera restringiendo la oferta para estabilizarlos. Se estima, según la Administración de Información Energética de EE.UU., que en la actualidad la capacidad de producción excedente se sitúa en torno a cuatro millones de barriles diarios. El escenario base con el que cuenta la Agencia Internacional de la Energía (AIE) prevé que el consumo mundial de petróleo alcance su punto máximo en 2030 y caiga aproximadamente un 2 por ciento por debajo de los niveles actuales para 2035. No es la única previsión. El escenario base de British Petroleum (BP) también estima que el consumo mundial se estabilice alrededor de 2030 y disminuya para 2035. La pérdida de hegemonía Las perspectivas han cambiado tanto que incluso hoy se baraja la idea de que la hegemonía del petróleo como combustible del transporte toque a su fin. No de una manera súbita, inmediata, sino a largo plazo, pero con una indudable tendencia a la baja. Es decir, justo lo contrario de lo que se temía hace una docena de años, cuando una revista tan prestigiosa como Nature aseguró que la producción de petróleo era “inelástica” y sería “incapaz de responder a la creciente demanda”. En resumen, —venía a decir la publicación—, el pico del petróleo estaba a la vuelta de la esquina. Lo que los autores no apreciaron del todo, sin embargo, fue que la revolución del ‘fracking’ en EE.UU. ya estaba en marcha. Un reciente informe de la Reserva Federal de Nueva York, que históricamente ha prestado mucha atención a los precios de las materias primas, lo acredita. Según los autores del estudio, Matthew Higgins y Thomas Klitgaard, quienes defendían la tesis del pico de oferta —es decir, que la producción se estancaría— “resultaron estar equivocados” dada la introducción del ‘fracking’ y otros nuevos métodos de extracción. Ahora, por el contrario, recuerdan, la idea del pico del petróleo ha regresado, pero a la inversa, con una demanda mundial que tenderá a aplanarse y luego desaparecerá ante el creciente uso de vehículos eléctricos y otras tecnologías bajas en carbono. En definitiva, un menor consumo de petróleo favorecerá precios más bajos y eso conlleva que sea menos rentable la exploración de yacimientos y, por ende, la comercialización del crudo. Un juego de suma cero O expresado en otros términos, la llegada del ‘pico de demanda’ —caída del consumo a partir del máximo— convertirá los mercados petroleros mundiales en un juego de suma cero: el crecimiento de la oferta en una región o los nuevos yacimientos presionarán a la baja los precios, mientras que en otras regiones con mayores costes se producirá una expulsión de los productores. La pregunta que se hacen Matthew Higgins y Thomas Klitgaard, los autores del estudio de la Fed de Nueva York, es cómo se adaptarán los productores estadounidenses —aunque el fenómeno se puede extender a otros territorios— al nuevo entorno de mercado. Se trata, de hecho, de una cuestión nuclear, ya que los precios muy bajos desincentivan la exploración, la producción y el refino de hidrocarburos. La Reserva Federal de Dallas ha estimado que las empresas estadounidenses necesitan un precio promedio del petróleo WTI de entre 61 y 70 dólares por barril para perforar un nuevo pozo de forma rentable, dependiendo de la ubicación. No es el caso de otras regiones productoras. Esos costes de equilibrio son más del doble que en Oriente Medio, donde la extracción es sensiblemente menos costosa, independientemente de la calidad del crudo. Esto puede explicar que los flujos de inversión en proyectos de energía limpia se acerquen ya a los 2 billones de dólares anuales, casi el doble de la cantidad combinada gastada en nuevo suministro de petróleo, gas y carbón. El actual contexto, de hecho, se ha caracterizado por la fortaleza del ‘fracking’, que ha permitido que EE. UU., un país históricamente muy dependiente del exterior en el plano energético, sea hoy autosuficiente. El ‘fracking’ (abreviatura de fracturación hidráulica) no sólo permite producir petróleo, sino que también afecta a lo que se conoce como gas húmedo, es decir, gas natural, etano, propano y butano. Como consecuencia de ello, entre 2012 y 2019 la producción estadounidense aumentó en 8,4 millones de barriles diarios, lo que da un promedio de 1,2 millones al año. De hecho, la producción de EE. UU. representa prácticamente la totalidad de las ganancias en la extracción mundial desde 2012 y, lo que no es menos importante, con una ganancia de productividad extraordinaria (un 52 por ciento) tanto en extracción de gas como de petróleo. Este aumento de la producción (oferta de crudo) tiene una contraparte. La Reserva Federal pone el acento en que el consumo en los países de la Ocde (los más ricos) se ha frenado en seco, mientras que crece, por el contrario, en los emergentes, cuyo peso en el conjunto del planeta es menor. En concreto, el consumo de petróleo en los países de altos ingresos no ha aumentado desde 2012. Por el contrario, el consumo de petróleo en China aumentó casi cuatro millones de barriles diarios entre 2012 y 2019, pero con un cambio importante: desde 2019 el incremento se ha reducido un 50 por ciento. Industria vs. servicios La principal causa del descenso es muy sencilla. En el primer periodo, la economía china creció a tasas superiores al 6-7 por ciento, pero hoy lo está haciendo por debajo del 5 por ciento, lo que supone una contracción importante de la demanda. Entre otras razones, porque China produce bienes manufacturados destinados a la exportación, mientras que las economías más avanzadas son, sin embargo, cada vez más dependientes de los servicios. O dicho de otra forma, la digitalización y las nuevas formas de trabajo están arrinconando a la industria, que históricamente, junto al transporte, han sido los grandes consumidores. Pero, sobre todo, el proceso de electrificación del transporte, gracias a la existencia de fuentes energéticas alternativas. Los vehículos eléctricos actualmente tienen una participación de alrededor del 20 por ciento en las ventas de automóviles nuevos a nivel mundial, y esta aumenta hasta el 50 por ciento para 2030. Otros datos de la AIE lo ponen negro sobre blanco. En la última década, el uso de la electricidad creció el doble que la demanda total de energía, mientras que hasta 2035 se espera que crezca seis veces más. Un mundo con menos petróleo está más cerca. Fuente: El Confidencial
Ver noticia original