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Parana » Entreriosya
Fecha: 13/05/2025 23:23
Murió José “Pepe” Mujica. El expresidente uruguayo falleció este martes a los 89 años tras una larga lucha contra un cáncer que, en sus propias palabras, “ya no valía la pena combatir”. Pero Mujica, fiel a su estilo, no se va sin dejar un legado imborrable: el de la austeridad como forma de poder, y el de la coherencia ética como estandarte político. Una vida en clave de renuncia Durante su presidencia (2010-2015), Mujica vivió en su chacra de las afueras de Montevideo, condujo un viejo Volkswagen escarabajo modelo 1987 y rechazó mudarse a la residencia presidencial de Suárez y Reyes. Donaba el 90% de su salario a organizaciones benéficas. No era una pose ni una campaña de imagen: era él, el mismo que había pasado más de una década en prisión bajo condiciones inhumanas durante la dictadura y que nunca abandonó sus ideas, pero tampoco su humanidad. Su estilo de vida modesto se convirtió en un fenómeno viral, con titulares que lo bautizaron como “el presidente más pobre del mundo”. Pero lo cierto es que Mujica fue, probablemente, uno de los presidentes más ricos en principios. Un líder que no quería liderar “No soy pobre. Pobres son los que necesitan mucho para vivir”, dijo alguna vez. Esa frase, como muchas otras de su autoría, se viralizó en redes sociales, en memes, en tatuajes, en afiches y hasta en camisetas. Su mensaje de vida sencilla, centrada en lo esencial, conectó con millones de personas hastiadas del exceso, del lujo exhibido por políticos y empresarios, y de las promesas huecas. Su figura traspasó fronteras: fue invitado a disertar en foros internacionales como la ONU, donde dio discursos más filosóficos que políticos. Allí habló del consumo desmedido, del impacto ecológico del modelo capitalista y de la necesidad de reenfocar la vida en lo humano. Era un presidente que citaba a Séneca, que hablaba del amor y la muerte con la naturalidad del campesino, pero con la profundidad del pensador. Una marca humana en la política global En la era del marketing político, Mujica fue la anti-campaña: sin redes sociales propias, sin asesores de imagen, sin discursos prefabricados. Y, sin embargo, fue uno de los políticos más compartidos, citados y respetados del mundo. Su humildad se volvió su marca personal. No necesitó construirla: simplemente vivía según sus principios, y eso bastaba. Era un líder con autoridad moral, algo cada vez más escaso. Su coherencia —entre lo que pensaba, decía y hacía— se convirtió en su mayor capital simbólico.
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