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» Diario Cordoba
Fecha: 13/05/2025 07:34
Que la pandemia nos dejó algo tocados del ala es algo sobre lo que parece existir cierto consenso. Sociólogos, psicólogos y psiquiatras podrían hablar con mucho más conocimiento de causa, aunque es posible que necesiten la perspectiva de los años para testar en su plena dimensión el alcance del problema. Matices aparte, está claro que tras aquella experiencia tan desgarradora no hemos vuelto a ser los mismos, ni individual ni colectivamente. Sufrimos una suerte de histeria sostenida que antepone el disfrute inmediato a cualquier otra cosa y hemos cambiado nuestro orden tradicional de prioridades hasta terminar subvirtiendo las claves que regían nuestras vidas; un proceso alentado subliminalmente desde la peor política, consciente de que favorece un estado general de encefalograma plano, de desinterés por lo que no sea el pan y el circo propios, de abulia y desidia aunque el mundo enloquezca, de adormecimiento ante las tropelías sistemáticas de quienes nos tienen por idiotas. Y ahora, ha bastado un nuevo desastre, inédito en la historia de España, como fue el apagón general del pasado 28 de abril, para despertar otra vez (si es que alguna vez se habían dormido) todos nuestros fantasmas y echarnos a la calle, no a protestar, sino a asaltar como posesos los supermercados, a montar una juerga algo surrealista y pueril ante la posibilidad de que se tratara del mismísimo apocalipsis, a acopiar transistores de pilas y hornillos de gas como si el resto de nuestras vidas lo fuéramos a pasar de camping, a llenar las casas de papel higiénico y conservas como si hubiera llegado el fin del mundo, a defender que a la luz de las velas es todo más romántico, hay más tiempo para pensar y los lazos familiares se refuerzan. Y digo yo: ¿qué nos impide hacerlo a diario? El problema, en el fondo, es que hemos perdido cualquier atisbo de sentido común; porque, ¿quién no ha tenido siempre una radio de pilas en casa, una linterna, unas velas o un lote de conservas por si se presenta una visita inesperada y hay que sacar unas tapas? Hemos convertido lo normal en extraordinario y lo enfrentamos de forma bipolar, desde el jolgorio o el drama; y aun así, es justo reconocer que la ciudadanía en general ha sabido estar muy por encima de los acontecimientos. Sin embargo, esto no ha terminado aquí. Sólo una semana después hubo de nuevo gente atrapada en los trenes una noche entera y es imposible evitar la sensación de que España se va al garete. Posiblemente, en cuatro días, cualquier otra chapuza o barrabasada de quienes rigen nuestros destinos hará que nos olvidemos de lo vivido y volveremos a las andadas ignorando que las cosas pueden torcerse en un instante y que hombre (o mujer) prevenido/a vale siempre por dos; pero de momento asistimos a un espectáculo bochornoso de desinformación y elusión de responsabilidades. Lo ocurrido estas últimas semanas es de una gravedad extrema, tiene causas muy concretas, obedece según los expertos a negligencias específicas o faltas de mantenimiento, es resultado de aplicar la ideología y el sectarismo a las cosas del comer. ¿Qué más tiene que ocurrir para que abramos los ojos y veamos? ¿Qué para que alguien dimita o se convoquen elecciones? Nos están tomando el pelo con absoluto recochineo; nos sacan los cuartos como bandoleros trabuco en ristre mientras pretenden que les demos las gracias por habernos devuelto la luz y a partir de ahora, si pueden, nos la cobrarán al doble. Y todavía hay gente que los justifica… Apliquen la razón y comprobarán que nuestros sueños se han llenado de monstruos. *Catedrático de Arqueología de la UCO Suscríbete para seguir leyendo
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