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Gualeguaychu » El Argentino
Fecha: 11/05/2025 14:53
Era noche de entierro de carnaval cuando Juan Antonio Waller fue asesinado brutalmente por Brian Flores y Jairo Fernández. Lo mataron a puñaladas en un lugar descampado en la zona noroeste de Gualeguaychú. Ellos aún pagan por lo que hicieron y les restan varios años más. Domingo, 11 de Mayo de 2025, 6:44 Por Carlos Riera Han pasado sólo nueve de los 22 y 18 años a los que fueron condenados el 30 de agosto de 2016 por el Tribunal de juicios y Apelaciones de Gualeguaychú, que estuvo representado por Arturo Dumón, Mauricio Derudi y Mario Figueroa. A pesar de todo este tiempo transcurrido, aún permanece el recuerdo de este brutal crimen que conmovió a la sociedad en general, y en particular a todos los remiseros de la ciudad. Se trata de un caso que no tiene demasiados vericuetos. Sino todo lo contrario. Una vez conocido el crimen, y gracias a un rápido trabajo policial y judicial, en menos de 24 horas se pudo dar con los dos autores. Luego, uno abrió la boca, responsabilizó al otro, y ya para ese entonces no había mucho que esclarecer. Lo único que se debía discutir era si se trataba de un homicidio criminis causae o si se encuadraba en un homicidio en ocasión de robo, una diferencia que les podría acarrear una pena de prisión perpetua. “Once, llegás con la reserva” El móvil 11 de la empresa Boulevard le pertenecía a Juan Antonio Waller. Esa madrugada del 6 de marzo de 2016 había dejado estacionado su Fiat Siena en la vereda de enfrente a la central de remises, sobre el supermercado Malambo en el boulevard Pedro Jurado, casi Urquiza. Era una noche de sábado, madrugada de domingo, con mucho movimiento turístico. Era el fin de semana que le baja la persiana a la temporada y por eso todos los remiseros sabían que había que trabajar esa noche para hacer una diferencia. La agencia tenía varios móviles en actividad esa mañana y algunos de ellos fueron testigos de un crimen que nunca se les olvidará. Waller se encontraba sentado junto a sus colegas Marcelo Fiori, José Verdinelli y Mario Dopazo, mientras que Héctor Romero andaba por el corsódromo, con todo el movimiento del entierro del carnaval, y Pablo Blanco iba camino a la costanera, cuando dos sujetos se presentaron en la agencia pidiendo un móvil. Alejandro Schol era el operado y el encargado de coordinar los turnos y los viajes de los remises. “¿Quién sigue?”, preguntó Fiori, que llevaba varias horas de trabajo y ya estaba por abandonar la jornada. “El once, sigue Juan”, le respondió Schol, mirando con cierta intriga a los pasajeros. Waller se paró enseguida y les señaló el Siena estacionado enfrente, porque sobre la vereda de la agencia estaban los autos de Fiori y Dopazo. Los pasajeros despertaban sospechas entre los remiseros. Uno llevaba una campera gris y el otro un buzo rojo, y ambos se sentaron en el asiento trasero. “Para mí uno se sentó adelante”, dijo Fiori en una de sus primeras declaraciones, pero eso fue corregido cuando declaró Schol, que dijo: “no, no, yo tengo una visión de frente, aunque tengo el vidrio que es espejado, pero para afuera veo bien y la persona que iba, que es el de buzo rojo, se sentó atrás del acompañante, y el de campera gris se sentó atrás de Waller”. Luego esto fue reconocido por los imputados en el juicio. Cuando Waller y sus asesinos salen en el remis, Fiori no quedó para nada tranquilo y le dijo a Schol: “preguntale a Juan (Waller), a dónde va”. Schol le hizo caso y le consultó por la radio. El chofer de ese móvil 11 le respondió: “a Tula Acosta y Boulevard De María”. El destino elegido por los delincuentes era una zona de chacras, que conocían muy bien porque sobre Tula Acosta, a un kilómetro y medio hacia el oeste del Boulevard De María, vivía un familiar de Jairo Fernández. Ese destino no lo convenció a Fiori y le dijo a su operador: “yo lo voy a tratar de localizar, lo voy a seguir. Voy a ir por acá (por el boulevard Daneri) y después voy a subir por Périgan hasta el Boulervard De María”. Esto genera también la reacción de Dopazo, que dice: “yo me voy a ir para el Cementerio”. Ya eran dos los autos que estaban detrás de su compañero, preocupados. “Once, once, te llega la reserva”, le tiró Fiori por la radio. Esto era una clave conocida por entre los remiseros, que puso en alerta al resto por cualquier situación. Pero la respuesta afirmativa de Waller les trajo tranquilidad, sobre todo a Dopazo que escuchó por la radio cuando se dirigía hacia el cementerio. Pero Fiori seguía con duda y continuó su camino. Fiori modula por segunda vez: “once, once, llegás a la reserva, ¿te cubro?”, y Waller le responde “sí”. Los colegas, en otros puntos de la ciudad, seguían la secuencia por la radio y con cierta preocupación. Blanco, que estaba en la costanera, se comunicó con Waller, pero no le contestó y entonces le avisó al operador. Schol declaró luego que, a pedido de Blanco, le habló y ahí es donde escuchó un “sí raro” de Waller. A todo esto, Fiori lo seguía de atrás, por el boulevard, con las luces apagadas para que no lo identificaran. “Yo veo las luces de Waller, veo el símbolo de la remisería prendido, reconozco que es él”. Pero en un momento lo perdió de vista, cuando el Fiat Siena dobló en Tula Acosta. Fiori tomó por otro lado, donde se dividía el camino, y cuando se da cuenta que se había equivocado frenó el auto, hizo marcha atrás y sufrió un percance con el estado del camino. Cuando logró sortear ese bache, se dirigió hacia donde estaba el auto de su amigo, que tenía las luces de stop prendidas y eso lo tranquilizó. Espero uno o dos minutos y tiró la alerta de nuevo: “once, once, llegás a la reserva”, pero ahí ya no tuvo respuesta de Waller. El silencio de radio no era un buen presagio. Algo había ocurrido. Fiori se acercó hasta el auto, prende las luces altas, las balizas, y a unos 100 metros antes de llegar “veo que dos manchas salen corriendo, como atrás del auto… que van para el campo, ahí me da miedo, aviso a mis compañeros, vengan, ayúdenme, estoy con miedo, no me animo a bajar”. Verdinelli y Romero llegan al instante, no pasaron más de dos minutos. Fiori y Verdinelli se acercaron hasta el auto y observaron que la puerta del conductor estaba abierta. Al lado estaba el cuerpo de Waller. Inerte. Bañando en sangre. Blanco llegó al lugar y conmocionado quiso salir a buscar a los asesinos, pero fueron sus propios compañeros quienes lo frenaron: “no sabemos cómo están, si están armados”, le dijeron mientras descubrían las pisadas que salían desde el auto, que quedaron marcadas en el terreno por el rocío de la madrugada, y se perdían en el monte. Una muerte innecesaria Juan Antonio Waller tenía 45 años cuando murió asesinado a puñaladas. Tenía más de 60 puntazos de arma blanca que le provocaron la muerte inmediata. El médico forense, Mauricio Godoy, detalló en su informe de la autopsia que la víctima presentaba 68 lesiones y que todas ellas tocaron órganos importantes: riñones, pulmones, hígado. Cuando en el juicio le exhibieron las fotos a Godoy, explicó que había distintos tipos de lesiones, con anchos de hojas diferentes, lo que “me permite afirmar que hay más de un arma homicida”…, o sea, lo mataron entre los dos. Cuando la Policía llegó a la escena del crimen, se dispuso una inspección del campo aledaño. Quien es el actual jefe de Operaciones de la Policía Departamental, el comisario Osvaldo Adolf, halló una gorra de color azul a unos 400 metros de donde estaba el auto, y luego un buzo. También encontraron la billetera de Waller y una campera, manchada. Todas las prendas coincidían con las descripciones de vestimenta que habían aportado los testigos: sólo faltaba identificarlos. “Teníamos el asesinato de una persona. Un remis. Sabíamos concretamente que eran dos los que se habían subido al vehículo. Habíamos secuestrado prendas que podían tener relación con los autores”, dijo el fiscal Sergio Rondoni Caffa en su alegato de clausura en el juicio realizado seis meses después del crimen. Para ese momento sólo faltaba conocer el nombre y apellido de los autores. Habían pasado pocas horas cuando el propio Adolf fue el que le comunicó al Fiscal que se había recibido un llamado al mediodía en el que nombraban a tres personas como los autores del hecho; y un segundo llamado después de las 19, en donde ya le brindaban a la Policía mayores precisiones, y les confirmaban anónimamente que Jairo Fernández de 24 años y Brian Flores de 21, habían sido los asesinos. En ese segundo llamado agregaron más información: a Waller le habían sustraído 800 pesos de la billetera. Con estos datos, Rondoni le solicitó al entonces juez de Garantías, Guillermo Biré, el pedido de allanamiento y detención para los dos sospechosos del crimen, que ya tenían antecedentes por robo. Fernández se entregó cuando ya estaba cercado, mientras que su cómplice de 21 años fue aprehendido en su vivienda en el barrio Zuppichini. A ambos ya se los tenía individualizados a través de las cámaras de seguridad que la Policía, a través del personal de Investigaciones, había logrado secuestrar de una frutería que había en las inmediaciones a la agencia de remis, de una veterinaria y de una concesionaria de autos. En esas cámaras se los veía caminar hacia el lugar donde abordaron el remis. Sólo era cuestión de tiempo para poder identificarlos. El llamado anónimo sólo aceleró el proceso. Fuiste vos El juicio comenzó a fines de julio y se extendió durante agosto del 2016, pero ya en la primera audiencia hubo indicios de que no había mucho por discutir en cuanto a la autoría del crimen, sino que todo se centraría bajo la figura penal por la cual debían ser condenados. Rondoni Caffa ya había adelantado que iba por el "Homicidio criminis causae", es decir, cuando se mata para tapar otro delito, en este caso un robo, que tiene una pena de prisión perpetua. A esto también se plegó el querellante Darío Carrazza. Pero la discusión era si esta figura los alcanzaba. Habían matado para tapar un robo, o fue un robo que se les fue de las manos cuando Waller se resistió. Para esa primera audiencia había mucha expectativa. Para ese momento ya se habían realizado varias marchas por el centro de la ciudad en pedido de justicia para la víctima y nadie de la familia y de sus compañeros de trabajo quisieron estar ausentes para el inicio del juicio en los Tribunales de Gualeguaychú. Un fuerte operativo de seguridad trasladó a Flores y Fernández desde la extinta Unidad Penal 2 y los introdujeron al edificio judicial por la puerta lateral, sobre calle Rivadavia. Era una audiencia clave porque podían declarar los imputados y fue Jairo Fernández el que sorprendió a todos cuando responsabilizó del crimen a su compañero de parranda. Contó cuál había sido el derrotero esa madrugada hasta que subieron al Fiat Siena de Waller y sobre el crimen manifestó que habían ido hasta su casa en el barrio Zuppichini y cuando él bajó del auto para buscar dinero, escuchó una discusión entre Flores y Waller, donde la víctima le decía: "pará, pará". Cuando vio lo que había ocurrido, encontró al remisero tirado en el piso, muerto. Esto quedó totalmente rebatido por las pericias forenses. Al detectar dos hojas de arma blanca diferentes en las lesiones del cuerpo de Waller, dejaba a los dos imputados como autores del hecho. Era poco probable y creíble que Flores hubiese utilizado un cuchillo en cada una de sus manos para matar al remisero. Los jueces consideraron los puntos esgrimidos por las partes acusadoras, que se apoyaban en la acusación más gravosa, pero consideraron que en el hecho no existió ninguna prueba que acreditara que “ante las vertiginosas circunstancias presentadas durante el desarrollo del atraco, Flores o Fernández hayan tenido tiempo de obrar bajo los específicos motivos planteados por la norma más gravosa, más bien, tenemos ciertamente probado que simplemente los hechos se vincularon objetivamente tal cual fueron recreados y objetivamente así actuaron sus ejecutores, bajo circunstancias sobrevinientes ajenas al plan y motivo inicial propuesto y puesto en marcha”. Es decir, la muerte de Waller se debió a un “accionar súbito y extraño al robo”, y que se originó en ese contexto, “condicionado por las imprevistas circunstancias presentadas”. Los magistrados entendieron que lo sucedido con Waller se encuadraba en un robo agravado por homicidio, un delito que tiene penas menores a un criminis causae. Y se lo ejemplificó con el caso de un delincuente que ingresa un comercio armado, con fines de robo, que se traba en lucha con el comerciante que resiste el atraco, y este recibe un disparo que le produce la muerte. Esta idea fue apoyada por el resto de los camaristas de Casación de Concordia y del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos. De esta forma, Brian Ezequiel Flores recibió 22 años de prisión, en tanto Jairo Daniel Fernández fue condenado a 18, atenuado por su comportamiento al momento de entregarse a la Policía y de declarar parte de su responsabilidad en el crimen. Ambos estuvieron en la Unidad Penal 2 y de allí trasladados a la Colonia El Potrero, hasta que hace un tiempo Flores fue llevado a la cárcel de Concordia, mientras que Fernández continúa en Gualeguaychú.
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