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  • Razones para amar a Joan Didion y Eve Babitz

    » Corrienteshoy

    Fecha: 05/05/2025 06:46

    Razones para amar a Joan Didion y Eve Babitz Joan Didion desayunaba Coca-Cola muy fría, a veces con una tostada, la mayoría sin nada más. Cuando pienso en ella, la imagen es nítida: el chasquido de la lata al abrirse a las seis de la mañana, una máquina de escribir, su rutina. El último manuscrito reposa en el congelador -lo revisará después, como siempre-. Una libreta pequeña a modo de pasaporte, ya plegada en el bolso. La lista de imprescindibles, ordenada con precisión quirúrgica. El ojo como bisturí, la mirada afilada. Si pienso en Eve Babitz, la luz cambia. No hay horarios ni planes concretos. Es probable que lo primero que devore sea el brunch, cuando despierte al mediodía en el Polo Lounge de Beverly Hills. Un Bloody Mary entre las manos y el sol ya en lo alto. De repente el antojo de un croissant. Está segura de que sabría mucho mejor en París. Marca un número para sugerirle a su último amante - éste quizás sí la mime - que la lleve mañana a Europa. A veces busca que alguien la quiera solo por hoy. Todo lo que viva -está convencida- lo escribirá después. En una servilleta, en el billete de avión. El ojo que juega, la mirada líquida. Babitz ya era una estrella antes de darse cuenta. Criada a pocas manzanas de Hollywood, fue it girl cuando el término empezaba a sonar. Hija de músicos, artista por ósmosis, voluntariamente musa. Diseñó portadas de discos, posó sin ropa para Julian Wasser mientras jugaba una partida de ajedrez con Duchamp. La vida sin guión. Hoy la llamaríamos freelance, artista multidisciplinar, persona que hace cosas. Entonces, simplemente, no la tomaban demasiado en serio. Ella sí tenía dos certezas: el amor y la escritura. A esto último sólo la impulsó aquella que presentaban como su antítesis, el reflejo inverso. Joan Didion nació en el letárgico Sacramento y siempre quiso salir de ahí. Niña prodigio, de responsabilidad extrema y chica bien. La que toma el camino correcto pero el menos fácil para una mujer en los años 60: el de la ambición. Brillante en Berkeley, codiciada beca en Vogue, y un talento silencioso que escribía como quien ve el mundo desde una difícil grieta. Su belleza frágil engañaba. Nadie imaginaba que tras esa imagen delicada se encontraba la cronista que diseccionaría América. La verdadera arquitecta de lo que llamarían el Nuevo Periodismo. A Didion le seducían los relatos amargos. Acostumbrada a encontrar la serpiente bajo el zapato, el asfixiante viento de Santa Ana la había hecho inmune a la nostalgia. Escribió sus concluyentes ensayos Los que sueñan el sueño dorado o en el ya icónico Año del pensamiento mágico con la convicción de que nada está bajo control, ni el amor ni la muerte. Observaba sin ser vista, analizaba con mirada clara. Así captaría que Babitz era algo más que la chica que naufragaba en todas las fiestas. Con impactante vulnerabilidad y una honestidad feroz, en sus relatos bajaba a la tierra El otro Hollywood. Ambas nombraron y redefinieron la sociedad americana de los años 70. Le dieron forma, cuerpo, y contradicción. Sin Babitz, es probable que Didion hubiera tenido menos historias que contar. También que sin el coraje de Didion para llamarse escritora, Eve no hubiera sabido nombrarse y relatar sus Días lentos, malas compañías. Una escribiría desde la distancia, la otra desde el centro de su incendio provocado. Las dos habitaron el sueño dorado con la secreta complicidad de que ambas podían existir en él.

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