Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Javier Muñoz, relojero de Córdoba: "En cada reloj me la juego"

    » Diario Cordoba

    Fecha: 04/05/2025 09:45

    Cuando se creó Paul Versan, la marca de relojes de Rafael Gómez Sandokán, dos jóvenes fueron enviados a Madrid. De 7.00 a 15.00 horas, pasaban los días sentados a los lados de un relojero. Observaban y tomaban notas que, de noche, repasaban en el hotel. Transcurrieron meses y, considerando el maestro que estaban listos, comenzaron a arreglar relojes por «miles». Todos con algún defecto. Cuando estuvieron formados, volvieron a Córdoba para remedar todo aquello que habían aprendido. Uno de aquellos jóvenes, ya con 47 años, sostiene las bruselas -pinzas que usan los relojeros- con pulso quirúrgico sobre una mesa de trabajo que puede verse desde la avenida de Barcelona. Se llama Javier Muñoz y el suyo no es un oficio cualquiera. Javier arregla máquinas que han marcado el tiempo de varias generaciones y recupera la nostálgica melodía de antiguos carrillones. Hasta ocho relojes de pared cuelgan frente al mostrador y, de vez en cuando, alguno de los reparados emite su canto. A otros les falta alguna pieza para sonar. Será el relojero quien las busque o las fabrique. El más antiguo puede rondar los cien años. No resulta sencillo hacerlos funcionar y eso es lo que a Javier le atrae poderosamente: «Me gusta mucho más lo antiguo porque es más difícil de reparar». Javier Muñoz, el oficio de relojero / Ramón Azañón Una actitud Para hablar, Javier retira la lupa de la lente derecha de sus gafas, con la que adentra la vista en mecanismos que pueden tener el mismo tamaño que una uña. Brazos tatuados, pendientes en las orejas, perilla... Su apariencia llama la atención de los clientes, reconoce, pero quizás no tanto como su actitud. No hay que rascar mucho para dar con ella. Junto a su mesa de trabajo, aparece practicando montañismo en varias fotografías. Una actividad que, a la vez que le permite desconectar, lo lleva al límite. Te enfrentabas a miles de relojes que llegaban; ahí ya me aficioné Y esa llamada interior que le ha hecho subir hasta veinte veces el Veleta o el Mulhacén es, seguramente, la misma que lo hace asumir con placer el reto al que se enfrenta cuando abre un reloj antiguo: «Soy muy cabezón, como vengas diciendo: ‘Llego de tres joyerías y no han podido’… me toca la fibra. Me pringo quizás más de la cuenta», explica. Entre manos, tiene la máquina de uno de esos antiguos y pesados relojes de bronce flanqueados por candelabros. De vuelta al barrio En su pequeño taller de la avenida de Barcelona no paran de entrar y salir clientes. Quien no es un vecino con algún problema para contar las horas es un joyero. A Javier le llegan encargos de distintos puntos del país, lo que le hace pensar que no deben quedar muchos relojeros. Y, entre unos y otros, se puede permitir hacer el chascarrillo: «Aquí se echan más horas que un reloj. Soy relojero y me faltan horas». Hace casi una década, se aventuró a hacer, sin jefes, aquello que tanto tiempo llevaba haciendo. Y, para ello, decidió volver a su hogar: «Yo me considero de barrio. He estado en sitios de más renombre, pero este es mi barrio». Javier Muñoz con el mecanismo de un reloj antiguo. / Ramón Azañón Entre cambios de pilas -una labor muy habitual en el mundo de la relojería- Javier se puede permitir asumir encargos de más envergadura. Cuando le llega un reloj de mesa antiguo, lo primero que hace es desmontarlo. Normalmente, el problema que suelen tener es precisamente el tiempo. Demasiado tiempo cogiendo polvo: a veces, con una limpieza interior basta. Si lo que necesita es una pieza nueva, la tarea adquiere complejidad. Si no existen, hay que inventarlas. Por eso, el trabajo del relojero tiene una parte fundamental de ingenio. Y experiencia, por supuesto. «En cada reloj yo me la juego», afirma Javier. Un error podría dañar el reloj y estas piezas, más allá del valor económico en que estén tasadas, suelen tener un alto valor sentimental. 'El nene de la moto' El que lleva Javier en su muñeca izquierda le recuerda sus inicios. Sí, es un Paul Versan. Cuando acabó el servicio militar, en 1997, su padre le ofreció trabajar en un taller de relojería como ‘el nene de la moto’. Iba y venía con una vespino haciendo recados. Hasta que surgió Paul Versan. Durante su formación fue cogiendo el gusto por el oficio: «Te enfrentabas a miles de relojes que llegaban; ahí ya me aficioné». Tras volver con 22 años de Madrid, trabaja como relojero, hasta 2010, para la empresa cordobesa. Javier Muñoz, brusela en mano, trabaja en un reloj de pulsera. / Ramón Azañón Hasta 2016, después de pasar por varios talleres, no decide abrir su propio negocio: La Relojería. ‘Se arreglan todo tipo de relojes’, reza el cartel. Entonces, durante la conversación, ocurre: un posible cliente llega con un reloj inteligente. El relojero, cortésmente, le indica que lo más apropiado sería que acudiera a una tienda de reparación de móviles. Es ya algo habitual. Él sigue con sus viejos relojes. Suscríbete para seguir leyendo

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por