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» El Ciudadano
Fecha: 30/04/2025 12:14
Por: Pablo Bigliardi Machos de campo volvió a las librerías en enero de 2025. La editorial porteña Baldíos en la Lengua la había publicado en 2017 y su intenso recorrido comenzó en el año 2008, en Río de Janeiro. La circulación se fue dando en distintos formatos que se remontan al 2010 cuando fue finalista en el Concurso de la Municipalidad de Córdoba José Luis Tejeda. Más tarde, en 2012, Letracosmos lo fue publicando por entregas en modo virtual. En 2014 el autor hizo una performance con uno de sus cuentos “Trampear” en Chavela bar. Los cuentos “El trencito del amor” y “Persecuta” circularon en formato web tanto por Facebook como en blogs. Otros cuentos fueron dados en la carrera de Artes de la Escritura de la UNA, otros dieron lugar a tesis y ponencias en seminarios de Posgrado y etcétera. Era de prever que la presentación en la Feria del Libro decantara por sí sola y que nada menos que Natalia Peroni y Enzo Cárcano lo acompañen en el Pabellón Amarillo el viernes 9 de mayo a las 20:30. El nombre del autor no figura en la tapa del libro. Debajo del título veremos uno de los tantos heterónimos que ha usado a lo largo de su obra tanto en libros como en sus performances: El Púber P. Desde El Niño C, Algún Molina, Wachi Molina, hasta Púber P, pasaron Julián Joven, La Adulta A, El Viejo B, Ningún Molina o Baby B superando con creces a Fernando Pessoa. Finalmente optó por nombrarse Wachi Kao por Facebook y aquellos que lo queremos lo nombramos Wachi a secas, pero en Instagram es Plebeyo Molina, en fin -pero sin fin- ante la posibilidad de que se nos aparezca con un nuevo nombre y haya que rebautizarlo. “Hay un montón más de heterónimos que ya no recuerdo”, dice Cristian y podemos elucubrar que busca esconder al nombre y apellido que figura en el DNI como Cristian Julio Molina, del escritor, profesor universitario e investigador instituido. En Leones, un pueblo del interior de la provincia de Córdoba, desfilan los personajes entrañables de Machos de campo, como la primera persona en el cuento “Trampear” o “El quiosquito rutero”. Son seres queribles porque nos muestra una inocencia adolescente, esa que está parada frente al futuro por descubrir. Una figura llena de sensaciones primarias en especial la del sexo. El verdadero baile en el cuento “El doctor y la bailarina” es ese deseo adolescente. Es piel que todo lo siente y espera las miradas. Todo se sugiere a través de dichos de los compañeros del colegio, de los amigos, del gancho casi logrado para que algo suceda con un tipo… ¿y qué sucede? Nada, es la espera de que algo pasará y que la virginidad estará cerca de perderse en “Trampear”, en donde habrá un mensaje, una indirecta, una alusión que ilusionó en esos momentos iniciales de las emociones siempre intensas. El despertar sexual de un adolescente no tiene sexo, no mide hombre o mujer; después vendrán los estamentos, pero en medio del campo, casi en la nada misma junto a otra persona en plena revolución hormonal, algo puede suceder. -¿A vos te parece que “Trampear” es un cuento de iniciación? -Puede ser un cuento de iniciación sexual y en un montón de otros sentidos. Son historias que narré porque formaron parte de mi educación sentimental como puto. Porque en algún punto todos esos cuentos eran historias que llegaban de las sexualidades disidentes en el pueblo, siempre ocultas, pero sin embargo circulaban como historias. Todo se descubrirá a través de promesas, mentiras, dichos y habladurías. Después vendrán las sensaciones sexuales y después aquel varón heterosexual que vivió una experiencia inicial, que podría alejarse en busca de otras sexualidades y más tarde albergará una reserva, un cuidado. Porque fue colmado por otra sexualidad ante una mujer y el camino de regreso puede ser atroz y vengativo. Un resentimiento, una venganza. Ese es el odiador es al que hay que temer y lo encontraremos en el cuento “Persecuta”, en donde se verá clarísimo un pensamiento cerrado. El ojo de un macho de pura cepa, el punto de vista del heterosexual más acérrimo que en el fondo de sí mismo alberga algo. Hay una declaración importante que genera una especie de ambigüedad para completar el libro y “Persecuta” lo aclara. Porque es el determinante de épocas pasadas, aunque no del todo, porque todavía quedan resquicios innegables en los comentarios de los asados o en el buffet del club, un bar tipo fonda de Leones, en donde los comentarios chismosos suelen ser crueles. “Lo conté desde el punto de vista del macho que en algún punto cree tener cierta flexibilidad, pero no. Es lo que pasa habitualmente con las vidas disidentes en los pueblos: hay gente a la que no le importa o solo es motivo de chisme. Después están los otros que hacen este tipo de cosas, ¿no? Está la idea del puto como aquel que tiene que estar siempre disponible, el que se regala por nada a cambio, o incluso que debe pagar porque un hetero le hace el favor”, dice Cristian. En los pueblos siempre hay un gay de quien alguien tendrá algo para decir. En Leones hay más de uno y los chismes corren entre voces bajas con la escoba en la mano de la vereda mil veces limpia, nunca habrá un comentario favorable y peor si nos encontramos con una tetera como en “El trencito del amor”, el sórdido flaneur del calor en el encierro, de los detalles, objetos y espacios apretados. Es todo lo que posiblemente su autor hubiera querido que pasara o que pasó o idealizó. Entra en el chisme aquel adúltero que perdió su boca en las fauces de un pene y parece ser que su hija y su mujer lo vieron y se mezclan las desgracias en esa orgía pantagruélica de comidas sabrosas llenas de olores, hombres, deseos y transpiraciones. Porque esa tetera es habitada por el raro, el distinto, el amanerado, el puto, el degenerado, el roba maridos y también el miedo del campesino sojero de autopercibirse gay, porque quiere estar ahí y no se anima. Prefiere continuar afirmando su hombría en el buffet del club junto a los muchachos. Hay algo de parecido a Sandor Marai en estos cuentos en los que una primera persona le habla a otra. En el libro La mujer justa, Marai coloca a tres personas que contarán una misma historia vista desde el punto de vista de cada uno. Pero estamos en un pueblo de la Pampa gringa y no en los puentes de Budapest mirando el Danubio. Acá hay soja, trigo y el veneno del chisme corre como el Glifosato. Buena parte del pueblo quiere saber qué pasó con Asrael, ¿es santo o brujo? A lo mejor tremendo brujo que no llega a curandero y no mide el empacho ni estira el cuero de las panzas. Solo hay maldades vengativas en contra del otro porque también el otro es maldito y todos podrían ir a descansar en pax al mismo infierno del Glifosato y en un solo panteón. En “El baile de la bombachita rosa” veremos al escritor que se nutre de los cuentos y relatos pueblerinos. Cristian fue a Rosario para estudiar la carrera de Letras y como corresponde a todo estudiante del interior, los fines de semana volvía a dedo a Leones. Gracias a las charlas con los camioneros se fue nutriendo de historias cuando hacía dedo desde Rosario hasta Leones, pero a su vez, junto a su entrañable amiga Priscila que lo acompañaba, contaban aventuras inventadas que esos conductores aburridos de tanto asfalto escuchaban y a lo mejor creían. En cada uno de esos cuentos algunos personajes se repiten, entonces entramos en la dicotomía de si es un libro de cuentos novelado o viceversa. Que no vale la pena discutir porque vale la pena leer la obra. Cristian trabaja en ese límite que también podrá leerse en La Juanita (Baltasara Editora 2020) en donde el mismo personaje va contando historias de su vida en cuentos. -¿Cómo encaraste cada uno de estos trabajos? -En La Juanita y en Machos de Campo me interesaba trabajar con cierta articulación o tensión novelística sin que sea una novela. Entonces los personajes se van cruzando, pero porque también creo que hay una tradición del cuento en Argentina que es la menos revisitada en esa dirección, no son cuentos escritos para el final generalmente. Pero además, como decía, hay una tradición creo, en Argentina, que hace del cuento siempre una cruza con otro género. Por ejemplo, los cuentos del libro Los desterrados de Horacio Quiroga, están todos narrados en la selva misionera y uno ve que hay un clima, un ambiente que los une y sin embargo son historias diferentes y también hay algunos personajes que se van cruzando de cuento en cuento. Entonces hay como una tensión novelística pero no es una novela, son cuentos que están narrados dentro de una misma comunidad. Machos de Campo es una comunidad de putos en un pueblo y uno dice bueno, acá casi es una novela pero no lo es. Uno podría decir bueno, le hacés tres arreglos más y esto termina en una novela, es posible, pero yo no quería hacer esos arreglos. Que quede esa tensión, que sean como cuentos que aparentemente están sueltos y sin embargo no, hay una articulación entre sí. Es lo que trabajé al menos en esa serie. Hay otra serie más que está sin publicar y que tiene un cuento que aparece al final en Machos de campo que es “Boyitas”, de un libro que se llamará Los Dorados de la Florida. En ese libro sí hay una propensión más a la novela y sin embargo siguen siendo cuentos, aunque hay un mismo personaje y se ve una sucesión narrativa. Es como probar las variantes narrativas que se juegan con esas tensiones genéricas. En “Boyitas”, pareciera que entramos en el mundo de la canción “Cinema Verite” de Charly García. Hay un flanêur que desembocará unas páginas después en orgasmos, pero el detalle de los objetos y personas de la playa del río Paraná, que una persona contemplará sentado en su reposera en un día de calor, nos involucra. Es que el calor insiste tanto en el libro, que aguanta transpirando hasta la última página. No habrá anteojos negros de carey ni tampoco el Mercedes Benz, pero el lector será un voyeurista de la imaginación de esos cuerpos transpirando aventuras sexuales liberadas al puro y más sencillo acto de todos los tiempos. Lo mismo podría decirse con la danza, en donde el arte muestra una búsqueda sugerente de seducir: “bailo para vos”, sería la frase correcta para el cuento “El doctor y la bailarina” donde además se confirma definitivamente que el chisme es algo natural en los pueblos. La preocupación por el otro siempre huele a saña, a comentarios crueles que luego se expondrán en el bar del club, el mismo en el que baila Damián, el personaje del cuento. La sorpresa, el estupor en la cara de la mujer del doctor es algo que se adivina tras los detalles cuidados del autor. El resto queda para los lectores. En Machos de Campo pareciera que el autor estuviera en el camino de la experimentación, en el trabajo con las voces, en cierta elisión de algunos componentes y el efecto en algunos cuentos resulta fragmentario. Trabaja con lo que está elidido, lo que no se dice demasiado. Los cuentos desarrollan una trama, pero al mismo tiempo se van cortando, hay secuencias que no están y se pasa de un momento a otro en la narración. Quien suscribe, tuvo en sus manos un manuscrito que se llamará Las Lloronas y se encuentra en búsqueda de edición, por eso le pregunto a Wachi Julián Molina la conexión entre el libro en cuestión y el que pronto estará en las librerías. “Machos de Campo me sirvió para escribir Las Lloronas porque dialogan perfectamente, pero en Las lloronas hay como dos registros. Uno es el de un ensamble de voces que van contando una historia que se desarrolla en sus momentos sucesivos hasta llegar a un final. También se van mechando otras narraciones de personajes que uno podría decir secundarios como volviendo a un tiempo previo de la narración, que es el del cuento premoderno. Hay detalles en los que en una narración convencional, uno se explayaría o trataría de desarrollarla desde un inicio hasta un final, dándole como una continuidad y acá no, hay una acumulación de peripecias. Es lo que pasaba con el cuento de Hadas en Charles Perrault, o en El Decamerón de Giovanni Bocaccio, se acumulaba una acción detrás de otra como si te pegaran un cachetazo porque va pasando una cosa a la otra y no se entiende por qué. Un lector moderno cree que eso es un error narrativo, pero a mí me interesó trabajar eso”, dice Cristian. -¿Creés que este modo narrativo pueda servir para el nuevo lector? Ese que hoy no leería una novela de 300 páginas, por ejemplo. -Puede ser, creo que se juega un poco sin buscarlo, esto lo pienso ahora, en función de lo que estás diciendo. Pero creo que funciona como escrituras pensadas para el espectador de una serie. Cada capítulo funciona como individualmente, pero al mismo tiempo hay una articulación, o hay series que son más novelísticas que otras. Pienso en Black Mirror, cada capítulo no tiene nada que ver con el otro, y al mismo tiempo hay una articulación que tiene que ver con la tecnología, lo distópico, lo futurista, etcétera. Pero hay otras como Mad Men, en donde los capítulos si bien son singulares, hay un relato, una historia narrativa, como una novela que uno puede seguir. Quizás sea eso lo que está ahí, pero porque era lo que yo quería leer, no porque me proponga cómo llegar a ese lector, quizás soy ese tipo de lector. . BIOGRAFÍA Cristian Molina ha sido curador del Festival Internacional de Poesía de Rosario (2021) y Coordinador general del mismo en el 2022 y 2023. Es docente e investigador de Literatura En la Universidad Nacional de Rosario UNR y en el CONICET. Ha escrito los libros: Blog (2012), Lu Ciana, Plaga Zombi, poesía (2013), Wachi book (2014), Un pequeño mundo enfermo (2014), y Sus bellos ojos que tanto odiaré (2017), Poesía Molotov (2020) y La Juanita (2021).
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