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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 27/04/2025 02:45
Tato Bores y Jorge Guinzburg en un mano a mano (Archivo Canal Volver) Hoy, que se se cumplen 100 años del nacimiento de Tato Bores, sus hijos Alejandro, Sebastián y Marina compartieron con Teleshow una mirada íntima, profundamente personal y emotiva sobre una figura que, más allá de su lugar en la historia del humor político argentino, sigue presente en sus vidas diarias. Sebastián, Alejandro y Marina Borensztein, recuerdan a su padre Tato Bores Alejandro: “Su familia era lo más importante Arquitecto, escritor y comunicador, Alejandro reconstruye con palabras y recuerdos la dimensión humana de Mauricio Borensztein. “Fue un padre que acompañó a sus hijos en las cosas que íbamos decidiendo. Nunca se puso antiguo: al revés, cada año era más moderno“, expresa. “Mi viejo era un tipo sumamente sensible, cariñoso, chinchudo… y sabio”, señala emocionado. “Todavía hoy, cuando tengo que tomar alguna decisión, pienso inevitablemente: qué me diría mi viejo.” le confiesa a Teleshow. Desde el primer momento de la conversación, Alejandro Borenztein deja claro que su padre era mucho más que un ícono de la televisión. “Una cosa es el personaje público que todo el mundo conoce, y otra cosa es mi papá. Son dos cosas distintas”, afirma. Lo recuerda como un hombre afectuoso, presente, de esos que abrazaban y acariciaban sin reservas: “No te escatimaba la expresión de afecto”. Hablar de Tato Bores como padre es hablar de sensibilidad y coherencia, dos cualidades que, según Alejandro, lo definieron en todos los aspectos de su vida. “Era un tipo familiero. Para él, su familia era lo más importante por lejos”, dice, y no es una frase lanzada al aire: está respaldada por anécdotas concretas, como aquella vez en que, siendo niño, se enojó porque sus padres se iban de viaje. No les habló, se subió a la combi del colegio sin despedirse. Pero unas horas más tarde, en el baño de la escuela, apareció su padre. “Estoy parado frente al mingitorio y se me para mi viejo al lado. Me dice: ‘Vengo a hablar porque te fuiste enojado y así no me puedo ir. Vamos a tomar una bebida a la esquina del colegio’”. Tato Bores y sus hijo Alejandro Borensztein Alejandro no duda en calificarlo como un hombre “sumamente cariñoso, sabio y moderno”. Y recalca: “Nunca tuve un enojo importante con mi viejo. Nunca”. Su sabiduría no se expresaba de forma autoritaria, sino con una confianza respetuosa en los caminos que sus hijos eligieran. “Te decía: ‘Hijito, lo que a vos te parezca, ese es tu camino’. Y te acompañaba. Te podía dar una mirada sabia, que todavía hoy me sigue retumbando en la cabeza y me es útil” dice el mayor de los Borenztein. La figura de Tato Bores como padre no estaba teñida por el ego ni por el brillo de los reflectores. Según Alejandro, su rol público nunca opacó su compromiso privado: “Lo más importante para él no era su carrera, era mi mamá y nosotros tres. Por lejos”. El amor entre Berta y Tato La historia de amor entre Berta Szpindler y Tato Bores es, para Alejandro, uno de los pilares fundamentales de la vida de su padre. Y como toda gran historia, tuvo su dosis de conflicto, de decisión radical y de fidelidad absoluta. “Mis padres tuvieron una historia de amor muy especial”, comienza diciendo, para luego contar una escena digna de guion cinematográfico: cuando su padre fue a pedir la mano de su madre, su abuelo materno lo rechazó. No por falta de afecto, sino por prejuicio. “Le encantaba mi viejo, pero cuando le dijo que era actor, le contestó: ‘¿Pero de qué va a trabajar en serio?’”. Tato Bores siempre acompañado por sus hijos a sus últimos días La negativa no detuvo a Berta, que decidió no condicionar la vocación de Tato. “Ella le dijo: ‘Yo no voy a permitir que dejes tus cosas por mí’”, recuerda Alejandro. Así comenzó una relación clandestina, que duró hasta que fueron descubiertos. Luego, sin el consentimiento de su familia, Berta se casó con Tato y se fue de su casa. “Mi mamá no vio nunca más a sus padres. Mi abuelo se murió unos meses antes de que yo naciera, sin reconocer el matrimonio”. Cuando lo personal fue más importante que lo profesional En un país donde muchas veces se valora la entrega total al trabajo como sinónimo de éxito, Tato Bores ofrecía otro modelo: el de alguien que supo priorizar lo íntimo sobre lo público, incluso en los momentos más álgidos de su carrera. Para Alejandro Borenztein, esa capacidad de poner primero a los suyos es una de las marcas más profundas que dejó su padre. La anécdota más reveladora sucedió en 1992, cuando la jueza María Romilda Servini de Cubría dictó una resolución que censuraba preventivamente un sketch del programa de Tato. La situación estalló en los medios, y se esperaba con enorme expectativa la respuesta del humorista. Sin embargo, algo más urgente irrumpió en su agenda: su esposa, Berta, sufrió una descompensación cardíaca. Tato Bores y su gran amor, su esposa Berta “Mi viejo dijo: ‘Paramos todo. Hasta que Berta no esté en casa, no hay programa’”, recuerda Alejandro. A pesar de la presión de los medios, la justicia, el canal, Tato se mantuvo firme. Suspendió la emisión que todos esperaban y volvió al aire recién dos semanas después, cuando su mujer ya estaba en casa, recuperándose. “Todos decían: ‘Pero estás en la tapa de los diarios, hay que salir al aire’”, relata Alejandro. “Y él decía: ‘Sin Berta no hay programa’. Y así fue”. Esa determinación no fue un gesto aislado, sino coherente con la forma de vida que Tato eligió: “Lo importante era eso. La familia estaba por encima de todo”. Lo más notable es que este tipo de decisiones no nacían de una estrategia, sino de una convicción genuina. Alejandro insiste en que su padre fue “un tipo coherente, honesto, sabio, que supo estar siempre del lado correcto de las cosas, también en lo personal”. Programa de Tato Bores "La jueza Barú Budú Budía" año1992, Artear Recuerdos de domingo, tangos y guantes de manejar Alejandro Borenztein rescata escenas domésticas con una mezcla de ternura y nostalgia, pintando un retrato íntimo que contrasta con la imagen pública del gran humorista argentino. “Durante años, para el Día del Padre, yo le regalaba guantes para manejar”, cuenta con una sonrisa. Eran guantes especiales, de esos que ayudaban a afirmar el volante, y se convirtieron en un clásico entre padre e hijo. “Era como una especie de tradición entre nosotros”. Las escenas se multiplican: las salidas de domingo a la rotisería, los viajes a pescar, y especialmente la música. En la casa de los Borenztein, la radio AM estaba siempre encendida, y los tangos eran parte del aire cotidiano. “Mi viejo era un amante de la música, y siempre se escuchaba tango. Paraba y me explicaba: ‘Este tango es así, así y asá‘. Había conocido a Discépolo”, recuerda Alejandro. Y con cada canción venía una historia, una lección, una invitación a compartir su pasión. En esas pequeñas cosas se dibuja el vínculo entre ellos. “Cuando yo era chico, los domingos él me llevaba con él. Y después, cuando fui creciendo, esas mismas cosas las hacía con mi hermano Sebastián”, señala, como mostrando cómo Tato encontraba formas de conectarse con cada hijo, adaptándose a las etapas de la vida. Sus agudos comentarios sobre la realidad del país siguen vigentes hasta hoy 162 Incluso los autos eran parte de los rituales. “El día que se compraba un auto era todo un acontecimiento. Salíamos todos a dar vueltas”, cuenta. No hacía falta mucho para generar un momento especial. Bastaba con estar juntos. En esa acumulación de gestos, de tangos explicados al paso, de vueltas en auto y de guantes repetidos cada junio, Alejandro encuentra la esencia de su padre. “Mi viejo era un tipo afectuoso, presente. Un tipo que te enseñaba todo el tiempo sin que te dieras cuenta”. La vigencia de Tato Bores en la memoria colectiva Han pasado más de tres décadas desde que Tato Bores apareció por última vez en televisión, pero su legado no ha dejado de crecer. Lo que sorprende a Alejandro Borenztein no es solo la permanencia de su figura, sino su vitalidad entre generaciones que no lo vieron en vivo. “Prácticamente no hay día en que alguien no me pare por la calle para felicitarme por mi viejo”, cuenta, todavía asombrado. “Y a veces veo que es gente de 40 o 45 años, y pienso: ‘Este no lo vio a mi viejo’”. Lo que lo mantiene vigente, según su hijo, es una combinación poderosa: una trayectoria coherente, una ética inquebrantable y un humor que supo tocar las fibras profundas de la realidad argentina. “Mi viejo tiene una trayectoria increíblemente limpia y coherente. No es común en la Argentina. Siempre estuvo del lado correcto de las cosas”. Graciela Alfano, Alberto Olmedo y Tato Bores Ese “lado correcto” no tiene que ver con lo políticamente correcto, sino con una mirada lúcida, crítica y profundamente democrática. Alejandro lo define como “un liberal democrático” que, incluso en épocas de censura o represión, se mantuvo firme en sus convicciones. “Le tocó trabajar en 33 años de televisión, incluyendo dictaduras. Aunque estuvo prohibido durante el gobierno militar, cuando pudo trabajar, siempre fue desde un lugar honesto”. La vigencia de su obra también tiene raíces en la frustración crónica del país. “Muchas de las cosas que él dijo siguen siendo válidas hoy. Porque la Argentina, en muchos aspectos, sigue siendo la misma”, reflexiona Alejandro. Los videos de sus monólogos circulan, se comparten, y siguen siendo fuente de reflexión. “Hay como una vigencia producto de la dificultad del país para superar sus problemas”. El proceso creativo detrás del personaje Tato Bores era un motor creativo constante. Aunque trabajó con algunos de los mejores guionistas del país, como Landrú, César Bruto, Jorge Guinzburg, Carlos Mesa y Adolfo Castelo, el núcleo de sus ideas, su estilo y su tono salían directamente de su cabeza y de su sensibilidad. “Mi viejo tiraba ideas todo el tiempo”, dice Alejandro Borenztein, con admiración. No era simplemente un intérprete. Era un generador de contenido, un director conceptual, un artesano del mensaje. “Él muchas veces agarraba el libreto y lo ponía en su lenguaje. Lo cambiaba para que tuviese la musiquita de cómo a él le gustaba hablar”. Tato Bores y Berta cuando se casaron por civil Más que actor, Tato Bores fue un autor. Según su hijo, tenía una estrategia muy clara: “Solo se mostraba en pantalla seis meses al año. Los otros seis los usaba para pensar qué iba a hacer después. Seis meses en cámara, seis meses creando”. Esa decisión no solo evitaba el desgaste, también generaba expectativa. “Cada estreno era una fiesta. Era esperado”. Tato Bores y sus hijo Alejandro Esa dinámica le permitió mantenerse vigente, moderno y profundamente conectado con la actualidad. “Pensaba temas, anotaba ideas, interactuaba con los guionistas, pero él siempre tenía la idea original, el disparador”, explica Alejandro. Y luego, con esa materia prima, se armaban los monólogos que marcaron a generaciones. El humor como forma de pensamiento crítico Para Alejandro, su padre tenía una capacidad singular para leer el país y devolver esa lectura con una lucidez que desarmaba discursos y revelaba verdades incómodas. “No era un tipo que supiera de economía, pero tenía un sentido común extraordinario”, afirma a Teleshow. Tato no pretendía erigirse en experto, pero su mirada partía de una honestidad intelectual férrea. “Te lo decía con humildad: ‘Yo no sé de estas cosas’. Pero lo que decía tenía un fundamento profundo. Era un ciudadano común con una mirada sabia sobre la política, la economía, la sociedad”, explica Alejandro. Tato Bores en sus clásicos monólogos ( Archivo Artear) Entre 1960 y 1993, Tato protagonizó más de tres décadas de televisión en un país atravesado por golpes de Estado, censuras y crisis recurrentes. Supo adaptarse, resistir e incluso mantenerse vigente en los momentos más difíciles. “Fue un liberal democrático. Siempre mantuvo su línea, incluso cuando fue censurado o directamente prohibido”, recuerda su hijo. Esa coherencia, tanto personal como profesional, es hoy uno de los rasgos más valorados de su legado. A diferencia de muchos humoristas contemporáneos, Tato Bores no buscaba agradar ni transar con el poder. “Siempre fijaba posición desde un lugar de criterio, no de corrección política”, subraya Alejandro. Ese criterio era, en última instancia, el que le daba autoridad ante el público. Y lo hacía con un lenguaje propio, con una voz que no imitaba a nadie. Sebastián: “Lo tengo siempre presente” Tato Bores y su hijo Sebastián Teleshow conversó con Sebastián Borensztein, el segundo hijo de Tato: “Como cualquier hijo que tuvo una excelente relación con su padre, lo tengo siempre presente”, dice con voz serena, pero con una emoción que asoma entre las frases. Este domingo, que Tato Bores hubiera cumplido 100 años, y su figura —tan imponente en la historia de la televisión argentina como íntima en los recuerdos de su familia— sigue viva en cada gesto cotidiano. “Puedo imaginarme cosas que pudiera pensar o decir. Uso términos que él utilizaba”, agrega su hijo, con la naturalidad de quien convive con una presencia que nunca se fue. “Mi papá fue una figura muy presente en nuestra familia. Tan presente como lo está en la sociedad argentina. Más todavía, te diría", asegura Borensztein, quien lleva en su mirada no solo el peso de un apellido ilustre, sino también el amor de un hijo que recuerda madrugadas en Punta del Este y pescas compartidas antes del desayuno. Un padre presente más allá del tiempo Para Sebastián, la presencia de su padre no se limita a los archivos televisivos o a las referencias culturales. Es una presencia constante, viva, que aparece en los momentos más inesperados de la vida cotidiana. Tato Bores y toda su familia de vacaciones en Uruguay Uno de los recuerdos más vívidos que guarda de su infancia tiene como escenario las mañanas de verano en Punta del Este. “Mi mamá me despertaba para irnos a pescar”, relata. Pero el verdadero ritual comenzaba antes. Su padre, madrugador, salía a caminar temprano, compraba el pan y al regresar lo despertaba con una invitación ineludible: “Vamos a pescar”. Sebastián, entonces un niño, “saltaba como loco” ante la propuesta. Era un momento íntimo, casi secreto. “La pesca la recuerdo como un evento solitario, como un programa que yo hacía con él” revela a Teleshow. Sebastián Borensztein y su padre, hoy cumpliría 100 año Más allá de estos recuerdos idílicos, hay gestos cotidianos que mantienen viva su imagen. “Uso términos que él utilizaba”, confiesa Sebastián, como si al nombrar las cosas con las palabras de su padre lo invocara. La figura de Tato está incorporada no solo en el lenguaje, sino en la manera en que la familia se reúne, se vincula, se reconoce. “Está presente de todas las maneras que te puedas imaginar”, dice, y no es una exageración. “Lo citamos o lo recordamos todo el tiempo, como un hijo que quiere a su padre lo recuerda”. El carácter de Tato: entre la ternura y la exigencia A pesar de su perfil público arrollador y su imagen de comediante agudo, Tato Bores era en la intimidad un hombre reservado, profundamente afectuoso y también exigente con su tiempo y con los demás. Así lo recuerda Sebastián Borensztein, quien habla de su padre con una mezcla de admiración, cariño y respeto por su fuerte sentido del deber. El día que Astor Piazzolla tocó "Adiós Nonino" para Tato Bores en su programa “No era chinchudo”, aclara de entrada Sebastián, desmintiendo la idea del mal carácter que a veces se asociaba a la figura de Tato por su manera frontal de expresarse. “Mi papá no era tímido, se autodefinía así, pero no era cierto”, comenta, matizando la percepción pública. En la familia, su padre era alguien que valoraba la tranquilidad y podía molestarse cuando el entorno no acompañaba. “Si lo despertabas a los gritos de la siesta, se ponía mal, claro”, admite, recordando las tardes en las que él y su hermano jugaban al fútbol en el jardín. Pero más allá de esos momentos aislados, lo que definía a Tato Bores era su profunda dedicación y su obsesión con el tiempo bien utilizado. “Era muy celoso del tiempo”, dice Sebastián, y lo explica con ejemplos concretos. En los rodajes o grabaciones, cuando las cosas se demoraban sin motivo, él lo vivía como una falta de respeto. “Tenía una percepción muy clara de que lo que no se podía era perder tiempo”, recuerda su hijo. Sebastián Borensztein en plena grabación de su padre con Raúl Alfonsín En lo afectivo, Sebastián lo describe como un hombre cálido, leal, y muy comprometido con sus vínculos. “Era muy amigo de sus amigos, muy incondicional, siempre dispuesto a estar para los demás”, remarca. “Cuando era chico no tenía nada interesante para decir, pero él igual estaba ahí, presente”. La figura de Tato en la sociedad argentina Hablar de Tato Bores es hablar de una figura que trasciende las pantallas. Su influencia no solo marcó a la televisión argentina, sino que se metió en el inconsciente colectivo, moldeando una manera de hacer humor político que sigue vigente. Para Sebastián Borensztein, su hijo, ese impacto no solo se percibe, se vive: lo ve, lo escucha, lo siente en la gente. “El caso de mi papá es un caso muy particular”, afirma con convicción. Y lo es, porque pocos humoristas logran ser recordados con tanta claridad y emoción por personas que jamás los conocieron en vida. “Hay mucha gente que lo recuerda sin haberlo conocido", marcando ese fenómeno casi único de la transmisión intergeneracional del legado de Tato. Su figura no solo está presente en los archivos televisivos. “Está en las redes, en los medios, en las radios”, enumera Sebastián, consciente de que la imagen de su padre funciona hoy como un símbolo cultural. Marina: “Valoro cada día más su humanidad” Tato Bores y su hija Marina en las playas de Uruguay Si hay algo que Marina Borensztein valora profundamente al recordar a su padre, es su infinita generosidad y su incansable deseo de proteger a su familia. “Mi papá era un hombre muy bueno y muy generoso con el dinero”, destaca con emoción. La generosidad de Tato Bores iba mucho más allá de los gestos materiales; era una forma de asegurarse de que a sus hijos nunca les faltara nada. “Venía para Reyes, aunque ya éramos todos grandes, y venía con un sobre buenísimo”, recuerda Marina entre risas, evocando aquellas visitas donde su padre no escatimaba en cariño ni en apoyo económico. En su casa, cada hijo recibió siempre un respaldo firme: “A ninguno le faltó la casa y el coche”, señala, remarcando que no todos los padres se sienten obligados a brindar ese tipo de seguridad material. Tato Bores y su hija más pequeña Marina Más allá de los regalos, la protección de Tato era constante, aunque no siempre visible de manera tradicional. “Mi papá quería que no nos faltara nunca nada”, afirma. En su rol de padre, fue un sostén sólido, un hombre que, a pesar de su apretada agenda y la enorme exposición pública, siempre priorizó el bienestar de su familia. Para Marina, con la perspectiva que da la madurez, aquellos gestos cobran un valor incalculable. “Yo valoro cada día más su humanidad, su bondad. Mi papá era bueno, bueno, un hombre noble, noble”, detalla a Teleshow, subrayando la esencia de quien fue mucho más que un ícono nacional. Recuerdos imborrables: manejar, bicicletas y veranos en Punta del Este Entre los recuerdos más entrañables que guarda Marina Borensztein de su padre, algunos momentos sencillos y luminosos ocupan un lugar especial. Aprender a manejar, por ejemplo, fue una de esas experiencias que atesora con cariño. “Mi papá me mandó al Automóvil Club porque yo estaba por cumplir los 18 años”, rememora. Luego de completar el curso y obtener su registro, fue Tato Bores quien la sacó a recorrer la Avenida Libertador, apoyándola en cada kilómetro recorrido. “Yo me moría de nervios, pero mi papá me decía: ‘Vas bien, tranquila’”, cuenta Marina, evocando esa confianza y paciencia que la marcó para siempre. Tato Bores y sus hijos, Alejandro, Sebastián y Marina Otro recuerdo imborrable se sitúa en los veranos de Uruguay, donde, según Marina, “pasaban las mejores cosas”. En ese tiempo de descanso, Tato se mostraba más relajado y feliz, disfrutando de la familia sin las presiones del trabajo. “Lo mejor de todo pasaba en el verano porque mi papá estaba libre de trabajo, distendido, se divertía con sus vacaciones y también nos divertía a todos”, relata. Un episodio que quedó grabado en su memoria fue la llegada de su padre desde Buenos Aires, trayendo un regalo inesperado y cargado de simbolismo: “En el coche, arriba del portaequipajes, traía tres bicicletas rojas: una para mamá, una para él y una para mí.” Para Tato Bores, ese gesto tenía un significado profundo: cumplir el sueño de su infancia, el de tener una bicicleta roja, y compartirlo ahora con su familia. “Era una vida increíble que mi padre conquistó porque no tuvo esa infancia”, reflexiona Marina, consciente de los sacrificios que su papá hizo para ofrecer a sus hijos una vida más plena. “Dormían todos en una misma habitación. No era una infancia de abundancia”, señala sobre la historia personal de Tato. Gracias a su esfuerzo y dedicación, Marina y sus hermanos disfrutaron de veranos inolvidables, llenos de amor, alegría y bicicletas rojas que aún brillan en sus recuerdos. Sin embargo, no todo era perfección. Marina recuerda con simpatía el costado más “chinchudo” de Tato Bores: “Mi papá gritaba, pero gritaba al perro”, bromea, aclarando que no eran gritos de enojo profundo, sino más bien de fastidio cotidiano. “Era un cabrón en casa, chinchudo, cuenta divertida desde España donde vive con su esposo Oscar Martínez. Una de las grandes cruzadas domésticas de Tato era combatir a las moscas, y Marina evoca cómo podía pasar largos ratos persiguiéndolas con un matamoscas o incluso cazándolas con la mano, celebrando cada victoria como un verdadero logro. Tato Bores recibiendo a su esperada hija mujer, Marina Boresztein “Era perro que ladra no muerde. Ese era mi papá”, explica. A pesar de esos momentos de exaltación, nunca hubo violencia ni episodios duros que empañaran la memoria de su infancia: “Mi papá nunca me pegó”, afirma con seguridad. Incluso cuando de niña interpretaba los gritos como regaños graves, con el tiempo comprendió que “eran pavadas, cosas del momento”. La convivencia en ese hogar vibrante fue una escuela de vida para Marina, quien hoy puede reírse de aquellas pequeñas tormentas familiares y reconocer en su padre un modelo de bondad y nobleza. En cada gesto, en cada grito inofensivo, en cada carcajada espontánea, Tato Bores dejó una marca imborrable en el corazón de su hija. Un padre especial en los pequeños gestos Aunque Tato Bores no era un padre tradicional en muchos aspectos, sus pequeños gestos dejaban una huella imborrable en el corazón de Marina Borensztein. Ella no se consideraba “la mimada” de su papá —ese rol, según cuenta, era más de su madre—, pero eso no impedía que Tato demostrara su amor de maneras muy especiales. “Mi mamá decía ‘esto lo eligió tu padre’, y yo lo conservaba como un tesoro”, cuenta emocionada. Así fue como objetos aparentemente simples, como una lapicera roja o una cartera-portafolio roja que Tato trajo de Nueva York para acompañar su carrera en el traductorado de inglés, se transformaron en símbolos profundos del cariño y la atención de su padre. “Yo todavía guardo cosas que mi mamá me dijo: ‘Esto lo eligió tu papá‘. Era especial”, afirma. Berta y Marina Borensztein, la mimada de mamá Para Marina, esos recuerdos valen tanto como los grandes momentos. En cada objeto rojo, en cada sobre de Reyes, en cada gesto de protección silenciosa, late el amor profundo de un hombre que, más allá de ser un ícono nacional, fue, ante todo, un padre presente en lo que realmente importaba. Una vida de legado y amor El paso del tiempo no ha borrado ni un ápice del cariño y la admiración que Marina Borensztein siente por su padre. Al contrario: la distancia, la madurez y la experiencia de ser madre la han acercado aún más a su recuerdo. “Con la perspectiva todo se entiende más”, dice, resumiendo el viaje emocional que significa mirar hacia atrás y reencontrarse con quien marcó su vida. “Mi papá hizo las cosas muy bien y era un hombre muy bueno”, afirma con convicción, consciente de que el legado de Tato Bores no solo se mide en su obra pública, sino también en los lazos familiares que supo construir. Hoy, en cada bicicleta roja, en cada sobre de Reyes, en cada grito chinchudo contra una mosca, vive la memoria de un padre que, a su manera única, dejó en su hija una herencia de amor, generosidad y humanidad. Crédito: (@sebabores, @marinaborensztein, @alejandroborensztein)
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