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  • La actriz que narra el femicidio de su hermana en una obra: el llanto de la hija de la víctima y la carta del asesino

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 21/04/2025 04:35

    Mariela Alejandra escribió, dirige y actúa una obra sobre el femicidio de su hermana Sandra Corría 1995. Sandra tenía 18 años y una beba de un año y medio cuando decidió separarse de su pareja. Regresó con Yamila, su hija, a la casa que compartió con Mariela Alejandra, su hermana dos años mayor, y su mamá. Se había ido casi dos años antes cuando decidió casarse y formar una familia. Pero un día dijo “no” a seguir padeciendo todo lo que solo ella sabía que estaba sufriendo y nunca contó. En esos años, una mujer separada no era muy bien vista por los vecinos. Y la insistencia del hombre para que regresara a su lado e, incluso las constantes amenazas de quitarse la vida si ella lo dejaba, se consideraba como una romántica muestra de amor... “Ella tenía muy claro que quería algo distinto para su hija. Soñábamos juntas cómo iba a ser esa vida que ella quería empezar”, recuerda Mariela el deseo truncado de Sandra, que retomó sus estudios porque quería terminar la secundaria desde donde la dejó para casarse. Lo habían hablado una noche cualquiera, poco tiempo después de que convertida en madre regresara a su casa de la infancia. Hablaban bajo, soñaban despiertas e imaginaban otra vida para ellas. El 5 de agosto de ese año, aquel hombre citó a Sandra en la casa que compartieron, convenciéndola de que ya había entendido que no volvería con él, pero rogándole conversar para quedar en buenos términos. Sandra fue hasta el lugar y al llegar, él le disparó en la cabeza y la mató. Entonces no existía la figura del femicidio en la legislación argentina, ni tampoco un consenso cultural para nombrar la violencia de género. El concepto comenzaba a aparecer en círculos feministas, pero aún no formaba parte del lenguaje institucional ni de la agenda pública. Los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas eran comúnmente tratados como “crímenes pasionales”, una categoría mediática y judicial que diluía la responsabilidad del agresor y ponía el foco en supuestas provocaciones o conflictos privados. La violencia machista se reproducía en casi todos los medios, en las canciones populares, en los hogares y también en los tribunales de justicia. No había leyes de protección integral para las mujeres, ni dispositivos estatales de prevención o asistencia. Treinta años después, Mariela habla del femicidio de Sandra sobre un escenario, con muchas cajas que se transforman en la casa, en calle, en cuarto de infancia. La obra se llama La Oso y es un unipersonal escrito, dirigido y actuado por ella. El escenario se vuelve lugar de duelo, archivo emocional y dispositivo de memoria para Mariela. “Hoy, después de todo este proceso, te puedo decir que mi hermana no era una chica débil, como llegué a pensar cuando no sabía qué pensar, cuando buscaba respuestas. Era valiente, segura, decía lo que pensaba”, la describe orgullosa. Fotos de la infancia de Mariela y Sandra exhibidas durante la obra de teatro El recuerdo de Sandra El criminal (femicida) dejó una carta junto al cuerpo de Sandra y se fugó. Luego se entregó. La justicia lo condenó por homicidio calificado por el vínculo y se hablaba de un “crimen pasional”. Estuvo trece años preso y fue beneficiado con el 2x1. Salió en libertad y se convirtió en un vecino más, en el buen tipo que “ya había pagado su deuda con la justicia”. Ni siquiera fue el asesino o el que dejó a su hija sin la mamá. La palabra “femicidio” todavía no existía y el concepto que la creó apareció 20 años tarde. Las hermanas habían crecido en una casa en Monte Chingolo, en la zona sur del conurbano bonaerense. Tenían dos años de diferencia, cosa que hizo que compartieran la infancia en los años 80. Las chicas bailaban la canción Thriller y el resto de los temas de Michael Jackson. Sin darse cuenta sobrevivieron a una guerra que enlutó al país y vieron la llegada de la democracia de la mano del presidente Raúl Alfonsín. No tenían idea de nada de eso, ellas solamente compartían juegos y eran felices. “Nuestra madre, a pesar de todo, intentó romper con los círculos de violencia. Nos quiso mucho”, reconoce Mariela Alejandra, que prefiere no usar públicamente su apellido actual porque está haciendo los trámites para tener el de su madre, Rocha, el que la llena de orgullo. En la adolescencia —con todas las limitaciones que el gobierno menemista impuso a los pobres, los nuevos looks, los nuevos sonidos en la música y en el mundo que las rodeaba— las cosas entre ellas cambiaron un poco. Cada una definió su estilo y personalidad. Mariela quería agradar a los demás. Sandra, decía lo que pensaba. El proceso de escritura fue para Mariela el mejor viaje de su vida, confía Sandra se enamoró de un vecino y se casó cuando era menor de edad, con autorización de su mamá. Dejó la escuela y se convirtió en madre. “Todo lo hizo muy rápido”, admite Mariela. Cuando sintió que la relación ya no daba para más, se separó. La confusión, la culpa, el silencio y la vergüenza ocuparon durante años el lugar del duelo. “En ese momento, si un hombre insistía era porque ‘la amaba’. Todo justificaba al violento. Yo no sabía cómo explicar lo que había pasado... Que a mi hermana la había matado su exmarido... Me sentía culpable, sentía hasta vergüenza porque pensaba cosas absurdas: que pasó porque ella no había sido bautizada (porque esas cosas nos decían...), que sucedió porque como no había tomado la teta, era más débil... Buscaba explicaciones hasta en lo absurdo porque no teníamos palabras para nombrar eso que había pasado”, lamenta. Con dolor, admite que durante una década, el relato familiar se sostuvo en el mutismo y la resignación. Hasta que el teatro, la escritura —y una palabra, femicidio— abrieron un resquicio: nombrar lo innombrado fue el primer paso para transformar el dolor. Pero en 2015, con el movimiento Ni Una Menos, Mariela entendió todo lo sucedido y llegaron preguntas nuevas a su vida (AFP) El nombre que faltaba El 14 de noviembre de 2012, la figura de femicidio se incorpora al Código Penal argentino a través de la Ley 26.791, modificó la norma para incluir el asesinato de una mujer por motivos de género como una figura agravada de homicidio. Desde entonces, el femicidio se castiga con prisión perpetua, sin posibilidad de reducción de pena. La reforma incluyó el inciso 11 del artículo 80, que establece como agravante el hecho de “matar a una mujer cuando el hecho sea perpetrado por un hombre y mediare violencia de género”. Antes de esta modificación, los crímenes de mujeres en contextos de violencia machista eran tratados judicialmente como “homicidios simples” o “calificados por el vínculo”, lo que muchas veces resultaba en penas menores o excarcelaciones anticipadas. “Hasta ese momento, vivía con la sospecha de que algo de responsabilidad teníamos nosotras, como familia, como mujeres. Nos hacían creer que si nos pasaba algo era porque lo habíamos buscado. Entonces, cuando se le puso un nombre, un concepto y se lo convirtió en figura penal, cuando llegó a la ley, se me corrió el velo. Fue un cambio muy importante y ahí yo empecé a preguntarme: ‘¿cómo fueron estas cosas? ¿quién había sido Sandra? ¿Por qué le hizo eso?‘...”, dice pausado. Pero en 2015, con el movimiento Ni Una Menos, Mariela entendió todo lo sucedido. Las respuestas estaban en la escritura. Así nació La Oso, un biodrama íntimo y potente que entrelaza la historia de Sandra con la suya propia, las violencias de una época con la sensibilidad de una niña que miraba todo desde una esquina de calle de tierra en Chingolo. Yamila, hoy una mujer de 32 años, se quedó sin su mamá cuando tenía menos de dos años. Y una noche, mientras su abuela la sostenía en brazos, comenzó a extrañar. “¡Mamááááá!”, gritaba llorando. “La mami no va a volver más. Está en el cielo!”, le explicó la abuela, mojándole las mejillas con sus lágrimas. Creció sabiendo que tenía padre, lo que había hecho, pero con el peso social de “sea lo que sea, es tu papá”. Entre el 1 de enero y el 29 de marzo de 2025, ocurrieron 78 femicidios, lo que equivale uno cada 27 horas. En marzo de este año hubo 23 femicidios; 106 intentos de femicidios directos y vinculados; 9 femicidas pertenecían a fuerzas de seguridad. El 17% de las víctimas había realizado al menos una denuncia y el 12% tenía medidas de protección 67 niñas y niños quedaron huérfanos (Observatorio “Ahora Que Sí Nos Ven”) “¿Quién era ese tipo? Era mi padre, está bien… pero ¿quién era?”, fue el interrogante de Yamila, en la adolescencia, que dio lugar a un giro en el enfoque que Mariela: había que hablar también de los agresores, de los discursos que sostienen la violencia, de los mitos del amor romántico que todavía justifican la posesión y el control. En esa carta que dejó el asesino sobre el cuerpo de Sandra, escribió: “por amor se mata”. Hoy, desde otro lugar, lleno de emociones y recuerdo, Mariela dice que el teatro fue el lugar donde pudo dejar de huir de ese pasado. Durante años trabajó en talleres de biodrama con Vivi Tellas y se formó como actriz con maestros como Pompeyo Audivert y Ricardo Bartís. Pero subir a escena con su propia historia le costó ocho años. Al principio escribió la obra para otra actriz. “Actuar implica hacerse cargo del deseo. Y exponer nuestra historia también era una forma de exponer a mi hermana. Me costó mucho”, admite y dice que con su madre nunca hablaron de cómo cada una vivió la muerte de Sandra. Sin embargo, con el tiempo y el acompañamiento de colegas, encontró la forma de expresarse: “Treinta años después, vuelvo a ser hermana otra vez. La siento cerca, fuerte, mayor. Me guía. Y a través de ella, me afirmo en mi propio deseo”. Luego de repasar su camino, piensa en el presente y reflexiona: “Si hoy las mujeres siguen muriendo, si cada día hay un nuevo caso y una familia destrozada, es porque la violencia de género sigue sucediendo. El dolor que provoca es enorme, y aunque se hayan logrado algunos avances, esos logros —como poder nombrar, ver y entender lo que ocurre— son fundamentales y deben sostenerse. No se puede retroceder. Si alguien todavía duda del femicidio, que mire las estadísticas, que se involucre, que escuche lo que muchas personas están diciendo. Basta con mirar alrededor: cada día hay niños que se quedan sin su madre, familias arrasadas, personas que quedan mal paradas para siempre. ¿Quién puede estar de acuerdo con tanto dolor?”, explica Mariela. Entre el 1 de enero y el 29 de marzo de 2025, ocurrieron 78 femicidios, lo que equivale uno cada 27 horas. En marzo de este año hubo 23 femicidios; 106 intentos de femicidios directos y vinculados; 9 femicidas pertenecían a fuerzas de seguridad. El 17% de las víctimas había realizado al menos una denuncia y el 12% tenía medidas de protección 67 niñas y niños quedaron huérfanos, según los datos recientes del Observatorio “Ahora Que Sí Nos Ven”. *La Oso se presenta los sábados a las 21 en Poncho Teatro, en Villa Crespo.

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