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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 19/04/2025 05:33
Walter Bulacio era de Aldo Bonzi y trabajaba como caddie en un campo de golf para juntar plata para su viaje de egresados Walter Bulacio tenía 17 años la noche en que su nombre empezó a convertirse en una denuncia perpetua contra la violencia policial. Había llegado a las inmediaciones del Estadio Obras desde Aldo Bonzi, donde vivía. Quería ver el show de Los Redondos pero terminó en la Comisaría 35ª de Núñez, a unas pocas cuadras de ese templo del rock. Llegó allí el 19 de abril de 1991 en medio de una razzia policial y murió una semana después en la cama del sanatorio al que había ingresado después de que el comisario de esa dependencia lo golpeara en la cabeza hasta provocarle un aneurisma. Del crimen pasaron 34 años, el doble de los que Walter vivió. En ese tiempo, Miguel Ángel Espósito, el comisario de la 35ª, pasó dos horas preso por el crimen. Los Redondos, San Lorenzo y el sueño de ser abogado Walter tenía dos pasiones, un sueño, una costumbre amorosa y un trabajo para juntar plata para el viaje de egresados que planificaba junto a sus compañeros del Colegio Nacional Rivadavia. Era, además de fanático de Patricio Rey, un hincha absoluto de San Lorenzo. Se proyectaba como un estudiante de Abogacía: anhelaba hacer su camino universitario hasta convertirse en profesional. Ahorraba cada peso que ganaba como caddie en un campo de golf y se ocupaba de alimentar a los perros callejeros que iban y venían por la cuadra de su casa. Llegó a las inmediaciones de Obras sin entrada para ver a Patricio Rey: quería conseguir una sobre la hora, un objetivo que se habían puesto cientos de seguidores al mismo tiempo. En los shows de Los Redondos, además, no era extraño que se abrieran las puertas para que entraran quienes no habían conseguido su ticket un rato después del inicio del recital. Antes de salir de su casa de Aldo Bonzi le había prometido a su abuela, María Ramona, que iba a cuidarse. Bulacio era fanático de Los Redondos, la banda que había ido a ver a Obras Ese viernes las inmediaciones de Obras empezaron a agitarse desde temprano. Los primeros en entrar al estadio no se enteraron de lo que pasaba en la calle hasta salir, pero afuera, sobre la Avenida Del Libertador, la Policía Federal corría y golpeaba a cientos de seguidores de la banda, tiraba gases lacrimógenos, y subía de a decenas de personas a patrulleros y hasta micros celulares que había apostado en la zona. Walter Bulacio fue la víctima fatal de una razzia que implicó al menos 73 detenciones y traslados irregulares por parte de las fuerzas de seguridad: once de esas personas eran menores de edad. Una “descarga” salvaje Miguel Ángel Espósito, el comisario a cargo del operativo en las inmediaciones del show, “descargó la bronca de una noche descontrolada tomando la cachiporra de uno de sus compañeros y golpeando en la cabeza a Bulacio”. Lo dijo Fabián Silwa, un policía que declaró en la causa judicial que se abrió cuando Walter, ya grave, aún vivía. Pero el testimonio luego fue impugnado a pedido de la defensa del comisario. Las pericias médicas lograron demostrar que los golpes que Bulacio había recibido en la cabeza le habían provocado el aneurisma que lo descompuso gravemente en la 35ª. La atención que le brindaron en esa dependencia no fue suficiente: lo trasladaron primero al Hospital Pirovano, después al Fernández, y finalmente al Sanatorio Mitre. Murió el 26 de abril, una semana después de la razzia y la descarga salvaje de violencia cometida por el comisario. Antes de entrar en coma, Walter llegó a responderle al médico que le preguntó quién lo había golpeado: “La yuta”, le dijo, tal como constó en las pruebas presentadas por la querella en la primera causa judicial que investigó el caso. Pasó poco tiempo hasta que los seguidores de Los Redondos y de tantas otras bandas de rock empezaron a cantar eso de “yo sabía / yo sabía / que a Bulacio / lo mató la Policía” y lo de “matar a un rati para vengar a Walter”. Los Redondos, que en diciembre de ese mismo año presentaron su disco La mosca y la sopa en Obras, empezaron a enfatizar cada vez más el mensaje que daban a su público al final de cada uno de sus shows, mientras las luces se iban prendiendo: “Salgan tranquilos, vayan en paz”, repetía Indio Solari inmediatamente después de que “JiJiJi” formara el pogo más grande del mundo a fuerza de miles de ricoteros. En 2017, en un recital de Indio Solari en Olavarría, murió Juan Francisco Bulacio en medio de una avalancha. No tenía ningún parentesco con Walter Las alusiones a Bulacio por parte de la banda no abundaron, pero en 2001, cuando se cumplieron diez años de su muerte, Los Redondos le dedicaron ese himno que es “Juguetes perdidos” en una de sus últimas presentaciones en vivo: fue en el Estadio Centenario, en Montevideo. En 2017, aplastado por una avalancha, un hombre llamado Juan Francisco Bulacio murió en un recital de Solari en Olavarría: no tenía ningún parentesco con Walter. La trágica coincidencia se trató de unas de esas escenas en las que la realidad supera a cualquier ficción. La primera causa judicial no determinó responsables por la muerte de Walter Bulacio. Pero en septiembre de 2003 la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) dio por probados los hechos denunciados por la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI): acompañando a la familia, esa organización acusaba a Espósito de la detención ilegal de Walter, seguida de la tortura que, a la vez, desencadenó su fallecimiento. Amparada en la Convención Americana de Derechos Humanos y la Convención Internacional de Derecho del Niño, la querella encabezada por CORREPI argumentó que la detención de Walter, que el 19 de abril de 1991 era menor, resultaba ilegal justamente por eso. La CIDH le dio lugar a ese argumento e instó al Estado argentino a que siguiera investigando la muerte de Bulacio. Recién en 2011, a veinte años de los hechos, empezó el juicio oral de una investigación que ya había pasado por juzgados de primera instancia, cámaras de apelaciones e incluso la Corte Suprema de Justicia de la Nación. María Ramona, esa abuela que luchó incansablemente para obtener justicia por su nieto, fue la cara visible de una familia quebrada por el dolor y la impunidad desde el primer momento. María Ramona, la abuela de Walter, fue quien impulsó la búsqueda de justicia. Murió en 2014, tras el segundo juicio por lo ocurrido con su nieto En el segundo juicio, que terminó en 2013, el ya ex comisario Espósito fue condenado. Pero sólo por privación ilegítima de la libertad. En ningún momento se lo imputó por tortura seguida de muerte, tal como exigía la familia de Walter y la CORREPI. En ese sentido, la Justicia condenó el hecho de que Bulacio fuera trasladado en medio de una razzia desde las inmediaciones de Obras hasta la comisaría 35ª. Pero no evaluó la violencia que ejerció un agente de las fuerzas de seguridad contra la víctima, ni los efectos fatales que desencadenó esa violencia: la muerte de Bulacio, en ese sentido, sigue impune hasta hoy. La condena a Espósito fue por tres años en suspenso, es decir, sin cumplimiento efectivo. La fiscalía había pedido una pena de dos años y la querella, de seis. María Ramona murió en 2014, un año después de ese fallo, a los 85 años. La Justicia nunca señaló quién es responsable de la muerte de Walter Bulacio. Los Fabulosos Cadillacs aludieron al caso en la letra de “Arde Buenos Aires”, una canción de su disco El León. Fito Páez compuso “Ayer soñé con Walter”, más interpretada por Fabiana Cantilo que por él. La banda Resistencia Suburbana compuso “Walter” y los chilenos de Los Miserables editaron “Venganza (a Walter Bulacio)”. El nombre de Bulacio quedó inscripto en la historia de la violencia represiva del Estado y, también, de la cultura del rock: todavía hoy se usa para visibilizar esa violencia. Su muerte no fue un caso aislado. Según estadísticas de CORREPI, desde el 10 de diciembre de 1983, día de la vuelta de la democracia, hasta el 10 de febrero de 2025, en la Argentina hubo 9.672 personas asesinadas por el aparato represivo ilegal.
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