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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 15/04/2025 12:51
La noche del 21 al 22 de abril, la Tierra pasará a través de una corriente de escombros del cometa Thatcher, el cual es la fuente de la lluvia anual de meteoros de las Líridas (NASA) Cada año, cuando abril entra en su segunda mitad, el cielo se convierte en un escenario privilegiado para uno de los espectáculos astronómicos más persistentes en la historia de la humanidad: la lluvia de meteoros Líridas. Si bien este fenómeno cósmico, que se remonta a más de 2700 años, tendrá más meteoros por hora observables en el hemisferio Norte que en el Sur, el espectáculo en los cielos nocturnos vuelve a capturar la atención de astrónomos, aficionados y curiosos con su promesa de luces fugaces y misterios celestes en una noche estrellada y sin contaminación lumínica o de smog. Registradas por primera vez en el año 687 a. C. por astrónomos chinos, las Líridas constituyen una de las lluvias de meteoros más antiguas conocidas, y su origen se encuentra en los fragmentos que deja tras de sí el cometa C/1861 G1 Thatcher, descubierto hace más de 160 años. El punto radiante de las Líridas está cerca de la constelación de Lyra visible especialmente desde el hemisferio norte al amanecer La Tierra cruza cada abril una franja de escombros en su órbita, residuos dejados por el mencionado cometa que, al entrar en contacto con nuestra atmósfera, se desintegran formando estelas de luz que surcan el cielo. En el hemisferio Norte se ven todos los años el doble de estrellas fugaces que en el Sur. “Se va desintegrando a medida que avanza”, explicó el doctor Ed Bloomer, astrónomo del Real Observatorio de Greenwich. Este fenómeno ocurre cuando las partículas de polvo y roca alcanzan grandes velocidades y, al rozar la atmósfera terrestre, producen destellos visibles desde el suelo. La constelación de Lyra, el arpa, da nombre al evento, ya que desde esa zona del firmamento parecen emanar los meteoros. Aunque las Líridas no son las más espectaculares en términos de volumen, como sí lo son las Perseidas en agosto, ofrecen un encanto singular por su longevidad, por sus meteoros veloces y brillantes y por la posibilidad —aunque impredecible— de toparse con bolas de fuego. Estas esporádicas explosiones de luz, provocadas por fragmentos de mayor tamaño, intensifican el asombro del espectador. “No hay un atajo. Hay que dejar que la vista se acostumbre a la oscuridad y hay que perseverar. El ritmo puede no ser constante y los meteoros aparecer de forma intermitente. Basta con no parpadear en el momento equivocado para no perder la oportunidad de ver uno”, advirtió Bloomer. Es posible ver hasta 100 meteoros por hora, alcanzando un máximo de entre 10 y 20 Líridas por hora en su fase de mayor intensidad (AFP) El pico de actividad de la lluvia se espera entre el 21 y el 22 de abril de 2025, aunque el evento completo se extiende desde el 17 hasta el 26. La asociación estadounidense American Meteor Society estima una tasa promedio de 18 meteoros por hora durante el momento de mayor actividad. En ciertos años excepcionales, como los registrados en 1803, 1922, 1945 y 1982, las tasas llegaron a los cien meteoros por hora, ofreciendo un espectáculo inolvidable en lugares como Virginia, Grecia, Japón y Estados Unidos. Aunque tales picos no son frecuentes, cada año existe una pequeña posibilidad de que se repita una ráfaga de esa intensidad. Guía para observar la lluvia: paciencia, oscuridad y desconexión La observación de las Líridas no requiere instrumentos especiales. Se trata de una experiencia accesible, siempre que el clima y la ubicación lo permitan. Lo más importante es alejarse de las fuentes de luz artificial. Las ciudades, con su contaminación lumínica, dificultan enormemente la visión del cielo nocturno. Por eso, conviene buscar zonas rurales, parques alejados o reservas naturales donde el cielo pueda desplegarse en su máxima expresión. Una manta, una silla reclinable o simplemente el suelo pueden ser aliados perfectos para entregarse al cielo. Los ojos necesitan al menos treinta minutos para adaptarse completamente a la oscuridad, así que conviene evitar mirar pantallas o encender linternas. Cada abril la Tierra atraviesa los restos del cometa C/1861 G1 Thatcher provocando el fenómeno celeste conocido como las Líridas (NASA/JSC/D. Pettit) “Simplemente, hay que desconectar un poco, o estar un poco zen y simplemente mirar el cielo”, recomendó Bloomer. La clave no está tanto en una técnica precisa como en la disposición a entregarse al tiempo, a la contemplación prolongada y a la aceptación de que no todo está bajo control. Los meteoros no anuncian su llegada. Pueden aparecer dos en un minuto y luego pasar diez sin que nada suceda. Esa irregularidad forma parte del encanto. El mejor momento para la observación será entre las cuatro y las cinco de la mañana, cuando el radiante —el punto desde donde parecen surgir los meteoros— alcanza su punto más alto en el cielo. En el hemisferio norte, donde la constelación de Lyra se muestra con mayor claridad, las condiciones son óptimas. En el hemisferio sur también puede apreciarse el fenómeno, aunque con menor intensidad. Para quienes necesiten ayuda para localizar la constelación, las aplicaciones de mapas estelares son una herramienta práctica que permite orientar la vista con precisión. Una de las variables que podría interferir con la observación en 2025 es la presencia de la luna menguante, cuyo brillo podría atenuar el contraste del cielo nocturno. Sin embargo, si el cielo se mantiene despejado, las condiciones siguen siendo más que favorables. Como recomienda la NASA, mirar hacia el este y luego rotar la vista unos treinta grados al noreste puede ampliar el campo de visión y aumentar las probabilidades de captar uno de los destellos. Se trata de maximizar la exposición sin necesidad de seguir una pauta rígida. La lluvia de meteoros Líridas es una de las más antiguas observadas, con registros chinos que datan del año 687 antes de Cristo (UNAM) La naturaleza transitoria del fenómeno, la falta de control sobre su aparición y la necesidad de esperar sin certezas, hacen que cada persona viva la experiencia de forma única. “Y si parpadeas en el momento equivocado, podrías perdértelo. No es un espectáculo que se preste a la mediación tecnológica. No hay forma de grabarlo fácilmente, ni de compartirlo a tiempo real. Cuando uno ve un meteoro, ya ha desaparecido”, dijo Bloomer. Por eso, más que un evento para observar en grupo, es una cita con uno mismo, con el cielo y con la historia. Los fragmentos que forman las Líridas tienen una procedencia definida: el cometa C/1861 G1 Thatcher. Su órbita alrededor del Sol dura aproximadamente 416 años, lo que significa que aún está activo aunque muy lejos de nuestro alcance. Cada año, su legado se reactiva en la atmósfera terrestre con la entrada de esas partículas que dejó esparcidas por el espacio. Esa persistencia permite que las Líridas sigan apareciendo año tras año, en una continuidad que enlaza generaciones humanas con la dinámica del Sistema Solar. Los meteoros pueden verse sin instrumentos desde lugares oscuros y alejados de la contaminación lumínica en noches despejadas (Sky&Telescope) En un mundo saturado de imágenes inmediatas y estímulos constantes, detenerse a mirar el cielo y esperar algo que puede o no ocurrir tiene un valor distinto. No se trata de un fenómeno espectacular por su cantidad, sino por lo que representa: una forma de reconexión con los ritmos del universo. Mientras los fragmentos del cometa Thatcher se incineran a cientos de kilómetros sobre nuestras cabezas, lo que ocurre en la Tierra es un momento de contemplación, de silencio y de paciencia compartida. En abril de 2025, como ha sucedido desde hace casi tres milenios, los cielos volverán a ofrecer una oportunidad para ese encuentro. Las Líridas llegarán, como siempre, sin anuncio, sin pauta, sin regularidad. Y quien esté mirando en el instante justo, verá una chispa fugaz cruzar el firmamento, como lo vieron astrónomos chinos en el siglo VII a. C., pastores en el Japón de posguerra o naturalistas del sur de Grecia hace un siglo. No será distinto, aunque todo a nuestro alrededor haya cambiado. La luz será la misma, fugaz y persistente, como un puente entre siglos.
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