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  • Ángel y Manuel Cerezo, la esencia de la filigrana en Córdoba: "Nos conocen más en Alemania y en Japón que aquí"

    » Diario Cordoba

    Fecha: 13/04/2025 19:18

    Para hacer una de las piezas más identificativas y tradicionales de la joyería cordobesa solo se necesitan tres herramientas: pluma, madera y fuego. Esta especie de ritual, que poco tiene de magia y mucho de destreza, llegó a Córdoba en el siglo X. Aquella herencia, forjada en el crisol de las culturas, hoy en día pervive, pese a los láseres y las máquinas, en manos de muy pocos. Pero este texto, como podrá el lector comprobar, no pretende hacer filigranas, sino contar la historia de esos excepcionales artesanos, de quienes quedan. Para hacer filigrana ya están Ángel y Manuel. «Siempre hemos estado en el taller, siempre». Y cuando dicen siempre, los hermanos Cerezo se remontan a la infancia. Cuenta Ángel, el mayor de los dos, que los primeros recuerdos que tienen de la filigrana se sostienen en fotografías antiguas, como esa en la que aparece, "con siete años, sentando en un banco, con un suplemento para que llegara a la astillera, cortando con una segueta". La infancia en el taller La fábrica que fundó su bisabuelo Bartolo pasó a estar por aquel entonces en la casa familiar de su abuelo Manuel. Eran cuatro viviendas y un taller de platería, en el barrio de San Lorenzo. Allí vivían los hijos: Rafael, Manuel y Ángel, padre de los hermanos; y los hijos de los hijos. "Nosotros llegábamos del colegio, ¿y dónde jugabas? En el taller. Si llovía, ¿dónde te metías? En el taller, a toquetear", recuerdan. Toda la familia hacía piezas y a los niños les tocaban los trabajos más triviales, como pulir las joyas con un cepillo metálico y un baño de detergente en el patio de la casa. La capacidad que tenían los joyeros cordobeses era asombrosa, todos eran artistas, desde el principio al final reproducían la joya, y eso se ha perdido Se podría decir que eran faeneros. Aunque a Manuel esa palabra le suena a decadencia. En la década en la que nacieron, en los años 60, la joyería estaba inmersa en un proceso de industrialización. Como explican los hermanos, años antes los talleres habían empezado a meter aprendices. Entraban en masa a realizar trabajos "no muy cualificados", eran "faeneros que trabajan en cadena, pero no heredan el oficio". "La capacidad que tenían los joyeros cordobeses era asombrosa, todos eran artistas, desde el principio al final reproducían la joya, y eso se ha perdido", señalan. Ellos, sin embargo, aprendieron de lo que vieron en casa y se convirtieron en la cuarta generación de plateros especializados en filigrana. Ángel y Manuel Cerezo / Ramón Azañón El arte de hacer filigrana En la tienda de Platería Califal situada en la calle Buen Pastor (tienen otra en Alfayatas), en un pequeño taller abierto al público, Manuel parece acariciar con una pluma de paloma unos pendientes. En realidad, está colocando una soldadura tan pequeña que cualquier otro utensilio que intente emplear, como un pincel, no sería válido. En el cálamo de la pluma, los artesanos han insertado un plumón del pecho del ave, más delicado aún, con el que dan el toque previo al fuego. Con una bombona de butano, prende el soplete. Manuel sopla a través de un tubo, dirige la llama a pulmón. En esos dos pasos, ya ha usado dos de las tres herramientas necesarias para hacer filigrana. Antes, en un taller que tienen en Cañero para fundir, estirar y pulir la plata, los hermanos han trenzado los hilos que caracterizan a estas piezas de joyería. Manuel Cerezo apoya en su mano una pieza de filigrana. / Ramón Azañón La filigrana no es otra cosa que el proceso de entorchar dos hilos de plata que, de canto, aparecen granosos a la vista. Lo hacen con dos tacos de madera. Uno sobre la mesa; el otro, en la mano; y, entre medias, las tiras de metal. Aplican presión y giran hasta enlazarlos. En una hora aseguran que son capaces de trenzar seis mil metros de una plata que antes han rebajado ellos mismos. «Para montar un banco de trabajo de joyería no se necesita tanta tecnología», zanjan. Ya en las tiendas, Ángel y Manuel montan las piezas: filigrana cordobesa, filigrana en chapa y filigrana califal. Esta última, explican, es la menos común. Consiste en unir trozos de hilo entre sí, a presión, y «se dejó de hacer porque tiene mucha mano de obra». Los últimos retazos Ángel tiene 65 años; Manuel, 61. No solo son la cuarta generación de una familia de plateros, también son la última. Sus hijos no seguirán. Tampoco se lo piden, porque “la joyería cordobesa siempre ha vivido en crisis”. De sus manos salen piezas con motivos del arte califal cordobés; atesoran una historia que va más allá de la propia artesanía. Ángel y Manuel Cerezo, junto a un expositor de la tienda de Platería Califal, en la calle Buen Pastor. / Ramón Azañón Mediante correo electrónico, los hermanos Cerezo dan a conocer el origen a los clientes que les escriben. Para la Junta de Andalucía, que buscaba promocionar la artesanía andaluza, reprodujeron un perfumero que Alhakén II regaló a su primera esposa, Subh. Tal vez sea la pieza más especial que exhiben en la tienda, pero a todas miran con el orgullo con que un padre miraría a un hijo. Son vástagos de una tradición que ven alejarse, despedirse a medida que transcurren los años, acelerada por la “competencia desleal” y una falta de cultura: “Nos conocen más en Alemania y en Japón que aquí”. Suscríbete para seguir leyendo

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