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  • La cofradía de los disconformes

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 13/04/2025 14:14

    A pesar de conformar una congregación muy compacta desde las argumentaciones hay matices y quizás amerite diferenciarlos ya que sus motivaciones a la hora de fijar posición son realmente distintas, aunque finalmente confluyan imperceptiblemente para los observadores más desprevenidos. Por un lado, están los opositores más viscerales. A ellos no les convencerá nunca absolutamente nada de lo que el gobierno eventualmente pueda hacer. Los hechos cotidianos solo sirven para alimentar su dinámica que siempre va en la dirección prevista. En todo caso su tarea consiste en construir una narrativa que permita destruir las determinaciones oficiales. Su labor pasa por nutrir su relato y que el mismo goce de cierta lógica, obviamente, compatible lo que defienden a diario como su ideología de base. La otra camarilla es más sofisticada. No son antagonistas crónicos, sino una suerte de “fuego amigo”, que cuestiona desde otro lugar, aunque paradójicamente suelen utilizar premisas parecidas y conclusiones muy similares a las de los más virulentos, lo que muchas veces trae consigo que sean homologados como oponentes brutales y se los caracterice como rivales. A pesar de la diversidad entre ambas facciones su comportamiento general tiene denominadores comunes que favorecen la simbiosis percibida. Unos y otros detestan al líder tanto como a sus ideas inspiradoras, aunque algunos dicen coincidir parcialmente con el fondo, pero no con las formas o los métodos usados para implementar políticas públicas. En ese contexto tal vez valga la pena ir más al hueso en el análisis para descubrir efectivamente que es lo que hay detrás de lo que emerge superficialmente. Queda claro que los enemigos necesitan que el gobierno fracase, aunque jamás lo reconocerán a viva voz ya que esa declaración es completamente inaceptable para los ciudadanos de a pie, lo que hace que descarten ampararse en ese esquema y lo nieguen ante cada sospecha. Ellos apuestan al tropiezo constante. Su posibilidad de regresar al poder depende de que todo salga pésimo, o al menos lo suficientemente mal como para que una mayoría aborrezca a los que ahora gobiernan. Su chance electoral está directamente vinculada con la cantidad y magnitud de los errores gubernamentales. Si los que ahora definen el rumbo aciertan, ellos y sus intereses no tendrán cabida y sus ansias de acceder al poder se esfumarán eternamente. No intentan ofrecer algo mejor, sino derribar lo que está vigente. No conocen otro sendero y por eso apelan a esas patéticas prácticas. Sus talentos solo les permiten demoler y aprovechar cada traspié para aventajar de una manera oportunista, sin escrúpulos ni pudor alguno. Esta pandilla nefasta es totalmente predecible, casi de manual, actúan invariablemente en línea con un guión tan elemental como eficaz. Reprocharles su conducta sería tan inútil como irracional. Está en su esencia, lo hacen con plena convicción y esa estrategia nace desde las tripas. No sabrían armar otra modalidad superadora. No la tienen ni podrían esbozarla. Lo llamativo es el mecanismo de esa otra secta que parece una turba de despechados más que de contrincantes. Se paran en un lugar que inauguraron hace poco. Por momentos son puristas, de pronto son amantes de la ortodoxia y rechazan todo lo que no empata con sus expectativas originales. En otra época validaban todo tipo de alternativas intermedias y hasta las elogiaban como pragmáticas. Hoy eso les parece abominable y reclaman dogmatismos. Es todo muy raro. Es como si hubieran mutado repentinamente. Lo que antes les resultaba no sólo aceptable, sino hasta elogiable, de golpe no puede ser tolerado bajo ningún punto de vista y debe ser repudiado enérgicamente. Es tan extraña la apuesta que hacen que cuando algo se hace en la dirección que ellos mismos mostraban como el camino correcto, en un instante encuentran una coma, con la que no comulgan y se suben allí, velozmente, a ese aspecto marginal para disparar una diatriba feroz, como si se tratara del nudo central de toda la realidad. Existen dos alternativas posiblemente concurrentes que podrían explicar esa actitud tan irreductible. Una tiene que ver con lo instintivo y se apoya en una cuestión de desprecio personal a quien encabeza el proyecto, a sus particulares modos de entender la política, sus discursos vehementes y sus posturas tan fuertes. A alguna gente eso no le cae en gracia ya sea porque no encaja con su generación o bien porque su estereotipo de estadista no es este, sino el tradicional. La otra sería más grave. Temen que esto funcione, que sea un éxito, que todo salga razonablemente bien y deban reconocer que sus críticas secundarias no eran relevantes en una circunstancia tan especial en la que se juegan otras batallas más trascendentes después de décadas de decepciones. Es tiempo de sacarse la careta y confesar desde dónde hablan. Disfrazarse de imparciales para señalar ciertas cuestiones no es intelectualmente honesto. Son opositores sistemáticos que quieren voltear al que ahora gobierna, mañana mismo si fuera posible, o simplemente son resentidos que no tienen la grandeza de admitir las verdaderas razones de sus constantes ataques desproporcionados.

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