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» Diario Cordoba
Fecha: 30/03/2025 05:05
Seguro que han escuchado eso de que el fútbol no es más que 22 detrás de una pelota. Con esa reiterada cita es frecuente despreciar a quien tiene por afición seguir el fútbol. Confieso que no soporto a los que se las quieren dar de superioridad moral o intelectual repudiando a quien disfruta de este deporte. Desconocía que si ves fútbol no puedes leer nada más que periódicos deportivos y que automáticamente te conviertes en analfabeto. Aclaro, por si acaso, que gustarte el balompié no te hace más sabio, pero sí recuerdo que a lo largo de la historia personas tratadas generalmente como tal han sido devotas de este deporte. Uno puede ser lo que sea y no dejará de ser menos por apasionarle el fútbol, lo más importante de las cosas menos importantes, Arrigo Sacchi dixit. Más allá de desprecios intelectuales, para mí el fútbol y, en concreto, mi Córdoba CF, es punto de encuentro con la vida misma. Quien sea ajeno a este mundillo le resultará extraño, pero quien esté en mi barco, sabrá de lo que hablo. La gloria de tocar plata y el fracaso de un descenso. El éxtasis del gol en el 90. Vivir cosas inimaginables y bajar al barro. Una liturgia implícita. Despertar y pensar «hoy es día de fútbol» y reír solo mientras imaginas el estadio lleno. Pero, sobre todo, como decía el spot publicitario de una marca de cerveza para el Mundial 2010, es importante elegir con quién lo vas a vivir porque lo vas a recordar toda la vida. Y así pasa con el Córdoba. Dentro de unos años recordarás ese gol, ese partido, ese ascenso, y puede ser que no recuerdes el año ni quién marcó, pero sí quién estuvo a tu lado. Familias, grupos de amigos, peñas, altas y bajas tras la temporada estival, peregrinación jocosa entre feria y romería, entre lo pasional y lo religioso. En mi caso, de pequeño iba al campo con mi padre y sus amigos, quienes siempre serán los míos. Ahora, han cambiado las tornas y es mi padre quien viene con los míos y rejuvenece a su vera. Los instantes anteriores a la entrada al campo, conocidos como «la previa», son el desahogo con los colegas del barrio con los que comparto afición. Son momentos donde uno valora la semana que se va y comenta con ellos las preocupaciones e ilusiones para encarar los días hasta el próximo encuentro. Son análisis tácticos de la faceta más íntima y personal con los compañeros de vestuario, es decir, de vida. Ir los domingos al Arcángel es poder disfrutar de momentos bonitos junto a mi padre, y lo seguirá siendo si algún día deja de ocupar su asiento. Él, como tantos otros, está loco por que el Córdoba meta la pelotita dentro de la portería rival, porque es sabedor del posterior abrazo. Los más supersticiosos entran al campo tras pasar los tornos con el pie derecho y se persignan cuando suena el pitido inicial. La megafonía es una voz inconfundible que te acompaña desde hace temporadas. Los transistores recuerdan a viejas épocas. El murmullo de la multitud encontrándose con sus vecinos de gradas. Honor a los aficionados visitantes desplazados, tú también has sido uno de ellos y comulgas con su viaje a una ciudad lejana para pasear los colores de su equipo. Calientan los jugadores, alineaciones confirmadas. ¿No juega fulanito? El míster es el que más sabe. No falta la videollamada desde el estadio con quien no puede estar ahí, pero que, aunque sea solo en una habitación de las antípodas, en un hospital o en Dios sabe dónde, lo vive como si estuviera con toda su gente. Tal vez no tengamos por qué ser ignorantes, pero estamos locos de remate. Es domingo, pónganse la blanquiverde y... «Sobre el campo, la verdad...». *Profesor de Derecho
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