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» Diario Cordoba
Fecha: 30/03/2025 05:05
La pasada semana vivimos el «relevo episcopal» en la diócesis de Córdoba: Adiós a don Demetrio, que queda como Administrador Apostólico, y bienvenido el nuevo pastor, don Jesús Fernández, cuyo perfil publicamos el pasado viernes. Continúa la Cuaresma, hoy, tercer domingo, en el que escucharemos la parábola del hijo pródigo, en la que Jesús nos dibuja admirablemente la silueta de Dios. Decía el historiador José María García Escudero, en sus Memorias, que «todo el cristianismo se reduce a una palabra: «Padre». La parábola del Hijo Pródigo es una verdadera joya literaria: ¡qué difícil es contar un mensaje con la sencillez y la profundidad con que lo hace Jesús al revelarnos el verdadero rostro de Dios, no por conceptos teóricos sino a través de una historia que pone entrañablemente ante nuestros ojos la bondad y la ternura de Dios! Pero es, sobre todo, una maravillosa afirmación de la bondad de Dios que sale siempre al encuentro del hombre. Charles Péguy escribía: «Esta parábola ha sido contada innumerables veces a innumerables hombres desde la primera vez que fue contada y, a menos de tener un corazón de piedra, ¿quién sería capaz de escucharla sin llorar? Desde hace miles de años viene haciendo llorar a innumerables hombres y ha tocado en el corazón del hombre un punto único, secreto, misterioso, inaccesible a los demás... Es célebre incluso entre los impíos, y ha encontrado en ellos un orificio de entrada y quizá es ella sola la que permanece clavada en el corazón del impío como un clavo de ternura”. ¡Qué consoladora es la imagen de Dios que nos presenta Jesús! ¡Qué distinto es Dios de ciertas imágenes en las que hemos podido creer o en las que quizá hemos sido educados y que nos hacían ver un Dios frío, distante, duro, hasta inhumano! Es maravilloso ese bendito párrafo de la parábola en el que con cinco brochazos se nos dice mucho más de Dios que con muchas lucubraciones teológicas: «Cuando todavía estaba lejos su padre lo vio»: Dios nos sigue y nos sabe vislumbrar aunque estemos aún lejos, porque Él siempre nos espera. “Se conmovió”: sintió que sus entrañas se conmovían entrañablemente, con el mismo cariño y esperanza con que una madre siente moverse el hijo de sus entrañas. «Echando a correr»: Dios toma la iniciativa, y no sólo se adelanta, echa a correr ante el que se acerca a Él. «Se le echó al cuello»: no para recriminarle ni para «leerle la cartilla», sino como se echan al cuello las personas que se aman después de una larga separación. «Y se puso a besarlo»: literalmente, «se lo comía a besos», no con un beso convencional y superficial, sino con el beso que brota de unas entrañas llenas de amor. Ese es Dios. El papa Francisco, comentando esta parábola, nos dice que así es el corazón de Dios, «el Padre misericordioso que en Jesús nos ama más allá de cualquier medida, espera siempre nuestra conversión, cada vez que nos equivocamos, espera nuestro regreso cuando nos alejamos de Él pensando que podemos prescindir de Él, está siempre preparado a abrirnos sus brazos pase lo que pase. Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no rompen la fidelidad de su amor». Frente a la presencia de Dios, revelándose como Padre, un mundo de terribles contrastes y encrucijadas. Y una Europa que, después de haber llegado a la modernidad, a la riqueza material, a la libertad democrática y a la comunicación inmediata con todo el mundo, se está alejando públicamente de la religión. Así lo confirman estos hechos: la desaparición de la palabra y de la referencia a Dios en la vida pública; la pérdida de identificación con la instituciones que representan la religión; el abandono de los signos públicos de pertenencia, como la participación en el culto, en los sacramentos y en los ritos de integración; la caída vertical de las vocaciones al servicio pleno de la religión cristiana como forma de vida y de acción. Este silencio y eclipse de Dios pueden y deben ser una oportunidad para redescubrir al Dios siempre mayor de todo nuestro sentir, pensar y desear, al Dios divino, al de la parábola de Hijo Pródigo, tambien llamada del «Padre bueno», mientras nos acompañan los versos de Leopoldo Panero: «Todo Amor es tu sombra, Dios viviente, / silenciado fluir que en sueños mana, / perpetuamente, bajo el alma humana, / como pasan las aguas por el puente».
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