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Parana » Analisis Litoral
Fecha: 24/02/2025 01:54
A los abrazos ingresó el exgobernador Sergio Urribarri en la «tormentosa» mañana del pasado sábado, en el Club San Martín, donde convocó a una mateada. La tormenta no impidió que más de un centenar de personas se hicieran presentes, como si el clima o el contexto del país realmente importara. Entre los asistentes, se vio a varios ex concejales, como Alberto Armanazqui, Mariano Giampaolo y Sebastián Cuberli (quien pasó del PRO al peronismo como si nada), y, por supuesto, a los viejos amigos de siempre: Amadeo Cresto, Luis Jakimchuk y Hugo Pezzarini, entre otros. Urribarri se encargó de aclarar, como si realmente hubiera dudas, que no era una reunión para evaluar candidaturas ni ofertas electorales. “Algunos especularon, hablaron de candidaturas. Hay que estar al pedo para hablar de candidaturas, cuando hay un pueblo que desde hace un año sufre un gobierno dañino y perverso. ¿De qué candidaturas quieren hablar?”, dijo, como si su propia condena por corrupción fuera solo una anécdota, mientras la gente sigue viviendo la crisis que él, entre otros, ayudó a construir. Claro, porque un buen abrazo es mucho más importante que enfrentar las consecuencias de un gobierno que dejó al país en ruinas. Pero lo que no se puede pasar por alto es que este acto de “afecto” se organizó mientras Urribarri está bajo prisión domiciliaria, producto de una condena de 8 años que aún no está firme. Aquí surge la gran contradicción moral, que muchos no pueden dejar de notar: ¿cómo puede alguien con prisión domiciliaria organizar un evento político y reunirse con sus seguidores como si nada hubiera sucedido? Este es el ejemplo perfecto de la permisividad y las falencias de la justicia entrerriana, que parece tener reglas propias, donde no importa si la ley es flexible o si el condenado sigue con su agenda personal. Porque claro, la justicia no solo se toma su tiempo, sino que, en Entre Ríos, hasta parece tener un «plan de contención» para quienes están más cerca del poder. Es realmente llamativo cómo la justicia entra en un modo “compasivo” para algunos y “flexible” para otros, cuando, en realidad, debería estar enfocada en la aplicación estricta de la ley, sin importar los apellidos o los contactos. Que un exgobernador condenado a prisión por corrupción esté organizando un acto político desde su hogar, bajo prisión domiciliaria, refleja la enorme grieta en el sistema judicial entrerriano, un sistema que parece más bien dispuesto a ofrecer «comodidades» a ciertos individuos, en lugar de garantizar que enfrenten las consecuencias de sus actos. Urribarri, con una sonrisa y la falsa modestia de quien no tiene nada que ocultar, remarcó que el propósito del encuentro no era político, sino “darnos un abrazo a aquellos que no pudieron darnos uno cuando estuvimos detenidos”. Mientras tanto, su casa, en lugar de ser un lugar de reflexión o penitencia, se convierte en un escenario de reencuentros políticos. Y lo peor es que no está solo: la justicia de Entre Ríos lo sigue dejando actuar como si fuera el protagonista de un guion que ya no tiene sentido, en donde la condena es solo una palabra sin peso. ¿Será que las decisiones judiciales se toman más en función de los «intereses de la paz social» que de la rectitud del sistema judicial? Y mientras tanto, Urribarri no perdió la oportunidad de hablar sobre el estado del peronismo entrerriano. “El peronismo, que antes fue rebelde, se ha convertido en un peronismo con miedo, individualista, del sálvese quien pueda”, aseguró, como si él no fuera parte de esa misma transformación. Resulta irónico escuchar este tipo de declaraciones de alguien que, mientras habla de miedo y de desunión, se escuda detrás de un sistema judicial que le permite seguir con su agenda política sin que nadie le exija rendir cuentas. El miedo, parece, es un concepto flexible, dependiendo de quién lo pronuncie. A medio camino de su discurso, no faltó el momento de rememorar a Hebe de Bonafini, la líder de las Madres de Plaza de Mayo fallecida hace cinco años. Recordó cómo, en el pasado, ella le había pedido que entregara una carta al Papa Francisco. Un relato con tintes nostálgicos que, al final del día, no hace más que servir como un velo de redención para un personaje cuya trayectoria está teñida de escándalos y denuncias de corrupción. Y, por supuesto, como buen político, Urribarri aprovechó la ocasión para pedir que recen por la salud del Papa Francisco. Un gesto “solidario” que bien podría tomarse como un intento de blanquear una imagen que, desde su detención, ha estado bajo el foco de la crítica social. En resumen, lo que comenzó como una mateada de “reencuentro” se transformó, una vez más, en un claro ejemplo de las falencias y la permisividad del sistema judicial entrerriano. El hecho de que un exgobernador condenado por corrupción pueda organizar actos políticos desde su hogar, en lugar de cumplir con las consecuencias de sus actos, habla a las claras de un poder judicial que, lejos de ser un freno, es más bien un facilitador para aquellos con conexiones. Y mientras la justicia sigue siendo tan flexible como un chicle, Urribarri no tiene problema en aprovechar todas las oportunidades para mantenerse en la palestra, incluso desde su cómoda «prisión» domiciliaria.
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