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Parana » Al Dia ER
Fecha: 09/02/2025 13:41
La sexta noche del Carnaval del País – que fue presenciada por poco más de 21 mil espectadores, según informó la Comisión Directiva- deslumbró como un faro de luz en la oscuridad. El Corsódromo de Gualeguaychú se transformó en un tapiz vibrante, un escenario que resonó con la fuerza de la diversidad humana. Allí, la paleta de la vida se desplegó en toda su magnitud, donde cada color, cada movimiento, cada destello de luz tejió una historia en la que lo divino y lo terrenal se fundieron en una danza cósmica de sabiduría y renacimiento. Fue un viaje que no solo recorrió el corazón de la ciudad, sino que penetró en el alma misma de la celebración. Por Nahuel Maciel: Si hay una voz capaz de detener el bullicio del Corsódromo y capturar cada mirada, esa es la de Silvio Solari. Y anoche, cuando el reloj marcó las 21:55 se confirmó. Es que en su entonación resuena el alma del carnaval, esa cadencia inconfundible que transforma el aire en un eco vibrante de emoción. Su presencia no solo marca el umbral del espectáculo más imponente del verano argentino, sino que lo consagra. Cuando su voz irrumpe, el Corsódromo se aquieta. Es el anuncio del ritual, el instante en que la magia despierta y la ciudad entera comienza a latir al ritmo de la alegría. Con una pasión que no necesita artificios, Solari nombra a las comparsas con la solemnidad de quien comprende su grandeza. No las menciona, las exalta. No las introduce, las entroniza. Es mucho más que el maestro de ceremonias: es el guardián del sortilegio, el hilo invisible que une a cada bailarín, a cada espectador, a cada latido que se funde en la fiesta desbordante del carnaval. Las comparsas tienen un denominador común: son tutoras de una temática profunda y vibrante, y ofrecen una muestra de los múltiples matices del ser humano, iluminando con sus propuestas artísticas un camino de transformación de la realidad. La creatividad de los trajes, el ritmo de las batucadas, la cadencia y armonía de los pasos de las bailarinas y bailarines crearon una sinfonía visual y sonora que invitó a los espectadores a sumergirse en una experiencia única. Cada comparsa, con su propio mensaje y estética, se convirtió en una brújula que guió el rumbo de un viaje hacia la comprensión, el amor y la superación de las sombras. La magia del Carnaval del País reside en su capacidad de reunir diferentes lenguajes artísticos que, más allá de su diversidad, hablan el mismo idioma: el espíritu creativo para construir nuevas realidades y el compartir sueños para renacer. Cada movimiento sobre el Corsódromo fue un acto de resistencia y belleza, donde lo importante no era solo el espectáculo, sino lo que dejaba en el aire: un susurro de transformación y alegría. Así, la noche se convirtió en un espacio sagrado donde la lucha por la igualdad se manifestó en el arte, desafiando las sombras del pasado y abriendo caminos hacia un futuro iluminado por la sabiduría colectiva. A medida que las últimas luces de la noche se desvanecían, el mensaje se hacía más claro: el renacimiento está en la unidad y en el diálogo de las culturas, en la luz que ilumina sin encandilar y en la igualdad. El Carnaval del País, con su resplandor de colores, sonidos y movimientos, lo recuerda cada año con el mismo carácter propositivo. Y en este marco, es necesario subrayar otro detalle de la organización: detrás del brillo, la música y el esplendor del Carnaval del País, hay un equipo que trabaja incansablemente para que cada latido de la fiesta llegue a cada rincón. Como responsable se encuentra Diego Hilt Quiroz, quien lidera y coordina un equipo de asistentes técnicos integrado por Juan Gabriel Núñez Martínez y Laura Lopardo Fava, entre otros. Juntos conforman un engranaje esencial, sensible y atento a las exigencias de una cobertura periodística que demanda versatilidad, dominio de múltiples lenguajes y una sincronización que no deja nada librado al azar para potenciar las plataformas digitales como los medios tradicionales. Desde los días previos, su labor perseverante garantiza información precisa y acceso ágil a cada detalle del espectáculo. Su presencia en el Corsódromo no es solo una asistencia técnica: es el puente que amplifica la voz del carnaval, tejiendo una red de comunicación que enriquece a las audiencias, enaltece la ciudad y proyecta el alma de Gualeguaychú más allá de sus fronteras. Un esfuerzo que, aunque a menudo pase desapercibido, es la base sobre la que el carnaval se expande y resuena en todo el país. Marí Marí El Corsódromo de Gualeguaychú fue testigo de una representación que parecía trascender los límites de la tradición. Marí Marí -la comparsa del Club Central Entrerriano- conocida por su poderío y majestuosidad, presentó una obra que no solo deslumbró por su espectacularidad, sino que se erigió como un verdadero manifiesto artístico de lo que significa el viaje interior. “Ítaca” -el tema de este año- llevó a los espectadores a un territorio donde las aventuras de Ulises fueron apenas un eco frente a las enseñanzas profundas que se ocultan en cada paso de su peregrinaje. La comparsa, dirigida por Facundo Lucardi, fue una oda a la resistencia, la reflexión y, sobre todo, a la transformación. La historia que se tejió anoche no se limitó a los personajes y los relatos mitológicos, sino que se convirtió en una metáfora visual y sonora de lo que significa el alma humana en constante búsqueda. La figura de Ulises, en lugar de ser el héroe victorioso que regresa a casa, se transformó en un viajero de emociones y experiencias. Y fue en las tribulaciones de su andar, en las enseñanzas de Dionisio, donde se halló el verdadero significado del viaje: lo importante no es el destino, sino el aprendizaje obtenido en el camino. Cada paso que dio la comparsa fue un eco de esta lección universal. Uno de los momentos más sorprendentes de la noche fue la apertura del desfile, una innovación que rompió con las estructuras tradicionales. La batucada “Batería Aplanadora” dirigida por Mauro “La Rana” Andrada y el arte de la pasista Rosario Sánchez, fueron los encargados de abrir el desfile, pero no de la forma convencional. Rosario Sánchez, con su bastón en mano, se erigió como una figura central, llevando la batucada de manera cautivadora, sin desentonar ni un solo compás. Este gesto, tan innovador como audaz, también simbolizó la coordinación perfecta entre todos los elementos artísticos. La batucada, que tradicionalmente acompaña, en este caso lideró, dando inicio a la marcha de la comparsa como un primer momento deslumbrante de muchos otros que vendrían. El vestuario, diseñado por Nicolás Collazo, fue otro de los grandes protagonistas de esta obra visual. Cada traje parecía contar una historia en sí mismo, fusionando el pasado clásico con la modernidad del carnaval. Los colores, las texturas, las formas, todo en armonía con la idea central de la temática, y que sumergió al público en una atmósfera dionisíaca, donde la libertad y la alegría fueron los verdaderos anfitriones de la noche. Las carrozas, creadas por Meke Arakaki, no eran solo vehículos para el desplazamiento, sino enormes narrativas en movimiento, un paisaje mitológico que recorría las calles del Corsódromo como un poema visual. Pero quizás, lo más impresionante de la noche fue la unión de todos los lenguajes artísticos que conformaban la comparsa. La coreografía y la puesta en escena se tejieron con una precisión casi matemática, mientras que la música y la batucada, en su ritmo constante, creaban una atmósfera casi ritual. La reina, Felicitas Fouce, se movía como una diosa de la esperanza y el amor, mientras que la dirección de Facundo Lucardi se veía reflejada en cada movimiento, en cada mirada, en cada gesto de los artistas. Finalmente, el maquillaje de Leticia Nazzar completó el cuadro, transformando a los miembros de la comparsa en seres mitológicos, en viajeros de un tiempo sin tiempo, en los portadores de un mensaje tan antiguo como el mundo mismo: lo importante no es llegar a Ítaca, sino lo que se descubre en el camino. Y lo mismo ocurrió con la energía que transmite en cada canción la banda musical “Toque de Samba” dirigida por Martín Irigoyen, quienes volvieron a consagrar ese antiguo ritual con el público cuando los incentiva a cantar a capela y que es acompañado también por el batir de las palmas en “las chapas” del Corsódromo. Anoche, Marí Marí tuvo una de sus mejores actuaciones de este 2025 y recordó que, en el viaje de la vida, la verdadera riqueza radica en lo que se aprende a lo largo del camino y por eso la “Rojinegra” dejó una huella imborrable en el alma del carnaval. Karmarr Para Kamarr, la sexta noche se convirtió en un escenario de lucha cósmica y humana, donde las sombras y las luces se enfrentaron cara a cara. La comparsa del Centro Cultural Sirio Libanés se presenta este año con el tema “Eclipsia”: una reflexión visceral sobre la batalla interna que habita en cada ser humano. Bajo la dirección de Leo Rosviar, la comparsa tejió una narrativa poderosa, donde la lucha entre los Lobos Negros -impulsados por la ambición y la codicia- y los Lobos Blancos -que representan la bondad y la paz- se convirtió en un grito universal sobre la importancia de elegir la luz sobre la oscuridad. El inicio de la actuación fue como una entrada a un mundo simbólico, donde los cuerpos se transformaron en sombras y luces vivientes. En un acto teatral deslumbrante, los Lobos Negros y los Lobos Blancos se presentaron como dos fuerzas primigenias una oscura y voraz, la otra luminosa y esperanzadora. Esta introducción no solo encuadró la temática de la comparsa, sino que también planteó la pregunta filosófica del Carnaval: ¿Qué fuerza predominará al final? La danza y la actuación se fusionaron en una coreografía que no solo describía, sino que sentía el conflicto humano en su forma más cruda y real. El vestuario, diseñado por Evaristo Ayala y Celeste Airala, fue otro de los pilares de esta historia visualmente cargada de simbolismo. Los trajes de los Lobos Negros, con sus tonalidades oscuras y texturas intensas, parecían absorber la luz, mientras que los de los Lobos Blancos, con sus materiales brillantes, reflejaban la esperanza que brota incluso en los momentos más oscuros. Cada costura, cada tela, era una declaración de intenciones, de lo que estaba en juego. El contraste entre ambos bandos no solo se reflejaba en los colores, sino en la textura misma de la tela, que sugería el peso de las emociones que cargaban sus portadores. La banda “Caravana de Carnaval”, dirigida por Hernán Archaina, llevó esta lucha a través de una música vibrante y potente, que se entrelazaba con el ritmo frenético de la batucada de Tempo do Samba, dirigida por Fabián Iturburúa. Los tambores no solo resonaban, sino que eran la latente pulsación del corazón humano, marcando el ritmo de la batalla interna que se desplegaba ante los ojos del público. Esta energía frenética encontró su punto culminante en la aparición de la pasista Daiana Delgui, quien -con su presencia etérea y su dominio sobre la pasarela- marcó el paso y en diálogo con la batucada “Tempo do Samba” a cargo de Fabián Iturburúa, unieron todo el acto en una coreografía sin igual. La coreografía y puesta en escena, a cargo de Lucas García, fue otro de los aspectos que elevó la presentación a una obra de arte multidimensional. El espacio se llenó de energía, no solo por los movimientos de los artistas, sino por la forma en que cada gesto y cada paso parecía resonar con los ecos de una lucha ancestral. Kamarr, al igual que la historia que contaba, no solo invadió el espacio físico del Corsódromo, sino que también tocó el alma del espectador, invitándolo a enfrentarse con sus propias sombras y luces. Las carrozas, diseñadas por Leo Rosviar, sirvieron como grandes símbolos móviles, llevando a los personajes por el espacio del desfile como embarcaciones que surcaban el océano de la historia. Cada carroza captura la esencia de la narrativa: la lucha entre el bien y el mal, el deseo y la paz, la oscuridad y la luz. No son simples vehículos; son el reflejo “de la guerra interna” que se libra no solo sobre el escenario, sino dentro de cada uno de los espectadores. Finalmente, el maquillaje de Nina Delmonte completó la obra visual, transformando a los artistas en entidades mitológicas, seres capaces de cargar con todo el peso simbólico de la historia que contaban. El rostro de cada integrante era un lienzo que reflejaba tanto el conflicto como la resolución, en un equilibrio que solo el arte puede alcanzar. Kamarr, con su audaz fusión de lenguajes artísticos, logró algo que va más allá de la simple representación: invitó a reflexionar sobre la propia lucha interna, sobre el poder que tienen las personas para elegir la luz en medio de la oscuridad. Anoche, la comparsa dejó claro que, como en la historia de “Eclipsia”, lo más importante no es la sombra que acecha, sino la luz que se elige para seguir. Ará Yevi El Corsódromo se iluminó con un torrente de pasión y energía, cuando hizo su acto de presencia –que fue arrolladora- la comparsa Ará Yeví del Club Tiro Federal Bajo la dirección de Guillermo Carabajal, “Los de la Ribera” desplegaron su magia con “Endiablada”, un relato que une lo mítico, lo espiritual y lo festivo en un solo acto de fervor. A través de sus movimientos, sus vestuarios, sus carrozas y su música, Ará Yeví propuso una travesía profunda por las entrañas del carnaval, donde la danza, el ritmo y la narrativa se abrazan con la fuerza de un rito ancestral. El acto comenzó con un eco de lo sobrenatural: el Rey Momo, tras un pacto con Supay, el dios del inframundo, se adentra en las sombras de la cueva de la Salamanca, con la promesa de coronarse rey del carnaval. El vestuario de Ará Yeví, obra de Adrián Ghiglia y Emanuel Pérez, fue una manifestación visual de la dualidad entre la oscuridad y la luz, la tentación y la pureza. Las carrozas, diseñadas con una destreza excepcional, emergieron como gigantes mitológicos, llevando en su andar las representaciones del inframundo y de la Pachamama, la verdadera reina del carnaval. El contraste entre lo sombrío y lo luminoso se reflejó en cada elemento de la puesta en escena, que estuvo a cargo de Lino López, quien supo crear un espacio donde las fuerzas antagónicas se enfrentaban con tal intensidad que el aire mismo parecía vibrar con su poder. La banda Alma Carnavalera, dirigida por “Titi” Pauletti y Belén Greco, cerró la actuación con su característico vigor, poniendo en cada acorde la emoción de una celebración que no solo se veía, sino que se sentía en el cuerpo y el alma de quienes allí se encontraban. Con la fuerza de un maleficio que se rompe, Ará Yeví dejó claro que el carnaval no solo es un espectáculo visual, sino una experiencia que se alimenta de la historia, la cultura y la emoción colectiva. Pero, fue al final cuando la magia alcanzó su punto culminante. Las luces del Corsódromo temblaron al ritmo de la batucada “Sonido de Parche” dirigida por Leo Stefani, quien lo hace con la precisión de un alquimista, transformando los tambores en latidos del corazón colectivo. Cada golpe resonaba como un llamado a las fuerzas oscuras, mientras los cuerpos de los bailarines, vestidos con colores vibrantes y cargados de simbolismo, atravesaban la pista como espíritus en busca de la redención. La pasista Camila Carro se erigió como la gran protagonista de la noche, no solo por su habilidad técnica, sino por la conexión que estableció con el público mismo. En un momento que hizo estallar de júbilo el Corsódromo, Camila se unió a los bombos legüeros -bajo la dirección de Leo Stefani- para realizar un malambo cargado de energía y celebración. Su malambo, como una explosión de fuerza y libertad, rindió homenaje a la Pachamama, la Madre Tierra, y la energía de su danza, junto con el bramido de los tambores, coronó el diálogo de los pueblos para vivir la cultura del encuentro en plena celebración del carnaval. Papelitos La comparsa Papelitos, los “Leones” del Oeste, desplegó “Iguales”, una temática que la narra como si fuera gran poema visual. Bajo la dirección de Juane Villagra, el espectáculo de esta comparsa no fue solo una sucesión de coreografías y trajes deslumbrantes, sino una narración épica tejida con los hilos de la igualdad, un canto poderoso que resonó como una llamada a la unión de todos los seres. En el centro de esta historia se encuentra Candella, un hada de alas rotas por las leyes de una ciudad dividida entre Los Puros y Los Olvidados. Los Puros, con su arrogancia de creerse superiores, se aferran a su privilegio como un árbol que niega la luz al resto del bosque, mientras que Los Olvidados, seres fantásticos como Elfos y Faunos, viven relegados al silencio y la sombra. Sin embargo, la noche del Corso de la Alegría es su oportunidad para desafiar la opresión, para gritar en colores, ritmos y movimientos que la unidad es posible, que las fronteras impuestas por el miedo y la ignorancia pueden ser derribadas. La coreografía, elaborada por Camilo González, Belén Barreto y Vanesa Schwindt, se desarrolló como una danza de liberación, un compás en el que cada paso era un susurro de resistencia y cada giro un resplandor de fuerza. Los cuerpos en movimiento, como sombras que buscan la luz, contaron la historia de un deseo que no conoce barreras. En cada pirueta de la pasista Candela Gómez, en cada batucada que retumbaba en el corazón de la multitud, en cada fragmento de las carrozas diseñadas por Martín Naeff, se reflejaba el anhelo profundo de justicia, de ser reconocidos, de ser iguales. El vestuario, obra de Raulo Galarraga, fue un despliegue de colores que brillaban como estrellas olvidadas, como almas que reclaman su lugar en el universo. Cada traje, como una segunda piel, abrazaba a los artistas, dándoles voz, dándoles fuerza, dándoles historia. Los Portabanderas Lorena Sánchez y Lucas Shapiro, con la delicadeza de quienes sostienen sueños, ondearon los símbolos de la lucha por la inclusión y la equidad. El maquillaje, diseñado por Florencia Leuze, agregó la última capa de magia al lienzo humano de la comparsa. No es solo cosméticos en los rostros, sino transformaciones en seres de otros mundos: criaturas de fantasía que se vuelven los emisarios de una realidad más inclusiva, donde las diferencias no son barreras sino colores que enriquecen el paisaje común. La música de Furia del Oeste, dirigida por Andrea Benedetti y Martín Fernández, se convirtió en el alma de la comparsa. Mientras que la batucada “Los Pibes”, bajo la dirección de Esteban Martín Piaggio, marcó el pulso de la rebelión: su sonido fue una advertencia y una celebración. La de anoche fue una de las mejores actuaciones de la batucada porque no tuvo “fisuras” rítmicas y en todo momento cada uno de los integrantes estuvo conectado con el compás y se hizo un solo lenguaje el sonido con la danza de la pasista. La actuación de los “Leones” fue mucho más que actuar en un espectáculo: fue una declaración de principios, una afirmación de que la igualdad no es una utopía, sino una conquista posible. Y anoche, Papelitos enseñó que la verdadera belleza del carnaval no está en las máscaras que las personas se colocan, sino en la autenticidad que puedan mostrar cuando se unen sin miedos, cuando se aceptan como “iguales”. Lo que viene El Carnaval todavía le faltan dos sábados de febrero -15 y 22-, además de otros tres vinculados con el fin de semana largo previstos para el 1º, 2 y 3 de marzo. Y el viernes 21 de febrero se realizará la Fiesta de la Elección de la Reina y se conocerá a la sucesora de Itatí Guerra (Marí Marí). Esta actividad está prevista que se inicie a las 21 en el Corsódromo, donde también se conocerán la mejor batucada, pasista y portabandera y la noche contará también con un espectáculo a cargo de Boa Samba. Las entradas estarán a la venta en los próximos días, exclusivamente en la boletería del Corsódromo y en los horarios habituales. Las candidatas a Reina del Carnaval del País * Marí Marí (Club Central Entrerriano) Felicita Fouce * Papelitos (Club Juventud Unida) Sofía Funes. * Ará Yeví (Club Tiro Federal) Dalila Cepeda. * Kamarr (Club Sirio Libanés) Agustina García. Batucadas, pasistas y portabanderas * Papelitos: batucada “Los Pibes” dirigida por Esteban Martín Piaggio. Pasista: Candela Gómez. Portabanderas: Lucas Shapiro y Lorena Sánchez. * Marí Marí: batucada “Batería aplanadora” dirigida por Mauro Andrada. Pasista: Rosario Sánchez. Portabanderas: Natalia Loschiavo y Gustavo Galante. * Kamarr: batucada “Tempo do samba” a cargo de Fabián Iturburúa. Pasista: Daiana Delgui. Portabanderas: Yamila Brusca y Cristian Lescano. * Ará Yeví: batucada “Sonido de parche” dirigida por Leo Stefani. Pasista: Camila Carro. Portabanderas: Victoria Saino y Sebastián Benedetti. Fuente: Con información de análisis.
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