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  • Batalla cultural o yihad ideológica

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 09/02/2025 00:26

    “La yihad es un deber religioso de convertir a todo el mundo al Islam, ya sea por persuasión o por la fuerza” Ibn Jaldún, erudito musulmán (1332-1406) Luego de no haberlo hecho por dos semanas, vuelvo a mis columnas dominicales. Me veo constreñido a tratar un tema de varios días atrás, que causó un fuerte impacto en nuestro país, tanto desde el punto de vista periodístico y político como el social. Me estoy refiriendo al discurso presidencial en Davos, cuyo contenido cambió, desde una temática esencialmente económica en 2024, a otra quizás más profunda, cuál es la instalación de una ideología que, en contexto nacional e internacional, debería ser la que rigiera el orbe, implementada a través de la denominada batalla cultural. En realidad, a mi juicio, el discurso de Davos tuvo poca entidad sustancial, fue una colección de diatribas, un verdadero combo de misoginia, xenofobia, intolerancia, fanatismo, discriminación. Tanto así, que los voceros amigos, encabezados por el inefable Adorni, intentaron en vano tapar el cielo con las manos, para decir que el presidente no dijo lo que dijo. Podríamos hacer un festín analizando las palabras presidenciales, luego de los intentos de bajarles el tono, pero baste con decir que involucró a las parejas homosexuales con la “pedofilia”, y a los que piensan diferente como enemigos a los que debería perseguirse y aniquilarse. Cayendo en generalidades casi infantiles, dijo poco menos que los que no son libertarios son comunistas o izquierdistas de mierda. No existen grises en su binarismo extremo, los enemigos cultivan la ideología “woke”, a la que calificó como una enfermedad, un cáncer que debía extirparse del cuerpo social. “Los homosexuales son pedófilos, los que piensan distinto a la ideología oficial, son un cáncer al que hay que extirpar” De allí a la intolerancia con el pensamiento distinto y a la persecución ideológica hay un solo paso. No dudamos que en el simplismo presidencial, la batalla en el campo de las ideas podría convertirse en una guerra santa contra los que piensan distinto, una yihad que se trasladaría a la sociedad, cuyos integrantes deberían aceptar las ideas de la libertad, de “la libertad oficial” obviamente, o ser obligados por la fuerza a ser “libres”. La magnitud del daño que la corrupción kirchnerista ha propinado a la sociedad, sólo puede entenderse a partir de la comprobación de que una mayoría social, con tal de no volver a esos tiempos, es capaz de tener por buenas la xenofobia, la misoginia, la discriminación sexual, la persecución ideológica, el fanatismo político, el desprecio por las instituciones. Antes de ahora, el término “libertario” era poco conocido. Liberal o “neoliberal”, este último arrojado por el progresismo populista como elemento descalificador, formaban parte del vocabulario político. Hoy, la mayoría de los liberales argentinos pugnan por ingresar a la elite de “libertarios”, categoría ésta que sólo estaba en los textos de Murray Rothbard y que, por imperio de Javier Milei, se convirtió en la religión oficial del Estado. Libertario es, nada más y nada menos, un liberal con poder. Una cosa son los “think tank” liberales, que no salían de las catacumbas del debate de ideas, y otra muy distinta es estar en el manejo del Estado, que los convierte en autoritarios decididos a imponer sus ideas al conjunto social. “Un émulo del primer Perón, “al enemigo ni justicia”. A qué distancia estamos de que la batalla cultural se convierta en la yihad ideológica” Estoy convencido que el fanatismo es la madre de todas las desgracias sociales, supone no tener en cuenta al otro, al que piensa distinto, se trata de vencer, no de convencer. Por ello, el concepto de “batalla cultural” elaborado precisamente desde los campamentos liberales, consiste en el debate de ideas desde el llano social y político, en el que las partes están ubicadas en un mismo plano. En cambio, cuándo se habla de “batalla cultural” desde el poder del Estado, tal cual el libertarismo mileísta, se trata de la imposición del pensamiento único, en una asimetría absoluta entre los distintos planos del pensamiento. Nunca como ahora, nuestro país está inmerso en una yihad ideológica cuyo resultado no será el enriquecimiento de la pluralidad, sino, muy por el contrario, la persecución política y el debilitamiento de las instituciones de la república. Se trata de reemplazar una hegemonía cultural por otra. El denunciado “wokismo” (progresismo populista, kirchnerismo) por el “libertarismo”, ambos muy lejanos al concepto de verdadera libertad y autodeterminación de las personas. Aún en el supuesto de considerar que el que gana las elecciones tiene el derecho de adoptar las medidas de gobierno que le dicta su ideología, éste derecho es limitado, no sólo por el ordenamiento legal y constitucional sino también por la continuidad jurídica del Estado, cuyo desiderátum democrático es el consenso en las políticas públicas principales. La intempestiva decisión de salir de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y el más que probable egreso del Acuerdo de París sobre cuestiones del clima, no sólo rompe con la continuidad de algunas de las posiciones de nuestro país en materias tan importantes, sino que nos coloca al borde de la marginalidad internacional. Sin abrir juicios de valor acerca de las medidas sorpresivas del poder ejecutivo, es dable pensar que en temáticas fundamentales de la nación, es necesario compartir la preocupación y buscar consensos internos que tengan el suficiente soporte político y técnico para colocarse al margen de la dirección hacia dónde caminan las principales democracias occidentales. “Atado al carro del “trumpismo”, Argentina será el acoplado que reciba los barquinazos de ideas disruptivas que no sabemos hasta dónde llegarán” Es cierto, Estados Unidos camina en nuestra misma dirección, o al revés, caminamos en la dirección que nos marca Trump, con sus decisiones verdaderamente disruptivas y que nos coloca como el acoplado que sufre los barquinazos de una política fijada desde el poderoso país del norte. No quiero pensar si el día de mañana, por intereses de Musk y compañía, el presidente Milei adopta posiciones públicas que nos comprometan en una dirección tal vez altamente discutible, o, lo que es peor, si por las ambiciones imperialistas de Trump, sirvamos cómo avanzada militar de la ultraderecha mundial. Hubo un tiempo en que me gustaba asistir a las jornadas y encuentros de un think tank liberal. Se hablaba de batalla cultural, entendida como el debate necesario de ideas, en una sociedad dónde la libertad debía ser el condimento fundamental. Perdí ese entusiasmo a partir de la asunción presidencial de Javier Milei, dónde la palabra libertad se limitó a la libertad de mercado, y la política quedó esclavizada a la estructura verticalista que supo construir el poder libertario, dónde el disenso se castiga con la expulsión o el ostracismo. En términos sociales, no son buenos tiempos para nuestro país. Pareciera que debemos optar por uno de ambos bandos extremos: el wokismo o el libertarismo, con la consabida fanatización de las mentes. Por ello digo: la batalla cultural se identifica con el debate de ideas en un plano de igualdad. Si uno de los bandos está en el poder y utiliza sus mecanismos para tener la posición dominante, es una yihad, que obliga a los contrincantes a vencer por medio de la fuerza.

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