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  • Costa: “Me fui a los 18 años a la calle, al destino, a lo que Dios tenía escrito para mí”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 07/02/2025 04:48

    Costa: “Me fui a los 18 años a la calle, al destino, a lo que Dios tenía escrito para mí” Cuando tenía 18 años vino a Buenos Aires desde su Córdoba natal, vivió un tiempo con su hermano, y después decidió que era hora de buscar su propio destino. “Me fui a la calle, a ver qué onda la vida, a buscar una pensión, y así empezó todo”, cuenta Costa, en una charla íntima con Infobae, donde recuerda sus inicios en los boliches del under porteño, a los que les hace honor hasta hoy en día en su espectáculo teatral. Su vocación artística siempre palpitó fuerte, y fue lo que la llevó a descubrir lo que considera “su misión en la vida”. Llega a la entrevista con una fractura en el pie, y viene de hacer una función de A toda Costa, su show en el Teatro Picadilly. “Estoy quebrada, pero bien”, dice con el humor que la caracteriza. La anécdota de cómo le pasó es fiel a su esencia de trabajadora incansable: “Un sábado a la noche estaba sola en casa, y agarré la tintura para hacerme el pelo; yo no sé hacerme la tintura, pero como tenía que trabajar dentro de media hora, me la tenía que hacer si o sí, y cuando me la estaba enjuagando pisé un poco que se había caído al piso, me resbalé, me doblé el pie entero, y así me fui a trabajar”. Recién al día siguiente se dio cuenta de que se había fracturado tres dedos del pie. “Del teatro me fui a la radio -forma parte del equipo de El Club del Moro por La 100-, después al canal -es panelista en Cortá por Lozano (Telefe)-, y recién de ahí a mi casa”, confiesa. Reconoce que el trabajo ocupa un lugar prioritario en su rutina, y que a veces tiene pocos espacios para conectar con ella misma, pero celebra tener la posibilidad de vivir de lo que ama. “Para mí el dolor en la profesión no existe; disfruto enormemente de mi trabajo. Siempre digo que para mí el escenario es un útero que me parió bien y que me quiso profundamente. Otra persona se queda en cama un mes con el pie así, como corresponde, pero yo no tengo ganas, y quizá no está bien, pero tengo muchas ganas de trabajar y de comunicar”, reflexiona. Cuando le preguntan por qué trabaja tanto, ella retruca: “¿Y por qué menos?”. Ese es su grado de entrega, y a lo largo de la charla profundiza en los motivos por los que abraza la responsabilidad como valor fundamental en cada desafío que emprende. Gran hiladora de infinitas anécdotas, se anima también a hablar de las carencias afectivas, la relación con su padre, y sus pendientes en el amor. —Celebro entender como privilegio trabajar de lo que a uno le gusta, ¿lo vivís como una elección o hay un poco de miedo porque atrás hay una legión que espera tu lugar? —La mayoría no trabaja de lo que le gusta, y los lugares donde yo trabajo son de mucho privilegio. Sin duda hay un montón de gente atrás que está buscando mi trabajo. No lo veo mal, porque cada uno en la profesión que sea, llega como puede. Lo que a mí me pasa con el laburo es que soy hija de un matriarcado: a mi mamá a los 12 años la sentaron en la máquina de coser y no hubo elección. Mi abuela era costurera porque le habían enseñado a coser las monjitas que la criaron en una institución. La compañera de cuarto de mi abuela tenía un hermano y ese hermano tenía un amigo, que terminó siendo mi abuelo. Ella cosía, él era albañil, y criaron a todas sus hijas costureras y a todos sus hijos albañiles. Mi mamá, que tiene 80, si fuera por ella seguiría cosiendo. Entonces, siendo hija de esa madre, decirle que no a un trabajo, para mí es una deshonra. Cada vez que me pongo a trabajar, estoy honrando el ejemplo de mi madre y de mi hermano, que también me enseñó que el trabajo es lo que sana y lo que salva. —Y con esa mirada, con esa educación, ¿cómo ves a las nuevas generaciones? —Horribles. Vagos. Le dicen ‘generación de cristal’. Para mí cristal una mierda, porque el cristal es fino, es delicado, es un objeto preciado. Creo que no tienen noción de dónde están viviendo. —Los ves un poco vagos. —Los veo con miedo. Les falta un poco de hambre, en el buen sentido de la palabra. Les falta un poco de ganas de triunfar. Seguramente debe haber un pibe, de 17, 18 que tiene la fuerza que teníamos nosotras a esa edad, pero a lo mejor no ir a trabajar porque te duele la cabeza está bien, y no ir a trabajar quebrada como yo. Vengo de un hogar peronista, del famoso ‘de tu casa al trabajo y del trabajo a tu casa’. Para mí el trabajo dignifica y es lo que a mí me permitió tener lo que tengo, que no es mucho, pero para mí es un montón. Cuando a mí me escribe una chica por Instagram y me dice: ‘Costita, te escucho todas las mañanas yendo con mi viejo a la quimioterapia’, ¿cómo me voy a quedar en mi casa si a esa persona le hago bien? Mi abuela decía que cuando uno se muere, Dios te pregunta ‘¿qué hiciste con lo que te di?’. Creo que Dios a mí me eligió para eso, y cuando me encuentre allá le voy a decir: ‘Alguien se río con lo que yo dije’. —La misión es esa: hacer reír. —Para mí sí, y me han hecho devoluciones hermosas. ¿Por qué me las voy a perder? "A toda Costa es un show que es una evolución de todos los anteriores", asegura Costa en Infobae —¿Te da miedo la muerte? —No, la verdad que no. Siento que hice todo lo que quería hacer en mi vida. Salvo casarme, hice todo lo que quería hacer. Trabajo de lo que me gusta, y tengo una casa linda. Bueno, ahora tengo dos casas lindas. —La última vez que hablamos tenías una, ¿te compraste otra casa? —Como no paro de trabajar, sí, me compré otra casa. No lo conté mucho porque me da cosa. Sé que hay mucha gente que se pasa la vida sin tener casa propia. Pero es fruto de mi trabajo, y particular tiene un significado especial. Me compré la primera casa donde viví cuando me vine de Córdoba. Ahí viví con mi hermano a mis 18 años. Él era enfermero, trabajaba de noche, y siempre me acuerdo que yo no podía llegar después que él. Una vez estaba en un boliche, bailando, miré el reloj y me tenía que ir corriendo. Me fui con todo el odio del mundo, me tomé el 106, y me juré que nunca más en mi vida iba a tener un horario para volver a mi casa. —¿Pero por qué tenías que llegar antes de que él llegara? —Y porque él tenía razón. Él quería que yo tuviera una vida ordenada. Yo estudiaba en la UBA todavía, para ser contadora pública. Mi hermano tuvo mucho valor, el de hacerse cargo de alguien. Realmente es muy especial para mí haber comprado esa casa, esa de la que me fui a los 18 años a la calle, al destino, a lo que Dios tenía escrito para mí. Salí con una valija nada más. No tenía estudios, no tenía profesión, no tenía nada. Por eso arranqué este Año Nuevo agradeciendo a la vida, cantando sola en Plaza de Mayo. —¿Qué te fuiste a cantar? —Canté “Eva, el gran musical argentino”, de Alberto Favero y Pedro Orgambide, una canción que habla de cuando Eva llega a la ciudad. Ella dice: ‘Me dijeron que en tus calles se vive muy feliz, me dijeron Buenos Aires que me esperabas a mí, me dijeron que una plaza que se llama San Martín cada tarde se desmaya frente a un río que nunca vi. Ahora quiero que en tus brazos vos me enseñes a sentir, que me acunen con tus brazos los que oí, que me acunen con tus tangos, los que oí allá en Junín. Yo te quiero Buenos Aires. No me dejes partir. Vos sos todo lo que tengo, sos mis ganas de vivir’. Así recibí el año, agradeciéndole a Buenos Aires, que me abrazó. —¿Sentís que hay algo de la justicia en poder hacerlo? —No sé si es justicia, porque es injusto también que la gente no tenga donde vivir. Pero siento que me ha ido muy bien y que tengo que ser agradecida. Mi viejo siempre me dijo que lo peor que uno puede ser en la vida es desagradecido. —¿Y vos a quién le agradecés? —A la vida. A mi viejo, a mamá, con su ejemplo de trabajo, a mi hermano, a la gente buena que fui conociendo. —¿Creés en Dios? —Sí. En mi cartera siempre tengo un rosario, porque si pasa algo, una tiene que ponerse a rezar el rosario. Es así. Y también tengo un crucifijo que me regaló mi madre, que es con el que mi papá hizo la comunión. En los momentos más duros de mi vida, yo no tenía otra cosa que a Dios. Mi abuela era evangelista, de la Iglesia Adventista. La fe cristiana que tengo es gracias a ella. Ella me enseñó a rezar. Aunque la iglesia no ha sido muy amorosa con nosotros nunca, creo profundamente en la Virgen de Lourdes. El párroco de ahí una vez me dijo: ‘Lo único que Dios quiere es que seas feliz’. Y yo creo en ese Dios. Creo en que el desafío es querer al otro como nos quiere Dios: imperfectos. Porque querer a alguien bueno es re fácil, pero querer a tu otro imperfecto, a tu otro con defectos, con sus rencores, sus mambos, su parte oscura, es más difícil. —¿El rosario y el crucifijo en la cartera lo llevás como protección? —Sí, y además si viene un vampiro lo espantás con eso. Hay que tenerlo siempre a mano. Soy muy señora grande en algunas cosas, por ejemplo, tengo un camisón nuevo por si me tienen que internar o si tengo que ir a la guardia. Está nuevo porque una tiene que ir presentable. Y una tiene que dormir con aros, porque si se quema la casa y el bombero es guapo, a una la tiene que ver con aros. En su momento tuve un novio bombero. —¿Tuviste un novio bombero? —Si, y también un novio albañil, un novio electricista. Amores de ocasión igual. Novio de verdad hace miles de años que no tengo. —¿Alguno millonario, empresario o político? ¿O alguno que te haya bancado a vos? —No, esa suerte nunca tuve. La verdad que no. Jamás. Jamás. —¿Fuiste mucho de bancar a otros? —Sí, sí. Una paga. Pero paga más caro porque paga con la dignidad cuando se siente denigrada. —¿Y cómo estás hoy? ¿Tenés la fortaleza para no permitir que otro haga ese daño? —Siento que estoy mucho más fuerte, sí, y que tiene que ver con un laburo de 25 años de psicoanálisis. Después de tantos años de pensarme, hasta que yo no me valoré lo suficiente, eso no iba a cambiar. Tiene que ver conmigo. Mi viejo a mí nunca me dijo ‘hija’. Creo que tiene que ver con ese hombre que es el primer amor de la vida de muchas hijas. Si él no me eligió como mujer, es raro que otro me elija. —Tu mamá sí te dice hija. —Sí, mamá me dice que es un orgullo verme. Con ella está todo sanado, con mi hermana y mi hermano también. Pero papá se murió y no pudo. Costa: "Los lugares donde yo trabajo son de mucho privilegio" —¿Hay un dolor ahí que sigue pasando factura? —Creo que hay algo de la figura de hombre, de ese hombre que no me dijo ni me vio como ‘mujer’. Pienso que tiene que ver con eso, y que a lo mejor tengo expectativas muy altas. Yo querría que de mí se enamore un intelectual, pero no estoy en el radar de esa gente, evidentemente. Además yo veo un electricista, un señor que arregla algo que yo no podría hacer nunca en mi vida, y yo me re enamoro. —Porque hay algo de la admiración que juega ahí. —Tal cual. Creo que me voy a enamorar de una persona que admire, sea un electricista, un fiambrero, un tachero, un periodista, quien sea. Y que sea alto en lo posible. —¿Te importa mucho lo físico o es secundario? —Secundario. Si vos no admiras a quien está compartiendo con vos tu cama y tu vida, no va. —Contame más de las expectativas. —Alguien dijo una cosa muy dura, pero muy cierta también, que nosotras las trans nos relacionamos con gente rota siempre. Gente que no tiene nada que perder porque ya está rota, y que los otros como están completos no se van a arriesgar. Todavía somos juzgadas y prejuzgadas. A mí hasta hoy me pasa que me encuentro con alguien que me dice: ‘¿Cómo te va genio?’. Y la otra vez le dije a uno: ‘¿Cómo genio? ¿No me ves las tetas?’. En eso me reta siempre (Santiago) Del Moro, me dice que deje de pelear. —Es que le das entidad a cada uno si peleas con todos. —Sí, pero soy así. —Además es un momento difícil del mundo. —Muy difícil. Hay un rebrote del odio que tuvieron contenido tantos años, que no pasa solo con nosotras, sino con todo lo que no sea en la norma. Te quieren o no te quieren por un pensamiento, por una visión de la vida, por estas cosas que estamos hablando. —¿Andas con ganas de enamorarte? —Sí, pero no pude hacer lo que hizo una famosa que se metió abajo de la mesa en fin de año y le pidió un amor al universo. No lo podía hacer porque estaba en un boliche swinger brindando con mis amigas. Pero sí nos comimos las 12 uvas, porque dije: ‘Este año tiene que ser’. —¿Lo sexual te importa mucho? —Si. —Sos fogosa. —Y bueno, una tiene sus cositas también. Es importante. —¿Experiencias en el swinger tuviste? —No, nunca. Yo voy porque trabajo ahí, porque trabajé muchos años, y también mis compañeras. Somos familia. Es un lugar que trabajé 20 años, pero yo no voy a eso. —Cuando estás en pareja, ¿sos más tradicional? —Sí, y también soy celosa. De preguntar ‘¿a quién estás mirando? ¿quién es la que te saludó?’. A lo mejor por eso no logré un vínculo sano. —¿Tenés ganas de ser mamá en algún momento? —Si hay alguien que necesite que yo lo pueda maternar, si hay alguien que necesite mi corazón, lo tiene; pero no sé si es una responsabilidad para la cual yo esté preparada. —No es una necesidad tuya. —No, pero si hay alguien que necesite, tiene mi corazón. Me pasó cuando conocí al nene de Lizy (Tagliani), que me enloquecí con ese amor sagrado. Y más en este país, que es impensado, pero es posible. Hoy no me habita ese sentimiento, pero, puede modificarse eso. Me pasó por ejemplo cuando se discutía la ley del aborto, que yo cubría las marchas, y justo un amigo mío iba a ser papá. Fuimos a la ecografía y cuando sentí el latido del corazón de ese bebé, pensé: ‘Ah, el tema del aborto no es tan simple como pensaba’. Ese día entendí, y le pedí a Dios que todos los niños y niñas que nazcan en el mundo sean deseados. —Y cuando das opiniones o surge alguna polémica, ¿cómo te llevás con el hate? —Aprendí a ignorarlo. No sabés lo que me cuesta. No soporto que me juzguen. Nunca me amigué con eso. Yo me crié con mi papá que me decía ‘vos sos diez’, y si yo traía un nueve se armaba un escándalo en mi casa. De alguna manera siento que con el teatro pude sanar mucho, que ahí no me importa más nada que hacerle bien a la gente. Costa con Tatiana Schapiro en Infobae (Candela Teicheira) —Contame cómo es este show nuevo que estás haciendo. —Se llama A toda costa, y es un show que es una evolución de todos los anteriores, donde vuelvo a trabajar con un amigo mío, Diego Moyano, que es un artista enorme muy talentoso. Juntos volvemos a hacer algo que no existe más, que son los shows que hacíamos en el under. No hay más lugares para que la gente vaya a ver espectáculos de lo que antes se llamaba transformismo. Lo fue cerrando la pandemia, la derecha, lo fueron cerrando. Con esto lo recuperamos, vamos, venimos, nos cambiamos las pelucas, los aros, los zapatos. Nos cambiamos 16 veces en todo el espectáculo y muy divertido. —Sabemos que dejás todo en el escenario, y eso está buenísimo. —Eso es lo que la gente agradece. Y pasan cosas mágicas en los teatros, que para mí están llenos de ancestros, de duendes, y de fantasmas. La semana pasada vino un amigo mío, que está muerto, al teatro. Se llamaba Hernán. —¿Cómo fue eso? ¿Te visitó en una función un amigo tuyo que murió? —Sí, era muy amigo mío. Y encima su caso fue muy conocido. Se llamaba Hernán Mondragón y era muy fanático de Xuxa. Predijo su muerte porque puso en Facebook: ‘Tres días y me infarto’. A los tres días Xuxa bajó del avión en Ezeiza, él la vio, le dio un infarto y se murió. Pero tuvo una muerte hermosa, porque se murió viendo al amor de su vida. Y en esta función escuché su voz, que me dijo una frase que solo nosotros entendemos, y nos decimos cuando nos enojamos entre compañeros. Los teatros tienen muchas almas. —¿Sentís que te cuidan? —Sí, creo que es una forma de cuidarnos. —¿A tu papá nunca te lo encontraste en el teatro? —Una sola vez vino, sí. Fue en una función donde había un nene muy inquieto, que daba vueltas carnero en el piso, y no había forma de que se calmara, así que lo hice subir al escenario. Él agarró el micrófono y dijo: ‘Un fuerte aplauso para Costa, que es una gran artista’. Termina la función y le pregunté cómo sabía mi nombre, y me dijo: ‘Porque en el fondo hay un señor que me dijo tu nombre’. Le pregunté cómo era y me dijo: ‘Muy gordo, de ojos verdes, y con una remera de marinero’. El último recuerdo que tengo de mi viejo es con una remera de marinero. Él está conmigo cada vez que subo al escenario. Nunca me dijo ‘hija’, pero me dijo dos cosas: que hay que ser agradecida en la vida y que no hay que ser resentida. La segunda me cuesta más, y la primera la practico todas las veces que puedo.

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