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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 02/02/2025 05:04
“Montecarlo, siempre seré suyo” dice el cartelito anónimo pegado en la puerta del bar cerrado En Palermo, el barrio porteño que parece transitar una constante transformación, resiste un café que supera los 100 años de existencia y que mantiene su tradición y señorío. Es el Montecarlo. Ocupa la planta baja de la única esquina que preserva su construcción original de dos pisos en el cruce de las calles Paraguay y Ravignani. El Bar Montecarlo abrió en 1922. Hasta la pandemia, estuvo en manos de los Lorenzo. Fue entonces que Gerardo Lorenzo, nieto del fundador, dio por concluida la historia familiar y el local se puso a la venta. Conocí el Montecarlo en 2014 cuando fui a visitar a unos amigos y buscando lugar donde estacionar me topé con ese tesoro que se mantenía oculto entre enredaderas, vías ferroviarias, viaductos subterráneos y puentes. Recuerdo que Gerardo me pidió un contacto con los miembros de la Comisión de Bares Notables para solicitar ser incluido en el listado y, así, alcanzar otra notoriedad para un rincón poco transitado. Y lo consiguió, en 2015 el Bar Montecarlo fue sumado a la lista. Cuando el Montecarlo cerró sus puertas se produjo en la zona un hecho conmovedor que, de inmediato, fue cubierto por el periodismo. Los vecinos comenzaron a pegar en sus persianas metálicas mensajes manuscritos pidiendo por su reapertura, por el barrio, por las historias personales vividas en sus mesas y, sobre todo, por ser el único punto de referencia de un Palermo que desaparecía entre demoliciones para construir modernas torres de departamentos y comercios que cambiaban de rubro y estética sin parar. Cuando fue renovado, el Montecarlo mantuvo sus mesas de madera y las sillas color bordó Al enterarme de la movida popular volví a la esquina de Paraguay y Ravignani para leer los ruegos. Uno me llamó la atención. Era un post-it cuadrado de color amarillo. Su autor me resultó conocido. El texto, familiar. Y si bien no tenía certeza del remitente, no era ilógico que frecuentara el Montecarlo. Entonces, con la intención de retomar el contacto con alguien a quien le había perdido el rastro, escribí a continuación de su firma “Llamame” y puse mi nombre y número de teléfono. El intento no funcionó. Jamás supe quién pegó en la puerta del Montecarlo un mensaje que decía: “No permitiré que la historia cierre. Este ramal no se detiene. Montecarlo, siempre seré suyo”. Y lo firmaba un tal: Martín F. A mi frustrado enlace lo conocí unos años antes en el Bar Saavedra, un bolichón que estaba frente a la estación ferroviaria del barrio del Polaco Goyeneche. Entre los parroquianos del Saavedra se contaban muchos vendedores ambulantes que hacían la Línea Retiro-Mitre. Entre tantos buscavidas, uno sobresalía por sobre el resto. Era el más exitoso y reconocido del Mitre. Su nombre: Martín Foye. Y se hacía llamar Folletín. Fiel a su apodo, Folletín andaba de vagón en vagón contando historias en capítulos. Ese era su producto comercial: cuentos. De lunes a jueves narraba episodios nuevos. Los viernes, cuando la cantidad de pasajeros que viajaban al Centro bajaba, hacía un resumen de la semana para que ninguno perdiera el hilo. Al final de cada viaje/relato, entre vítores y aplausos, pasaba la gorra a voluntad entre los pasajeros. Lector empedernido, siendo niño, mucho antes de convertirse en Folletín, Martincito vivió entre libros donde aprendió a jugar descubriendo a los grandes clásicos. Era oriundo de Montecarlo. Pero, no del principado europeo, sino de Montecarlo, provincia de Misiones. Su madre hacía la limpieza en la Biblioteca Municipal del pueblo y lo llevaba al trabajo para que no quedara solo en la casa por tantas horas. Y Martín leía libros sin parar. El Bar Montecarlo cerró y los vecinos pidieron que se reabriera. Y lo lograron La temporada de Folletín comenzaba en marzo con los grandes títulos. Tanques literarios. Aunque también seguía el calendario de efemérides patrias para cargar su trabajo de sentido y oportunidad. La mayor cantidad de funciones, por caso, las tenía durante la Semana de Mayo. Empezaba el día 18 contando la proclama del virrey Cisneros confirmando la caída del Gobierno español y asumiendo el poder en representación de Fernando VII. Y así relataba, sucesivamente, jornada a jornada, los avatares que derivaron en el proceso revolucionario que concluyó en la gesta del 25. Durante esa semana los pasajeros reventaban los vagones y escuchaban en silencio. Eran capaces de pasarse de estación y tener que volver para atrás y llegar tarde al trabajo con tal de no perderse el relato del patriota Folletín, que les inflaba el pecho de un orgullo inconmensurable. La habilidad de Folletín, dato que chequeé con escuchas que me contaron su experiencia, era el carácter dramático con que interpretaba a cada uno de los patriotas de la Revolución. Los convertía en personas reales, despojándolos del bronce oficial, para emparentarlos con la sensación de desdicha, inconformismo y rebeldía contenida en cada laburante que viajaba a diario a su trabajo. Era su Tren de la Independencia. El verdadero revolucionario era él, y su método de enseñanza. “Montecarlo, siempre seré suyo” decía aquella nota pegada en la cortina de enrollar del bar de ubicado a pasos de la estación ferroviaria Ministro Carranza, de la línea Retiro-Mitre. Sabedor de la existencia de Folletín, supe, sin dudas que él había sido el autor de esa frase que se sumó a otras que pedían reabrir el bar Montecarlo. Funciona desde 1922. Luego de la pandemia el Montecarlo cambió de dueños y eso devolvió a Palermo un sitio histórico Cuando en 2018 se habilitó el Paso Bajo Nivel de la Avenida Balbín, la obra modificó para siempre la dinámica del barrio y el Bar Saavedra perdió gran parte de su fiel clientela hasta que cerró para siempre. El corredor subterráneo funcionó de zanja infranqueable entre ambos lados. Y por eso le perdí el rastro a Folletín. Varias veces me acerqué, sin éxito, hasta la Terminal Retiro con la ilusión de cruzarlo. “El misterio de adiós que siembra el tren”, hubiese dicho Folletín citando a nuestro clásico Homero. Un aislamiento similar sufrió el Bar Montecarlo luego de la construcción del Viaducto Carranza. Otra vecina del Montecarlo, Paula Comparatore, chef y fundadora del Restaurante El Federal, en el Bajo, Retiro, también se estremeció con aquellos pedidos de reapertura que se multiplicaban en la puerta del ex café y se puso en contacto con los Lorenzo para mudar su negocio a la esquina de Paraguay y Ravignani. La primera decisión que tomó Paula fue sostener el nombre y el espíritu del lugar. No hizo más que cumplir con las súplicas de la barriada. Sí corrió de lugar la barra para hacerle espacio a la cocina donde poder preparar sus exquisiteces. Paula se especializa en comidas regionales, fue la encargada de preparar platos de las distintas provincias para el programa de TV Cocineros Argentinos emitido por la Televisión Pública. Sus abuelos fueron puesteros en el Mercado del Abasto. En el Montecarlo estaba el único teléfono publico del barrio Desde niña aprendió a cocinar con productos frescos y de tierra adentro. El rescate patrimonial más importante que Paula realizó en el bar fue la colocación de las dos puertas originales de hierro que encontró arrumbadas en el sótano. En el Bar Montecarlo funcionó el primer teléfono público del barrio. Con este dato ya se podrán dar idea del valor que tiene el lugar para los vecinos. Además, su tazón de café con leche está considerado como el más grande de la ciudad. Paula Comparatore también mantuvo el mobiliario existente en tiempo de los Lorenzo: sus mesas de madera y las mismas sillas acolchadas de color bordó. Propias de un bar con aires monegascos. Un detalle que me llamó la atención en mi visita fue la estrella que engalana la barra más otras similares distribuidas por todo el local. Ese objeto es nuevo. Me contó Paula que la incluyó dentro del discurso narrativo del bar por diferentes motivos. En primer término porque representa a Galicia, lugar de origen de los Lorenzo, la familia fundadora. Por otro lado, la estrella remite a la famosa imagen que el fotógrafo cubano Alberto Korda le tomó al Che Guevara. ¿A qué viene el vínculo entre el Che y Montecarlo? Por ese intrincado territorio de Palermo corre la leyenda de que el estudiante de Medicina Ernesto Guevara de la Serna frecuentó el bar, entre 1948 y 1952, cuando trabajó en el Laboratorio de Alergología Dr. Salvador Pisani. El Laboratorio quedaba en Ancón y Ravignani, a dos cuadras del Bar Montecarlo. Las estrellas adornan el Bar Montecarlo. Por Galicia y por el Che Guevara Para confirmar el dato charlé con Juan Martín Guevara, hermano menor de Ernesto. “Nos llevábamos 15 años de diferencia. Te imaginás que cuando Ernesto volvía a casa del trabajo yo no le iba a andar preguntando en qué bar había parado. Pero sé que el rumor es muy fuerte así que no voy a desacreditarlo”. Estoy seguro de que Folletín debió conocer esa probable rutina de Ernesto Guevara. Y que la fama del líder revolucionario lo habrá hecho bajar más de una vez en la Estación Ministro Carranza, caminar hasta el boliche de igual nombre al de su pueblo natal para sentarse —quizás en la misma mesa— y desarrollar un revolucionario método de enseñanza que luego aplicó con los humildes trabajadores que viajaban en tren desde el conurbano. Seguro que también rememoró al Che cuando dijo: “Un pueblo sin educación jamás será un pueblo libre”. Instagram:@cafecontado
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