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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 02/02/2025 04:48
Javier Milei en el Foro de Davos Tal vez porque era muy talentoso y precoz, o porque murió en el mejor momento de su carrera debido a un tumor cerebral, Lee Atwater quedó como un referente en la historia de la estrategia política norteamericana. Atwater, a los 36 años, fue el jefe de la campaña que llevó a George Bush padre a la Casa Blanca. En 1981, concedió un reportaje donde explicó lo que luego fue conocido como “The Southern Strategy”. Se trataba del recurso que utilizaron los republicanos para ganar el voto de los blancos racistas del Sur. Consistía básicamente en decir cosas que parecieran racistas pero que no lo eran, al menos literalmente. En sus palabras: “En 1954 decíamos ‘negro, negro, negro’. Pero en 1968 ya no se podía decir ‘negro’. Eso te lastimaba y era contraproducente. Entonces empezamos a decir cosas como ‘transporte forzoso en autobús’, ‘derechos de los estados’ y todo eso. Nos volvimos más abstractos. Y luego más abstractos aún. Empezamos a hablar de recortar impuestos y de muchas cuestiones económicas, y un subproducto de ellas era que los negros salían más perjudicados. ‘Queremos reducir esto’ es más abstracto que lo del transporte en autobús y muchísimo más abstracto que ‘negro, negro’”. Ese mecanismo –aludir a una idea muy resistida pero de manera ambigua para no ofrecer demasiados flancos— se ha transformado en un clásico. No tengo nada contra los negros pero me parece que cada estado debe decidir cómo se maneja con ellos. No tengo nada contra los negros pero no me gusta que se obligue a nadie a viajar en autobús con quien no quiera hacerlo, o que se fuerce a ir a una escuela donde no quiere ir. Es una cuestión de libertad, no de racismo. En estos días, la sociedad argentina fue atravesada por un debate muy profundo y relevante acerca de la manera en que debería tratar a las minorías sexuales. El disparador, como se sabe, fue el discurso del presidente Javier Milei en el Foro de Davos. Allí pronunció el ya famoso párrafo donde se refirió a una pareja de gays que abusaron de sus hijos, de allí concluyó que las “versiones extremas” de la “ideología de genero” promueven la pedofilia. Y remató: “¡Son pedófilos!”. Marcha Federal LGBT+ - Crédito: AFP Cuando estalló la discusión, el mismo Milei argumentó en un largo tuit que sus enemigos –“la elite internacional”- le atribuían haber dicho algo que él no dijo. No aclaró demasiado su interpretación del párrafo en cuestión. Pero varios de sus seguidores argumentaron que la acusación de pedofilia estaba dirigida solo contra las “expresiones extremas” de la “ideología de género” y no contra la comunidad LGBT entera. Pese a eso, una cantidad enorme de personas interpretaron que se trataba de una injusta agresión contra quienes no lo merecían. Algunos de los nombres más conocidos reflejan que esas personas no tienen una idea política única. Entre ellos figuran Sandra Mihanovich, Luis Novaresio, Marta Minujin, Pedro Aznar, Carlos Kambourian, Darío Lopérfido, Pedro Lambertini, Jorge Macri, además de las decenas de miles que marcharon ayer. Todos ellos, sin saberlo, creyeron percibir aquella estrategia republicana respecto del racismo: la literalidad del discurso de Milei tal vez no era clara pero su sentido sí. Lo que otorga fortaleza a esta segunda mirada es que el párrafo presidencial no fue un hecho aislado. El impresionante ascenso de la estrella de Milei convivió con una inesperada proliferación de insultos y expresiones de desprecio contra los gays, todas provenientes del mundo libertario y del entorno presidencial. Entre los más activos en este sentido figura Agustín Laje, el hombre elegido por Milei como principal referente de la batalla cultural. La cuenta de X de Laje es un interesantísimo ejemplo de cómo se pelea en esta batalla. Laje ha recomendado que los homosexuales se sometan a terapias para corregir sus deseos, ha difundido la noticia falsa de que la boxeadora argelina que ganó la medalla de oro en las olimpíadas era una mujer trans, ha divulgado varias veces la asociación entre homosexuales y violadores de niños. Es un trabajo diario, cotidiano, insistente, muy tenaz. Agustín Laje Otro de los militantes en el mismo sentido es Nicolás Márquez, biógrafo y amigo del Presidente. Laje y Márquez han escrito varios libros juntos y rodeado a Milei en varios actos de campaña. Márquez insulta a los gays con una frecuencia obsesiva. Reivindica su derecho a llamarlos “invertidos”. En las presentaciones teatrales de Carajo, el sitio de streaming ultraoficialista, había un sketch muy representativo de todo esto. Desde el escenario se gritaba: “El que se mueve es puto”. La platea quedaba petrificada. Si alguien se movía, los demás lo insultaban -“¡¡¡puto, puto!!!- alentados desde el escenario. Esto es solo una muy escueta síntesis de un fenómeno que irrumpió fuertísimo en el nuevo escenario político: de repente los gays eran comparados con elefantes, con pedófilos, con sordos, rengos, ciegos, piojosos o se les recomendaba que hicieran lo que quisieran, pero solo puertas adentro de su casa. Es lógico que en una sociedad tan liberal como la Argentina todo eso junto genere, más tarde o más temprano, una reacción. El Presidente ha dicho muchas veces que él tiene dos agendas. Una de ellas es económica. Consiste en aplicar una serie de medidas, básicamente el achicamiento del Estado para llegar a su efecto deseado, el equilibrio fiscal. Así bajaría la inflación y generaría un proceso virtuoso de crecimiento a largo plazo. La segunda agenda es lo que él denomina la batalla cultural contra el “cáncer” o el “virus” del progresismo. Según ha explicado varias veces, el desastre argentino se debe a que se han expandido una serie de ideas perniciosas que deben ser erradicadas del cuerpo social para que sus reformas tengan efectos permanentes: en primer lugar, la justicia social, y luego la lucha contra el cambio climático, la tolerancia al ingreso de inmigrantes y a la diversidad sexual. La primera agenda le ha dado muchas satisfacciones a Milei. El Presidente tiene una buena valoración de cerca de la mitad de la población gracias a una gestión económica que, hasta aquí, se ha demostrado exitosa. La inflación bajó. Los efectos sociales del ajuste fueron temporarios. La economía empieza a moverse después del sacudón. Eso, sumado al recuerdo del desbarajuste previo a su llegada, ha consolidado un liderazgo y un poder inesperado para la mayoría de los observadores. La prensa internacional, que al principio lo trataba como un aventurero, un raro, un autoritario, en estos últimos meses empezó a reconocerle su pericia para conducir la endiablada economía argentina. Javier Milei Pero resulta que la segunda agenda, la que se expresó en el Foro de Davos, es para Milei tan relevante como la primera. Se trata de un intento de ingeniería social muy ambicioso, que busca desandar un camino muy instalado en las democracias capitalistas, una categoría que afortunadamente incluye a la sociedad argentina. Es muy fácil entender la profundidad del fenómeno que intenta revertir Milei con la ayuda de Agustín Laje y sus gladiadores. Se trata de algo muy naturalizado y, por lo tanto, imperceptible. Pero basta poner un poquito de atención y aparece. El miércoles pasado, en el Teatro Metropolitan, pleno centro de Buenos Aires, ochocientas personas aplaudieron de pie a dos jóvenes que acababan de terminar de representar la obra Un poyo rojo, una genialidad creada en el off de Buenos Aires y que ya dio la vuelta al mundo. La obra es la historia de un beso entre dos hombres, que es representada sin pronunciar una palabra. En el público había hombres, mujeres, adultos, algunos adolescentes. Algo bastante normal en el país en el que vivimos desde hace algunos años. De hecho, una de las obras más vistas en las últimas temporadas se llamó Kinky Boots, una comedia musical muy alegre y popular, protagonizada por Martín Bossi y Fer Dente, que trataba sobre la historia de amor entre un chico y una mujer trans. Es un fenómeno, claro, que trasciende a la Argentina. En estos días, de casualidad, empecé a ver la serie policial The Wire. La historia no tiene como temática central la homosexualidad. Pero la única integrante mujer de la brigada policía es lesbiana, como la líder de la ultraderecha alemana o como es homosexual el secretario del Tesoro de Donald Trump, feliz padre de dos niños adoptados. Una de las películas más vistas en Netflix en estos días se llama La chica francesa. Es una comedia pasatista bastante boba que narra la historia de una joven que debe elegir entre dos amores: un hombre o una mujer. Flow promociona hoy como tercera opción en Argentina una película protagonizada por Eleonora Wexler, donde se cuenta la historia real de una mamá argentina, que luchó para que respeten el deseo de ser mujer, que manifestó su niño/a desde muy pequeño/a. El fenómeno es tan amplio y profundo que un chico puede ir de la mano de otro chico, o una chica de la mano de otra chica por las calles de las ciudades de la Argentina sin ningún temor a ser agredido, como ocurría décadas atrás. ¿Cómo se hace para retroceder en todo esto, para volver a meter el genio dentro de la lámpara, para modificar este clima de libertad y tolerancia que occidente ha logrado en las últimas décadas? Milei sostiene que solo si se erradica el virus woke se logrará que las reformas económicas sean estables. Pero sucede que la batalla cultural se dirige contra un fenómeno muy variado, muy libre, que atraviesa a muchísimas familias. Así que puede ocurrir que, en lugar de ser la solución definitiva a los problemas de la humanidad, sea su real talón de Aquiles. Al fin y al cabo, en ese recorrido ofende a mucha gente, muchas de las cuales apoyan su mirada económica y su combate político contra el kirchnerismo. Crédito: Jaime Olivos Pero con él nunca se sabe: si el hombre derrota a la inflación, tal vez pueda rediseñar la historia de Occidente acerca del respeto a las decisiones de cada persona. Milei es un hombre que se propone imposibles y, como está visto, muchas veces lo logra. Rara vez, además, se baja de sus convicciones. Puede retroceder por razones tácticas. Puede cambiar de opinión. Pero no se baja de lo que cree. Y esto para él es importante: por eso dijo lo que dijo en Davos. Por fuera de todo esto, hay un hilo invisible que une a Lee Atwater, el personaje con el que arranca esta nota, con los libertarios argentinos. Atwater sostenía que no era necesario ser literalmente racista para defender la resistencia de los blancos de los estados del Sur a integrarse con los negros. La palabra clave, en ese sentido, era “libertad”: el derecho de los estados locales a decidir libremente su legislación, el derecho de todos los habitantes a decidir libremente con quienes viajan en autobús o con quienes comparten el aula. Uno de los más enérgicos defensores de estas ideas era Murray Rothbard, el teórico y agitador libertario que despertó la conciencia de un tal Javier Milei en 2013. Rothbard no pudo conocer a su discípulo, porque murió antes de que aquel solitario profesor de economía lo leyera y bautizara con su nombre a uno de sus perros. Seguramente estaría deslumbrado por la influencia de sus ideas en un lejano país del Sur.
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