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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 15/01/2025 04:51
Las pequeñas acciones diarias en el hogar construyen valores que los niños replican (Imagen Ilustrativa Infobae) ¿No les preocupa el nivel alarmante de violencia que nos rodea cada día? La violencia parece haberse instalado en nuestra vida cotidiana. Desde discusiones que escalan rápidamente por motivos triviales, como el volumen de la música, un espacio para estacionar o incluso en el lenguaje agresivo que se usa en los ámbitos políticos, en las redes sociales o en la televisión. Esta problemática también ha llegado, obviamente, a la escuela, donde no solo hay conflictos entre los alumnos, sino también hacia los docentes e incluso entre las familias y los educadores. En este contexto, no podemos evitar preguntarnos: ¿cómo se enseñan modales y valores tanto en el hogar como en la escuela para contrarrestar este clima de agresividad? La familia es el lugar donde las personas comienzan a construir sus valores y comportamientos sociales. El hogar es más que un espacio físico; es el ambiente donde se aprende respeto, empatía y convivencia. Sin embargo, en un mundo lleno de tensiones, enseñar estos principios requiere una intención clara y sostenida. “No alcanza con imponer normas superficiales, es necesario cultivar una ética que valore la comprensión mutua y el respeto”. Ya sabemos que los niños aprenden observando. Absorben las conductas de las figuras adultas que los rodean, lo que convierte a las familias en modelos fundamentales, sí, en influencers. Si los adultos resuelven conflictos gritando o actuando con intolerancia, será difícil pedirles a los niños que sean pacientes o respetuosos. Las pequeñas acciones cotidianas, como saludar, escuchar con atención o tratar a los demás con cortesía, dejan una huella profunda. La escuela, a su vez, es el espacio donde los niños y adolescentes pasan gran parte de su tiempo. Es, además, un lugar donde se encuentran con personas de diferentes realidades, lo que convierte a este entorno en un laboratorio social que puede ser tanto una oportunidad como un desafío. Lamentablemente, la violencia también está presente en las aulas. No es raro escuchar casos de agresión entre alumnos, y lo que resulta aún más alarmante es la creciente hostilidad hacia los docentes. Familias que desacreditan a los educadores, conflictos físicos o verbales, y una falta de respeto generalizada son síntomas de una crisis en la relación entre las instituciones educativas y la sociedad. El respeto hacia la escuela y sus docentes debe cultivarse desde el hogar. Cuando los adultos desautorizan a los docentes frente a los hijos o responden con violencia ante conflictos escolares, están enviando un mensaje claro: las normas y la autoridad no son importantes. Esta misma falta de respeto también se refleja en la televisión, donde legisladores y figuras públicas recurren al agravio personal y al lenguaje violento, normalizando actitudes que luego se replican en otros ámbitos. “¿Será esta la nueva normalidad o es momento de recuperar las bases donde el respeto al otro sea un valor innegociable?” Si realmente creemos que es necesario volver a las fuentes, es esencial que las familias trabajen en conjunto con las escuelas, reconociendo a los docentes como aliados en la formación de sus hijos. El fenómeno de las redes sociales ha añadido una capa de complejidad a esta problemática. Las plataformas digitales se han convertido en un espacio donde muchas personas sienten la libertad de expresar cualquier pensamiento, sin medir las consecuencias de sus palabras ni considerar el impacto que estas puedan tener en los demás. Decir “lo que uno piensa”, sin ningún filtro, se ha transformado en una supuesta virtud para algunos, cuando claramente no lo es. “Este tipo de comportamiento no solo refleja una falta de empatía, sino que también contribuye a normalizar un lenguaje violento que se traslada a la vida diaria”. La impunidad que generan las redes sociales fomenta dinámicas agresivas. Detrás de una pantalla, sin la presencia física del otro, muchas personas pierden las barreras que en otros contextos sociales limitarían su comportamiento. Esto es especialmente peligroso para niños y adolescentes, quienes están en pleno proceso de formación y podrían interpretar que este tipo de interacción es aceptable o incluso deseable. Por eso, es crucial que desde el hogar y la escuela se les enseñe a reflexionar sobre lo que publican, a considerar el impacto de sus palabras y a evitar ser parte de dinámicas de odio o agresión colectiva. Hablar en familia sobre los efectos del lenguaje digital y enseñar a pensar antes de escribir o compartir algo es fundamental. Preguntas simples como “¿Esto aporta algo positivo?” o “¿Cómo creés que se sentiría la otra persona al leerlo?” pueden ser herramientas poderosas para enseñarles a interactuar de forma más respetuosa en el mundo virtual. Y aquí entra otro punto clave: la capacidad de manejar las emociones, clave para prevenir reacciones impulsivas tanto en el hogar como en la escuela. Enseñarles a los chicos a calmarse en momentos de tensión no solo contribuye a su bienestar emocional, sino que también evita que conflictos menores escalen. Una técnica sencilla pero poderosa es enseñarles a respirar profundamente: inhalar contando hasta tres, retener el aire un momento y exhalar contando hasta tres nuevamente. Este ejercicio, tan simple como poderoso, ayuda a reducir la intensidad de las emociones negativas y a recuperar el control. Otra estrategia útil es enseñarles a “sacarse” del lugar donde ocurrió el conflicto. Puede ser algo tan simple como salir al patio o dar una vuelta por el aula, o en casa cambiar de ambiente. Estas herramientas no solo los ayudan a gestionar mejor sus emociones, sino que también reducen la probabilidad de que situaciones tensas terminen en actos de violencia. Hablar con los hijos sobre lo que ven y escuchan, ya sea en la televisión, en la escuela o en redes sociales, es una oportunidad para reflexionar juntos. De la misma manera, las escuelas deben crear espacios para el diálogo. Talleres sobre convivencia, charlas grupales o incluso momentos dedicados a compartir experiencias pueden fortalecer los vínculos entre los alumnos y los docentes. La empatía es un valor clave para reducir la violencia y construir relaciones más saludables. En el aula, los proyectos que promuevan el trabajo colaborativo y las actividades que incentiven a los alumnos a ponerse en el lugar del otro son fundamentales. En casa, validar las emociones de los chicos y enseñarles a reconocer las de los demás refuerza este aprendizaje, especialmente en las relaciones entre hermanos, donde aprender a compartir, escuchar y resolver conflictos con respeto se convierte en una base para futuras interacciones sociales. El lenguaje violento está en el centro de muchos conflictos. Tanto en el hogar como en la escuela, o en cualquier situación, es crucial enseñar que las palabras tienen un poder transformador, ya sea para bien o para mal. Promover un lenguaje respetuoso y enseñar a identificar y rechazar mensajes agresivos es una forma efectiva de prevenir conflictos. Aunque la enseñanza de valores comienza en el hogar, no puede limitarse a él. La escuela tiene un papel complementario, pero necesita del apoyo de las familias para lograr un impacto real. Si las familias y las instituciones educativas trabajan en conjunto, es posible construir una sociedad más respetuosa y empática, donde las diferencias no sean motivo de conflicto, sino una oportunidad para aprender y crecer. En lugar de sorprendernos por la violencia que vemos afuera, pongamos el foco en lo que sucede dentro de nuestros hogares y escuelas. Aunque no podamos transformar el mundo de inmediato, sí podemos educar a nuestros hijos para que sean el cambio que deseamos ver en la sociedad. Todo cambio profundo comienza en casa. Como decía Mahatma Gandhi, “las grandes transformaciones nacen en lo pequeño, pero su impacto puede cambiar el mundo”.
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