Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • La imaginaria historia de un lector

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 27/11/2024 04:45

    En el terreno del lector todo texto sufre transformaciones constantes. Seguramente habrá tantas lecturas como sujetos aborden una obra y es probable que, cada uno de nosotros, haga nuevas interpretaciones cuando volvamos a un mismo libro en distintos momentos de la vida. Este es el oficio apasionante del que trata La imaginaria historia de un lector. Desde la tapa, Juanchi Vallejos parece hablarnos del momento en que inicia su hoja de ruta. Vemos la foto de un niño con un libro abierto frente a él, en actitud pensante. Desde entonces lee para construir esa memoria que constituye su “biblioteca interior”, concepto con el que Pierre Bayard designa el conjunto de libros sobre el que se estructura la personalidad del lector. Contiene los libros que lo han marcado. Seguramente el recorrido de Juanchi Vallejos excede ampliamente los textos y los autores compilados en esta obra. A MANERA DE PRÓLOGO, la primera parte de La imaginaria historia de un lector, es un capítulo en el que J. V. aborda algunos conceptos asociados a la actividad de la lectura. Uno de ellos es el de “lectura fuerte”, tomado de H. Bloom, que es lo que permite la escritura de un nuevo texto a partir de su lectura. Un ejemplo es el trabajo que hizo Freud con las tragedias griegas como el Edipo de Sófocles. En cambio, la lectura fiel y respetuosa de un texto, la que no introduce nuevos sentidos, es para Bloom una “lectura débil”. Habla también del juicio del lector, en el que reconoce varios criterios: estético, emocional, intelectual, intuitivo, ético. Sobre este último, Juanchi Vallejos comenta: “Oscar Wilde decía que los libros no son morales o inmorales, sino que están bien o mal escritos. Él adscribía a un movimiento que sostenía el arte por el arte, al que podemos ubicar en un extremo de nuestra valoración. En el otro extremo estaría el movimiento del compromiso literario que tiene a Sartre como su máximo representante. Este movimiento sostenía que el escritor se debía comprometer con las causas sociales de su tiempo. De lo contrario sería tildado de reaccionario. Creo que los lectores nos movemos libremente en la ancha avenida entre esos dos movimientos”. (Pág. 16) En el capítulo I: LECTORES Y BIBLIOTECAS IMAGINARIAS, nos encontramos con un Alonso Quijano que, poseído por una extraña locura, convierte en realidad lo que ha leído; Funes, el memorioso, del que Borges sospecha que no era capaz de pensar. “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles casi inmediatos. Mientras leemos ya empezamos a olvidar lo que hemos leído. El proceso es inevitable. Ningún lector puede proclamar estar protegido de ese proceso del olvido”. Encontramos a un joven Hamlet que regresa de la universidad de Witemberg, Alemania, con nuevas ideas y habla de la muerte como “el país sin descubrir de cuyos confines no vuelve ningún viajero” y también a Scherezade, de las mil y una noches, la lectora con mayúsculas. “Noche a noche, al narrar al sultán las historias, corporiza el poder de la literatura. El sultán, que había rebajado su reino a un lugar de violencia y de muerte, queda cautivado por los relatos de Scherezade”. En su “Nuevo elogio de la locura” dice Alberto Manguel: “si toda biblioteca es autobiográfica, la del capitán Nemo revela el carácter secreto de su lector. El mundo de la superficie, el de la turbulencia humana, le causa pavor. Prefiere recluirse.” (…) “Cuenta Jean Jules, nieto de Julio Verne, que su abuelo quiso escribir sobre la lucha del pueblo polaco contra el imperio ruso y que tal vez por razones de censura política no lo hizo. Escribió, en cambio Veinte mil leguas de viaje submarino”. II – QUEMA DE LIBROS La sobrina de don Quijote le pide al cura la quema de todos los libros de su tío, no sólo los de caballería que lo han enloquecido. -¡Ay, señor!- dice la sobrina. Bien vuestra merced los puede mandar quemar, como a los demás, porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza. Cervantes (1605) Luego una mención a Fahrenheit 451, novela de Ray Bradbury en la que Guy Montag es un bombero cuyo trabajo es quemar libros que están prohibidos. Escojo el siguiente párrafo: “la tecnología, la explotación de masas y la presión de las minorías produjeron el fenómeno, a dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente. Se les permite leer historietas ilustradas o periódicos profesionales.” En De las murallas y los libros, Borges nos recuerda que Shi Huang Ti, el emperador que ordenó la construcción de la gran muralla china, también dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. Según los historiadores, prohibió que se mencionara la muerte y buscó el elixir de la inmortalidad (…) estos datos sugieren que la muralla en el espacio y el incendio en el tiempo, fueron barreras mágicas destinadas a detener la muerte. Este apartado también menciona las escenas en que arden libros en El Nombre de la rosa, novela de Umberto Eco, el incendio de la biblioteca de Alejandría y la quema de libros en Berlín, 1933; también aborda lo ocurrido durante las dictaduras en nuestro continente. Alberto Mangel concluye: “A través de la historia, la biblioteca del vencedor se alza como un emblema de poder, depositaria de la versión oficial, pero la versión que nos tortura es siempre la otra, la que contiene la biblioteca de cenizas, la biblioteca de la víctima, abandonada o destruida, sigue haciendo la misma pregunta: ¿cómo fueron posibles tales actos?” (Pág. 50) En el capítulo III, AMORES QUE MATAN, J. V. nos introduce a Otelo, obra de William Shakespeare en la que el personaje de Yago, un profesional de la intriga, ejercita con maestría su oficio de dañar con la palabra, introduce dichos y mentiras que conducen al Moro a una progresiva locura de celos que concluye en un final trágico. En ESCRITORES, que es el cuarto y último capítulo de La imaginaria historia de un lector, J. V. escoge El inmortal, en el que Borges compara: “Los mortales, por un lado, conmueven por su condición de fantasmas, cada acto que ejecutan puede ser el último. No hay rostro que no este por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los inmortales, en cambio, cada acto y cada pensamiento es el eco de otro que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o es el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo”. Luego viene el gran momento kafkiano del libro. Ante la ley es una metáfora en sí misma por su valor simbólico y por la gran cantidad de interpretaciones que su lectura puede llegar a suscitar. A continuación, El día en que Kafka…, un maravilloso trabajo de Ricardo Piglia que reúne y hace dialogar en 1910, en el café Los Arcos de Praga, a Franz Kafka y un joven pintor austríaco, Adolf Hitler. Para conocer el contexto histórico de este encuentro, aconsejo su lectura. En El último encuentro de Sándor Márai, J. V. confiesa: “después de leer esta novela tuve la sensación de que la había escrito para mí… me vi reflejado en el protagonista, traicionado por su amigo de la infancia”. (Pág. 87) Un texto de Tomás Abraham sobre la biblioteca: “recorrerla -dice- es recordar y confirmar una historia y un presente. Nuestros libros son como esas antiguas cajas de ahorros, ahí está depositado nuestro saber y nuestro tener”. Borges nos recuerda que, en una de sus tres comedias para puritanos, Bernard Shaw refiere el incendio de la biblioteca de Alejandría y hace exclamar a uno de sus personajes: “¡está ardiendo la memoria del mundo!” (…) No sé de una metáfora mejor para definir a una biblioteca que esta de la memoria –concluye Borges–. Es tan feliz que casi no es una metáfora, sino la expresión de una verdad. En La primera página ausente, Alberto Manguel habla de un Borges que recuerda el momento en que un profesor del Colegio Nacional citó unas líneas de Kafka y dejó pensando a sus alumnos. “Lo que esas líneas sugerían -escribió Borges- era no sólo que todo texto puede leerse como una alegoría, revelando aspectos ajenos al texto mismo, sino que toda lectura es, en sí misma alegórica, objeto de otras lecturas”. (Pág. 96) Dante argumentaba que un texto tiene, al menos, dos lecturas porque sacamos un significado de la letra y otro de lo que la letra significa. Al primero se lo llama literal y al otro, en cambio, alegórico. La torpeza del destino es un texto tomado del libro Siete ensayos sobre Walter Benjamin, de Beatriz Sarlo (2011), en el que la autora narra los dramáticos momentos vividos por el escritor una vez que Estados Unidos le concede una de las primeras visas de emergencia para refugiados. Al llegar exhausto a Port Bou, en la frontera entre Francia y España dos eventos lo sacuden. Por un lado advierte la pérdida de un portafolio que contenía su obra más importante. Por otro, se entera que ese día las autoridades españolas cerraron las fronteras y anunciaron que desconocerían las visas de entrada. Ante esta noticia, Benjamin se mata. Al día siguiente la frontera volvió a abrirse y permitió el paso de aquellos que lo acompañaban. La imaginaria historia de un lector concluye con los últimos días de Fernando Pessoa que es una adaptación del relato de Antonio Tabucchi: Los últimos tres días de Fernando Pessoa. El poeta llega enfermo a una clínica, es evaluado por un médico que decide internarlo y en la historia clínica escribe el diagnóstico: “cirrosis hepática”. Pidió una dosis de láudano, fármaco que acostumbraba a tomar cuando Fernando Soares no conseguía dormir. Durante la noche recibe la visita de algunos de sus heterónimos, con los que habla sobre el amor, la locura y algunas experiencias que nunca habían podido revelarse. Pessoa le reprocha a Álvaro del Campo: “eres quien hizo que terminara mi relación con Ophelia”. -lo hice por tu bien, replicó Álvaro. Aquella muchachita emancipada no le convenía a un hombre de tu edad. Ese matrimonio habría sido un error. Además, todas aquellas cartas que le escribiste eran ridículas. -sí, claro, es posible, respondió Pessoa, pero… ¿y vos? -¿yo?... dijo Campos. Bueno, a mí me queda la ironía. He escrito un soneto que nunca te mostré; habla de un amor que te incomodará, porque está dedicado a un jovencito al que amé y me amó, en Inglaterra. -¿has amado, de verdad a alguien?- preguntó Fernando. -sí, he amado de verdad. -entonces, te absuelvo-, dijo Fernando. Para concluir esta presentación, sólo diré que La imaginaria historia de un lector es un libro singular, testimonio de algunos de los autores que forjaron a Juanchi Vallejos como hombre pensante y escritor. Tomo las palabras del autor y los invito: “subamos a la nave de los locos de los libros. Créanme, no se van a arrepentir”.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por