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  • 2025, el año en que Milei navegó entre la rosca politica y el auxilio de Estados Unidos/ Por Candelaria de la Sota

    » Diario Popular

    Fecha: 28/12/2025 11:53

    Entre negociaciones internas que nunca terminaron de cerrarse y el auxilio externo que llegó cuando el dólar apretaba, Javier Milei transitó un año de contrastes: inflación controlada, respaldo internacional decisivo y un Congreso que empezó a marcar límites. Entre el respaldo internacional y las crecientes dificultades para ordenar el frente interno, la economía argentina cerró 2025 en una zona intermedia. Fue el primer año en el que el Javier Milei pasó de gobernar con el envión de la épica electoral a enfrentarse con las reglas del poder real: logró reducir la inflación y evitar un desborde mayor, pero terminó pidiendo auxilio externo para atravesar una presión cambiaria inédita en plena recta electoral. Sobre el cierre del año, consiguió la aprobación del Presupuesto, algo que nunca había ocurrido desde que fue electo presidente. El calendario político marcó el pulso del año. Las elecciones de medio término le dieron al oficialismo un triunfo contundente en octubre y consolidaron el liderazgo presidencial, pero el cierre de 2025 mostró una escena más incómoda: acuerdos que no salieron solos, negociaciones ásperas con la oposición y una agenda legislativa que empezó a correrse del guion original. El año había arrancado con dudas persistentes en el mercado sobre la viabilidad del esquema cambiario heredado del inicio de la gestión. El crawling peg rígido, con ajustes mensuales por debajo de la inflación, demandaba cada vez más reservas y alimentaba una pregunta que se repetía en despachos oficiales y mesas financieras: cuánto tiempo más podía sostenerse sin que algo se rompiera. Ese interrogante no se disipó con el correr de los meses. Por el contrario, se intensificó en la previa electoral, cuando la dolarización de carteras alcanzó niveles récord y volvió a poner bajo presión al Banco Central justo cuando la política necesitaba calma y señales de control. La respuesta oficial llegó sobre el cierre del año, con el anuncio de un esquema recalibrado de bandas de flotación que comenzará a regir a partir del 1 de enero de 2026, y que permitirá que el piso y el techo de las bandas cambiarias se ajuste el ritmo del último dato de inflación conocida. Fue una señal para los mercados, pero también una admisión implícita de que el régimen anterior había quedado corto frente a la dinámica real de la economía. La última foto de la actividad dejó señales mixtas. La economía logró evitar una recesión técnica en el tercer trimestre, pero volvió a caer en octubre. La recuperación fue despareja: sectores exportadores con aire y un mercado interno que no termina de recuperarse y sigue caminando con dificultad. En abril, el Gobierno avanzó con una de sus decisiones más audaces: la eliminación total del cepo para los ahorristas. Se inauguró el régimen de flotación dentro de bandas móviles, inicialmente fijadas entre $1.000 y $1.400, con ajustes mensuales del 1%. También se eliminó el dólar blend y se abrió la puerta a la distribución de utilidades al exterior a partir de 2026. Ese giro coincidió con un proceso de dolarización preelectoral sin antecedentes. En los meses previos a las elecciones, la demanda de dólares reflejó tanto la fragilidad estructural de la economía como la ansiedad política de un proceso atravesado por rumores, operaciones cruzadas y pases de factura. Hacia diciembre, el dólar oficial logró estabilizarse en torno a los $1.4751.480. Con el triunfo electoral ya consumado, el equipo económico ganó margen para redefinir el marco cambiario y anunció que, desde enero, el techo de la banda se ajustará en función de la inflación pasada. En materia de precios, el Gobierno consiguió uno de sus principales logros. La inflación mensual promedió 2,2% durante el año y el cierre anual se ubicó en torno al 3031%, el nivel más bajo en varios años. El dato político fue que el IPC no se desbordó ni siquiera en los meses de mayor tensión cambiaria. El momento más delicado del año llegó tras la derrota del oficialismo en la provincia de Buenos Aires. La presión cambiaria se aceleró y el propio Banco Central admitió que se trató de un episodio de dolarización sin precedentes, con pantallas en rojo y teléfonos que no paraban de sonar. En ese contexto apareció un actor decisivo: el Tesoro de los Estados Unidos. El respaldo anunciado por el secretario Scott Bessent marcó un punto de inflexión en la relación bilateral y funcionó como un salvavidas financiero para atravesar el tramo más crítico del año. En octubre se concretó un swap por US$ 20.000 millones, con posibilidad de ampliación. Las intervenciones incluyeron compras de pesos y operaciones sobre los dólares financieros. El uso efectivo fue acotado, pero el impacto político fue contundente: el mensaje fue que Washington no estaba dispuesto a mirar desde afuera. Ese respaldo externo contrastó con un frente interno cada vez más exigente. Aun con una victoria clara en las urnas, el Gobierno empezó a sentir que el Congreso ya no respondía solo a la lógica del resultado electoral y que cada ley iba a requerir algo más que convicción ideológica. En paralelo, el Fondo Monetario Internacional aprobó un nuevo programa de Facilidades Extendidas que funcionó como aval para la flexibilización cambiaria. El Gobierno cumplió las metas fiscales, pero volvió a quedar en falta en la acumulación de reservas, un tema que quedó anotado en rojo para 2026. El superávit fiscal se sostuvo por segundo año consecutivo y se convirtió en una bandera del oficialismo. Pero el ajuste tuvo costos visibles: consumo contenido, salarios que recién empezaron a recomponerse y una informalidad laboral que alcanza a 9 millones de personas en actividad. El empleo mostró una baja del desempleo, aunque con creación de puestos mayormente no registrados. La pobreza retrocedió en el primer semestre, impulsada por la desaceleración inflacionaria, pero sin un rebote sólido que despejara las dudas de fondo. En el tramo final del año, las dificultades políticas quedaron más expuestas. La reforma laboral no logró avanzar y su tratamiento fue postergado para febrero, mientras que el Presupuesto 2026 entró en una negociación más dura de lo que el oficialismo preveía. La aprobación en general del Presupuesto en el Senado, conseguida tras negociaciones de último momento, terminó de pintar el clima de época. El Gobierno consiguió el número, pero dejó en evidencia que el poder ya no fluye solo desde la Casa Rosada: cada voto se negocia, cada ley se discute y cada avance deja heridos. Así, 2025 se despide como un año vivido entre dos frentes. Hacia afuera, el respaldo externo y el auxilio financiero que llegó desde Washington cuando el dólar apretaba. Hacia adentro, un Congreso más indócil, una oposición que aprendió a bloquear y un oficialismo obligado a sentarse a la mesa. Porque si algo dejó claro 2025 es que gobernar no fue solo bajar la inflación. Fue aprender a moverse entre la rosca doméstica y el salvavidas que llegó desde afuera, en un equilibrio tan delicado como el que espera a la Argentina en 2026

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