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  • El yo como método: el relato de poder de Alfredo Cornejo

    » El Sol

    Fecha: 28/12/2025 09:26

    Alfredo Cornejo construye una forma de explicar la gestión pública en la que cada acción relevante de gobierno aparece estrechamente vinculada con su figura. No describe su administración desde una lógica de rendición de cuentas, sino desde una concepción del poder apoyada en la convicción personal. Gobernar, según Cornejo, es fijar un rumbo antes de que sea comprendido; atravesar conflictos y validar las decisiones a partir del resultado. La gestión queda así asociada a una narrativa de carácter, resistencia y liderazgo. Bajo esta lógica, el conflicto no es un accidente de la gestión, sino su certificado de validación. Si hubo resistencia, marchas o costos políticos, entonces el rumbo era el correcto. No es solo un rasgo de estilo: es el método cornejista. La marca de lo contracultural La palabra que ordena ese esquema es contracultural. Cornejo la utiliza con orgullo, como marca distintiva y argumento de autoridad. Haber avanzado en direcciones que no eran compartidas en el inicio se convierte, con el paso del tiempo, en una prueba de liderazgo. Ese razonamiento se repite en distintas áreas: educación, economía, transporte y minería. Siempre hay un punto de partida deficitario, un presente ordenado y una conducción que asumió el costo. Fue contracultural en Mendoza tratar de tener equilibrio fiscal en los gastos corrientes y en la inversión, afirma. Cuando compara conflictos, no busca minimizarlos, sino jerarquizarlos. No se entendía en el sistema educativo, costó. Las marchas en contra del ítem aula eran mucho más grandes que las movilizaciones antimineras, señala. Esa construcción política no solo dimensiona el costo político, sino que destaca la capacidad de soportarlo. Y concluye con una frase que resume su lógica de poder: En Mendoza lo hicimos. Cuando el logro tiene dueño Al enumerar resultados, el sujeto de la acción es claro. El hicimos no remite a una construcción colectiva amplia, sino a una apropiación política del proceso. Mendoza aparece como escenario; la decisión, como atributo personal de conducción. El Mendotran sintetiza ese enfoque. Hubo protestas, quejas y episodios de violencia antes de consolidar un sistema que hoy, según el gobernador, cuenta con aceptación social. Actualmente se registran más de 850.000 transacciones diarias en el transporte público. El contraste refuerza la idea de ruptura: antes eran 200.000 y el servicio no cubría todo el Gran Mendoza; ahora alcanza incluso a zonas rurales. Otra vez el conflicto aparece como estación obligada del éxito. Al principio había muchas quejas, recuerda. El resultado, en su balance, justifica el recorrido, aun cuando reconoce una tensión central: el subsidio al transporte pasó a ser el segundo gasto de la provincia, después de salarios. Incluso al referirse al sector privado, la comparación refuerza la centralidad del Estado como impulsor. Frente a pymes cautelosas, el Gobierno ordena, decide y empuja. Necesitamos una economía ordenada y crédito disponible para que las pymes mendocinas asuman riesgos, sostiene, mientras describe a un empresariado local que, cuando tiene margen, suele ser conservador. Centralidad del liderazgo Cornejo construye un relato donde el sujeto central no es el Estado, ni el contexto, ni siquiera la gestión como sistema: es su conducción política. Al evaluar su administración, no introduce matices: Nadie ha gestionado los temas de infancia mejor que este gobierno; Tenemos el 100% de los chicos en edad escolar, de 4 a 12 años, dentro del sistema educativo y registrados. Eso no existía antes. El pasado queda reducido a carencia; el presente, a mérito propio. Incluso cuando admite dificultades, el foco vuelve rápidamente a la decisión política: Decir que lo vas a hacer y después gestionarlo no es fácil. Ese esquema, leído en clave más amplia, deja entrever rasgos de un liderazgo con componentes de narcisismo político: la validación permanente a partir de la propia acción y la tendencia a personalizar logros y costos como forma de legitimación. Haber sido antes Al analizar el rumbo nacional bajo el gobierno de Javier Milei, Cornejo se posiciona como antecedente más que como acompañante. Humildemente, yo también fui contracultural en 2015, afirma. La expresión no atenúa la afirmación: la refuerza. En tanto, frente a las dificultades económicas, Cornejo se presenta como un dirigente condicionado. Me siento un gobernante con mala suerte, siempre me toca gobernar en períodos de recesión, y aun así hice funcionar el Estado mejor. La frase funciona como síntesis del discurso: contexto adverso, mérito propio, resultados relativos. Lo que no aparece es una autocrítica más profunda sobre los límites del modelo o sobre las responsabilidades locales más allá de la macroeconomía. Minería: costo y convicción En el capítulo minero, el discurso se vuelve más personal y emocional. Cornejo enfatiza el costo que asume por impulsar la actividad: Nosotros tenemos que hacer minería en Mendoza y estoy pagando un costo por eso, incluso personal: han ido a la casa de mi hermana. Son realmente violentos los antimineros. La frase busca generar empatía y, al mismo tiempo, desplaza el eje del debate. Frente a alguien que paga costos, la discusión técnica o ambiental queda en segundo plano. Yo no voy a ver los resultados, pero estoy convencido, aclara. Y refuerza su opinión con una declaración de principios: No sé si hay tantos dirigentes políticos en Mendoza que aguanten la parada. Influencia, poder y continuidad La sociedad necesita autoridad y liderazgo, sostiene el gobernador, que se define como influyente aun cuando niega ser poderoso. Tengo voz, no soy un poderoso, desde luego, y los poderosos están en baja, afirma. La aclaración funciona más como posicionamiento que como modestia. En el plano provincial, la centralidad es explícita: Dificulto que alguien pueda gobernar Mendoza sin el equipo que yo he conformado en el Poder Ejecutivo. Es un mensaje directo al futuro inmediato. A Luis Petri, Ulpiano Suarez y a cualquiera que busque sentarse en el sillón de San Martín en 2027. Por eso, cuando habla de continuidad, el eje vuelve a colocarse en la conducción personal: Me voy a concentrar en que haya continuidad del programa de gobierno. El programa es lo central, pero el discurso deja en claro quién lo encarna y quién lo legitima. En esa línea, cuando Cornejo afirma que lucha por un programa de gobierno y no por el poder mismo, intenta separar ambición de ego. Pero su propio discurso vuelve esa distinción frágil. Y ahí emerge la tensión política de fondo. Un modelo de gobierno que se explica desde la figura puede ser eficaz, pero siempre deja abierta la misma incógnita: qué queda cuando el liderazgo personal deja de ordenar todo.

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