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» Clarin
Fecha: 15/12/2025 00:51
Hablar de la muerte resulta difícil. A pesar de saber que morir es parte de la vida, suele ser un tema postergado, con silencios incómodos, rodeos lingüísticos y cierto rechazo a pensar en ello. Quizás, una primera dificultad resida en que confronta con nuestra vulnerabilidad, hace tomar conciencia de que nadie tiene el control sobre su propia existencia y reconocer que existe un límite inexorable, todo lo cual genera angustia. No mencionarla es intentar ignorarla y que no derrumbe las fantasías de omnipotencia. Un segundo motivo es el dolor que ocasiona, ya que toca áreas muy sensibles la sola idea de perder a un ser querido. Hablar de la muerte es abrir la puerta a recuerdos dolorosos, a experiencias que marcaron previamente y a duelos que pueden no estar resueltos. No mencionar el tema es un modo de evitar el dolor. El cerebro humano está diseñado para anticipar, planificar y proyectar, pero la muerte es un territorio sin mapa dado que no se sabe cómo será ni cuándo llegará y la falta de certeza alimenta la ansiedad. Sigmund Freud decía que la muerte propia era un concepto irrepresentable para la mente ya que en el Inconsciente predomina la inmortalidad. Afirmaba: “Cada uno de nosotros tiene a todos como mortales, menos a sí mismo”. Freud decía que la muerte propia era un concepto irrepresentable para la mente. / Shutterstock. El tabú de la muerte: un tema postergado Del choque entre razón y emoción surge el silencio. Hablar de la muerte también es difícil porque no existen espacios comunitarios donde ese diálogo sea natural en una sociedad que se concentra en disfrutar y pensar en una mayor longevidad. Se puede generar la fantasía de que la vida es infinita a fin de evitar la amenaza de reconocer que tanto la propia existencia como la de los seres queridos tiene fecha de terminación. En la mayoría de los casos se toma distancia ante la agonía de una persona o de quien está atravesando un duelo ya que la muerte funciona como un espejo que obliga a evaluar la propia finitud. Y eso, aunque útil, puede resultar intimidante. Por otro lado, desde mediados del siglo pasado, se comenzó a medicalizar y privatizar la muerte. En un tiempo las personas solían morir en su casa rodeados de familiares y amigos mientras que en la actualidad suele ocurrir en hospitales o sanatorios y ese corrimiento hacia lo institucional provoca que la muerte se convierta muchas veces en algo solitario e invisible. Desde mediados del siglo pasado se comenzó a medicalizar la muerte. / Foto: Shutterstock Recuperar el diálogo para cuidar la salud emocional La tecnología contribuye a reforzar el silencio al vivir rodeados de pantallas que ofrecen distracción permanente. Pensar la muerte, por el contrario, requiere pausa, quietud, reflexión y estas son actividades que la vida contemporánea suele desalentar. Crear un espacio más sereno para hablar de la muerte es -aunque no lo parezca- una forma de cuidar la salud emocional. No se trata de convertirla en un tema cotidiano, sino de recuperar la posibilidad de nombrarla sin miedo y entender que hablar de ella no la acerca ni la provoca, simplemente da herramientas para enfrentarla cuando llegue el momento o para acompañar a quien atraviesa ese momento. Quizá por eso cueste tanto hablar de la muerte, porque al hacerlo hablamos también del amor, de la pérdida. Pero justamente por eso vale la pena intentarlo ya que cuando le ponemos palabras al final, también enfocamos el valor real de la vida presente.
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