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» Diario Cordoba
Fecha: 13/12/2025 00:53
En la costa valenciana tenemos una mala costumbre. Cada vez que miramos hacia Europa las olas nos vienen desde la derecha. Es una característica que los científicos no siempre han sido capaces de explicar. Algunos auguran que tiene que ver con la ubicación del Mediterráneo. Sin embargo, el 29 de octubre de 2024 sucedió algo extraordinario. Una ola venía desde la izquierda. Desde tierra hacia el mar. Del barranco del Poyo a la Albufera. Esa ola rebelde, antisistema, trajo dolor y destrucción a toda una región. Pérdida de hogares, puestos de trabajo y vidas. Algo más de un año después también se ha llevado la carrera política del President Mazón. Ya ese mismo día, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, hacía referencia a que lo que estaban viendo en España era un episodio de iracundia climática devastador. Sin embargo, aquel día supuso un punto de inflexión. Las consecuencias no se han hecho esperar. Atrapados en la nueva métrica parlamentaria, Ursula von der Leyen y el Partido Popular Europeo que fueran los decididos impulsores del Pacto Verde Europeo y del denominado tsunami regulatorio, decidieron que la ola burocrática había llegado demasiado lejos. Se vino abajo lo que hasta ese momento había sido la gran apuesta estratégica de la Unión Europea para competir con Estados Unidos o China. La descarbonización de su economía y la apuesta por las energías renovables en un continente que destaca por su dependencia energética y la ausencia de petróleo entre sus materias primas. Llamativa la coincidencia con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Sin duda, no puede obviarse en este marco las condiciones en que se ve concernido el aparato productivo. Mario Draghi planteó la cuestión en su informe “El futuro de la competitividad europea” que sirvió de base justificativa para llevar a cabo un ejercicio normativo de rectificación de lo avanzado en los últimos años. ¿Son compatibles la sostenibilidad y la competitividad? ¿Hay, en el actual grado de globalización, margen para competir con mercados más laxos en exigencias de descarbonización? ¿Cuál es la factura empresarial a soportar en este proceso? Son preguntas absolutamente pertinentes desde la óptica empresarial. Las medidas precautorias frente a la descarbonización no son viables si no implican al aparato productivo. Pero las empresas no pueden cargar por sí solas con tan importante, y todavía no definida, factura. Especialmente con la inseguridad jurídica provocada con los vaivenes normativos. Y he aquí el gran reto del legislador y de los poderes públicos. Profundizar en soluciones que acerquen el respeto al planeta y la viabilidad empresarial. Nada fácil tarea. Y tanto más difícil cuanto que en esta materia no basta la óptica nacional, ni siquiera continental. Disfrazado de simplificación de una normativa excesivamente compleja a nivel técnico se ha articulado el Paquete Ómnibus que, en el fondo, significa un paso atrás en la vigilancia y el cuidado de las amenazas climáticas. Ha avanzado la desregulación. Ha retrocedido el compromiso. Una simplificación de las normativas de reporte de sostenibilidad en las empresas, de la Directiva (UE) 2022/2464 o CSRD. El 92% de las empresas que venían obligadas a reportar decaen ahora en su obligación de hacerlo. Un acuerdo que, en la práctica deja herida de muerte la aspiración de convertir Europa en la primera región neutra en carbono para el año 2050. Un enfoque que sólo ve los costes de una norma excesivamente técnica y burocrática, sin contemplar la intención original del legislador europeo. Una herramienta de gestión que integre la sostenibilidad en la estrategia empresarial a través de una gestión de sus impactos, riesgos y oportunidades en la búsqueda de la creación de valor. Puede parecer utópico, pero la práctica ha demostrado en los últimos años que un buen desempeño en sostenibilidad ha llevado a las empresas a crecer. Sin embargo, la corrección de la métrica parlamentaria europea, con un auge de la representación de la ultraderecha, ha acabado matizando de manera notable la firme decisión del Grupo Popular Europeo de ser un dique a las políticas negacionistas, tacticistas y cortoplacistas. La negociación de este paquete de medidas ha sido una de las más difíciles que se recuerdan. El cambio climático, cuya negación es uno de los argumentos esenciales de la ultraderecha, se convierte en un factor preferente de polarización y en un valor de cambio irrenunciable en pactos y alianzas. La política ha penetrado y perturbado un fenómeno genuinamente geográfico. Esa política que, sin embargo, se revela imprescindible en la gestión de sus consecuencias. Es la acción política la que hace que, cuando se desata un diluvio inabordable, la gente no se ahogue. Y más le vale hacerlo, porque la naturaleza tiene su propia ideología. Guiada por el calor, los gases de efecto invernadero o barrancos del Poyo, no se detiene ante signo político alguno. Y sigue cada vez más desatada. Porque el agua, como el resto de elementos climáticos, no milita. Con independencia de si va hacia la derecha o la izquierda, siempre encuentra el camino más corto. Empieza a ser momento de lanzar un ES-Alert. (*) Especialista en Derecho Ambiental y Sostenibilidad
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