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    » Diario Cordoba

    Fecha: 08/12/2025 13:57

    El otro día me precipité: fui a Correos sin tener en cuenta la hora que era. Una vez allí, reparé en mi error. ¿Cómo se me ocurría aparecer por aquella oficina a las once y media de la mañana? Había más gente que en la feria, lógicamente. Aun así, no me fui. Necesitaba tachar alguno de mis recados pendientes. No quería que terminasen mis días libres y mi lista permaneciese intacta. A veces le apetece a uno certificar que ha cumplido con alguna de las tareas que tenía previstas: son cosas que animan. Así que me acomodé en un rincón y me entretuve observando la impaciencia de la gente. Las pantallas tienen ahora todo el protagonismo, en general y allí: a través de una, se coge número; a través de otra, se nos avisa cuando llega nuestro turno; todo ello constituye un ritual infalible con el que neutralizar cualquier atisbo de vitalidad. Algunos mantienen una guerra abierta con la máquina, así que sacan tiques para todas las opciones posibles; otros, cómo no, intentan colarse, pero los que esperan en Correos se erigen, inconscientemente, en agentes encubiertos, y luego están los que claudican y se van. Para matar el tiempo se recurre, sobre todo, a las pantallas de los móviles. Aunque todavía los hay que optan por una charla trivial. De hecho, surgen complicidades inesperadas. Una señora trabó conversación con un joven; empezó contándole que hace años era un trabajador el que canalizaba la llegada de gente («¡Esto funcionaba infinitamente mejor!»), y terminaron hablando de las comidas de Navidad. Por momentos, el ritmo de atención en las ventanillas (o arcos) aceleraba, hasta que llegaba alguien con un envío al extranjero: frenazo tremendo, varapalo terrible para los presentes, que nos mirábamos apesadumbrados. Nuestros rostros vencidos se orientaban hacia la pantalla vertical con gesto de angelito de porcelana, esperando el milagro. Cuando, por fin, nos llegaba el turno, en silencio, con amplias sonrisas y asintiendo, nos felicitábamos entre nosotros. Lleno de ilusión, satisfecho, envié mi carta: ¡esperé menos de una hora! Aquel no fue un ejemplo de vuelva usted mañana. El hombre que me atendió fue rápido y amable, tanto que me sorprendió: no debe de ser fácil trabajar con tanta impaciencia delante, con tanta pierna rebotando maníacamente. En cualquier caso, la próxima carta la enviaré a la hora de comer, que las pantallas no hacen milagros. Al menos cumplí con mi objetivo: tachar un recado pendiente; lo malo es que por la tarde fue el alumbrado navideño, así que se sumaron otros tantos de un botonazo. Empieza la fiesta. *Escritor

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